Se ha perdido el
sentido de lo sobrenatural y lo que impera es el antropocentrismo:
ahí está la raíz de la actual crisis de la Iglesia, según el obispo Athanasius
Schneider. Así que, si queremos salir de esta pavorosa crisis que
sufre la Iglesia hoy en día, hemos de volver a poner a Cristo - y su
revelación - en el centro. Hoy asistimos a una tremenda crisis doctrina, moral
y litúrgica.
Nuestro primer deber es adorar a Cristo, realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar. “La Iglesia de
nuestros días sufre de una fuerte cardiopatía eucarística", señala Monseñor
Schneider en su último libro, Christus Vincit, debido a
la desacralización y a la debilitación de la fe en la presencia real de
Jesucristo y en la naturaleza sacrificial de la Misa.
Para salir de esta profunda
crisis interna de la Iglesia, realmente, el programa es uno: Cristo mismo. En primer lugar, debemos intensificar la vida de
oración en la Iglesia a todos
los niveles. Esto supone restaurar
la centralidad de la adoración a Dios: significa restaurar
la centralidad de la Eucaristía y del sacramento de la Confesión. No
podemos evangelizar si no le damos a Cristo el honor debido, especialmente en
la Eucaristía. Debemos renovar con toda seriedad el culto eucarístico. Esto
es imprescindible e inaplazable: acabar con el antropocentrismo y restaurar el
Cristocentrismo.
El sacramento de la Eucaristía
es el corazón de la Iglesia. Cristo superará la crisis de la Iglesia en y a
través de la Eucaristía. En esta línea, el obispo Athanasius
Schneider acaba de realizar un
llamamiento desde The Remant para invitarnos a todos a iniciar
una cruzada de reparación eucarística,
ante los pecados que se cometen contra el Señor Sacramentado. He aquí el texto
de Mons. Schneider traducido al español:
Los pecados contra
el Santísimo Sacramento y la necesidad de una cruzada de reparación eucarística.
Por el Obispo
Athanasius Schneider
NUNCA ha habido a lo largo de la
historia de la Iglesia una época en la que el Santísimo Sacramento haya sufrido
abusos y ofensas tan pavorosos y graves como los infringidos en las últimas
cinco décadas, especialmente desde la autorización oficial y la aprobación
papal en 1969 de la práctica de la comunión en la mano. Estos abusos se ven
agravados, además, por la práctica generalizada en muchos países, de fieles
que, sin haber recibido el sacramento de la penitencia durante muchos años,
reciben regularmente la Santa Comunión. El colmo de los abusos de la Santa
Eucaristía se constata en la admisión a la Santa Comunión de parejas que viven
en un estado público y objetivo de adulterio, violando así sus indisolubles
lazos matrimoniales sacramentales válidos, como en el caso de los llamados “divorciados y vueltos a casar". En algunas
regiones, tal admisión a la comunión ha sido aprobada oficialmente con normas
concretas y, en el caso de la región de Buenos Aires en Argentina, dichas
normas han sido incluso ratificadas por el Papa. Además de estos abusos,
también se verifica la práctica de la admisión oficial a la santa comunión a
los cónyuges protestantes de matrimonios mixtos, por ejemplo, en algunas diócesis
de Alemania.
Decir que el Señor no está
sufriendo a causa de los ultrajes perpetrados contra Él en el Santísimo
Sacramento puede conducirnos a minimizar las enormes atrocidades cometidas.
Algunas personas dicen: Dios se siente ofendido por los abusos hacia el
Santísimo Sacramento pero el Señor no sufre personalmente. Esta es, sin
embargo, una visión teológica y espiritualmente demasiado estrecha. Aunque
Cristo está ahora en su estado glorioso y, por lo tanto, ya no está sujeto a
sufrimiento de manera humana, sin embargo se ve afectado y tocado en su Sagrado
Corazón por los abusos y oprobios cometidos contra su Divina Majestad y contra
la infinitud de su Amor en el Santísimo Sacramento. Nuestro Señor ha expresado
a algunos santos sus quejas y su pesar por los sacrilegios y los ultrajes con
los que los hombres lo ofenden. Uno puede comprender esta verdad a partir de
las palabras que el Señor le dirige a Santa Margarita María de Alacoque, como
expone el Papa Pío XI en su encíclica Miserentissimus Redemptor:
Cuando
Jesucristo se aparece a Santa Margarita María, predicándole la infinitud de su
caridad, juntamente, como apenado, se queja de tantas injurias como recibe de
los hombres por estas palabras que tendrían que grabarse en las almas piadosas
de manera que jamás se olvidaran: «He aquí este Corazón que tanto ha amado a
los hombres y de tantos beneficios los ha colmado y que en pago a su amor
infinito no halla gratitud alguna, sino ultrajes, a veces aun de aquellos que
están obligados a amarle con especial amor». (Parágrafo 9).
El Padre Michel de la Sainte
Trinité dio una explicación teológica profunda del significado del “sufrimiento” o la “tristeza”
de Dios a causa de las ofensas que cometen los pecadores contra él:
Este
“sufrimiento", esta “tristeza” del Padre Celestial o de Jesús desde su
Ascensión, deben entenderse de manera analógica. No se padecen de manera pasiva
como hacemos nosotros, sino que, por el contrario, son elegidos libremente y
escogidos como la máxima expresión de su misericordia hacia los pecadores
llamados a la conversión. Son solo una manifestación del amor de Dios por
los pecadores, un amor que es soberanamente libre y gratuito y que no es
irrevocable. (Toda la verdad sobre Fátima , vol. I, pp. 1311-1312).
Este significado espiritual
análogo de la “tristeza” o el “sufrimiento” de Jesús en el misterio eucarístico
se confirma por las palabras del ángel en su aparición en 1916 a los niños de
Fátima y especialmente por las palabras y el ejemplo de la vida de San
Francisco Marto. Los niños fueron invitados por el ángel a hacer reparación por
las ofensas contra Jesús Sacramentado y a consolarlo, como podemos leer en las
Memorias de Sor Lucía:
Mientras
estábamos allí, el ángel se nos apareció por tercera vez, sosteniendo un cáliz
en sus manos, con una hostia por encima de la cual algunas gotas de sangre
caían en el vaso sagrado. Dejando el cáliz y la Hostia suspendidos en el aire,
el ángel se postró en el suelo y repitió esta oración tres veces: “La Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo…” Luego, levantándose, una vez más tomó
el cáliz y la Hostia en sus manos. Me dio a comulgar la Santa Hostia y a
Jacinta y Francisco les dio el contenido del cáliz para beber, diciéndoles al
hacerlo: “Toma y bebe el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, terriblemente
ofendido por los hombres ingratos. Repara sus crímenes y consuela a tu Dios.” (Fátima en las propias
palabras de Lucía. Memorias de la Hermana Lucía, Fátima 2007, p. 172)
Al informar sobre la tercera
Aparición el 13 de julio de 1917, la hermana Lucía subrayó cómo Francisco
percibió el misterio de Dios y la necesidad de consolarlo debido a las ofensas
de los pecadores:
Lo
que provocó la mayor impresión en él [Francisco] y lo que totalmente lo
absorbió, fue Dios, la Santísima Trinidad, percibido en esa luz que penetró en
nuestras almas más íntimas. Después, dijo: “¡Estábamos en llamas en esa luz que
es Dios y sin embargo no nos quemamos! ¿Qué es Dios?… Nunca podríamos
manifestarlo con palabras. ¡Sí, eso es algo que nunca podríamos expresar! ¡Pero
qué lástima que esté tan triste! ¡Ojalá pudiera consolarlo!” (Memorias de la hermana Lucía,
p.
147).
La hermana Lucía escribió cómo
Francisco percibió la necesidad de consolar a Dios, a quien entendía que estaba
“triste” debido a los pecados de los
hombres:
Un
día le pregunté: “Francisco, ¿qué te gusta más: consolar a Nuestro Señor o
convertir a los pecadores, para que no vayan más almas al infierno?” “Prefiero
consolar a Nuestro Señor. ¿No os disteis cuenta de lo triste que estaba la
Virgen el mes pasado, cuando dijo que la gente no debía ofender ya más a
Nuestro Señor porque ya está muy ofendido? Me gustaría consolar a Nuestro Señor
y, después de eso, convertir a los pecadores para que no lo ofendan más". (Memorias de la hermana Lucía,
p.
156)
En sus oraciones y en la
ofrenda de sus sufrimientos, San Francisco Marto dio prioridad a la intención
de “consolar al Jesús Oculto", es decir, al Señor Eucaristía. La hermana
Lucía relató estas palabras de Francisco, que él le dijo: “Cuando salgas de la escuela, vete y quédate un rato
cerca del Jesús Oculto y después vuelves a casa solo". Cuando Lucía
le preguntó a Francisco sobre sus sufrimientos, respondió: “Estoy sufriendo para consolar a Nuestro Señor. Primero
lo hago para consolar a Nuestro Señor y a la Virgen, y luego, por los pecadores
y por el Santo Padre… Más que nada, quiero consolarlo". (Memorias
de la hermana Lucía, p. 157; 163)
Jesucristo continúa de manera
misteriosa su Pasión en Getsemaní a lo largo de los siglos en el misterio de su
Iglesia y también en el misterio eucarístico, el misterio de su inmenso Amor.
Conocida es la expresión de Blaise Pascal: “Jesús
estará en agonía hasta el fin del mundo. No debemos dormir durante ese tiempo. (Pensées,
n. 553) El cardenal Karol Wojtyla nos dejó una profunda reflexión sobre el
misterio de los sufrimientos de Cristo en Getsemaní, que en cierto sentido
continúan en la vida de la Iglesia. El cardenal Wojtyla habló también sobre el
deber de la Iglesia de consolar a Cristo:
Y
ahora la Iglesia busca recuperar esa hora en Getsemaní —la hora perdida por
Pedro, Santiago y Juan— para compensar la falta de compañía del Maestro que
aumentó el sufrimiento de su alma. El deseo de recuperar esa hora se ha
convertido en una verdadera necesidad de muchos corazones, especialmente para
aquellos que viven tan plenamente como pueden el misterio del Corazón Divino.
El Señor Jesús nos permite encontrarnos con Él en esa hora [y] nos invita a
compartir la oración de su Corazón. Frente a todas las pruebas que el
hombre y la Iglesia tienen que sufrir, hay una necesidad constante de regresar
a Getsemaní y emprender esa participación en la oración de Cristo Nuestro
Señor.” (Signo de contradicción, capítulo 17, “La oración en Getsemaní")
Jesucristo en el misterio
eucarístico no es indiferente e insensible hacia el comportamiento que los
hombres muestran hacia Él en este sacramento del amor. Cristo está presente en
este sacramento también con su alma, que está hipostáticamente unida a su
Persona Divina. El teólogo romano Antonio Piolanti presentó una sólida
explicación teológica al respecto. Aunque el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía
no pudiera ver ni sentir sensiblemente lo que sucede o lo que se dice en el
lugar de su presencia sacramental, Cristo en la Eucaristía “escucha todo y ve con conocimiento superior.”
Piolanti cita entonces al cardenal Franzelin:
La
bendita humanidad de Cristo ve todas las cosas en sí mismas en virtud del
infinito conocimiento infuso del Redentor de la humanidad, del Juez de los
vivos y de los muertos, del Primogénito de toda criatura, del centro de toda
historia celestial y terrenal. Todos estos tesoros de la visión beatífica y del
conocimiento infuso están ciertamente en el Alma de Cristo, en la misma medida
en que están presentes en la Eucaristía. Además de estas razones, por otro
título especial, precisamente como el alma de Cristo está formalmente en la
Eucaristía, por el mismo propósito de la institución del misterio, ve todos los
corazones de los hombres, todos los pensamientos y afectos, todas las virtudes
y todos los pecados, todas las necesidades de toda la Iglesia y de sus miembros
individuales; las obras, las ansiedades, las persecuciones, los triunfos— en
una palabra, toda la vida interna y externa de la Iglesia, su Esposa,
alimentada con su carne y su preciosa Sangre. Así que por un título triple (si
podemos decirlo) Cristo en el Santísimo Sacramento ve y de cierta manera divina
percibe todos los pensamientos y afectos, la adoración, los homenajes y también
los insultos y pecados de todos los hombres en general, de todos sus fieles
específicamente y de sus sacerdotes en particular; Percibe homenajes y pecados
que se refieren directamente a este inefable misterio de amor. (De Eucharistia,
pp. 199-200, citado en Il Mistero
Eucaristico, Firenze 1953, pp. 225-226)
Uno de los apóstoles más
grandes de la Eucaristía de los tiempos modernos, San Pedro Julián Eymard, nos
dejó las siguientes reflexiones profundas sobre los afectos del amor
sacrificial de Cristo en la Eucaristía:
Al
instituir su sacramento, Jesús perpetuó los sacrificios de Su Pasión… Estaba
familiarizado con todos los nuevos Judas; los contó entre los suyos, entre
sus hijos amados. Pero nada de todo esto podría detenerlo. Quería que
su amor fuera más allá de la ingratitud y la malicia del hombre; quería
sobrevivir a la malicia sacrílega del hombre. Sabía de antemano la tibieza
de sus seguidores: conocía la mía; Él sabía qué poco fruto obtendríamos de
la Sagrada Comunión. Pero Él quería amar de la misma manera, amar más de
lo que era amado, más de lo que el hombre podría devolverle. ¿Hay algo
más? Pero ¿no es nada haber adoptado este estado de muerte cuando tiene la
plenitud de la vida, una vida glorificada y sobrenatural? ¿No es nada para ser
tratado y considerado como un muerto? En este estado de muerte Jesús no tiene
belleza, movimiento ni defensa; está envuelto en las Especies Sagradas como en
un sudario y puesto en el tabernáculo como en una tumba. Sin embargo, está
allí; Lo ve todo y lo oye todo. Se somete a todo como si estuviera muerto. Su
amor proyecta un velo sobre su poder, sobre su gloria, sobre sus manos, sobre
sus pies, sobre su hermoso rostro y sobre sus labios sagrados; lo ha escondido
todo. Sólo nos ha dejado su Corazón para amarnos y su condición de víctima para
interceder por nosotros. (La Presencia Real,29. ¡El Santísimo Sacramento no es
Amado!, III)
San Pedro Julián Eymard
escribió la siguiente profesión conmovedora y casi mística del amor eucarístico
de Cristo, con un ardiente llamamiento a la reparación eucarística:
El
Corazón que soportó los sufrimientos con tanto amor está aquí en el Santísimo
Sacramento; no está muerto, sino vivo y activo; no es insensible, sino aun más
cariñoso. Jesús ya no puede sufrir: es verdad; pero, ¡ay!, el hombre todavía
puede hacerse culpable hacia Él de ingratitudes monstruosas. Vemos a los
cristianos que desprecian a Jesús en el Santísimo Sacramento y muestran
desprecio por el Corazón que tanto los ha amado y que se consume de amor por
ellos. Para despreciarlo alegremente, se aprovechan del velo que lo esconde. Lo
insultan con sus irreverencias, sus pensamientos pecaminosos y sus miradas
criminales en su presencia. Para expresar su desdén por Él, se aprovechan de su
paciencia, de la bondad que sufre todo en silencio como lo hizo con el soldado
impío de Caifás, Herodes y Pilatos. Blasfeman sacrílegamente contra el Dios de
la Eucaristía. Saben que su amor lo deja sin palabras. Lo crucifican incluso en
sus almas culpables. Ellos lo reciben. Se atreven a tomar este corazón vivo y
atarlo a un cadáver asqueroso. ¡Se atreven a entregárselo al diablo que es su
señor! ¡No! ¡Ni siquiera en los días de su Pasión Jesús ha recibido tantas
humillaciones como en su Santísimo Sacramento! La Tierra para Él es un Calvario
de ignominias. En su agonía buscó a alguien que lo consolara; en la Cruz pidió
que alguien compartiera sus aflicciones. Hoy, más que nunca, debemos expiar y
reparar el honor al adorable Corazón de Jesús. Prodiguemos nuestra adoración y
nuestro amor a la Eucaristía. ¡Al Corazón de Jesús que vive en el Santísimo
Sacramento sea el honor, la alabanza, la adoración y el poder real para siempre
y para siempre! (La Presencia Real,43. El Sagrado Corazón de Jesús, III)
En su última encíclica Ecclesia
de Eucharistia, el Papa Juan Pablo II nos dejó reflexiones luminosas con
las que subrayó la extraordinaria santidad del misterio eucarístico y el deber
de los fieles de tratar este sacramento con la máxima reverencia y amor
ardiente. De todas sus exhortaciones, destaca esta declaración: “No hay peligro de exagerar en la consideración de
este Misterio, porque «en este Sacramento se resume todo el misterio de nuestra
salvación»” (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, III, q.
83, a. 4c).” (n. 61).
Sería una medida pastoralmente
urgente y espiritualmente fructífera para la Iglesia, establecer en todas las
diócesis del mundo un “Día de Reparación por los
crímenes contra la Santísima Eucaristía". Tal día podría ser el día
de octava de la fiesta del Corpus Christi. El Espíritu Santo dará gracias
especiales de renovación a la Iglesia en nuestros días en que, y sólo cuando,
el Cuerpo Eucarístico de Cristo sea adorado con todos los honores divinos; sea
amado; sea cuidadosamente tratado y defendido como realmente el Santísimo de
los Santos. Santo Tomás de Aquino dice en el himno Sacris
sollemniis: “Oh Señor, visítanos en la
medida en que te veneremos en este sacramento” ( sic nos Tu visita,
sicut Te colimus). Y podemos decir sin lugar a dudas: Oh Señor, visitarás tu Iglesia en nuestros días en la
medida en que la práctica moderna de Comunión en la mano retroceda y en la
medida en que te ofrezcamos actos de reparación y amor.
En la actual llamada “Emergencia pandémica COVID-19″, los horribles
abusos al Santísimo Sacramento han aumentado aún más. Muchas diócesis de todo
el mundo han ordenado la comunión en la mano y en esos lugares, el clero, de
una manera a menudo humillante, niega a los fieles la posibilidad de recibir al
Señor arrodillado y en la lengua, demostrando así un clericalismo deplorable y
exhibiendo el comportamiento de neopelagianos rígidos. Además, en algunos
lugares, el adorable Cuerpo Eucarístico de Cristo es distribuido por el clero y
recibido por los fieles con guantes domésticos o desechables. El tratamiento
del Santísimo Sacramento con guantes adecuados para el tratamiento de la basura
es un abuso eucarístico indescriptible.
En vista de los horribles
maltratos a Nuestro Señor Eucaristía – que es continuamente pisoteado a causa
de la comunión en la mano, durante la cual casi siempre caen en el suelo pequeños
fragmentos de la Santa Hostia; que es tratado de manera minimalista, privado de
lo sagrado, manipulado como si fuera una galleta, o tratado como basura por el
uso de guantes domésticos – ningún obispo verdaderamente católico, ningún
sacerdote ni ningún fiel laico puede permanecer indiferente y simplemente
quedarse de pie y mirar.
Hay que iniciar una cruzada
mundial de reparación y consuelo al Señor Eucaristía. Como una medida concreta
para ofrecer al Señor Eucaristía, que necesita urgentemente actos de reparación
y consuelo, cada católico podría prometer ofrecer mensualmente al menos una
hora completa de adoración eucarística, ya sea antes del Santísimo Sacramento
en el sagrario o antes del Santísimo Sacramento expuesto en el custodia. La
Sagrada Escritura dice: “Donde abundan los pecados,
abundó más la gracia” (Rm. 5:20) y podemos añadir de forma análoga: “Donde abundan los abusos eucarísticos, abundarán más los
actos de reparación.”
El día en que, en todas las
iglesias del mundo católico, los fieles reciban al Santísimo Sacramento, velado
bajo la especie de la pequeña Hostia Sagrada, con verdadera fe y corazón puro,
en el gesto bíblico de adoración (proskynesis), es decir, arrodillado y
con la actitud de un niño, abriendo la boca y dejándose alimentar por Cristo
mismo con espíritu de humildad, entonces sin duda llegará la verdadera
primavera espiritual. La Iglesia crecerá en la pureza de la Fe Católica, en el
celo misionero por la salvación de las almas y en la santidad del clero y de
los fieles. De hecho, el Señor visitará su Iglesia con sus gracias en la medida
en que lo veneremos en su inefable sacramento del amor (sic nos Tu visita,
sicut Te colimus).
Dios conceda que a través de
la cruzada eucarística de reparación, pueda aumentar el número de adoradores,
amantes, defensores y reparadores del Señor Eucaristía. Que los dos pequeños
apóstoles eucarísticos de nuestro tiempo, San Francisco Marto y el pronto beato
Carlo Acutis (beatificación el 10 de octubre de 2020) y todos los santos
eucarísticos, sean los protectores de esta cruzada eucarística. Porque, como
nos recuerda san Pedro Julián Eymard, la verdad irrevocable es la siguiente: “Una época prospera o decae en proporción a su devoción a
la Eucaristía. Esta es la medida de su vida espiritual, fe, caridad y
virtud.”
+
Athanasius Schneider, Obispo Auxiliar de la archidiócesis de Santa
María en Astaná
Oración de la
Cruzada de Reparación al Corazón Eucarístico de Jesús
¡Dios
mío, yo creo, adoro, confío, y te amo! Pido perdón por aquellos que no creen,
no adoran, no confían y no te aman. (tres veces)
Oh Divino Corazón Eucarístico
de Jesús, aquí nos tienes, postrados con un corazón contrito y adorador ante la
majestad de tu amor redentor en el Santísimo Sacramento. Declaramos nuestra
disposición a reparar por expiación voluntaria, no sólo por nuestras propias
ofensas personales, sino en particular por los indescriptibles ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los que eres ofendido en el Santísimo
Sacramento de tu Amor Divino en este nuestro tiempo, especialmente a través de
la práctica de la comunión en la mano y por la recepción de la Santa Comunión
en un estado de incredulidad y pecado mortal.
Cuanto más ataque la
incredulidad vuestra Divinidad y vuestra presencia real en la Eucaristía, más
creemos en Vos y os adoramos, ¡oh Corazón Eucarístico de Jesús, en quien habita
toda la plenitud de la Divinidad!
Cuanto más se desprecien
vuestros sacramentos, más firmemente creeremos en ellos y más reverentemente
queremos recibirlos, ¡Oh Corazón Eucarístico de Jesús, fuente de vida y
santidad!
Cuanto más se denigre y se
blasfeme contra vuestro Santísimo Sacramento, más proclamaremos solemnemente: “¡Dios
mío, yo creo, adoro, confío y te amo! Pido perdón por aquellos que no creen, no
adoran, no confían y no te aman” ¡Oh Corazón eucarístico de Jesús,
más digno eres de toda alabanza!
Cuanto más abandonado y
olvidado estés en vuestras iglesias, más queremos visitaros a Vos que moráis
entre nosotros en los sagrarios de nuestras iglesias, ¡Oh Corazón Eucarístico
de Jesús, Casa de Dios y Puerta del Cielo!
Cuanto más se prive de su
carácter sagrado a la celebración del sacrificio eucarístico, más queremos
apoyar una celebración reverente de la Santa Misa, orientada exterior e
interiormente hacia Vos, ¡Oh Corazón Eucarístico de Jesús, Tabernáculo del
Altísimo!
Cuanto más os reciban en las
manos quienes comulgan de pie, faltos de un signo de humildad y adoración, más
queremos recibiros arrodillados y en la boca, con la humildad del publicano y
la sencillez de un niño, ¡oh Corazón Eucarístico de Jesús, de infinita
majestad!
Cuanto más os reciben en la
Santa Comunión los corazones inmundos en estado de pecado mortal, más queremos
hacer nosotros actos de contrición y limpiar nuestro corazón con una frecuente
recepción del Sacramento de la Penitencia, ¡Oh Corazón Eucarístico de Jesús,
nuestra Paz y Reconciliación!
Cuanto más obra el infierno
para la perdición de las almas, más puede arder nuestro celo por su salvación
por el fuego de vuestro amor, ¡oh Corazón Eucarístico de Jesús, salvación de
los que esperan en Vos!
Cuanto más se declara la
diversidad de religiones como la voluntad positiva de Dios y como un derecho
basado en la naturaleza humana; y cuanto más crece el relativismo doctrinal,
más confesamos vivamente que Tú eres el único Salvador de la humanidad y el
único camino a Dios Padre, ¡Oh Corazón Eucarístico de Jesús, Rey y centro de
todos los corazones!
Cuanto más sigan sin arrepentirse
algunas autoridades de la Iglesia de la exhibición de ídolos paganos en las
iglesias, e incluso en Roma, tanto más confesaremos la verdad: “¿Qué acuerdo
hay entre el templo de Dios y los ídolos?” (2 Co. 6:16); y tanto más
condenaremos con Vos “la abominación de la desolación, de pie en el lugar
santo” (Mateo 24:15), ¡Oh Corazón Eucarístico de Jesús, santo Templo de Dios!
¡Cuanto más se olviden y
transgredan vuestros santos mandamientos, más queremos observarlos con la ayuda
de vuestra gracia, ¡oh corazón eucarístico de Jesús, abismo de todas las
virtudes!
Cuanto más reinen la
sensualidad, el egoísmo y el orgullo entre los hombres, más queremos dedicaros
nuestra vida con espíritu de sacrificio y abnegación, ¡Oh Corazón eucarístico
de Jesús, abrumado por reproches!
Cuanto más violentamente las
puertas del infierno asalten vuestra Iglesia y la roca de Pedro en Roma, más
creemos en la indestructibilidad de vuestra Iglesia, ¡oh Corazón Eucarístico de
Jesús, fuente de todo consuelo, que no abandona su iglesia ni a la roca de
Pedro ni siquiera en las tormentas más pesadas!
Cuantas más personas se
separen entre sí en el odio, la violencia y el egoísmo, más íntimamente
nosotros, como miembros de la única familia de Dios en la Iglesia, queremos
amarnos unos a otros en Vos, ¡Oh Corazón Eucarístico de Jesús, lleno de bondad
y amor!
¡Oh Divino Corazón Eucarístico
de Jesús, concédenos tu gracia, para que seamos fieles y humildes adoradores,
amantes, defensores y reparadores de tu Corazón Eucarístico en esta vida y lleguemos
a recibir las glorias de tu amor en la visión beatífica para toda la eternidad!
Amén.
¡Dios
mío, yo creo, adoro, confío, y te amo! Pido perdón por aquellos que no creen,
no adoran, no confían y no te aman. (tres veces)
¡Nuestra Señora del Santísimo
Sacramento, ora por nosotros!
Santo Tomás de
Aquino, San Pedro Julián Eymard, San Francisco Marto, San Pío de Pietrelcina y
todos los santos eucarísticos, ¡orad por nosotros!
Pedro L. Llera
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