El Espíritu Santo,
que es el Espíritu de Jesucristo, es el alma de nuestra alma.
Por: P. Evaristo Sada, L.C. | Fuente: https://la-oracion.com/
Por: P. Evaristo Sada, L.C. | Fuente: https://la-oracion.com/
La oración es un encuentro, un coloquio con el
Padre. Esta realidad adquiere todo su valor cuando meditamos este pensamiento
de San Pablo: “Y de igual manera, el Espíritu viene
en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar
como conviene; mas el Espírítu mismo intercede por nosotros con gemidos
inefables” (Rm 8,26).
Estar unidos íntimamente a Cristo
El
Espírítu Santo, que es el Espírítu de Jesucristo, es el alma de nuestra alma,
nuestro “dulcis hospes animae”, y toda
nuestra vida espiritual tiene vida y desarrollo por medio de su acción.
Es el Espíritu
Santo que suscita en nosotros nuestra oración, la hace subir a Dios de manera
que llega a ser verdadero coloquio de hijo con el Padre; por medio del Espíritu Santo, en Él y con Él, nuestra oración llega a ser una cosa
sola con la oración de Jesucristo, porque estamos injertados en Él.
Significa
estar unidos íntimamente a Cristo, prestarle en cierto sentido nuestras
facultades para que le sirvan como instrumento para alabar al Padre.
Así, nuestra oración, (…) adquiere acentos
inexplicables que penetran en el corazón del Padre como un verdadero sacrificio
que adora, agradece, pide, expía y ofrece.
La
oración llega a ser así el respiro y la alegra del alma, el aliento del
corazón; llega a ser vida de nuestra vida.
Este artículo
fue extraído del Blog de La Oración
del P. Evaristo
Sada LC
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