PUNTO CULMINANTE DE LA
LITURGIA CATÓLICA
Es relativamente común que, a pesar
de asistir a Misa regularmente, muchas personas no logran apreciar el significado
de las diversas partes de la Sagrada Liturgia, ni se benefician plenamente de
ellas, porque nunca se las han explicado, especialmente si no tuvieron una
educación católica.
Por razones de espacio nos
limitaremos, en esta edición dedicada al Sacramento de la Sagrada Eucaristía, a
exponer sucintamente una de las parte más importantes de la Santa Misa, que
muchas veces pasa desapercibida para la asamblea por falta de la atención y
devoción debidas: la Plegaria Eucarística.
La Plegaria Eucarística. Esta
hermosa plegaria es la oración central de la Misa, que el sacerdote que preside
la proclama en nombre de toda la comunidad. Cuando el sacerdote reza la
Plegaria Eucarística, no sólo Cristo se hace presente de nuevo en su cuerpo y
sangre, alma y divinidad, bajo las formas de pan y vino, sino también la acción
salvadora de Cristo &mdashsu pasión, muerte y resurrección&mdash y
quien la ofrece al Padre es el propio Cristo, en la persona del sacerdote y de
todos los presentes.
¡Esta es una verdad de suma
importancia! El sacrificio mesiánico de
Cristo, ofrecido una sola vez y por todos en el Calvario, que nos trajo la
Redención librándonos del pecado y de la muerte eterna, se hace presente para
nosotros aquí y ahora, en nuestro tiempo y lugar, con el fin de que nos unamos
a la ofrenda perfecta de Cristo y participemos personalmente en el culto
perfecto de la sagrada liturgia.
La Plegaria Eucarística es una oración netamente “presidencial”, es decir, le corresponde rezarla
al sacerdote que preside la asamblea, por lo tanto la congregación no debe
rezarla ni en todo ni en parte. Quien la proclama es el sacerdote que preside
porque él asume la persona de Cristo Sacerdote y Mediador (“Instrucción
General para el Uso del Misal Romano, IGMR, 147).
Antiguamente existía una sola Plegaria Eucarística,
llamada también “Canon romano”, pero después
del Concilio Vaticano II, la Iglesia nos ofrece varias plegarias que puede usar
el sacerdote según el tiempo litúrgico o la ocasión especial de que se trate.
Lo importante es darse cuenta de que la oración se
dirige, no a Cristo, sino al Padre: “Padre
misericordioso, te pedimos humildemente...”; “Así pues, Padre, al celebrar
ahora el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo, te ofrecemos...”; “Te
alabamos, Padre santo, porque eres grande y porque hiciste todas las cosas con
sabiduría y amor...” De hecho es un culto de adoración que el propio
Cristo ofrece al Padre, tal como lo hizo en el momento de su pasión, muerte y
resurrección, pero ahora lo ofrece por intermedio del sacerdote, que actúa “en la persona de Cristo”, junto con todos los que
formamos el Cuerpo de Cristo, la Iglesia.
LAS PARTES DE LA PLEGARIA. Los principales elementos
de la Plegaria Eucarística son los siguientes:
Acción de gracias. Al
comenzar la Plegaria, con el Prefacio, el sacerdote glorifica a Dios Padre, en
nombre de todo el Pueblo santo, y le da gracias por toda la obra de salvación o
por alguno de sus aspectos particulares, según las variantes del día, la
festividad o el tiempo litúrgico.
Aclamación. Ante la
salvación que se anuncia y se realiza, toda la asamblea junto con el sacerdote
prorrumpe en el alegre y esperanzado canto del Santo, aclamación con que los fieles
reconocemos la magnificencia y la absoluta santidad de Dios y le ofrecemos la
alabanza y adoración que merece y que continuará en la eternidad (Apocalipsis
4,8).
Epíclesis o invocación. Es el
momento en que el sacerdote intercede, con las manos extendidas sobre las ofrendas,
y le suplica a Dios que envíe el Espíritu santificador sobre las ofrendas de
pan y vino para que sean consagradas, es decir, se conviertan en el Cuerpo y la Sangre
de Cristo “y para que los fi eles, al recibirlos,
se conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios” (CIC, 1105). En
este momento, por lo general, se hacen sonar unas campanillas llamando al
pueblo a concentrar la atención en el milagro extraordinario que está
sucediendo en ese preciso momento: ¡Jesucristo
Nuestro Señor se está haciendo presente!
La transformación del pan y el vino en el Cuerpo y
la Sangre del Señor es lo que se llama la “transubstanciación”,
es decir, la acción por medio de la cual la sustancia material del pan y
del vino se transforma en la sustancia divina del cuerpo y la sangre del Señor.
Las especies no cambian de apariencia (color, sabor), pero sí cambian de
sustancia y constituyen, en sí mismas, la presencia real de Jesucristo
Sacramentado, fuente de vida eterna para todos los fieles.
Narración de la institución del
Sacramento y consagración de las ofrendas. Mediante las palabras y acciones del sacerdote, que actúa “en la persona de Cristo”, se lleva a cabo el
sacrificio que el propio Cristo instituyó en la Última Cena, cuando ofreció su
Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y vino y se lo dio a los apóstoles
como alimento y bebida, dejándoles el mandato de perpetuar este mismo misterio:
“Hagan esto en memoria de mí” (Lucas 22,19).
Tras la consagración, el sacerdote presenta la
sagrada Hostia y el Cáliz que contiene la Sangre preciosa de Cristo,
elevándolos con ambas manos para que el pueblo adore la Presencia Real de
Cristo Sacramentado, momento en el que se hacen sentir nuevamente las
campanillas invitando al pueblo a adorar al Señor.
Anámnesis o memorial: La Iglesia, cumpliendo este encargo que recibió de Cristo el Señor, a
través de los Apóstoles, realiza el memorial del mismo Cristo, es decir, el
recuerdo de su bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección y su ascensión
al cielo. Pero no es la evocación pasiva y fría de un acontecimiento pasado,
sino un memorial vivo, realizado en el aquí y ahora de la asamblea. En la
Sagrada Eucaristía, la Iglesia celebra y hace presente de nuevo la potencia
salvadora de los hechos que nos merecieron la reconciliación con Dios.
Oblación u ofrecimiento del sacrificio: La
Iglesia reunida en la asamblea ofrece al Padre, en el Espíritu Santo, la
víctima inmaculada, es decir, la Hostia santa; pero al mismo tiempo espera que
los fieles no sólo se unan al ofrecimiento de la víctima inmaculada sobre el
altar, sino que también aprendan a ofrecerse ellos mismos, y que día a día
perfeccionen, con la mediación de Cristo, la unidad con Dios y entre unos y otros.
Intercesiones: La
Sagrada Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia, es decir, la del
cielo y la de la tierra, y el ofrecimiento se hace por ella y por todos sus
miembros vivos y difuntos, miembros que han sido llamados a participar de la salvación
y la redención adquiridas por el Cuerpo y la Sangre de Cristo (v. IGMR, 79).
Por eso hay una intercesión explícita por todos ellos: el
Papa, el Obispo, la jerarquía eclesiástica, los oferentes, los que están
reunidos, los ausentes, los enfermos, los necesitados y los difuntos.
Doxología final. Finalmente,
al concluir la Plegaria Eucarística, el sacerdote resume todo lo ocurrido hasta
ese momento proclamando: “Por Cristo, con Él
(Cristo) y en Él (Cristo), a Ti, Dios Padre Omnipotente, en la unidad del
Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos”. Los
fieles, privilegiados de poder hacer nuestro el mismo ofrecimiento, respondemos
con la aclamación más importante de la Misa, el gran Amén, con el cual
profesamos que la acción de Cristo es también nuestra acción. La palabra amén,
de origen semítico, con la que asentimos y reafirmamos lo que hace y declara el
sacerdote, no significa sólo “así sea”; sino
que es una ratificación personal de lo que consideramos cierto y verdadero, es
publicar la seguridad de la fe y la convicción. “El
amén es la firma que ponemos a un documento &mdashdice San
Agustín&mdash porque por el amén hacemos nuestro el contenido de lo que firmamos.”
Participación. La Plegaria Eucarística, como hemos dicho, es presidencial, es decir, la
pronuncia el sacerdote, pero la congregación no permanece pasiva. Además de
oírla atentamente y sumarse a ella, va subrayando con sus respuestas, llenas de
convicción, los diversos elementos de la oración. Así, tras la alabanza que se
le da al Padre en el Prefacio, el pueblo entona el Santo; tras el memorial de
Cristo, lo subraya diciendo “Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección. Ven Señor Jesús” u otras fórmulas que
propone el Misal.
Una forma de participación de la asamblea que
también es valiosa es el silencio sagrado: “La
Plegaria Eucarística exige que todos la escuchen con reverencia y en silencio”
(v. IGMR, 78), pero no se trata de un silencio pasivo o inactivo, y menos de
distracción, sino un silencio de oración y
contemplación.
Sobre esto, el Concilio Vaticano II nos enseña: “Por tanto la Iglesia, con solícito cuidado, procura que
los cristianos no asistan a este misterio como extraños y mudos espectadores,
sino que, comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen
consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la
Palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Señor, den gracias a Dios,
aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la Hostia inmaculada no sólo por
manos del sacerdote, sino juntamente con él, y se perfeccionen día a día por
Cristo, mediador en la unión con Dios y entre sí, para que finalmente Dios sea
todo en todos” (Constitución sobre la Sagrada Liturgia, 48).
Conclusión. La Iglesia nos enseña que en la Santa Misa, durante la Plegaria
Eucarística, se hace presente Cristo, no sólo en su Cuerpo y Sangre, Alma y
Divinidad bajo las especies consagradas del pan y el vino, sino también en su
acción salvadora, su pasión, muerte y resurrección, que el mismo Cristo ofrece
al Padre en la persona del sacerdote y de todos los presentes.
En efecto, si el propio Jesucristo, nuestro Señor y
Salvador, el Rey de Reyes y Señor de Señores, se hace presente para nosotros en
cada celebración eucarística, por el poder del Espíritu Santo y en virtud de
las fórmulas y acciones litúrgicas que realiza el sacerdote, cuyas manos han
sido ungidas y consagradas, ¿no vamos a
contemplarlo y adorarlo nosotros también con toda la atención y devoción que
podamos? ¿No vamos a entregarnos de nuevo a su cuidado y protección? ¿No le
vamos a pedir de corazón que nos perdone, nos sane y nos fortalezca en la fe?
Es claro, pues, que si queremos que nuestra
participación en la Santa Misa sea más que el mero “cumplimiento
de un deber” y sea en realidad una ocasión sagrada en la que podemos
entrar directa y personalmente en los misterios de nuestra Redención y recibir
las gracias y bendiciones espirituales que nos ofrece nuestro Señor en la santa
Comunión, debemos poner toda nuestra atención y devoción a lo que sucede en el
altar, rechazar las distracciones y elevar el espíritu y la mente a la
Presencia divina que tenemos ante nuestros ojos.
6. 2ª EPÍCLESIS
Suele haber una segunda epíclesis, es decir,
una petición humilde para que el fruto de la Eucaristía sea la unión de la
Iglesia, la comunión formando un solo Cuerpo vivificado por el Espíritu Santo: “para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la
Comunión sirva para la salvación de quienes van a participar en ella” (IGMR 79). Es el Espíritu Santo quien edifica la
Iglesia, Cuerpo de Cristo:
Te pedimos
humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia,
hasta el altar del cielo, por manos tu ángel, para que cuantos recibimos el
Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar, seamos
colmados de gracia y bendición (Canon romano).
Te pedimos
humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos
participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo (Plegaria eucarística II).
Para que,
fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo,
formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu. Que él nos transforme en
ofrenda permanente (Plegaria eucarística III).
Concede a
cuantos compartimos este pan y este cáliz, que, congregados en un solo cuerpo
por el Espíritu Santo, seamos en Cristo víctima viva para alabanza de tu gloria
(Plegaria
eucarística IV).
En la Plegaria eucarística hay siempre intercesiones, es decir, suplicas de la
Iglesia, expresando también la comunión eclesial, con la Iglesia que peregrina,
con la Iglesia del purgatorio y con la Iglesia celestial: “Intercesiones: por las cuales se expresa que la
Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia, tanto con la del cielo,
como con la de la tierra; y que la oblación se ofrece por ella misma y por
todos sus miembros, vivos y difuntos, llamados a participar de la redención y
de la salvación adquiridas por el Cuerpo y la Sangre de Cristo” (IGMR 79).
7.1. COMUNIÓN CON LA IGLESIA
PEREGRINA
En primer lugar, destaquemos la comunión con toda la Iglesia, porque la Eucaristía ni es privada ni es de un grupo, sino es la
Iglesia entera aunque esté un solo sacerdote celebrándola; en comunión con la Iglesia peregrina y pidiendo
por ella y sus necesidades:
Ante todo, por
tu Iglesia santa y católica, para que le concedas la paz, la protejas, la
congregues en la unidad y la gobiernes en el mundo entero, con tu servidor el
Papa N., con nuestro obispo N., y todos los demás Obispos que, fieles a la
verdad, promueven la fe católica y apostólica (Canon romano).
Acuérdate,
Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra; y con el Papa N.,
con nuestro Obispo N., y todos los pastores que cuidan de tu pueblo, llévala a
su perfección por la caridad (Plegaria eucarística II).
Confirma en la
fe y en la caridad a tu Iglesia, peregrina en la tierra: al tu servidor, el
Papa N., a nuestro obispo N., al orden episcopal, a los presbíteros y diáconos,
y a todo el pueblo redimido por ti (Plegaria eucarística III).
Y ahora, Señor,
acuérdate de todos aquellos por quienes se ofrece este sacrificio: de tu
servidor el Papa N., de nuestro obispo N., del orden episcopal y de los
presbíteros y diáconos, de los oferentes y de los aquí reunidos, de todo tu
pueblo santo y de aquellos que te buscan con sincero corazón (Plegaria eucarística IV).
En esas
intercesiones por la Iglesia peregrina, hay embolismos, textos que se pueden
añadir, por aquellos que han sido recién bautizados, o confirmados, o en la
Misa del Matrimonio, etc. Por ejemplo, en el Canon romano:
EN LA MISA DE
CONFIRMACIÓN:
Acepta, Señor,
en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, que hoy
te ofrecemos por N. y N. (aquellos) que, renacidos en el Bautismo, te has
dignado confirmar por el don del Espíritu Santo; recíbela en tu bondad y
conserva en ellos tu gracia.
EN LA MISA DE
PRIMERA COMUNIÓN:
Acepta, Señor, en tu bondad,
esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, que hoy te ofrecemos especialmente por N. y N. (aquellos) que por vez
primera invitas en este día a participar del pan de vida y del cáliz de
salvación, en la mesa de tu familia; concédeles crecer siempre en tu amistad y
en la comunión con tu Iglesia.
O EN LA PLEGARIA
EUCARÍSTICA II:
En la misa del matrimonio:
Acuérdate,
Señor, de N. y N., a quienes has concedido llegar al día de su matrimonio; que
permanezcan, por tu gracia, en el amor mutuo y la paz.
7.2. COMUNIÓN CON LA IGLESIA PURGANTE
Se celebra en comunión con la
Iglesia purgante, es decir, con las almas del purgatorio, con los fieles
difuntos que se están purificando antes de la visión plena en la gloria. Este es
un punto importante de escatología en nuestra fe. Oramos por los
difuntos, no nos encomendamos a ellos; intercedemos por sus almas, no los
canonizamos ni es un recuerdo pensando que ya están en la casa del Padre. Oramos y suplimos con
sacrificios y oraciones su purificación. “Los que
mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados,
aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una
purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría
del cielo” (CAT 1030). Por eso “Desde los
primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha
ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS
856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de
Dios” (CAT 1032).
Oramos por los difuntos para que lleguen a la casa del Padre purificados y
limpios, no dando por hecho que ya han llegado y están ahí por el mero hecho de
morir. La mención a los difuntos es una intercesión en la Plegaria eucarística:
Acuérdate
también, Señor, de tus hijos [N. y N.], que nos han precedido con el signo de
la fe y duermen ya el sueño de la paz. A ellos, Señor, y a cuantos descansan en
Cristo, concédeles el lugar del consuelo, de la luz y de la paz (Canon romano).
Acuérdate
también de nuestros hermanos que durmieron en la esperanza de la resurrección,
y de todos los que han muerto en tu misericordia; admítelos a contemplar la luz
de tu rostro (Plegaria
eucarística II).
A nuestros
hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu amistad recíbelos en tu reino (Plegaria eucarística III).
O el embolismo por un difunto
en la Misa exequial, precioso y breve resumen de la fe en las realidades
últimas:
Recuerda a tu
hijo (hija) N. a quien llamaste [hoy] de este mundo a tu presencia: concédele
que así como ha compartido ya la muerte de Jesucristo comparta, también, con él
la gloria de la resurrección, cuando Cristo haga surgir de la tierra a los
muertos, y transforme nuestro cuerpo frágil en cuerpo glorioso como el suyo. Y
a nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu amistad recíbelos en tu
reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria;
allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al contemplarte como tú
eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos
eternamente tus alabanzas (Plegaria eucarística III).
7.3. COMUNIÓN CON LA IGLESIA CELESTIAL
Y comunión con la Iglesia del
cielo, a la que esperamos llegar e integrarnos, en la Ciudad de Dios, alabando
por siempre a la Santa Trinidad. La Misa no es reunión de un
grupo visible, asociación, comunidad, movimiento, etc., sino que la Misa es el
cielo en la tierra, con el altar de la tierra visibilizando el altar del cielo
y rodeados por los ángeles y los santos.
El cielo y la tierra se unen en la Santa Misa y alientan a la Iglesia
peregrina a llegar al cielo, a gozar de la Jerusalén celestial, a esperar con
esperanza sobrenatural. No es fiesta humana, ni
asamblea terrena de comprometidos, ni catequesis subversiva de valores: eso es
reducir y matar la liturgia con espíritu secular. Nada de eso es la Eucaristía celebrada. Veamos los textos de
las Plegarias:
Reunidos en
comunión con toda la Iglesia, veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa
siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor; la de su
esposo, San José; la de los santos apóstoles y mártires Pedro y Pablo, Andrés,
[Santiago y Juan, Tomás, Santiago y Felipe, Bartolomé, Mateo, Simón y Tadeo;
Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio, Cipriano, Lorenzo, Crisógono, Juan y
Pablo, Cosme y Damián,] y la de todos los santos; por sus méritos y oraciones
concédenos en todo tu protección (Canon romano).
Ten misericordia
de todos nosotros, y así, con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san
José, los apóstoles y cuantos vivieron en tu amistad a través de los tiempos,
merezcamos, por tu Hijo Jesucristo, compartir la vida eterna y cantar tus
alabanzas (Plegaria
eucarística II).
Que él nos
transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad junto con tus
elegidos: con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san José, los apóstoles
y los mártires, [san N.:
santo del día o patrono] y todos los santos, por
cuya intercesión confiamos obtener siempre tu ayuda (Plegaria
eucarística III).
Padre de bondad,
que todos tus hijos nos reunamos en la heredad de tu reino, con María, la
Virgen Madre de Dios, con su esposo san José, con los apóstoles y los santos; y
allí, junto con toda la creación libre ya del pecado y de la muerte, te
glorifiquemos por Cristo, Señor nuestro (Plegaria eucarística IV).
8. DOXOLOGÍA
La doxología final. Es el broche de oro, el remate precioso de la gran Plegaria. “Doxología final: por la cual se expresa la
glorificación de Dios, que es afirmada y concluida con la aclamación Amén del
pueblo” (IGMR 79).
El
sacerdote tomando la patena con ambas manos, y el diácono el cáliz, ambos bien elevados, canta (sí, canta, por lo menos los domingos y
solemnidades): “Por Cristo, con él y en
él, a ti, Dios Padre omnipotente…” y todos, a una sola voz, responden
cantando el “Amén” conclusivo de la
Plegaria.
Hemos recorrido las partes de la Plegaria eucarística con sus textos para que
nos iluminen. Recordemos, a manera de síntesis, esas partes:
-Prefacio y
Sanctus
-Epíclesis
-Narración de la
institución y consagración
-Anámnesis
-Oblación
-Intercesiones
-Doxología.
Javier Sánchez
Martínez
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