«Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?», les preguntó Jesús. Simón Pedro respondió: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Mateo 16, 15-16). ¿Qué me dice a mí esta pregunta? Es muy directa: ¿Jesucristo es alguien real en tu vida?, ¿es una persona con quién te encuentras a diario?
Cuándo los demás miran tu
manera de ser ¿pueden decir que eres amigo de
Cristo?, ¿que te esfuerzas por tenerlo presente en tu día a día?, ¿tienes
los espacios de oración necesarios para cultivar esa relación personal con el
Señor?, ¿la responsabilidad de ser un testimonio vivo de Cristo es
algo que mueve tu corazón en todo lo que haces?
Estas son algunas preguntas
que me vengo haciendo estos días, y luego de escuchar este pasaje del
Evangelio, no pude dejar de hacer este breve examen de
conciencia.
1. ¿CÓMO ESTÁ MI AMISTAD CON CRISTO?
¡No respondas
esta pregunta a la ligera! Para mí es una pregunta muy importante. Señor, si eres mi amigo, sé que
debo cumplir tus mandamientos. Tú mismo me lo has dicho en la Última Cena: «Si me amáis, guardad mis mandamientos (…) El que tiene
mis mandamientos, y los guarda, aquél es el que me ama» (Juan 14,
15.21).
Sin embargo, descubro que me falta tanto para darte el
espacio que mereces en mi vida. Entonces, tiene sentido
hacerme esta pregunta: «¿Para mí, Jesús es a quien
amo sobre todas las cosas?».
Es obvio que no puedo pasarme
todo el día rezando. Como todos, tengo muchas responsabilidades, pero… ¿son fruto y reflejo del amor que Cristo derrama desde lo
alto de la Cruz? Suele sucederme a menudo, que a veces paso casi todo el
día sin pensar en Él.
Es más, termino el día y no le
dediqué al menos un rato de oración, para conversar y compartir mi vida, mis
preocupaciones, alegrías o luchas. Percibo cómo poco a poco me voy alejando, y
cuando me doy cuenta, ya me resulta difícil rezar otra vez. Sé que es parte de
la vida esos altibajos espirituales, pero… ¿Cuándo me voy a tomar en serio
la amistad con Cristo?
¡Ojo! No estoy diciendo que no sea
amigo del Señor. Pero —en esto creo que todos me entienden— veo que me falta
mucho por ser otro Cristo, y como dice san Pablo: «Aún
más, a nada le concedo valor si lo comparo con el bien supremo de conocer a
Cristo Jesús, mi Señor. Por causa de Cristo lo he perdido todo, y todo lo
considero basura a cambio de ganarlo a Él» (Filipenses 3, 8).
Si me permiten hablar claro,
hay cosas en mi vida a las que le doy más valor que a Cristo. ¿Mi trabajo?, ¿mis tiempos de descanso?, ¿mi diversión?,
¿mis metas u objetivos personales? Nada de estas cosas son malas,
mientras no se interpongan a mi amor por Cristo.
Es más, si manifiestan y
reflejan mi relación con el Señor, entonces pueden ser un testimonio edificante
para los demás. Ahí lo dejo, como para que cada uno reflexione.
2. ¿SOY TESTIGO DE LA VERDAD?
Así como la pregunta anterior,
podría responder, sin titubear, que Jesús obviamente es la verdad. Pero a estas
alturas de mi vida… cuando veo tantos años vividos como cristiano, y todavía
considero la tibieza con la que vivo mi vida cristiana: «Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras
frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré
de mi boca…» (Apocalipsis 3, 15-16), me pregunto si realmente amo a
Dios sobre todas las cosas.
No quiero que me mal
interpreten. No soy negativo, ni quiero ser trágico. Pero vivimos en un mundo
tan relativista, según el cual cada uno tiene su propia «verdad», y cada uno dice tener su «propio Dios», que percibo
cómo lentamente esa idea difusa de un «ser
supremo», se va infiltrando sutilmente en mi vida cotidiana.
¿Cómo lo
percibo? Por ejemplo,
en mi ardor apostólico. Como consagrado, el apostolado es algo central en mi
vida, y suelo compartir con mis amigos el amor que siento por Dios. Pero me pregunto si hago todo lo que está a mi alcance por anunciar el
Evangelio con todas mis fuerzas.
¿Seré tal vez un
«signo de contradicción»?, ¿qué tanto juzgo al mundo desde las verdades del
Evangelio?
3. ¿TIENES CLARO QUE JESUCRISTO ES EL ÚNICO DIOS?
Me permito hacerles unas
preguntas, para que las piensen con calma: ¿Les
queda claro que Jesucristo es el único Dios
que existe?, ¿la segunda persona de la Santísima Trinidad, que se
encarnó en el vientre virginal de santa María, y que es la verdad para
cualquier persona sobre el planeta?, ¿cuántas veces por no querer generar
situaciones incómodas, asientes con las «verdades» de otras posturas ante la
vida?
Por supuesto hay que respetar la libertad que tiene cada uno para creer en lo que quiera,
pero eso no significa que pueda existir más de una verdad. Actualmente, decir
que Jesús es la única verdad, suena a escándalo. Es casi un crimen afirmar que
las verdades evangélicas, reveladas por Dios mismo, son la única verdad.
No solamente creer en Cristo,
sino creerle, cuando nos dice: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Juan 14, 6). Ser
cristiano no es una conducta moral, sino seguir una persona real, que además
transforma toda nuestra vida.
REFLEXIÓN FINAL
Sé que las palabras finales de
una reflexión o artículo suelen ser positivas y alentadoras, rescatando siempre
las buenas intenciones y haciendo una exhortación para mejorar día a día. Pero,
así como Jesús era duro con la hipocresía… y lo hacía por caridad, quisiera
terminar esta reflexión con un pasaje de san Lucas:
«Si alguien se
avergüenza de mí y de mi enseñanza, entonces yo me avergonzaré de él cuando
venga en mi gloria y en la gloria de mi Padre y de los santos ángeles» (Lucas 9, 26). ¡Que el Espíritu Santo nos dé la fortaleza para proclamar
siempre la verdad!
Escrito por Pablo Perazzo
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