Ayer hablaba de los grandes
teólogos. No es lo mismo ser teólogo que obispo, aunque, a veces, una gran
figura teológica llegue al episcopado. San Pablo distingue entre los maestros y
los pastores. La Iglesia les debe mucho a esos teólogos que descuellan como
montañas, montañas de la ciencia de Dios.
Cierto que hemos tenido un cierto
número de teólogos en los decenios pasados que han sido famosos y no han
guardado la regla de la ortodoxia. Pero me refiero a los que han sigo grandes y
fieles, innovadores y ortodoxos.
Aunque la innovación no necesariamente
tiene que ser una de las características del gran teólogo. Uno puede ser grande
en la profundización.
Sin esos grandes maestros de la
ciencia divina, hoy no tendríamos ni el ecumenismo, ni la paternidad
responsable, ni los matrimonios de mixta religión, ni los divorciados podrían
vivir juntos como hermanos y comulgar (esa opción no se contemplaba hace
doscientos años), ni otras muchas cosas que hoy día damos por supuestas, pero
que un día a algunos les parecieron alejarse de los enunciados hasta entonces
oídos.
La fe es inmutable, pétrea. La Tradición no puede cambiar. Pero de la
Tradición nacen las verdes ramas de la Teología. Los teólogos profundizan en la
raya de lo lícito y lo ilícito. Estudiando con cuidado hasta donde se puede
llegar, hasta donde conviene llegar, hasta donde Jesús querría que llegásemos.
P.
FORTEA
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