martes, 25 de agosto de 2020

ESTÁ CONDENADO A 30 AÑOS DE PRISIÓN POR ASESINATO, PERO HACE UNOS DÍAS EMITIÓ SUS VOTOS RELIGIOSOS

NO PUDO ENTRAR EN EL SEMINARIO Y DESDE ENTONCES SU VIDA CAYÓ EN LAS DROGAS Y EL ALCOHOL

De niño, para burlarse de él, sus compañeros lo llamaban ‘Don Luigi’. No le importaba porque tenía muchas ganas de ser sacerdote, y mientras tanto servía misa, rezaba, intervenía con un reproche cuando oía jurar. No se hubiera imaginado terminar en prisión, cumpliendo treinta años por asesinato.

Sin embargo, este no es el final de la historia de Luigi, el nombre convencional detrás del cual se esconde una historia de caída y renacimiento que Monseñor Massimo Camisasca, obispo de Reggio Emilia-Guastalla, cuenta a Avvenire con el consentimiento del interesado.

El sábado 27 de junio Luigi, que ahora tiene cuarenta años, pronunció los votos de pobreza, castidad y obediencia en manos de Monseñor Camisasca, con quien desde hace algún tiempo mantiene un profundo diálogo espiritual. Hay dos caminos que se encuentran, el de Luigi, nacido en una familia campesina, y el de la Iglesia diocesana, que lleva tiempo realizando una importante acción pastoral en la prisión de Reggio Emilia.

Están involucrados dos sacerdotes, Don Matteo Mioni, de los Hermanos de la Caridad y Don Daniele Simonazzi, de los Siervos de la Iglesia: son los que actuaron como intermediarios con el obispo cuando Luigi expresó su deseo de hacer votos.

“En Reggio -recuerda monseñor Camisasca- dos secciones de la articulación de salud mental permanecen activas a la espera de la apertura del Rems, residencia para la ejecución de las medidas de seguridad. Fue uno de los lugares que elegí visitar el 16 de diciembre de 2012, cuando entré a la diócesis. No sabía mucho de la realidad de la prisión, lo confieso, pero desde entonces ha comenzado un camino de presencia, celebración y compartir que me ha enriquecido mucho”.

Monseñor Camisasa, narra para Avvenire la historia de Luigi, a quien conoció en la cárcel.

UNA JUVENTUD LLENA DE DESÓRDENES

Luigi, después de una infancia y una adolescencia marcada por el deseo del sacerdocio, no pudo ingresar al seminario, lo que supuso que cambiara de vida de manera abrupta. Alcohol, drogas, episodios de violencia cada vez más frecuentes, imprudencia constante. Se distancia de la Iglesia, de vez en cuando parece encontrar su propio equilibrio, pero la adicción siempre acaba ganando. Está bajo los efectos del alcohol y la cocaína incluso la noche en que, envuelto en una pelea, comete el asesinato por el que está condenado.

En el momento del juicio, se niega a invocar la locura. Un primer signo de redención, un primer paso en el camino del arrepentimiento y la recuperación de la dignidad. Con la vuelta a la fe despierta la vocación, Luigi reanuda la oración, se convierte en lector en la misa dominical en la cárcel, estudia y reza, reza mucho, sobre todo “por la salvación del hombre que maté”, como escribió en una de sus numerosas cartas, intercambiado con Monseñor Camisasca. “Un pasaje que me llamó mucho la atención -dice el obispo- es aquel en el que Luigi sostiene que ‘la verdadera cadena perpetua no se vive dentro de una prisión, sino fuera, cuando falta la luz de Cristo’”.

La intuición de los votos surge lenta pero claramente. “Al principio le hubiera gustado esperar a que saliera de la cárcel. Fue Don Daniele quien le sugirió un camino diferente, que le permitiría emprender este compromiso solemne ya ahora”, prosigue Monseñor Camisasca, que desde septiembre del año pasado mantiene con él una relación cada vez más estrecha.

Ninguno de nosotros es dueño de nuestro propio futuro -observa- y esto es aún más cierto para una persona privada de su libertad. Por eso quería que Luigi pensara en primer lugar en lo que significan estos votos en su condición actual. Por eso lo invité a que pusiera por escrito sus pensamientos y expectativas. Al final me convencí de que en su gesto de donación hay algo brillante para él, para los demás presos, para la Iglesia misma, explica el prelado.

Al leer las notas de Luigi, uno se da cuenta de que el lenguaje teológico, recién adquirido, se apoya en ocasiones en una frescura casi infantil. He aquí, pues, que la castidad es ante todo una virtud de la mirada, la capacidad de dirigir la mirada de modo que “humille lo exterior para que emerja lo que es más importante que nuestra interioridad”. La pobreza, entonces, ofrece la posibilidad de conformarse a la “perfección de Cristo, que se hizo pobre” promoviendo la pobreza misma “de la desgracia a la bienaventuranza”. Y es renuncia a lo superfluo, porque “el anhelo de los excesos es síntoma de falta de alegría”. Para Luigi, también es pobreza compartir la vida con las personas que se mantienen junto a él. Finalmente, la obediencia es voluntad de escuchar, sabiendo que “Dios también habla por boca de los necios”.

“Con la pandemia todos vivimos una época de combate y sacrificio -concluye Monseñor Camisasca-. La experiencia de Luigi puede ser verdaderamente un signo colectivo de esperanza: no para escapar de las dificultades, sino para afrontarlas con fuerza y conciencia. No conocía la prisión, repito, y para mí también, desde el principio, el impacto fue muy duro. Me parecía un mundo de desesperación, en el que la perspectiva de la resurrección se contradecía y negaba continuamente. Esta historia, como otras que he conocido, prueba que no es así. El mérito es de la acción de los sacerdotes y la extraordinaria labor de la Policía Penitenciaria y de todo el personal sanitario, sin duda. Pero hay más, está el misterio en el que no puedo evitar pensar cuando levanto la mirada hacia el Crucifijo que está en mi estudio. Viene del laboratorio de la prisión, me impide olvidar a los internos. Sus sufrimientos y sus esperanzas están siempre conmigo. Y nos conciernen a todos”.

ReL

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