martes, 2 de septiembre de 2014

VIVIR EN LA CARNE, VIVIR EN EL ESPÍRITU


Con esa claridad que le caracteriza en sus escritos…, San Pablo en su epístola a los Romanos, después de asegurarnos que hemos sido redimidos por Cristo y que ya no existe posibilidad de condenación para los que viven unidos a Él, nos justifica esto porque la Ley del Espíritu, estaba reducida a la impotencia por la carne y Dios envió a su propio Hijo, en una carne semejante a la del pecado, para que la justicia de la Ley del Espíritu se cumpliera en nosotros y así nos dice: 5 En efecto, los que viven según la carne desean lo que es carnal; en cambio, los que viven según el espíritu, desean lo que es espiritual.

6 Ahora bien, los deseos de la carne conducen a la muerte, pero los deseos del espíritu conducen a la vida y a la paz, 7 porque los deseos de la carne se oponen a Dios, ya que no se someten a su Ley, ni pueden hacerlo. 8 Por eso, los que viven de acuerdo con la carne no pueden agradar a Dios. 9 Pero ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes.

El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo. 10 Pero si Cristo vive en ustedes, aunque el cuerpo esté sometido a la muerte a causa del pecado, el espíritu vive a causa de la justicia. 11 Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes.

12 Hermanos, nosotros no somos deudores de la carne, para vivir de una manera carnal. 13 Si ustedes viven según la carne, morirán. Al contrario, si hacen morir las obras de la carne por medio del Espíritu, entonces vivirán. 14 Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. (Rm 8,5-14)

            Desde nuestro nacimiento hemos estado y seguimos estando sometidos, a una lucha que se genera en nuestro interior entre los deseos y apetencias materiales de nuestra carne, es decir, de la parte material y corruptible de nuestro ser y la pare espiritual y eterna de este, que es nuestra alma. Dios nos ha creado seres libres y para ello nos ha donado el libre albedrío, que nos permite una capacidad de elección entre las apetencias de nuestra a carne y las de nuestro espíritu, es decir de nuestra alma.

Podría habernos hecho seres abocados al amor del Señor, sin posibilidad alguna de caer en el mal de la carne, pero entonces nuestro amor al Señor, nunca hubiese existido en nosotros., el mérito de acudit libremente y buscar la reciprocidad de nuestro amor al divino. Si, hubiese existido el amor de Él haca nosotros, como Él lo tiene, hacia todo aquello que ha sido objeto de su creación, es decir nuestra relación con Dios, hubiese sido una relación de sumisión impuesta, lo mismo que la tienen las plantas y los animales de este mundo que sin conocer ni amar. ni odiar a Dios, cumplimentando puntualmente todas sus leyes de la naturaleza y actuando conforme a los instintos animales de los que Dios, les ha dotado.

            Pero nuestro caso es totalmente diferente, porque Dios que nos ama cono objeto de su creación que somos quiere que le correspondamos a su amor y nosotros le amasemos también, es decir, para que existiese una reciprocidad del amor entre Dios y nosotros. Pero para que exista esa reciprocidad que el amor tiene, cuando no es unilateral sino bilateral o recíproco, es necesaria la existencia de una libertad, porque sin ella nunca puede florecer un amor recíproco. Dios con toda omnipotencia, una vez que nos ha creado libres, no puede obligar a ninguna persona que le ame a la fuerza.

Lo mismo que entre nosotros pasa, que hay veces en la juventud, que deseamos el amor de otra persona sea chica o chico y no conseguimos que ella o él, ni siquiera nos mire, lo cual esta situación nos crea verdaderas tragedias de amores frustrados, aunque el tiempo lo arregla todo..., relativamente pues hay personas que con ochenta y noventa años aún están dolidos, de las calabazas que les dio, aquella chica o chico, cuando tenía 17 años. El amor es el sentimiento con más fuerza que existe, mucho más que el odio.

Y a Dios le sucede algo parecido a lo que nos sucede a nosotros, quiere ser amado, nos ha creado para ser eternamente felices en su amor, y cuando ese amor no aparece o lo que es peor, se le entrega al maligno, el sufrimiento divino es inmenso, porque en Dios, al ser una Criatura ilimitada en todo, todo lo suyo tienen siempre unas características de inmensidad. Dios sufre intensamente cuando es defraudado, por el amor de una sola persona de los millones de personas que somos y ello es porque dada la inmensidad de la potencia de Dios, da su omnipotencia, Él nos trata a cada uno de nosotros, como si fuésemos la única criatura que él hubiese creado, sufre y goza de su relación de amor con nosotros, de una forma personalísima, como si fuésemos su único amor existente en el universo.

            Dios lucha por nuestro amor, de una forma tal, que ya nos gustaría igualmente poder ejecutarla nosotros por su amor, aquellos que estamos enamorados de Él. Dios lucha con un profundo respeto, al libre albedrío que le dio a esa persona que no le ama y vive según la carne, tal como nos decía San Pablo. Utiliza generalmente sus mociones y inspiraciones divinas para hacerle comprender a esa alma descarriada, cual es el final que le espera al abandonar el ámbito de su amor, y aceptar lo que es de este mundo y de la carne, porque ella es siempre corruptible y corruptible será el cuerpo de esa alma que no ama, e igual que lo será el cuerpo del alma que ama, pero con la tremenda diferencia de que esa alma que no quiso amar, se encontrará eternamente con lo que desea, la antítesis del amor que es el odio, un odio eterno envuelto en un mar de eternas tinieblas.        

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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