¿Es posible que no existan hoy
teólogos, pastores, médicos, sociólogos que sepan ilustrar la belleza de la
castidad como valor humano y, sobre todo, la virginidad por el Reino? Es desconcertante
y preocupante que el Sínodo haya ignorado totalmente este aspecto.
Pienso
que no sólo los Padres sinodales, sino también todos los católicos y las
personas de buena voluntad han vivido con mucho sufrimiento interior el dilema debatido
en el Sínodo entre ser fieles a la palabra de Cristo sobre el matrimonio y, al
mismo tiempo, salir al encuentro de tantas situaciones llenas de fragilidad, de
fracaso, de crisis de la familia. Esta laceración interior, ciertamente
presente en todos los Padres sinodales y en todos los otros participantes
(parejas, religiosos y observadores de otras confesiones), impide clasificar de
manera simplista las distintas posiciones contraponiendo los
"conservadores" a los "abiertos", los "rígidos" a
los "misericordiosos".
También la relación-síntesis de la primera semana, hecha por el cardenal Erdő, reflejaba esta laceración e indicaba los posibles caminos para afrontar los problemas de la familia, manteniendo firme la doctrina. Son muchas las cosas positivas presentes en esta relación, pero otras dejan un sentimiento de incomodidad. Entre las positivas hay que subrayar la actitud de fondo que hay que asumir frente a la crisis de la institución familiar, que es la de presentar "el Evangelio de la familia", es decir, toda la belleza del matrimonio y de la familia cristiana, testimoniada por muchos esposos y muchas familias. Esta “belleza”, fruto de la gracia, pasa ciertamente por el camino de la cruz, hasta el heroísmo del amor oblativo. La relación del cardenal Erdő tocaba también otras muchas situaciones que están más o menos directamente vinculadas a la familia, a saber: la cohabitación (y, por consiguiente, las relaciones prematrimoniales), las uniones de hecho, los matrimonios civiles entre bautizados y la cuestión homosexual.
Ahora bien, nos preguntamos: en lugar de plantear soluciones ambiguas, que lo único que hacen es desorientar a los fieles, ¿por qué no se ha dedicado ni una sola palabra a la "belleza de la castidad" como valor auténticamente humano y cristiano? ¿Tal vez sea porque la castidad ya no es una virtud? ¿O es que la Iglesia ya no tiene la valentía de indicar a los jóvenes, a los prometidos y también a las parejas casadas, el valor de la castidad y de la virginidad por el Reino de Dios? ¿No sería este el verdadero mensaje profético para nuestro tiempo?
Después de todo, los primeros cristianos, que vivían inmersos en un mundo corrompido bajo todos los puntos de vista, se presentaron proclamando, por una parte, la belleza del matrimonio cristiano, monógamo e indisoluble, signo de la unión de Cristo con la Iglesia y, por la otra, proponiendo la superior belleza de la virginidad, abrazada por causa de Cristo y del Evangelio. ¿Acaso Jesús no era virgen? Y la Madre de Jesús, María, ¿no ha sido proclamada desde el principio "siempre virgen"? Ciertamente, los tiempos modernos exigen una presentación adecuada a las problemáticas actuales. Pero, ¿es posible que no existan hoy teólogos, pastores, médicos, sociólogos que sepan ilustrar la belleza de la castidad como valor humano y, sobre todo, la virginidad por el Reino? Este sería el trabajo que hay que hacer y esperemos que se haga en el año de la vida consagrada (noviembre 2014-2015).
Es desconcertante y preocupante que el Sínodo haya ignorado totalmente este aspecto. Si la Iglesia ya no sabe proponer integralmente el mensaje evangélico sobre la sexualidad, entonces significa que la mentalidad del mundo ha entrado también en la Iglesia. Y queriendo ir un poco al fondo de la cuestión, hay un motivo para esta ofuscación, que ha ocurrido en el momento en que se han querido nivelar todas las vocaciones, todos los carismas, diciendo que la elección de la virginidad por el Reino no es "mejor" que la elección matrimonial. ¿No dice Pablo que hay que "aspirar a los carismas más grandes" (1Cor 12,13)? ¿Y acaso no dice que quien se casa "hace bien", pero que quien no se casa para ser todo él del Señor "hace mejor” (cfr. 1Cor 7,32-38)? ¿Y no ha sido siempre está la posición de la Iglesia católica en sus dos mil años de historia? ¿O acaso Dios no es libre de dar sus dones y de ofrecer a uno cinco talentos, a otro dos y a otro uno solo? Después, le tocará a cada uno hacer fructificar al máximo el don recibido, y sobre esto el Señor valorará la santidad de la persona.
Volviendo al Sínodo, debería estar claro que la crisis de la familia está causada también por la crisis de la moral sexual. Ahora bien, en lugar de rociar con un poco de agua santa situaciones objetivas de pecado (y se ha observado que en la relación-síntesis falta precisamente este concepto), ¿por qué no plantear, también respecto a la sexualidad, esa propuesta positiva que se quiere hacer para la familia? En otras palabras, hay dos "bellezas" evangélicas que hay que presentar: la "belleza de la familia", escuela de oblación, de fecundidad y de comunión y la "belleza de la castidad", escuela de autodisciplina y de elevación del amor humano y cristiano.
Si la reflexión sobre la familia que proseguirá con el Sínodo ordinario del año que viene se reduce a copiar a los ortodoxos en lo que atañe a la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar; a los protestantes en su consideración del Evangelio como un ideal, dejando a las conciencias de los individuos la decisión en situaciones concretas; a los anglicanos en su comprensión de la sinodalidad como un modo de resolver las cuestiones a fuerza de mayorías, entonces no se entiende dónde está esa "creatividad" sobre la que el Papa Francisco ha insistido.
Artículo publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Henela Faccia Serrano.
También la relación-síntesis de la primera semana, hecha por el cardenal Erdő, reflejaba esta laceración e indicaba los posibles caminos para afrontar los problemas de la familia, manteniendo firme la doctrina. Son muchas las cosas positivas presentes en esta relación, pero otras dejan un sentimiento de incomodidad. Entre las positivas hay que subrayar la actitud de fondo que hay que asumir frente a la crisis de la institución familiar, que es la de presentar "el Evangelio de la familia", es decir, toda la belleza del matrimonio y de la familia cristiana, testimoniada por muchos esposos y muchas familias. Esta “belleza”, fruto de la gracia, pasa ciertamente por el camino de la cruz, hasta el heroísmo del amor oblativo. La relación del cardenal Erdő tocaba también otras muchas situaciones que están más o menos directamente vinculadas a la familia, a saber: la cohabitación (y, por consiguiente, las relaciones prematrimoniales), las uniones de hecho, los matrimonios civiles entre bautizados y la cuestión homosexual.
Ahora bien, nos preguntamos: en lugar de plantear soluciones ambiguas, que lo único que hacen es desorientar a los fieles, ¿por qué no se ha dedicado ni una sola palabra a la "belleza de la castidad" como valor auténticamente humano y cristiano? ¿Tal vez sea porque la castidad ya no es una virtud? ¿O es que la Iglesia ya no tiene la valentía de indicar a los jóvenes, a los prometidos y también a las parejas casadas, el valor de la castidad y de la virginidad por el Reino de Dios? ¿No sería este el verdadero mensaje profético para nuestro tiempo?
Después de todo, los primeros cristianos, que vivían inmersos en un mundo corrompido bajo todos los puntos de vista, se presentaron proclamando, por una parte, la belleza del matrimonio cristiano, monógamo e indisoluble, signo de la unión de Cristo con la Iglesia y, por la otra, proponiendo la superior belleza de la virginidad, abrazada por causa de Cristo y del Evangelio. ¿Acaso Jesús no era virgen? Y la Madre de Jesús, María, ¿no ha sido proclamada desde el principio "siempre virgen"? Ciertamente, los tiempos modernos exigen una presentación adecuada a las problemáticas actuales. Pero, ¿es posible que no existan hoy teólogos, pastores, médicos, sociólogos que sepan ilustrar la belleza de la castidad como valor humano y, sobre todo, la virginidad por el Reino? Este sería el trabajo que hay que hacer y esperemos que se haga en el año de la vida consagrada (noviembre 2014-2015).
Es desconcertante y preocupante que el Sínodo haya ignorado totalmente este aspecto. Si la Iglesia ya no sabe proponer integralmente el mensaje evangélico sobre la sexualidad, entonces significa que la mentalidad del mundo ha entrado también en la Iglesia. Y queriendo ir un poco al fondo de la cuestión, hay un motivo para esta ofuscación, que ha ocurrido en el momento en que se han querido nivelar todas las vocaciones, todos los carismas, diciendo que la elección de la virginidad por el Reino no es "mejor" que la elección matrimonial. ¿No dice Pablo que hay que "aspirar a los carismas más grandes" (1Cor 12,13)? ¿Y acaso no dice que quien se casa "hace bien", pero que quien no se casa para ser todo él del Señor "hace mejor” (cfr. 1Cor 7,32-38)? ¿Y no ha sido siempre está la posición de la Iglesia católica en sus dos mil años de historia? ¿O acaso Dios no es libre de dar sus dones y de ofrecer a uno cinco talentos, a otro dos y a otro uno solo? Después, le tocará a cada uno hacer fructificar al máximo el don recibido, y sobre esto el Señor valorará la santidad de la persona.
Volviendo al Sínodo, debería estar claro que la crisis de la familia está causada también por la crisis de la moral sexual. Ahora bien, en lugar de rociar con un poco de agua santa situaciones objetivas de pecado (y se ha observado que en la relación-síntesis falta precisamente este concepto), ¿por qué no plantear, también respecto a la sexualidad, esa propuesta positiva que se quiere hacer para la familia? En otras palabras, hay dos "bellezas" evangélicas que hay que presentar: la "belleza de la familia", escuela de oblación, de fecundidad y de comunión y la "belleza de la castidad", escuela de autodisciplina y de elevación del amor humano y cristiano.
Si la reflexión sobre la familia que proseguirá con el Sínodo ordinario del año que viene se reduce a copiar a los ortodoxos en lo que atañe a la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar; a los protestantes en su consideración del Evangelio como un ideal, dejando a las conciencias de los individuos la decisión en situaciones concretas; a los anglicanos en su comprensión de la sinodalidad como un modo de resolver las cuestiones a fuerza de mayorías, entonces no se entiende dónde está esa "creatividad" sobre la que el Papa Francisco ha insistido.
Artículo publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Henela Faccia Serrano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario