Para Su Santidad Benedicto XVI, la Iglesia es como la
luna: Aunque sea un desierto de rocas y arena, nos da una luz que no es suya,
iluminándonos en nuestra noche.
Podemos
pensar en la iglesia católica comparándola con la luna: por la relación
luna-mujer (madre) y por el hecho de que la luna no tiene luz propia, sino que
la recibe del sol sin el cual sería oscuridad completa. La luna resplandece,
pero su luz no es suya sino de otro.
La sonda
lunar y los astronautas descubrieron que la luna es solo una estepa rocosa y
desértica, como montañas y arena, vieron una realidad distinta a la de la
antigüedad: no como luz. Y efectivamente la luna es en sí y por sí misma sólo
desierto, arena y rocas. Sin embargo, es también luz y como tal permanece
incluso en la época de los vuelos espaciales.
¿No es
ésta una imagen exacta de la iglesia? Quien la explora y la excava con la
sonda, como la luna, descubrirá solamente desierto, arena y piedras, las
debilidades del hombre y su historia a través del polvo, los desiertos y las
montañas. El hecho decisivo es que ella, aunque es solamente arena y rocas, es
también luz en virtud de otro, del Señor.
Yo estoy
en la iglesia porque creo que hoy como ayer e independientemente de nosotros,
detrás de «nuestra iglesia» vive «su iglesia» y no puedo estar cerca de él si
no es permaneciendo en su iglesia. Yo estoy en la iglesia porque a pesar de
todo creo que no es en el fondo nuestra sino «suya».
La
iglesia es la que, no obstante todas las debilidades humanas existentes en
ella, nos da a Jesucristo; solamente por medio de ella puedo yo recibirlo como
una realidad viva y poderosa, aquí y ahora.
Sin la
iglesia, Cristo se evapora, se desmenuza, se anula. ¿Y qué sería la humanidad
privada de Cristo?
Si yo
estoy en la iglesia es por las mismas razones porque soy cristiano. No se puede
creer en solitario. La fe sólo es posible en comunión con otros creyentes. La
fe por su misma naturaleza es fuerza que une. Esta fe o es eclesial o no es tal
fe. Además así como no se puede creer en solitario, sino sólo en comunión con
otros, tampoco se puede tener fe por iniciativa propia o invención.
Yo
permanezco en la iglesia porque creo que la fe, realizable solamente en ella y
nunca contra ella, es una verdadera necesidad para el hombre y para el mundo.
Yo
permanezco en la iglesia porque solamente la fe de la iglesia salva al hombre.
El gran ideal de nuestra generación es uno, sociedad libre de la tiranía, del
dolor y de la injusticia. En este mundo el dolor no se deriva sólo de la
desigualdad en las riquezas y en el poder. Se nos quiere hacer creer que se
puede llegar a ser hombres sin el dominio de sí, sin la paciencia de la
renuncia y la fatiga de la superación, que no es necesario el sacrificio de
mantener los compromisos aceptados, ni el esfuerzo para sufrir con paciencia la
tensión de lo que se debería ser y lo que efectivamente se es.
En
realidad el hombre no es salvado sino a través de la cruz y la aceptación de
los propios sufrimientos y de los sufrimientos mundo, que encuentran su sentido
liberador en la pasión de Dios. Solamente así el hombre llegará a ser libre.
Todas las demás ofertas a mejor precio están destinadas al fracaso.
El amor
no es estático ni carente de crítica. La única posibilidad que tenemos de
cambiar en sentido positivo a un hombre es la de amarlo, trasformándolo
lentamente de lo que es en lo que puede ser. ¿Sucederá de distinto modo en la
iglesia?
(Resumido y extractado de su conferencia-testimonio dictada en Alemania
en 1971)
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