miércoles, 22 de julio de 2020

LA PLEGARIA EUCARÍSTICA


PUNTO CULMINANTE DE LA LITURGIA CATÓLICA
Es relativamente común que, a pesar de asistir a Misa regularmente, muchas personas no logran apreciar el significado de las diversas partes de la Sagrada Liturgia, ni se benefician plenamente de ellas, porque nunca se las han explicado, especialmente si no tuvieron una educación católica.
Por razones de espacio nos limitaremos, en esta edición dedicada al Sacramento de la Sagrada Eucaristía, a exponer sucintamente una de las parte más importantes de la Santa Misa, que muchas veces pasa desapercibida para la asamblea por falta de la atención y devoción debidas: la Plegaria Eucarística.
La Plegaria Eucarística. Esta hermosa plegaria es la oración central de la Misa, que el sacerdote que preside la proclama en nombre de toda la comunidad. Cuando el sacerdote reza la Plegaria Eucarística, no sólo Cristo se hace presente de nuevo en su cuerpo y sangre, alma y divinidad, bajo las formas de pan y vino, sino también la acción salvadora de Cristo &mdashsu pasión, muerte y resurrección&mdash y quien la ofrece al Padre es el propio Cristo, en la persona del sacerdote y de todos los presentes.
¡Esta es una verdad de suma importancia! El sacrificio mesiánico de Cristo, ofrecido una sola vez y por todos en el Calvario, que nos trajo la Redención librándonos del pecado y de la muerte eterna, se hace presente para nosotros aquí y ahora, en nuestro tiempo y lugar, con el fin de que nos unamos a la ofrenda perfecta de Cristo y participemos personalmente en el culto perfecto de la sagrada liturgia.
La Plegaria Eucarística es una oración netamente “presidencial”, es decir, le corresponde rezarla al sacerdote que preside la asamblea, por lo tanto la congregación no debe rezarla ni en todo ni en parte. Quien la proclama es el sacerdote que preside porque él asume la persona de Cristo Sacerdote y Mediador (“Instrucción General para el Uso del Misal Romano, IGMR, 147).
Antiguamente existía una sola Plegaria Eucarística, llamada también “Canon romano”, pero después del Concilio Vaticano II, la Iglesia nos ofrece varias plegarias que puede usar el sacerdote según el tiempo litúrgico o la ocasión especial de que se trate.
Lo importante es darse cuenta de que la oración se dirige, no a Cristo, sino al Padre: “Padre misericordioso, te pedimos humildemente...”; “Así pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo, te ofrecemos...”; “Te alabamos, Padre santo, porque eres grande y porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor...” De hecho es un culto de adoración que el propio Cristo ofrece al Padre, tal como lo hizo en el momento de su pasión, muerte y resurrección, pero ahora lo ofrece por intermedio del sacerdote, que actúa “en la persona de Cristo”, junto con todos los que formamos el Cuerpo de Cristo, la Iglesia.
LAS PARTES DE LA PLEGARIA. Los principales elementos de la Plegaria Eucarística son los siguientes:
Acción de gracias. Al comenzar la Plegaria, con el Prefacio, el sacerdote glorifica a Dios Padre, en nombre de todo el Pueblo santo, y le da gracias por toda la obra de salvación o por alguno de sus aspectos particulares, según las variantes del día, la festividad o el tiempo litúrgico.
Aclamación. Ante la salvación que se anuncia y se realiza, toda la asamblea junto con el sacerdote prorrumpe en el alegre y esperanzado canto del Santo, aclamación con que los fieles reconocemos la magnificencia y la absoluta santidad de Dios y le ofrecemos la alabanza y adoración que merece y que continuará en la eternidad (Apocalipsis 4,8).
Epíclesis o invocación. Es el momento en que el sacerdote intercede, con las manos extendidas sobre las ofrendas, y le suplica a Dios que envíe el Espíritu santificador sobre las ofrendas de pan y vino para que sean consagradas, es decir, se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo “y para que los fi eles, al recibirlos, se conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios” (CIC, 1105). En este momento, por lo general, se hacen sonar unas campanillas llamando al pueblo a concentrar la atención en el milagro extraordinario que está sucediendo en ese preciso momento: ¡Jesucristo Nuestro Señor se está haciendo presente!
La transformación del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor es lo que se llama la “transubstanciación”, es decir, la acción por medio de la cual la sustancia material del pan y del vino se transforma en la sustancia divina del cuerpo y la sangre del Señor. Las especies no cambian de apariencia (color, sabor), pero sí cambian de sustancia y constituyen, en sí mismas, la presencia real de Jesucristo Sacramentado, fuente de vida eterna para todos los fieles.
Narración de la institución del Sacramento y consagración de las ofrendasMediante las palabras y acciones del sacerdote, que actúa “en la persona de Cristo”, se lleva a cabo el sacrificio que el propio Cristo instituyó en la Última Cena, cuando ofreció su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y vino y se lo dio a los apóstoles como alimento y bebida, dejándoles el mandato de perpetuar este mismo misterio: “Hagan esto en memoria de mí” (Lucas 22,19).
Tras la consagración, el sacerdote presenta la sagrada Hostia y el Cáliz que contiene la Sangre preciosa de Cristo, elevándolos con ambas manos para que el pueblo adore la Presencia Real de Cristo Sacramentado, momento en el que se hacen sentir nuevamente las campanillas invitando al pueblo a adorar al Señor.
Anámnesis o memorial: La Iglesia, cumpliendo este encargo que recibió de Cristo el Señor, a través de los Apóstoles, realiza el memorial del mismo Cristo, es decir, el recuerdo de su bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección y su ascensión al cielo. Pero no es la evocación pasiva y fría de un acontecimiento pasado, sino un memorial vivo, realizado en el aquí y ahora de la asamblea. En la Sagrada Eucaristía, la Iglesia celebra y hace presente de nuevo la potencia salvadora de los hechos que nos merecieron la reconciliación con Dios.
Oblación u ofrecimiento del sacrificio: La Iglesia reunida en la asamblea ofrece al Padre, en el Espíritu Santo, la víctima inmaculada, es decir, la Hostia santa; pero al mismo tiempo espera que los fieles no sólo se unan al ofrecimiento de la víctima inmaculada sobre el altar, sino que también aprendan a ofrecerse ellos mismos, y que día a día perfeccionen, con la mediación de Cristo, la unidad con Dios y entre unos y otros.
Intercesiones: La Sagrada Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia, es decir, la del cielo y la de la tierra, y el ofrecimiento se hace por ella y por todos sus miembros vivos y difuntos, miembros que han sido llamados a participar de la salvación y la redención adquiridas por el Cuerpo y la Sangre de Cristo (v. IGMR, 79). Por eso hay una intercesión explícita por todos ellos: el Papa, el Obispo, la jerarquía eclesiástica, los oferentes, los que están reunidos, los ausentes, los enfermos, los necesitados y los difuntos.
Doxología final. Finalmente, al concluir la Plegaria Eucarística, el sacerdote resume todo lo ocurrido hasta ese momento proclamando: “Por Cristo, con Él (Cristo) y en Él (Cristo), a Ti, Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos”. Los fieles, privilegiados de poder hacer nuestro el mismo ofrecimiento, respondemos con la aclamación más importante de la Misa, el gran Amén, con el cual profesamos que la acción de Cristo es también nuestra acción. La palabra amén, de origen semítico, con la que asentimos y reafirmamos lo que hace y declara el sacerdote, no significa sólo “así sea”; sino que es una ratificación personal de lo que consideramos cierto y verdadero, es publicar la seguridad de la fe y la convicción. “El amén es la firma que ponemos a un documento &mdashdice San Agustín&mdash porque por el amén hacemos nuestro el contenido de lo que firmamos.”
Participación. La Plegaria Eucarística, como hemos dicho, es presidencial, es decir, la pronuncia el sacerdote, pero la congregación no permanece pasiva. Además de oírla atentamente y sumarse a ella, va subrayando con sus respuestas, llenas de convicción, los diversos elementos de la oración. Así, tras la alabanza que se le da al Padre en el Prefacio, el pueblo entona el Santo; tras el memorial de Cristo, lo subraya diciendo “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven Señor Jesús” u otras fórmulas que propone el Misal.
Una forma de participación de la asamblea que también es valiosa es el silencio sagrado: “La Plegaria Eucarística exige que todos la escuchen con reverencia y en silencio” (v. IGMR, 78), pero no se trata de un silencio pasivo o inactivo, y menos de distracción, sino un silencio de oración y contemplación.
Sobre esto, el Concilio Vaticano II nos enseña: “Por tanto la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio como extraños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la Palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la Hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, y se perfeccionen día a día por Cristo, mediador en la unión con Dios y entre sí, para que finalmente Dios sea todo en todos” (Constitución sobre la Sagrada Liturgia, 48).
Conclusión. La Iglesia nos enseña que en la Santa Misa, durante la Plegaria Eucarística, se hace presente Cristo, no sólo en su Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad bajo las especies consagradas del pan y el vino, sino también en su acción salvadora, su pasión, muerte y resurrección, que el mismo Cristo ofrece al Padre en la persona del sacerdote y de todos los presentes.
En efecto, si el propio Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, el Rey de Reyes y Señor de Señores, se hace presente para nosotros en cada celebración eucarística, por el poder del Espíritu Santo y en virtud de las fórmulas y acciones litúrgicas que realiza el sacerdote, cuyas manos han sido ungidas y consagradas, ¿no vamos a contemplarlo y adorarlo nosotros también con toda la atención y devoción que podamos? ¿No vamos a entregarnos de nuevo a su cuidado y protección? ¿No le vamos a pedir de corazón que nos perdone, nos sane y nos fortalezca en la fe?
Es claro, pues, que si queremos que nuestra participación en la Santa Misa sea más que el mero “cumplimiento de un deber” y sea en realidad una ocasión sagrada en la que podemos entrar directa y personalmente en los misterios de nuestra Redención y recibir las gracias y bendiciones espirituales que nos ofrece nuestro Señor en la santa Comunión, debemos poner toda nuestra atención y devoción a lo que sucede en el altar, rechazar las distracciones y elevar el espíritu y la mente a la Presencia divina que tenemos ante nuestros ojos.
6.      2ª EPÍCLESIS
        Suele haber una segunda epíclesis, es decir, una petición humilde para que el fruto de la Eucaristía sea la unión de la Iglesia, la comunión formando un solo Cuerpo vivificado por el Espíritu Santo: “para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la Comunión sirva para la salvación de quienes van a participar en ella(IGMR 79). Es el Espíritu Santo quien edifica la Iglesia, Cuerpo de Cristo:
Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia, hasta el altar del cielo, por manos tu ángel, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición (Canon romano).
Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo (Plegaria eucarística II).
Para que, fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu. Que él nos transforme en ofrenda permanente (Plegaria eucarística III).
Concede a cuantos compartimos este pan y este cáliz, que, congregados en un solo cuerpo por el Espíritu Santo, seamos en Cristo víctima viva para alabanza de tu gloria (Plegaria eucarística IV).
7.      INTERCESIONES
        En la Plegaria eucarística hay siempre intercesiones, es decir, suplicas de la Iglesia, expresando también la comunión eclesial, con la Iglesia que peregrina, con la Iglesia del purgatorio y con la Iglesia celestial: “Intercesiones: por las cuales se expresa que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia, tanto con la del cielo, como con la de la tierra; y que la oblación se ofrece por ella misma y por todos sus miembros, vivos y difuntos, llamados a participar de la redención y de la salvación adquiridas por el Cuerpo y la Sangre de Cristo” (IGMR 79).
    7.1. COMUNIÓN CON LA IGLESIA PEREGRINA
      En primer lugar, destaquemos la comunión con toda la Iglesia, porque la Eucaristía ni es privada ni es de un grupo, sino es la Iglesia entera aunque esté un solo sacerdote celebrándola; en comunión con la Iglesia peregrina y pidiendo por ella y sus necesidades:
Ante todo, por tu Iglesia santa y católica, para que le concedas la paz, la protejas, la congregues en la unidad y la gobiernes en el mundo entero, con tu servidor el Papa N., con nuestro obispo N., y todos los demás Obispos que, fieles a la verdad, promueven la fe católica y apostólica (Canon romano).
Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra; y con el Papa N., con nuestro Obispo N., y todos los pastores que cuidan de tu pueblo, llévala a su perfección por la caridad (Plegaria eucarística II).
Confirma en la fe y en la caridad a tu Iglesia, peregrina en la tierra: al tu servidor, el Papa N., a nuestro obispo N., al orden episcopal, a los presbíteros y diáconos, y a todo el pueblo redimido por ti (Plegaria eucarística III).
Y ahora, Señor, acuérdate de todos aquellos por quienes se ofrece este sacrificio: de tu servidor el Papa N., de nuestro obispo N., del orden episcopal y de los presbíteros y diáconos, de los oferentes y de los aquí reunidos, de todo tu pueblo santo y de aquellos que te buscan con sincero corazón (Plegaria eucarística IV).
    En esas intercesiones por la Iglesia peregrina, hay embolismos, textos que se pueden añadir, por aquellos que han sido recién bautizados, o confirmados, o en la Misa del Matrimonio, etc. Por ejemplo, en el Canon romano:
EN LA MISA DE CONFIRMACIÓN:
Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, que hoy te ofrecemos por N. y N. (aquellos) que, renacidos en el Bautismo, te has dignado confirmar por el don del Espíritu Santo; recíbela en tu bondad y conserva en ellos tu gracia.
EN LA MISA DE PRIMERA COMUNIÓN:
Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, que hoy te ofrecemos especialmente por N. y N. (aquellos) que por vez primera invitas en este día a participar del pan de vida y del cáliz de salvación, en la mesa de tu familia; concédeles crecer siempre en tu amistad y en la comunión con tu Iglesia.
O EN LA PLEGARIA EUCARÍSTICA II:
En la misa del matrimonio:
Acuérdate, Señor, de N. y N., a quienes has concedido llegar al día de su matrimonio; que permanezcan, por tu gracia, en el amor mutuo y la paz.
 7.2. COMUNIÓN CON LA IGLESIA PURGANTE
Se celebra en comunión con la Iglesia purgante, es decir, con las almas del purgatorio, con los fieles difuntos que se están purificando antes de la visión plena en la gloria. Este es un punto importante de escatología en nuestra fe. Oramos por los difuntos, no nos encomendamos a ellos; intercedemos por sus almas, no los canonizamos ni es un recuerdo pensando que ya están en la casa del Padre. Oramos y suplimos con sacrificios y oraciones su purificación. “Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo” (CAT 1030). Por eso “Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios” (CAT 1032).
     Oramos por los difuntos para que lleguen a la casa del Padre purificados y limpios, no dando por hecho que ya han llegado y están ahí por el mero hecho de morir. La mención a los difuntos es una intercesión en la Plegaria eucarística:
Acuérdate también, Señor, de tus hijos [N. y N.], que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz. A ellos, Señor, y a cuantos descansan en Cristo, concédeles el lugar del consuelo, de la luz y de la paz (Canon romano).
Acuérdate también de nuestros hermanos que durmieron en la esperanza de la resurrección, y de todos los que han muerto en tu misericordia; admítelos a contemplar la luz de tu rostro (Plegaria eucarística II).
A nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu amistad recíbelos en tu reino (Plegaria eucarística III).
O el embolismo por un difunto en la Misa exequial, precioso y breve resumen de la fe en las realidades últimas:
Recuerda a tu hijo (hija) N. a quien llamaste [hoy] de este mundo a tu presencia: concédele que así como ha compartido ya la muerte de Jesucristo comparta, también, con él la gloria de la resurrección, cuando Cristo haga surgir de la tierra a los muertos, y transforme nuestro cuerpo frágil en cuerpo glorioso como el suyo. Y a nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu amistad recíbelos en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al contemplarte como tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas (Plegaria eucarística III).
7.3. COMUNIÓN CON LA IGLESIA CELESTIAL
Y comunión con la Iglesia del cielo, a la que esperamos llegar e integrarnos, en la Ciudad de Dios, alabando por siempre a la Santa Trinidad. La Misa no es reunión de un grupo visible, asociación, comunidad, movimiento, etc., sino que la Misa es el cielo en la tierra, con el altar de la tierra visibilizando el altar del cielo y rodeados por los ángeles y los santos. El cielo y la tierra se unen en la Santa Misa y alientan a la Iglesia peregrina a llegar al cielo, a gozar de la Jerusalén celestial, a esperar con esperanza sobrenatural. No es fiesta humana, ni asamblea terrena de comprometidos, ni catequesis subversiva de valores: eso es reducir y matar la liturgia con espíritu secular. Nada de eso es la Eucaristía celebrada. Veamos los textos de las Plegarias:
Reunidos en comunión con toda la Iglesia, veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor;  la de su esposo, San José; la de los santos apóstoles y mártires Pedro y Pablo, Andrés, [Santiago y Juan, Tomás, Santiago y Felipe, Bartolomé, Mateo, Simón y Tadeo; Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio, Cipriano, Lorenzo, Crisógono, Juan y Pablo, Cosme y Damián,] y la de todos los santos; por sus méritos y oraciones concédenos en todo tu protección (Canon romano).
Ten misericordia de todos nosotros, y así, con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san José, los apóstoles y cuantos vivieron en tu amistad a través de los tiempos, merezcamos, por tu Hijo Jesucristo, compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas (Plegaria eucarística II).
Que él nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos: con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san José, los apóstoles y los mártires, [san N.: santo del día o patrono] y todos los santos, por cuya intercesión confiamos obtener siempre tu ayuda (Plegaria eucarística III).
Padre de bondad, que todos tus hijos nos reunamos en la heredad de tu reino, con María, la Virgen Madre de Dios, con su esposo san José, con los apóstoles y los santos; y allí, junto con toda la creación libre ya del pecado y de la muerte, te glorifiquemos por Cristo, Señor nuestro (Plegaria eucarística IV).
 8.      DOXOLOGÍA
 La doxología final. Es el broche de oro, el remate precioso de la gran Plegaria. “Doxología final: por la cual se expresa la glorificación de Dios, que es afirmada y concluida con la aclamación Amén del pueblo” (IGMR 79).
     El sacerdote tomando la patena con ambas manos, y el diácono el cáliz, ambos bien elevados, canta (sí, canta, por lo menos los domingos y solemnidades): “Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente…” y todos, a una sola voz, responden cantando el “Amén” conclusivo de la Plegaria.
      Hemos recorrido las partes de la Plegaria eucarística con sus textos para que nos iluminen. Recordemos, a manera de síntesis, esas partes:
-Prefacio y Sanctus
-Epíclesis
-Narración de la institución y consagración
-Anámnesis
-Oblación
-Intercesiones
-Doxología.
Javier Sánchez Martínez

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