¿Cómo
me verán los demás? Creo que es una pregunta que en el fondo nos
hacemos todos. Y es muy válida… queremos ser aceptados por quienes nos rodean.
Tenemos un deseo de armonía innato que queremos mantener, pero ¿hasta qué punto
nos ayuda o nos esclaviza?
Vivimos constantemente bajo la
mirada de quienes nos rodean: padres, hermanos,
amigos, seguidores, compañeros de trabajo o escuela, quien te gusta o tu pareja.
Y cargamos con estas miradas sobre nosotros, como sombras con las que
constantemente nos comparamos o sentimos que decepcionamos.
Tenemos esa sensación de que
nos quedamos cortos o que no llenamos expectativas. Y si lo pensamos, son
miradas que nos vienen desde la infancia con compañeritos que nos molestaban o
profesores que nos humillaron. O hasta ahora, con los comentarios o discusiones
que tenemos en casa o con nuestros amigos. Pero ¿por
qué las seguimos cargando si no son nuestras?
LO QUE OTROS PIENSAN DE MÍ VS LO QUE EN REALIDAD
SOY
Si lo ponemos en perspectiva: lo que otros piensan o sienten es su percepción, no es
nuestra responsabilidad hacer que Juan o Lupe nos vean como realmente somos.
¿Y cómo deberían
vernos? Con
amor. Las miradas
que están llenas de miedos, resentimientos, culpas, impaciencia, son las que
llamamos a veces «miradas cortas»: que no ven
completamente. El amor es la mirada perfecta: no
miente, no lastima, no echa pesos sobre nuestros hombros, sino que al contrario
nos libera y nos ayuda a ser más nosotros
mismos, aprendiendo a integrar todo lo que somos.
Pero yo me pregunto: ¿no es la mirada de los demás la que nos ayuda a entender
lo que tenemos que cambiar? Sí, Cristo nos llama a dejarnos acompañar y
guiar… pero no por cualquier guía, sino por la del amor. Sin embargo nos
dejamos esclavizar por las opiniones subjetivas de los demás.
Nos hacen sentir pesados y
temerosos de fallar, constantemente insatisfechos con nosotros mismos. ¿Lo has sentido?
¿QUIERES SEGUIR VIVIENDO BAJO LA SOMBRA DE LOS DEMÁS
O DE DIOS?
Entonces me vino a la mente
este fragmento del Salmo 91: «El que habita al
abrigo del Altísimo se acoge a la sombra del Todopoderoso». ¡Bajo esa sombra sí
vale la pena vivir! Bajo la mirada y la noción que tiene Dios mismo
sobre nosotros, esa mirada nada corta, total y además (y por eso) llena de
amor.
¿Queremos seguir
viviendo bajo la mirada de los hombres…o de nuestro Creador amoroso? ¿Queremos
la paz que viene de su sombra y amparo o el estrés e intimidación de las
sombras que nos tapan la luz? Porque nuestro error aquí puede ser que estemos buscando más quien nos
apruebe, quién nos quiera… Más que ser realmente nosotros mismos, ese que Dios
sabe y entiende.
La vida nos viene de Dios, las
segundas oportunidades, el aire, los dones… pero
parece que cada día viviéramos en deuda con los demás. Así sean cercanos y «conocidos». Nos da miedo fallarles y Dios se nos
pierde de vista, ¡su sombra, su mirada: nos ampara!
Pero al buscar la de los otros… la desperdiciamos.
¡JESÚS SE HACÍA LA MISMA PREGUNTA!
¿Recuerdas el
pasaje en que pregunta «¿Y quién dicen ustedes que soy yo?» Mateo 16, 13-19:
«Al llegar a la
región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la
gente que es el Hijo del Hombre?» Ellos dijeron: «Unos dicen que es Juan
el Bautista; otros, que es Elías; y otros, que es Jeremías o alguno de los
profetas».
Él les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Simón
Pedro respondió: «¡Tú eres el Cristo, el Hijo del
Dios viviente!». Entonces Jesús le dijo: «Bienaventurado
eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre
que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta roca
edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no podrán vencerla. A
ti te daré las llaves del reino de los cielos».
De este pasaje podemos sacar
dos conclusiones geniales. Jesús pregunta y la respuesta
que le convence es la que no es revelada por criaturas, sino por «el Padre». Jesús les pide que no se dejen «fermentar»
con las condiciones que les inspiran los fariseos, sino con las de Él.
Jesús
ve a Pedro con otros ojos, no como esperaríamos: terco, dudoso, rudo, ¿cómo va a ser
Él el elegido de Dios? Sin embargo Dios lo mira como el pilar, su brazo derecho, nuestro primer
guía.
¿Qué diría de
nosotros Jesús? Bajo las miradas de los demás somos muchas cosas… pero Él nos mira
maravillosos. Como dice el papa Francisco: «Cuando
oramos, ¿nos dejamos empapar por la mirada amorosa del Padre?». ¿Qué diría hoy
Jesús de ti?
Escrito por Sandra Estrada
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