El Papa Francisco presidió este domingo 23 de
febrero una Misa junto a 58 obispos del Mediterráneo con ocasión del encuentro
“Mediterráneo frontera de paz” organizado por la Conferencia Episcopal Italiana
(CEI) en la ciudad de Bari.
“Elijamos hoy el amor, aunque cueste, aunque vaya
contra corriente. No nos dejemos condicionar por lo que piensan los demás, no
nos conformemos con medias tintas. Acojamos el desafío de Jesús, el desafío
de la caridad. Así seremos verdaderos cristianos y el mundo será más
humano”, dijo el Papa.
A continuación, la homilía pronunciada por el Papa
Francisco:
Jesús cita la antigua ley: «Ojo por ojo,
diente por diente» (cf. Mt 5,38; Ex 21,24). Sabemos lo que significaba:
a quien te quita algo, le quitarás lo mismo. En realidad, era un gran
progreso, porque evitaba represalias peores: si
alguien te ha hecho daño, le pagarás con la misma medida, no podrás hacerle
algo peor. Que las controversias terminaran con un empate era ya un paso
adelante. Sin embargo, Jesús va más allá, mucho más lejos: «Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia» (Mt
5,39). Pero, ¿cómo, Señor? Si alguien
piensa mal de mí, si alguno me lastima, ¿no puedo
pagarle con la misma moneda? “No”, dice Jesús. Nada de violencia, ninguna
violencia.
Podríamos pensar que esta enseñanza de Jesús esconde una estrategia: al final, el malvado se dará por vencido. Pero no
es este el motivo por el que Jesús pide que amemos incluso a los que nos hacen
daño. Entonces, ¿cuál es la razón? Que el
Padre, nuestro Padre, ama siempre a todos, aun cuando no es correspondido. Él «hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la
lluvia a justos e injustos» (v. 45). Y hoy, en la primera lectura, nos
dice: «Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro
Dios, soy santo» (Lv 19,2); en otras palabras: “Vivid
como yo, buscad lo que yo busco”. Así lo hizo Jesús. No señaló con
el dedo a los que lo condenaron injustamente y lo mataron de manera cruel, sino
que les abrió los brazos en la cruz. Y perdonó a quienes lo crucificaron (cf.
Lc 23,33-34).
Entonces, si queremos ser discípulos de Cristo, si queremos llamarnos
cristianos, este es el camino. Amados por Dios, estamos llamados a amar;
perdonados, a perdonar; tocados por el amor, a dar amor sin esperar a que
comiencen los otros; salvados gratuitamente, a no buscar ningún beneficio en
el bien que hacemos. Tú podrías decir: “¡Pero
Jesús exagera! Incluso dice: «Amad a
vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen» (Mt 5,44); habla así para llamar la atención, aunque tal vez en
realidad no quiera decir eso”. En cambio, sí. Jesús aquí no usa
paradojas, ni giros de palabras; es directo y claro. Cita la antigua ley y dice
solemnemente: “Pero yo os digo: Amad a vuestros
enemigos”. Son palabras intencionadas, precisas.
Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. Esta es la
novedad cristiana. Es la diferencia cristiana. Rezar y amar: esto es lo que debemos hacer; y no sólo por los que nos
aman, por los amigos, por nuestra gente. Porque el amor de Jesús no conoce
límites ni barreras. El Señor nos pide la valentía de un amor sin
cálculos. Porque la medida de Jesús es el amor sin medida. ¡Cuántas veces hemos descuidado lo que nos pide,
actuando como todos los demás! Sin embargo, el mandamiento del amor no
es una simple provocación, sino es el espíritu del Evangelio. Sobre el amor
hacia todos no aceptamos excusas, no predicamos una cómoda prudencia. El
Señor no fue prudente, no hizo concesiones, nos pide el extremismo de la
caridad. Este es el único extremismo cristiano: el
del amor.
Amad a vuestros enemigos. Nos haría bien repetirnos a nosotros mismos
estas palabras y aplicarlas a las personas que nos tratan mal, que nos
molestan, que nos cuesta aceptar, que nos quitan la serenidad. Amad a vuestros
enemigos. Nos haría bien preguntarnos también: “¿Qué
me preocupa en la vida: mis enemigos, quien me aborrece, o amar?”. No te
preocupes de la maldad de los demás, o del que piensa mal de ti. En cambio,
comienza a transformar tu corazón por amor a Jesús. Porque quien ama a Dios
no tiene enemigos en el corazón. El culto a Dios es lo opuesto a la cultura
del odio. Y la cultura del odio se combate enfrentando el culto a la
lamentación. ¡Cuántas veces nos quejamos por lo
que no recibimos, por lo que está mal! Jesús sabe que muchas cosas
están mal, que siempre habrá alguien que no nos quiera, e incluso alguien que
nos perseguirá. Pero nos pide sólo que recemos y amemos. Esta es la
revolución de Jesús, la más grande de la historia: la
que pasa del odio al amor por el enemigo, del culto a la lamentación a la
cultura del don. ¡Si pertenecemos a Jesús, este es el camino!
Sin embargo, podrías objetar: “Sí,
comprendo la grandeza del ideal, pero la vida es otra cosa. Si amo y perdono,
no sobrevivo en este mundo, donde prevalece la lógica de la fuerza y donde
parece que todos piensan sólo en sí mismos”. Pero, entonces, ¿la lógica de Jesús es un fracaso? A los ojos
del mundo Él es un perdedor, pero a los ojos de Dios es un ganador. En la
segunda lectura, san Pablo nos recordaba: «Que
nadie se engañe [...]. Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante
Dios» (1 Co 3,18-19). Dios ve más allá. Él sabe cómo ganar. Sabe que
el mal sólo se puede vencer con el bien. Nos salvó así: no con la espada, sino con la cruz. Amar y
perdonar es vivir como ganadores. En cambio, perderíamos si defendiéramos la
fe con la fuerza. El Señor también nos repetiría a nosotros las palabras que
dijo a Pedro en Getsemaní: «Mete la espada en la
vaina» (Jn 18,11). En los Getsemaní de hoy, en nuestro mundo
indiferente e injusto, donde parecería que se asiste a la agonía de la esperanza,
el cristiano no puede comportarse como aquellos discípulos, que primero
tomaron la espada y luego huyeron. No, la solución no es desenvainar la espada
contra alguien, ni tampoco huir de los tiempos que nos toca vivir. La única solución es el camino de Jesús: el amor activo, el amor
humilde, el amor «hasta el extremo» (Jn 13,1).
Queridos hermanos y hermanas: Hoy Jesús,
con su amor sin límites, levanta el estandarte de nuestra humanidad. Podríamos
preguntarnos, al fin de cuentas: “Y nosotros, ¿lo
lograremos?”. Si la meta fuera imposible, el Señor no nos hubiera
pedido que la alcanzáramos. Pero, solos es difícil; es una gracia que debemos
implorar. Se necesita pedir a Dios la fuerza para amar, decirle: “Señor, ayúdame a amar, enséñame a perdonar. Solo no
puedo hacerlo, te necesito”. Y también pedirle la gracia de ver a los
demás no como obstáculos y complicaciones, sino como hermanos y hermanas a
quienes amar. Con mucha frecuencia le pedimos ayuda y gracias para nosotros
mismos, pero qué poco le imploramos para que sepamos amar. No le rogamos lo
suficiente para aprender a vivir el espíritu del Evangelio, para ser
cristianos de verdad. Sin embargo, «a la tarde te
examinarán en el amor» (S. JUAN DE LA CRUZ, Dichos de luz y de amor,
60). Elijamos hoy el amor, aunque cueste, aunque vaya contra corriente. No nos
dejemos condicionar por lo que piensan los demás, no nos conformemos con
medias tintas. Acojamos el desafío de Jesús, el desafío de la caridad. Así
seremos verdaderos cristianos y el mundo será más humano.
Redacción ACI Prensa
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