Hace
algunos años, un dominico me dijo que las grandes figuras se aprecian mejor
conforme pasa el tiempo. En el caso del Papa emérito Benedicto XVI, ha
acertado. En muchas partes del mundo están apareciendo testimonios de personas
que estaban lejos de la fe y que, gracias a sus libros, han redescubierto las
raíces cristianas. Joseph Ratzinger es un maestro, porque sabe explicar cosas
elevadas de un modo accesible. Aunque yo siempre he estado identificado con la
Iglesia, lo cierto es que después de su pontificado algo cambió en mí. Sus
enseñanzas, me ayudaron a madurar en la fe. Al principio, pensaba que la verdad
era un tema que debía darse por sentado al tratarse de una postura compleja a
la hora de argumentarla, pero su labor magisterial me ayudó a darme cuenta que
el diálogo debe partir necesariamente de una identidad clara, definida, bien
enraizada en la doctrina. En otras palabras, que la verdad es Dios mismo y, por
ende, al estudiarla, es posible vivirla, compartirla con aquellos que todavía
no la han conocido o experimentado. Me ayudó a no tener miedo de hacerme
preguntas, respondiéndolas desde la teología y la filosofía. Atendió mis dudas,
animándome a optar por la verdad, no como una ideología de derecha o izquierda,
sino a partir de la experiencia fundante.
Actualmente, no es que a las personas no les interese la fe, sino que la que les enseñaron todavía no ha saltado de la etapa infantil a la adulta. Necesitamos, a ejemplo del Papa emérito, sentarnos con las personas que nos lo pidan y enseñarles el Catecismo como si se tratara del abecedario. Aprovechar; sobre todo, la amplia obra literaria de Ratzinger. Sus argumentos no dejan indiferente a nadie. Al contrario, invitan a seguir estudiando, reflexionando sobre esa verdad que en Jesús asumió un rostro concreto, cercano, accesible, capaz de marcar un antes y un después. Junto con el Papa Francisco, reconocemos que Benedicto XVI es un sabio. ¿Por qué darle un adjetivo ligado a la sabiduría? Simple y sencillamente, por el hecho de que ha sido alguien que no ha separado la teología de la vida; es decir, vive lo que escribe.
Las nuevas generaciones a menudo no tienen idea del basto acervo literario de la Iglesia milenaria y, cuando por alguna razón lo encuentran, terminan impactados, totalmente seducidos por el cristianismo. Uno de los autores que más ha contribuido a dar contenido a las ideas de muchos jóvenes ha sido el Papa emérito. Quienes buscan respuestas, no deben pasar por alto su pensamiento, porque podrán plantearse las cuestiones más profundas: ¿existe Dios?, ¿de dónde vengo?, ¿quién soy? y ¿hacia dónde voy? Preguntas que se han hecho muchos hombres y mujeres, encontrando en Jesús las respuestas existenciales que llevaban dentro quizá sin darse mucha cuenta de ello. Sus conferencias, discursos, artículos, libros, etcétera constituyen un legado que pudiera compararse fácilmente con el de San Agustín de Hipona. En otro orden de ideas, conviene mencionar que Ratzinger rompe el prejuicio, según el cual, la Iglesia está formado por gente sin horizontes, hundida en el oscurantismo, porque demostró una aguda inteligencia. Sí, en la Iglesia hay lugar para todos, también para los sabios que se van haciendo desde la sencillez que contempla a Dios y a su obra mediante el estudio atento, contemplativo.
A más de un año de su renuncia, vemos cómo la influencia de Benedicto XVI continúa en tantos hombres y mujeres que están siguiendo sus huellas, al punto de saber dialogar pero desde la verdad, aquella que llena a la juventud inquieta que busca -con justa razón- un lugar en la Iglesia y en la sociedad, una juventud que necesita recibir la fe de un modo mejor explicado, atendido, libre de ideologías. No es casualidad que tantas personas se estén convirtiendo gracias a su magisterio. Parece que la historia le está dando la razón, pues las corrientes relativistas, lejos de crecer, van muriendo, mientras que la fe, asumida en su sentido original, continúa atrayendo, generando nuevos procesos de santidad. ¿Por qué la pastoral que vive según el magisterio crece continuamente y la que se opone muere? La respuesta está en que -como diría Sta. Teresa de Ávila- “solo Dios basta” y cuando no es él a quien se propone, falla esa “chispa” tan atractiva, la verdad que se concreta en la propia vida. Agradezcamos y sigamos reflexionando sobre el legado del Papa emérito. Hay mucho que orar, pensar, decir, hacer y vivir.
Actualmente, no es que a las personas no les interese la fe, sino que la que les enseñaron todavía no ha saltado de la etapa infantil a la adulta. Necesitamos, a ejemplo del Papa emérito, sentarnos con las personas que nos lo pidan y enseñarles el Catecismo como si se tratara del abecedario. Aprovechar; sobre todo, la amplia obra literaria de Ratzinger. Sus argumentos no dejan indiferente a nadie. Al contrario, invitan a seguir estudiando, reflexionando sobre esa verdad que en Jesús asumió un rostro concreto, cercano, accesible, capaz de marcar un antes y un después. Junto con el Papa Francisco, reconocemos que Benedicto XVI es un sabio. ¿Por qué darle un adjetivo ligado a la sabiduría? Simple y sencillamente, por el hecho de que ha sido alguien que no ha separado la teología de la vida; es decir, vive lo que escribe.
Las nuevas generaciones a menudo no tienen idea del basto acervo literario de la Iglesia milenaria y, cuando por alguna razón lo encuentran, terminan impactados, totalmente seducidos por el cristianismo. Uno de los autores que más ha contribuido a dar contenido a las ideas de muchos jóvenes ha sido el Papa emérito. Quienes buscan respuestas, no deben pasar por alto su pensamiento, porque podrán plantearse las cuestiones más profundas: ¿existe Dios?, ¿de dónde vengo?, ¿quién soy? y ¿hacia dónde voy? Preguntas que se han hecho muchos hombres y mujeres, encontrando en Jesús las respuestas existenciales que llevaban dentro quizá sin darse mucha cuenta de ello. Sus conferencias, discursos, artículos, libros, etcétera constituyen un legado que pudiera compararse fácilmente con el de San Agustín de Hipona. En otro orden de ideas, conviene mencionar que Ratzinger rompe el prejuicio, según el cual, la Iglesia está formado por gente sin horizontes, hundida en el oscurantismo, porque demostró una aguda inteligencia. Sí, en la Iglesia hay lugar para todos, también para los sabios que se van haciendo desde la sencillez que contempla a Dios y a su obra mediante el estudio atento, contemplativo.
A más de un año de su renuncia, vemos cómo la influencia de Benedicto XVI continúa en tantos hombres y mujeres que están siguiendo sus huellas, al punto de saber dialogar pero desde la verdad, aquella que llena a la juventud inquieta que busca -con justa razón- un lugar en la Iglesia y en la sociedad, una juventud que necesita recibir la fe de un modo mejor explicado, atendido, libre de ideologías. No es casualidad que tantas personas se estén convirtiendo gracias a su magisterio. Parece que la historia le está dando la razón, pues las corrientes relativistas, lejos de crecer, van muriendo, mientras que la fe, asumida en su sentido original, continúa atrayendo, generando nuevos procesos de santidad. ¿Por qué la pastoral que vive según el magisterio crece continuamente y la que se opone muere? La respuesta está en que -como diría Sta. Teresa de Ávila- “solo Dios basta” y cuando no es él a quien se propone, falla esa “chispa” tan atractiva, la verdad que se concreta en la propia vida. Agradezcamos y sigamos reflexionando sobre el legado del Papa emérito. Hay mucho que orar, pensar, decir, hacer y vivir.
Carlos J.
Díaz Rodríguez
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