martes, 7 de octubre de 2014

LA VERDAD HABLA DENTRO DEL ALMA...


Habla, Señor, porque tu siervo escucha.

Yo soy tu siervo, dame entendimiento, para que sepa tus verdades.

... SIN SONIDO DE PALABRAS.

Habla, Señor, porque tu siervo escucha.

Yo soy tu siervo, dame entendimiento, para que sepa tus verdades.

Inclina mi corazón a las palabras de tu boca: descienda tu habla así como rocío.

Decían en otro tiempo los hijos de Israel a Moisés: Háblanos tú y oiremos: no nos hable el Señor, porque quizá moriremos.

No así, Señor, no así te ruego: Sino más bien como el Profeta Samuel, con humildad y deseo te suplico: Habla, Señor, pues tu siervo oye.

No me hable Moisés, ni alguno de los Profetas; sino bien háblame

Tú, Señor Dios, inspirador y alumbrador de todos los Profetas: pues Tú solo sin ellos me puedes enseñar perfectamente; pero ellos sin Ti ninguna cosa aprovecharán.

Es verdad que pueden pronunciar palabras; mas no dan espíritu.

Elegantemente hablan; mas callando Tú no encienden el corazón.

Dicen la letra; mas Tú abres el sentido.

Predican misterios; mas Tú ayudas a cumplirlos.

Muestran el camino; pero Tú das esfuerzo para andarlo.

Ellos obran por de fuera solamente; pero Tú instruyes y alumbras los corazones.

Ellos riegan la superficie; mas Tú das la fertilidad.

Ellos dan voces; pero Tú haces que el oído las perciba.

 No me hable, pues, Moisés, sino Tú, Señor Dios mío, eterna verdad, para que por desgracia no muera y quede sin fruto, si solamente fuere enseñado de fuera y no encendido por adentro.

No me sea para condenación la palabra oída y no obrada, conocida y no amada, creída y no guardada.

Habla, pues, Tú, Señor; pues tu siervo oye, ya que tienes palabras de vida eterna.

Háblame para dar algún consuelo a mi alma, para la enmienda de toda mi vida, y para eterna alabanza, honra y gloria tuya.

LAS PALABRAS DE DIOS SE DEBEN OÍR CON HUMILDAD, Y CÓMO MUCHOS NO LAS CONSIDERAN COMO DEBEN.

Oye, hijo, mis palabras, palabras suavísimas que exceden toda la ciencia de los filósofos y sabios de este mundo.

Mis palabras son espíritu y vida, y no se pueden ponderar por la razón humana. No se deben traer para vana complacencia, sino oírse en silencio, y recibirse con toda humildad y grande afecto.

Dijo David: Bienaventurado aquel a quien Tú, Señor, instruyeres, y a quien mostrares tu ley;

Porque le guardes de los días malos, y no sea desamparado en la tierra.

Yo, dice Dios, enseñaré a los Profetas desde el principio, y no ceso de hablar a todos hasta ahora, pero muchos son duros y sordos a mi voz.

Oyen con más gusto al mundo que a Dios; y más fácilmente siguen el apetito de su carne, que el beneplácito divino.

El mundo promete cosas temporales y pequeñas, y con todo eso le sirven con grande ansia: Yo prometo cosas grandes y eternas, y entorpécense los corazones de los mortales.

¿Quién Me sirve a Mí, y obedece en todo con tanto cuidado, como al mundo y a sus señores se sirve?

Avergüénzate, Sidón, dice el mar. Y si preguntas la causa, oye el por qué.

Por un pequeño beneficio van los hombres largo camino, y por la vida eterna con dificultad muchos levantan una vez el pie del suelo.

 Buscan los hombres viles ganancias; por una moneda pleitean a las veces torpemente; por cosas vanas, y por una corta promesa no temen fatigarse de noche y de día.

Mas ¡ay dolor! que emperezan de fatigarse un poco por el bien que no se muda, por el galardón que inestimable, y por la suma gloria sin fin.

Avergüénzate, pues, siervo perezoso y descontentadizo, de que aquellos se hallen más dispuestos para la perdición que tú para la vida.

Alégranse ellos más por la vanidad que tú por la verdad.

Porque algunas veces les miente su esperanza; pero mi promesa a nadie engaña, ni deja frustrado al que confía en Mí.

Daré lo que he prometido; cumpliré lo que he dicho, si alguno perseverare fiel en mi amor hasta el fin.

Yo soy remunerador de todos los buenos, y fuerte examinador de todos los devotos.

Escribe tú mis palabras en tu corazón, y considéralas con mucha diligencia, pues en el tiempo de la tentación te serán muy necesarias.

Lo que no entiendes ahora, cuando lo lees, conoceráslo en el día de mi visitación.

De dos maneras acostumbro visitar a mis escogidos, esto es, con tentación y con alivio.

Y dos lecciones les doy cada día: una reprendiendo sus vicios; otra amonestándolos al adelantamiento de las virtudes.

El que entiende mis palabras y las desprecia, tiene quien le juzgue en el postrero día.

Oración

Señor Dios mío, Tú eres todos mis bienes.

¿Quién soy yo para que me atreva a hablarte?

Yo soy un pobrísimo siervecillo tuyo, y gusanillo desechado, mucho más pobre y despreciable de lo que yo sé y puedo decir.

Pero acuérdate, Señor, que soy nada, nada tengo y nada valgo.

Tú solo eres bueno, justo y santo; Tú lo puedes todo, lo das todo, dejando vacío solamente al pecador.

Acuérdate de tus misericordias, y llena mi corazón de gracia; pues no quieres que sean vacías tus obras.

¿Cómo podré sufrirme en esta miserable vida, si no me confortare tu gracia y misericordia?

No me vuelvas el rostro; no dilates tu visitación; no desvíes tu consuelo, porque no sea mi alma para Ti  como la tierra sin agua.

Señor, enséñame a hacer tu voluntad; enséñame a conversar delante de Ti digna y humildemente, pues Tú eres mi sabiduría, que en verdad me conoces, y conociste antes que el mundo se hiciese, y yo naciese en el mundo.

Al copiar este artículo favor conservar o citar la Fuente: EL CAMINO HACIA DIOS

www.iterindeo.blogspot.com

Publicado por Wilson f.

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