Se cumplen 16 años de los atentados del 11 de marzo
de 2004, en Atocha (España) en el que murieron 193 personas y más de dos mil
resultaron heridas. Esther Sáenz viajaba en el vagón en el que estalló la bomba
en la estación El Pozo, y aunque los médicos aseguraron que le quedaban 24
horas de vida, lo superó y vivió una profunda conversión en el Señor.
Esther Sáenz era farmacéutica, tenía dos niños y el
11 de marzo de 2004 viajaba en el tren de cercanías que le llevaba a Atocha,
Madrid, donde estallaron varias bombas en un atentado terrorista.
El vagón en el que viajaba Esther fue en el que mayor personas
fallecieron, tan sólo ella y otra persona sobrevivieron.
“Todo era un sinsentido. Lloré con mucha
desesperación. Hasta que una voz por dentro me dijo, ‘no tengas miedo’.
Entonces yo, enfadada pensaba, ¿no decías que ibas a estar siempre conmigo?,
¿por qué has permitido esto? Entonces comprendí que no podía reprocharle nada a
Dios, porque Él no lo había hecho conmigo. Nunca antes había dedicado ni un
segundo de tiempo a ver las ofensas que yo le había hecho a Él. Me encontré con
la mirada de Cristo”, declaró Sáenz en un encuentro en
la Universidad de Navarra (España).
Según explicó en una entrevista realizada por HM Televisión, Esther
recordó que experimentó “una conversión brutal en
Nuestro Señor” mientras estaba en la unidad de críticos del Hospital
Gregorio Marañón de Madrid.
“Cuando estaba convencida que me moría porque ni
sentía mi cuerpo (…) Ahí sentí que Cristo llenaba todos mis espacios, que
estaba dándome sentido a mi posible muerte”, asegura.
Según precisa, en ese tiempo sintió algo así como “qué lástima Esther que has tenido que pasar una cosa así
para que te des cuenta de quién soy Yo”.
“Fue brutal. Fue impresionante, nunca he sentido
nada parecido en mi vida. Te has tenido que despojar de cosas que estabas
poniendo entre tú y Yo, a pesar de que pensaba que era muy creyente. Era una
católica convencional de una fe heredada”, recordó.
En ese momento los médicos dijeron a su esposo que Esther no
sobreviviría porque su cuadro médico era tremendamente desolador. “Los médicos me daban 24 horas de vida”, recordó.
Pero se recuperó y desde entonces ha sufrido 13
cirugías y actualmente tiene un 67% de minusvalía.
Esas operaciones Esther las afrontó como “algo
que formaba parte de la conversión, era como que sentía que tenía que hacer
algo por Él, ya que Él había hecho tanto por mí”.
Por eso asegura que “todas esas cirugías
están todas ofrecidas (…) Cuando ya estaba que estaba en el quirófano, le decía
al Señor: ‘Va a ser lo que Tú quieras, pero que siempre sea para un bien
mayor’”.
“A veces lo ofrecía por conversiones concretas o
situaciones de personas que lo estaban pasando mal, y otras veces lo ofrecía a
fondo perdido, para lo que el Señor quisiera. Yo creo mucho en la comunión de
los santos y un avemaría bien rezado puede hacer un bien enorme quizás en
Asia”, afirmó.
Esther recuerda la cirugía más dura a la que tuvo que someterse, fue una
intervención en la que le retiraron sin anestesia unos “expansores”
de la cabeza.
“Recuerdo que la enfermera se subió encima de mí
para que no me moviera, porque si no el desgarro sería más grande. Y me dijo
‘grita si quieres’, lo que me hizo pensar que aquello sería tremendo. No grité
pero sí le dije al Señor: ‘Ayúdame por favor. Ayúdame’”.
“Cuando subí a la habitación le pedí a la enfermera
que me sacara un rosario, con el que duermo siempre, que es de Juan Pablo II y
que el Cardenal Rouco dio a los que estábamos en la unidad de críticos [por el
atentado del 11M]. Sólo quería abrazar el dolor con el Señor y ya está.
Esconderme en las llagas del Señor”, recuerda.
A pesar de que el atentado le dejó en incapacidad absoluta y permanente
para cualquier trabajo y todavía sufre muchas secuelas, Esther asegura que es
feliz.
“Me siento muy feliz porque cada cosa de mi día
tiene un sentido a los ojos del Señor”, precisa.
“Me gustaría dar el mensaje de que no podemos
perder el tiempo, y que el Señor espera algo muy concreto de nosotros, nos ha
capacitado para amar en situaciones muy concretas, no podemos ser niños en la
fe constantemente esperando a recibir y recibir”, asegura.
También envía un “mensaje de perdón”,
“perdonar siempre. Bajo cualquier circunstancia. Perdonar siempre porque el
Señor nos perdona y le ofendemos mucho y no nos pregunta por qué le ofendemos.
Él dice, qué más quieres que haga por ti. Hay que reconocerse pecador antes que
reconocer los pecados del de enfrente”.
Redacción ACI Prensa








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