Hoy he leído un interesante artículo de Alberto Cuevas – sacerdote de Tui-Vigo y periodista - publicado en el “Faro de Vigo” sobre la celebración de las bodas. Lo titula “A propósito de nada”, como la reciente autobiografía de Woody Allen, de quien dice (Alberto) admirar la independencia de juicio y la sinceridad.
No está mal tratar de ser
independientes y procurar ser sinceros. Sobre todo cuando lo que parece más de
recibo es seguir al rebaño, hacer lo que otros hacen, pensar como otros
piensan, etc. ¿Qué “otros”? Pues los que
conforman “la mayoría”, los que se dejan
configurar por la opinión dominante; aquella de la que, en público, uno, en
principio, no se atreve a discrepar.
A mí no me cabe duda de que,
con mucha propaganda, las masas – la inmensa mayoría de la gente – pueden ser
persuadidas de cualquier cosa. Lo que hoy puede parecernos aberrante, mañana
podría parecernos de sentido común, si entre el hoy y el mañana ha mediado una
eficaz campaña de propaganda.
Dios me ha librado de tener
que lidiar con celebraciones de bodas. En mi parroquia, simplemente no existen.
No es el marco ideal, no hay donde aparcar, no se presta a estos eventos. Sí he
padecido, en el pasado, algunas “creatividades” que
asediaban las primeras comuniones de los niños. Hasta que, reflexionando sobre
lo esencial, llegué a la conclusión de que “se
acabó”.
“Si me queréis,
irse”, que le
atribuyen a la Faraona. No hace falta culminar un doctorado para caer en la
cuenta de algo muy sencillo: No existe un “Ritual”
para la primera comunión. Esa ausencia es muy significativa. Nos está
diciendo que la “primera comunión” tiene un
elemento principal: quien nunca había comulgado lo hace por primera vez. Punto.
Es lo principal y no hay nada accesorio. Nada que ritualizar, que ordenar.
La celebración del matrimonio
sí cuenta con un Ritual, con un orden. El rito es garantía que se mantiene el
equilibrio entre lo principal y lo secundario. Es asimismo una señal poderosa
de que la fe de la Iglesia no se presta al espectáculo, sino que preserva su
independencia frente a los criterios mundanos y su sinceridad, su docilidad al
proyecto de Dios sobre el amor esponsal.
Cuando los novios piden
contraer el sacramento del matrimonio han dado un paso a favor de lo esencial y
han apostado por la fidelidad de la Iglesia a lo esencial. El Ritual del
matrimonio pone orden, establece una jerarquía: Las
cosas importantes de la vida, como contraer matrimonio, no se hacen de
cualquier modo, sino conforme a lo que son en realidad.
Para un católico, la prioridad
la tiene Dios, Creador del hombre y de la mujer, y autor del matrimonio. La
prioridad la tiene Jesucristo que eleva esa realidad creatural a la dignidad de
sacramento. La prioridad – subordinada – la tiene la Iglesia de Cristo, que
dispensa los misterios de la salvación.
Todo lo demás es accesorio y
ha de estar al servicio de lo principal. Un director y una orquesta, si han de
interpretar una obra maestra de Mozart, pondrán todo su talento para que
resuene esa música. No tratarán de enmendar al maestro. Se vestirán del mejor
modo, elegirán el mejor lugar posible, pero no alterarán ni una sola nota del
compositor.
Algo similar ha de suceder
cuando unos novios acuden a contraer el sacramento del matrimonio. Ya no se
trata de Mozart. Se trata de Dios, de Jesucristo, de la Iglesia. Contarán con
el servicio – Dios es misericordioso, servicial – del Ritual. A ese orden han
de atenerse, si quieren que todo vaya bien, que todo sea armonioso, bello,
significativo. Al sacerdote le incumbe, en nombre de Cristo y de la Iglesia,
una gran responsabilidad: Recordar lo obvio.
En todo lo serio de pide un “protocolo”, una palabra casi mágica en nuestros
días. Quien se acerque a una iglesia católica con la intención de contraer
matrimonio ha de saber que se encontrará con el mejor protocolo del mundo. Si
no le vale, si no le gusta, es, me temo, porque no está preparado para casarse
como se casa un católico. Si lo acepta, será el primer agradecido.
Guillermo Juan
Morado.
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