El día del Juicio,
cada quien presentará su balance final.
Por: P. Gustavo Vélez | Fuente: Catholic.net
Por: P. Gustavo Vélez | Fuente: Catholic.net
BALANCE
CONSOLIDADO
“Cuando venga la Hijo del
Hombre, separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las
cabritos”. San Mateo, cap. 25.
Que Dios regresaría a la tierra para juzgar a
los hombres, es una idea que elaboraron diversas culturas religiosas. El
judaísmo, por su parte, señaló que este regreso indicaba el supremo dominio del
Señor sobre el universo. Si durante la historia los planes divinos se habían
afectado por nuestra conducta, era necesario que el Creador, en determinado
momento pusiera las cosas en su punto.
Los rabinos hablaron entonces del “juicio de Dios”, del “día del Señor”, cuando cada mortal recibiría lo merecido. Más adelante esta verdad se presentó bajo múltiples formas culturales. Las costumbres penales de un tiempo determinado sirvieron para explicar - muy inexactamente - cómo Dios nos premia o nos castiga.
Pero regresando al Evangelio, vemos que también Jesús tocó el tema. Lo hizo en diversas parábolas y además en un solemne discurso, al final de su vida pública.
San Mateo redacta su página sobre el “El juicio final”, con elementos del estilo apocalíptico, usado por algunos profetas: “El Hijo del hombre se sentará en su trono de gloria y serán congregadas ante él todas las naciones”.
Una escena que nos invita a temblar. Todo habla allí de examen, de balance, de juicio y en consecuencia, de castigo. Comprendemos por qué la literatura religiosa de pasados siglos salpicó de temores la teología y además la liturgia de los difuntos. Del mismo modo el arte, como vemos en el “Juicio Final” de Miguel Ángel, que adorna la capilla Sixtina. El artista, ya anciano y pesimista, nos ofrece una visión violenta y desesperada del final, al dibujar una humanidad impotente y sometida al implacable poder del Altísimo.
Sin embargo no hemos de olvidar que detrás de este cuadro de sombríos rasgos, el Evangelio nos descubre la imagen de un Dios misericordioso, quien separará a los buenos de los malos, como un pastor lo hace con las ovejas y las cabras.
Entonces vivamos de tal modo que ese día, el Señor nos acoja en su regazo. Y el secreto para lograrlo nos lo cuenta el mismo Jesús: Amar generosamente, de manera concreta, a los necesitados. “Entonces el rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre. Heredad el Reino preparado para vosotros. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estaba desnudo y me vestisteis”.
En pasados siglos, muchos creyeron que Dios volvería de pronto, para reducir a la nada toda esta máquina del mundo. Y aún ciertas escuelas religiosas le asignaron a tal acontecimiento una fecha precisa. Pero la ciencia actual enseña que nuestro hábitat cósmico ha de perdurar todavía muchos siglos. Por lo cual ese día final no es otro que aquel de nuestra muerte, que ojalá ocurra de modo natural y entre el cariño de amigos y parientes.
Entonces cada quien presentará su balance consolidado y el examen de Dios no será tan pavoroso. Siempre y cuando hayamos tomado en serio el Evangelio, sin apegar el corazón a los bienes que se diluyen en la muerte.
Los rabinos hablaron entonces del “juicio de Dios”, del “día del Señor”, cuando cada mortal recibiría lo merecido. Más adelante esta verdad se presentó bajo múltiples formas culturales. Las costumbres penales de un tiempo determinado sirvieron para explicar - muy inexactamente - cómo Dios nos premia o nos castiga.
Pero regresando al Evangelio, vemos que también Jesús tocó el tema. Lo hizo en diversas parábolas y además en un solemne discurso, al final de su vida pública.
San Mateo redacta su página sobre el “El juicio final”, con elementos del estilo apocalíptico, usado por algunos profetas: “El Hijo del hombre se sentará en su trono de gloria y serán congregadas ante él todas las naciones”.
Una escena que nos invita a temblar. Todo habla allí de examen, de balance, de juicio y en consecuencia, de castigo. Comprendemos por qué la literatura religiosa de pasados siglos salpicó de temores la teología y además la liturgia de los difuntos. Del mismo modo el arte, como vemos en el “Juicio Final” de Miguel Ángel, que adorna la capilla Sixtina. El artista, ya anciano y pesimista, nos ofrece una visión violenta y desesperada del final, al dibujar una humanidad impotente y sometida al implacable poder del Altísimo.
Sin embargo no hemos de olvidar que detrás de este cuadro de sombríos rasgos, el Evangelio nos descubre la imagen de un Dios misericordioso, quien separará a los buenos de los malos, como un pastor lo hace con las ovejas y las cabras.
Entonces vivamos de tal modo que ese día, el Señor nos acoja en su regazo. Y el secreto para lograrlo nos lo cuenta el mismo Jesús: Amar generosamente, de manera concreta, a los necesitados. “Entonces el rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre. Heredad el Reino preparado para vosotros. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estaba desnudo y me vestisteis”.
En pasados siglos, muchos creyeron que Dios volvería de pronto, para reducir a la nada toda esta máquina del mundo. Y aún ciertas escuelas religiosas le asignaron a tal acontecimiento una fecha precisa. Pero la ciencia actual enseña que nuestro hábitat cósmico ha de perdurar todavía muchos siglos. Por lo cual ese día final no es otro que aquel de nuestra muerte, que ojalá ocurra de modo natural y entre el cariño de amigos y parientes.
Entonces cada quien presentará su balance consolidado y el examen de Dios no será tan pavoroso. Siempre y cuando hayamos tomado en serio el Evangelio, sin apegar el corazón a los bienes que se diluyen en la muerte.
“Os aseguro, dice el Señor:
Cada vez que hicisteis algo a uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo
hicisteis”.
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