La
Virgen se apareció en París a Santa Catalina Labouré para darnos dos mensajes:
El primero, decirnos que fue concebida sin pecado, INMACULADA. El segundo, para
regalarnos su tercera arma de Madre, su MEDALLA MILAGROSA. Las dos primeras
armas eran el Rosario y el Escapulario.
Las apariciones de Nuestra Señora
a Santa Catalina Labouré, marcaron
el inicio de un ciclo de grandes revelaciones marianas: La Salette (1846),
Lourdes (1858) y Fátima (1917)…
“La Señora de la Gruta se me ha aparecido tal como
está representada en la Medalla Milagrosa”, declaró
Santa Bernardita, que la llevaba al cuello.
La
invocación “Oh María, sin pecado concebida,
rogad por nosotros que recurrimos a Vos”, difundida por todas
partes por la Medalla Milagrosa, contribuyó notablemente a crear un clima de
fervor generalizado relacionado con el privilegio mariano de la Inmaculada
Concepción. Ese clima favoreció que el
Papa Pío IX definiera solemnemente ese dogma en 1854. Cuatro años más tarde, la
aparición de Nuestra Señora en Lourdes confirmaba de manera inesperada la
definición de Roma. También hay una
íntima relación entre la Medalla Milagrosa y Fátima. Un mes antes
de morir, en 1876, Santa Catalina Labouré anunció grandes catástrofes, pero
aseguró que por medio de la Virgen se alcanzaría la salvación y la paz. Del
mismo modo, el 13 de julio de 1917, Nuestra
Señora de Fátima, después de anunciar terribles castigos como consecuencia de
los pecados de la humanidad, prometió: “Por
fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.
LOS
SUEÑOS DE CATALINA
Catalina
nació el 2 de mayo de 1806, en Fain-les-Moutiers, Borgoña
(Francia). Entró a la vida religiosa con la Hijas
de la Caridad el 22 de enero de 1830 y después de tres meses de
postulantado, 21 de abril, fue trasladada al noviciado de París, en la Rue du
Bac 140. Cierto día Catalina tuvo un sueño extraño. Se veía en la Iglesia de
Fain-les-Moutiers, en su lugar acostumbrado, mientras
un sacerdote desconocido celebraba la misa de una mirada suave y profunda que
le dice: “es bueno, hija mía visitar a los
enfermos. Hoy, usted se me escapa: pero, un día vendrá hacia mí. Sepa que Dios
tiene designios sobre usted. No lo olvide”. Ya en París, cuando llega a la casa de las Hermanas
de la Caridad de la Rue de Bac:un
anciano sacerdote la mira con bondad, era el Padre San Vicente de Paul, su
fundador. Cuando trasladaron los restos de San Vicente de Paul a la
nueva iglesia de los Padres Paules oyó interiormente una voz: “el corazón de San Vicente está
profundamente afligido por los males que van a venir sobre Francia”.
La
misma voz añadió un poco mas tarde: “El
corazón de San Vicente está mas consolado por haber obtenido de Dios, a través
de la intercesión de la Santísima Virgen María, el que ninguna de las dos
congregaciones perezca en medio de estas desgracias, sino que Dios hará uso de
ellas para reanimar la fe”.
Durante los 9 meses de su
noviciado en la Rue du Bac, sor Catalina tuvo
también la gracia especial de ver todos los días al Señor en el Santísimo
Sacramento.
LA
VIRGEN SE LE APARECE
El
domingo 18 de Julio 1930, víspera de la fiesta de San Vicente de Paúl, les habían distribuido a cada una un pedacito de lienzo de un roquete
del santo. Catalina se lo tragó y se durmió pensando que S. Vicente, junto con
su ángel de la guarda, le obtendrían esa misma noche la gracia de ver a la
Virgen como era su deseo.
Cerca
de las 11:30 PM oyó que por tres veces la llamaban por su nombre. Se despertó y
apartando un poco las cortinas de su cama miro del lado que venia la voz y vio
entonces un niño vestido de blanco, que parecía tener como cuatro o cinco años,
y el cual le dijo: “Levántate pronto y ven
a la capilla; la Santísima Virgen te espera”.
Sor Catalina vacila; teme ser notada de
las otras novicias; pero el niño responde a su preocupación interior y le
dice: “No temas; son las 11;30 p.m.; todas
duermen muy bien. Ven yo te aguardo”. Ella no se detiene ya ni un momento; se viste con presteza y se pone a
disposición de su misterioso guía, “que
permanecía en pie sin separarse de la columna de su lecho.”
Vestida Sor Catalina, el niño
comienza a andar, y ella lo sigue marchando a “su lado izquierdo”. Por donde quiera que pasaban las luces
se encendían. El cuerpo del niño irradiaba vivos resplandores y a su paso todo
quedaba iluminado. Al llegar a la puerta de la capilla la encuentra
cerrada; pero el niño toca la puerta con su dedito y aquella se abrió al
instante. Dice Catalina: “Mi
sorpresa fue mas completa cuando, al entrar a la capilla, vi encendidas todas
las velas y los cirios, lo que me recordaba la Misa de media noche”. El niño la llevó al presbiterio, junto
al sillón destinado al P. Director, donde solía predicar a las Hijas de la
Caridad, y allí se puso de rodillas, y el niño permaneció de pie
todo el tiempo al lado derecho. La espera le pareció muy larga, ya que con
ansia deseaba ver a la Virgen. Miraba ella con cierta inquietud hacia la
tribuna derecha, por si las hermanas de vela, que solían detenerse para hacer
un acto e adoración, la veían. Por
fin llegó la hora deseada, y el niño le dijo: “Ved
aquí a la Virgen, vedla aquí”.
Sor
Catalina oyó como un rumor, como el roce de un traje de seda, que partía del
lado de la tribuna, junto al cuadro de San José. Vio que una señora de
extremada belleza, atravesaba majestuosamente el presbiterio, “fue a sentarse en un sillón sobre las gradas del altar
mayor, al lado del Evangelio”.
Sor Catalina en el fondo de su
corazón dudaba si verdaderamente estaba o no en presencia de la Reina de los
Cielos, pero el niño le
dijo: “Mira a la Virgen“. Le era casi imposible describir lo
que experimentaba en aquel instante, lo que paso dentro de ella, y le parecía
que no veía a la Santísima Virgen. Entonces
el niño le habló, no como niño, sino como el hombre mas enérgico y palabras muy
fuertes: “¿Por ventura no puede la Reina de
los Cielos aparecerse a una pobre criatura mortal en la forma que mas le
agrade?”. Entonces, mirando a la Virgen, me puse en un
instante a su lado, me arrodille en el presbiterio, con las manos apoyadas en
las rodillas de la Santísima Virgen. “Allí pasé los momentos más dulces de mi vida; me
sería imposible decir lo que sentí”.
INSTRUCCIONES
DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
Fueron
muchas las confidencias que Sor Catalina recibió de los labios de María
Santísima, pero jamas podremos conocerlas
todas, porque respecto a algunas de ellas, le fue impuesto el mas absoluto
secreto.
Luego continuó diciéndole:
Dios quiere confiarte una misión; te costara
trabajo, pero lo vencerás pensando que lo haces para la gloria de Dios. Tu
conocerás cuan bueno es Dios. Tendrás que sufrir hasta que los digas a tu
director. No te faltaran contradicciones; mas te asistirá la gracia; no temas.
Háblale a tu director con confianza y sencillez; ten confianza no temas. Veras
ciertas cosas; díselas. Recibirás inspiraciones en la oración.
Los tiempos son muy calamitosos. Han de llover
desgracias sobre Francia. El trono será derribado. El mundo entero se verá
afligido por calamidades de todas clases (al decir esto la Virgen estaba muy
triste).
Venid a los pies de este altar, donde se prodigaran
gracias a todos los que las pidan con fervor; a todos, grandes y pequeños,
ricos y pobres.
Deseo derramar gracias sobre tu comunidad; lo deseo
ardientemente. Me causa dolor el que haya grandes abusos en la observancia, el
que no se cumplan las reglas, el que haya tanta relajación en ambas comunidades
a pesar de que hay almas grandes en ellas.
Díselo al que esta encargado de ti, aunque no sea
el superior. Pronto será puesto al frente de la comunidad. El deberá hacer
cuanto pueda para restablecer el vigor de la regla. Cuando esto suceda otra
comunidad se unirá a las de ustedes.
Vendrá un momento en que el peligro será grande; se
creerá todo perdido; entonces yo estaré contigo, ten confianza. Reconocerás mi
visita y la protección de Dios y de San Vicente sobre las dos comunidades..
Mas no será lo mismo en otras comunidades, en ellas
habrá víctimas… (lagrimas en los ojos). El clero de París tendrá muchas
víctimas. Morirá el señor Arzobispo.
Hija mía, será despreciada la cruz, y el Corazón de
mi Hijo será otra vez traspasado; correrá la sangre por las calles ( la Virgen
no podía hablar del dolor, las palabras se anudaban en su garganta; semblante
pálido). El mundo entero se entristecerá. Ella piensa: ¿Cuándo ocurrirá esto? y
una voz interior asegura: Cuarenta años y diez y después la paz.
La Virgen, después de estar con
ella unas dos horas, desaparece de la vista de Sor Catalina como una sombra que
se desvanece. La misión de Dios pronto le fue indicada
con la revelación de la medalla milagrosa. Una semana después de esta aparición
estallaba la revolución. Los revoltosos ocupaban las calles de
París, saqueos, asesinatos, y finalmente era destronado Carlos X, sustituido
por el “rey ciudadano” Luis Felipe I, gran
maestro de la masonería. El P. Aladel (director) es nombrado en 1846 Director
de las Hijas de la Caridad, establece la observancia de la regla y hacia la
década del 60 otra comunidad femenina se une a las Hijas de la Caridad. En 1870
(a los 40 años) llegó el momento del gran peligro, con los horrores de la
Comuna y el fusilamiento del Arzobispo Mons. Darboy y otros muchos sacerdotes. En cuanto a la Inmaculada Concepción,
fue declarado dogma de fe 24 años después, en 1854, por el Papa Pío IX; y en
Lourdes la Virgen se apareció 4 años después, en 1858, diciendo “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
APARICIÓN
DEL 27 DE NOVIEMBRE DEL 1830
La tarde el 27 de Noviembre de
1830, sábado víspera del primer domingo de Adviento, en la capilla, estaba Sor
Catalina haciendo su meditación aparece la Virgen Santísima, vestida de blanco con mangas largas y
túnica cerrada hasta el cuello. Cubría su cabeza un velo blanco que sin ocultar
su figura caía por ambos lados hasta los pies. Cuando quiso describir su rostro
solo acertó a decir que era la Virgen María en su mayor belleza. Sus pies
posaban sobre un globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior, y
aplastaban una serpiente verde con pintas amarillas. Sus manos elevadas a la
altura del corazón sostenían otro globo pequeño de oro, coronado por una
crucecita. La Stma. Virgen mantenía una actitud suplicante, como
ofreciendo el globo. A veces miraba al cielo y a veces a la tierra. De pronto
sus dedos se llenaron de anillos adornados con piedras preciosas que brillaban
y derramaban su luz en todas direcciones, circundándola en este momento de tal
claridad, que no era posible verla. Tenía
tres anillos en cada dedo; el mas grueso junto a la mano; uno de tamaño mediano
en el medio, y uno mas pequeño, en la extremidad. De las piedras preciosas de
los anillos salían los rayos, que se alargaban hacia abajo; llenaban toda la
parte baja. Mientras
Sor Catalina contemplaba a la Virgen, ella la miró y dijo a su corazón: Este globo que ves (a los pies de la Virgen) representa
al mundo entero, especialmente Francia y a cada alma en particular. Estos rayos
simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que
no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden. Con estas
palabras La Virgen se da a conocer como la mediadora de las gracias que nos
vienen de Jesucristo. El globo de oro (la riqueza de gracias) se desvaneció de
entre las manos de la Virgen. Sus brazos se extendieron abiertos, mientras los
rayos de luz seguían cayendo sobre el globo blanco de sus pies.
LA
MEDALLA MILAGROSA
En este momento se apareció una forma
ovalada en torno a la Virgen y en el borde interior apareció escrita la
siguiente invocación: “María sin pecado concebida,
ruega por nosotros, que acudimos a ti”. Estas palabras formaban un
semicírculo que comenzaba a la altura
de la mano derecha, pasaba por encima de la cabeza de la Santísima Virgen,
terminando a la altura de la mano izquierda.
Oyó
de nuevo la voz en su interior: “Haz que se
acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán
grandes gracias. Las gracias serán mas abundantes para los que la lleven con
confianza”.
La
aparición, entonces, dio media vuelta y quedo formado en el mismo lugar el
reverso de la medalla. En el aparecía una M, sobre la cual había una cruz
descansando sobre una barra, la cual atravesaba la letra hasta un tercio de su
altura, y debajo los corazones de Jesús y de María, de los cuales el primero
estaba circundado de una corona de espinas, y el segundo traspasado por una
espada. En torno había doce estrellas. La misma aparición se repitió, con las
mismas circunstancias, hacia el fin de diciembre de 1830 y a principios de
enero de 1831. La Virgen dijo a Catalina: “En
adelante, ya no veras, hija mía; pero oirás mi voz en la oración”. Un
día que Sor Catalina estaba inquieta por no saber que inscripción poner en el
reverso de la medalla, durante la oración, la Virgen le dijo: “La M y los dos corazones son bastante elocuentes”.
SÍMBOLOS
DE LA MEDALLA Y MENSAJE ESPIRITUAL
En
el Anverso:
-María aplastando la cabeza de la
serpiente que esta sobre el mundo.
Ella, la Inmaculada, tiene todo poder en virtud de su gracia para triunfar
sobre Satanás.
-El color de su vestuario y las doce
estrellas sobre su cabeza: la mujer del Apocalipsis, vestida del sol.
-Sus manos
extendidas, transmitiendo rayos de gracia, señal de su misión de madre y
mediadora de las gracias que derrama sobre el mundo y a quienes pidan.
-Jaculatoria: dogma de la
Inmaculada Concepción (antes de la definición dogmática de 1854). Misión de
intercesión, confiar y recurrir a la Madre.
-El globo bajo sus pies: Reina del
cielo y tierra.
-El globo en sus manos: el mundo
ofrecido a Jesús por sus manos.
En
el reverso:
-La cruz: el misterio de redención, precio que pagó Cristo; obediencia,
sacrificio, entrega
-La M: símbolo de María y de su
maternidad espiritual.
-La barra: es una letra del
alfabeto griego, “yota” o I, que es
monograma del nombre, Jesús.
Agrupados ellos: La Madre de Jesucristo Crucificado, el Salvador.
-Las doce estrellas: signo de la
Iglesia que Cristo funda sobre los apóstoles y que nace en el Calvario de su
corazón traspasado.
-Los dos corazones: la
corredención. Unidad indisoluble. Futura devoción a los dos y su reinado.
EL
NOMBRE DE LA MEDALLA
La
Medalla se llamaba originalmente: “de la Inmaculada
Concepción”, pero al expandirse la devoción y haber tantos milagros
concedidos a través de ella, se le llamó popularmente “La
Medalla Milagrosa”. La Medalla organizó un gran alboroto en todo el
mundo con tantos reportes de maravillas y gracias recibidas, pero nadie supo que la Virgen la había dado a través de Santa
Catalina, hasta después de muerta; solo lo sabía su confesor, ni siquiera las
hermanas del convento nunca supieron nada de sus apariciones. El día 30 de junio las Hermanas de la
Caridad reciben las primeras 1.500 medallas que inmediatamente comienzan a
distribuir… y los enfermos se curan. “¡La
medalla es milagrosa!” –exclaman
a una voz. La noticia se difunde, y la medalla y los milagros también. De ahí
proviene el nombre con el que se la conoce hasta hoy. A la vista de
tantos hechos fuera de lo común el Arzobispo de París, Mons. Jacinto de Quélen –quien
había autorizado acuñar la Medalla y obtenido para sí mismo una gracia
extraordinaria– mandó hacer una investigación oficial sobre el origen y los
hechos relacionados con la portentosa insignia. He aquí sus conclusiones: “La
rapidez extraordinaria con la cual esta medalla se ha propagado, el número
prodigioso de medallas que han sido acuñadas y distribuidas, los hechos
maravillosos y las gracias singulares que los fieles han obtenido confiando en
ella, parecen verdaderamente los signos por los cuales el Cielo ha querido
confirmar la realidad de las apariciones, la veracidad del relato de la vidente
y la difusión de la medalla”. Por otra parte, en Roma, en 1846, como consecuencia
de la súbita y resonante conversión de un ilustre judío, Alfonso Ratisbone –que presenta notables analogías con la del apóstol San Pablo en
el camino a Damasco– el Papa Gregorio XVI confirmaba con su autoridad las
conclusiones del Arzobispo de París. Posteriormente,
en 1876, año de la muerte de Santa Catalina Labouré, más de mil millones de
Medallas Milagrosas ya derramaban sus gracias por el mundo. Casi veinte
años después, en 1894, la Santa Iglesia instituyó la fiesta litúrgica de
Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, fijando la celebración el día 27 de
noviembre. A los 56 años de muerta fue abierto el
feretro y se pudo ver su cuerpo incorrupto. El cuerpo fue trasladado entonces a
la calle de Bac. Catalina Labouré fue canonizada el 27 de Julio de 1947, por
Pío XII.
Fuentes:
Publicado por Unción Católica y Profética
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