viernes, 5 de septiembre de 2014

EL "BOOM" DE LOS EVANGELIOS APÓCRIFOS


En los últimos años ha resurgido un gran interés por los documentos antiguos y especialmente apócrifos, interés motivado en buena medida por el deseo de hallar en ellos misteriosas verdades que las iglesias habrían ocultado por miedo a que sea descubierta “la verdad sobre Jesús” o que “la Iglesia se derrumbe en sus creencias”.

Hay un gusto creciente por las versiones no oficiales o no autorizadas de los hechos. Lo no dicho, lo oculto, aunque sea falso, suena interesante y atractivo. Las teorías sobre conspiraciones fascinan, la información seudohistórica abunda en internet. Lo misterioso y extraño tiene mayor público que los buenos libros de historia.

El tema de los "evangelios apócrifos" está rodeado de mitos y prejuicios, que muchos dan por veraces sin tener siquiera noticia acerca de los propios apócrifos. Todavía se suele confundir en muchos artículos periodísticos los manuscritos encontrados en Qumrán, que son en su mayoría de la secta judía de los esenios, con los evangelios apócrifos. Sin embargo, nada tiene que ver Qumrán con los evangelios gnósticos de Nag Hammadi. Otros afirman que el Concilio de Nicea sustrajo ciertos textos sobre la reencarnación, o que se eligieron evangelios. Sin embargo, la fe judeocristiana jamás creyó en la reencarnación, y el Concilio de Nicea no eligió evangelios.

EVANGELIOS CANÓNICOS

Los cuatro evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, son los aceptados por el cristianismo (no solo por católicos, sino por todas las iglesias cristianas), desde comienzos del siglo II ya, como fuente cierta y segura de revelación. Se les llama “canónicos”.

Se denomina “apócrifos” –a veces peyorativamente- a los considerados como ajenos a la tradición cristiana. El término apócrifo (del griego: oculto o secreto) fue usado por los mismos autores de estos textos “ocultos”, dando así a entender su carácter esotérico, reservado a una elite de iniciados en sus misteriosas doctrinas. No se les llamó “ocultos” por estar escondidos, sino por su origen esotérico y luego se hizo costumbre identificar apócrifo con no canónico, no inspirado, falso, etc.

Los cuatro evangelios canónicos (que son regla de fe para los cristianos, y son considerados como inspirados), fueron escritos durante la segunda mitad del siglo I. Estos escritos pertenecen a las comunidades cristianas de los primeros testigos, tienen un origen apostólico y eran de uso generalizado en los primeros siglos de la era cristiana. No fueron cambiados ni corregidos, y esto lo sabemos porque se dispone de gran cantidad de copias y traducciones hechas en la antigüedad. También se poseen escritos de autores de los primeros siglos que citan y comentan estos textos, lo cual nos permite comparar y ver la fidelidad en la trasmisión hasta nuestros días. No sería posible ocultar algo que fue dado a conocer desde el principio. Además, el criterio de canonicidad tiene que ver con el serio conocimiento del origen de tal o cual evangelio como vinculado directa y realmente a un apóstol o discípulo del mismo, acreditado a su vez por las otras comunidades cristianas que servían de referentes por estar conectadas también con un origen apostólico.

En el Concilio de Trento (s. XVI) se define dogmáticamente el canon actual de la Biblia, pero ya desde el siglo IV hay elencos completos de los libros canónicos (Concilio de Cartago, 397), y el decreto Gelasiano del Sínodo de Roma (383) es el primer documento romano autorizado con la lista completa del canon. Ya a finales del siglo II, Ireneo de Lyon defiende la canonicidad de los cuatro evangelios canónicos frente a las sectas gnósticas. Por lo tanto en los comienzos mismos de la Iglesia, los cuatro evangelios canónicos y las cartas de san Pablo eran considerados como auténticamente inspirados y de autoridad apostólica, a diferencia de los posteriores textos apócrifos.

En la época del Canon Muratoriano -que data aproximadamente del 190 DC- el reconocimiento de los cuatro evangelios como canónicos y la exclusión de textos gnósticos era un proceso que se encontraba ya sustancialmente completo.

En el siglo XVI la “reforma protestante”, en una deseada vuelta a las fuentes, aceptó el canon de la Biblia hebrea, que no contiene algunos libros incluidos en la traducción griega de los Setenta (LXX), la cual se usaba en la primitiva comunidad apostólica. Si bien la Biblia católica incluye 7 libros más del Antiguo Testamento en comparación con las protestantes, en lo concerniente al Nuevo Testamento, todas las tradiciones cristianas han mantenido los 27 libros canónicos que hoy conocemos.

Claramente los textos gnósticos, por no ser cristianos, nunca formaron parte de la lista de libros revelados y auténticos entre los cristianos de todos los tiempos.

LOS APÓCRIFOS GNÓSTICOS

Existen otros textos, escritos entre finales del siglo II y comienzos del siglo V que se autodenominaron “evangelios”, y que tienen por autores a miembros de distintas sectas gnósticas de la antigüedad y de otros grupos seudocristianos, autores que aparecen con el nombre de apóstoles o de personajes evangélicos –aunque sin conexión histórica con los mismos-, como: Tomás, Pedro, María Magdalena, Santiago, Felipe, Andrés, Judas, Bernabé, etc.

Usaban el nombre de un apóstol para darle mayor autoridad a esos textos tardíos, y no tenían ninguna relación con las comunidades apostólicas. Es decir: el verdadero autor de un apócrifo determinado elige figurar con el nombre de un apóstol que en realidad vivió siglos antes.

Estos textos, como no podía ser de otro modo, fueron rechazados por las comunidades cristianas desde sus comienzos, ya que no sólo presentaban a un Jesús moldeado según la fantasía de las doctrinas gnósticas y esotéricas- sino que sus contenidos eran irreconciliables con lo transmitido oralmente y por escrito por los testigos de las primeras comunidades cristianas. Apenas unos pocos escritos apócrifos judeocristianos –algunos contaminados de gnosticismo- influyeron en la liturgia, en historias populares, y en el arte, pero nunca entraron en el canon.

Aunque se los llame ocultos (apócrifos), no están escondidos en ninguna parte, ya que se pueden adquirir, desde hace ya varios años, en cualquier librería que tenga textos religiosos. Son de conocimiento público, estudiados por historiadores de las religiones y teólogos.

Y los originales tampoco se hallan en algún lugar secreto del Vaticano –como suele escucharse-, sino en diferentes museos. El evangelio apócrifo “de Tomás”, por ejemplo, que es un texto posterior al año 150, se encuentra en el Museo de El Cairo, en Egipto, desde su hallazgo en 1945.

Estos textos nunca serán aceptados por el cristianismo, sencillamente porque son extraños a su historia e identidad, a sus raíces y su fuente. La mayoría de ellos nos muestra a un Jesús reinventado por las sectas gnósticas y esotéricas que mezclaban doctrinas de religiones orientales con la fe de la Iglesia primitiva, con elementos de la literatura apocalíptica judía (apócrifa), con la filosofía pitagórica, con el neoplatonismo y con los mitos egipcios...

Sencillamente no son evangelios cristianos, aunque se llamen “evangelios”, ni tienen por autor a ningún apóstol o sucesor directo del mismo.

El hallazgo de un evangelio apócrifo interesa en cuanto creencias religiosas más o menos contemporáneas del cristianismo primitivo, pero no es algo que afecte a la fe cristiana.

LOS PRIMEROS CRISTIANOS Y LOS EVANGELIOS

En la tradición cristiana existen también textos primitivos, de autores de gran importancia, que no fueron rechazados y se usaron para la enseñanza. Sin embargo no entraron en el canon y son poco conocidos. Muchos de ellos nos muestran interesantes datos sobre el cristianismo primitivo, sus celebraciones, sus creencias y enseñanzas, y no por ello se los integró al canon de la Biblia, ni tampoco se los escondió en ningún lado: la Didakhé o Enseñanza de los Apóstoles, Pastor de Hermas, Carta de Bernabé, 1ª Clemente (96 d.C), etc.

Si leemos a Taciano, un gran escritor sirio de la antigüedad que en el siglo II escribió el Diatessaron, constataremos que sus únicas fuentes son los cuatro evangelios que hoy llamamos canónicos y algunos escritos no canónicos de origen judeocristiano. En sus escritos, la humanidad y divinidad de Cristo, así como su mensaje, están tal cual los conocemos por la tradición cristiana. Y sabemos que aunque Taciano fue excomulgado por hereje por pasarse al gnosticismo, y su obra es la historia más antigua que se conoce sobre Jesús, toda su investigación histórica está apoyada en los cuatro evangelios canónicos.

Los evangelistas no quisieron escribir una biografía de Jesús, no fue ésta su intención. Ellos entregaban a sus comunidades la verdad del acontecimiento Jesucristo como fundamento de su fe, el testimonio de lo vivido y la enseñanza concerniente a la salvación. Su objetivo no fue hacer un documental, sino testimoniar y transmitir lo recibido fielmente. La misma fe les obligaba a la más estricta fidelidad a los hechos. Incluso llegaron a morir por ella. Con razón decía Pascal: “Creo de buen grado las historias cuyos testigos se dejan degollar”.

¿QUIÉNES ERAN LOS GNÓSTICOS Y QUÉ CREÍAN?

Para comprender el origen y la doctrina de estos textos tardíos conocidos como “evangelios gnósticos” encontrados en Nag Hammadi (Egipto), es necesario introducirnos brevemente en el movimiento que les dio origen, y así comprender el rechazo cristiano por estos textos, así como su no vinculación con el Jesús histórico.

El gnosticismo (gnosis: conocimiento) es un movimiento espiritual pre-cristiano fruto del sincretismo de elementos iranios con otros mesopotámicos, de escuelas filosóficas griegas como el platonismo y el pitagorismo, y de la tradición apocalíptica judía. “Estalla públicamente a mediados del siglo II como una tendencia poderosa e identificable con numerosos maestros, diversidad de escuelas y amplia expansión (Palestina, Siria, Arabia, Egipto, Italia y la Galia)” (García Bazán). Se caracterizan por buscar la salvación a través del conocimiento reservado a unos pocos y por un marcado dualismo cosmológico y antropológico. No buscaban un conocimiento de tipo intelectual, sino espiritual e intuitivo, a saber: el descubrimiento de la propia naturaleza divina, eterna, escondida y encerrada en la cárcel del cuerpo y la psique. Un conocimiento reservado a una élite de hombres “espirituales”.

Al tomar contacto con el cristianismo, el gnosticismo dio origen a una larga lista de sectas que mezclaban elementos gnósticos y cristianos, confundiendo a las mismas comunidades cristianas.

El gnosticismo antiguo, aunque no era homogéneo en sus doctrinas, tenía un importante desprecio por el mundo material y por el cuerpo. Los gnósticos creían que el mundo material en el que vivimos es una catástrofe cósmica y que de alguna manera, chispas de la divinidad han caído, han quedado atrapadas en la materia, y necesitan escapar y volver a su origen. El escape de la materia lo logran cuando adquieren conciencia cabal de su situación y de su origen divino. Este conocimiento es la “gnosis”. Por lo tanto la única forma de salvación no es por obra de Dios, sino por la adquisición de la propia conciencia de tener en sí mismo la “chispa divina”. Muchas de estas doctrinas que se conciben como autosalvación, autodivinización, reencarnación, con un dejo panteísta, y entienden a Jesús y Cristo como realidades separadas, vuelven a aparecer en los movimientos new agers como la Metafísica Cristiana de Conny Mendez, los Ishayas, y las modernas sectas gnósticas y esotéricas.

Es preciso resaltar que las creencias gnósticas son fuertemente anticristianas y niegan las creencias centrales del cristianismo: encarnación del Verbo, la muerte y resurrección de Jesucristo. Su visión del mundo es, además, pesimista. Gracias al testimonio de muchos escritos cristianos contra los gnósticos conocemos muchas de sus creencias. Los dogmas proclamados por el cristianismo primitivo se fijaron para salvar la fe original de la contaminación de ideas gnósticas que comenzaron a proliferar en el mundo helenístico y dentro del imperio romano entre los siglos II al V d.C.

Tampoco es cierto que el gnosticismo fuera un cristianismo marginal, sino que existía una mutua desacreditación. No solo los cristianos rechazaban a los gnósticos por tergiversar el mensaje y la vida de Jesús con doctrinas orientales y filosofías extrañas, sino que los gnósticos también rechazaban y atacaban a los cristianos ortodoxos por considerarlos seres inferiores espiritualmente.

El ataque era mutuo, solo que el gnosticismo, en razón de su naturaleza sincretista de mezclar elementos de cualquier religión, asimilaba lo cristiano a su doctrina y daba la impresión de religión tolerante. Alcanza con leer los mutuos ataques doctrinales de aquella época. El mismo historiador Paul Johnson escribe: “Los grupos gnósticos se apoderaron de fragmentos del cristianismo, pero tendieron a desprenderlos de sus orígenes históricos. Estaban helenizándolo, del mismo modo que helenizaron otros cultos orientales (a menudo amalgamando los resultados)... Pablo luchó esforzadamente contra el gnosticismo pues advirtió que podía devorar al cristianismo y destruirlo. En Corinto conoció a cristianos cultos que habían reducido a Jesús a un mito. Entre los colosenses halló a cristianos que adoraban a espíritus y ángeles intermedios. Era difícil combatir al gnosticismo porque, a semejanza de la hidra, tenía muchas cabezas y siempre estaba cambiando. Por supuesto, todas las sectas tenían sus propios códigos y en general se odiaban unas a otras. En algunas confluían la cosmogonía de Platón con la historia de Adán y Eva, y se la interpretaba de diferentes modos: así, los ofitas veneraban a las serpientes... y maldecían a Jesús en su liturgia...” (Historia del cristianismo)

GNÓSTICOS DE AYER Y HOY

Los dogmas cristianos no introducen una novedad doctrinal, sino que formulan la fe de modo claro y explícito en un lenguaje preciso y teológico, para liberarla de expresiones ambiguas e interpretaciones arbitrarias que puedan alejarla de la fe de los apóstoles. Los dogmas venían en ayuda del pueblo creyente para que no se dejase confundir por nuevas doctrinas extrañas al Evangelio. De algún modo aquellas corrientes gnósticas se reeditan en doctrinas tales como las difundidas por el movimiento New Age, el libro de Urantia, Sixto Paz con sus telenovelas cósmicas, J.J. Benítez con su caballo de Troya, los seguidores del Código Da Vinci y las supuestas nuevas revelaciones extraterrestres sobre Jesús, cuya fantasía se alza como la versión oculta, secreta… apócrifa de la historia. En tiempos de crisis cultural las nuevas versiones de la gnosis despiertan desde el fondo de la historia con sus espejismos, sus juegos multicolores, sus contorsiones, y se prodigan ante un vasto público ávido de entretenimientos fatuos que traigan aunque sea unas vanas, efímeras caricias de espiritualidad.

EL GRAN COMPLOT: ¿CONSPIRACIÓN DE 2000 AÑOS?

A raíz de la literatura esotérica, los apócrifos y novelas como el Código Da Vinci, no son pocos los que se unen al cultural prejuicio anticatólico y afirman que la Iglesia conspiró para ocultar estos textos a lo largo de la historia. Pero con un poco de sentido común, vemos que todos los cristianos -un quinto de la humanidad-, tanto católicos, como ortodoxos, el protestantismo histórico, anglicanos, bautistas, metodistas, evangélicos y pentecostales, coinciden en los 4 evangelios canónicos del Nuevo Testamento como fuentes fieles de revelación, en la divinidad de Cristo, en la resurrección, y en la mayoría de las verdades fundamentales de la fe cristiana, transmitida por los apóstoles y sus sucesores.

Sería una ilusión pensar que la Iglesia católica oculta cosas mientras el resto del cristianismo permanece ingenuo y acrítico ante la verdad sobre Jesucristo y los Evangelios. Esto obligaría a pensar en una conspiración de todo el cristianismo mundial a lo largo de 2000 años –no solo de católicos- por ocultar tantas cosas sobre Jesús. Es insostenible algo así. ¿Nadie se dio cuenta antes de un engaño tan grande?

IGNORANCIA RELIGIOSA

Es notoria la extendida y creciente ignorancia en materia de cultura religiosa en nuestro país. No tenemos mucha idea de la historia de las religiones, de los símbolos y el arte religiosos, de las distintas mitologías, de los libros sagrados, etc. La religión es un hecho humano específico e innegable, que debe ser estudiado desde las diversas disciplinas académicas. Y Uruguay, en comparación con otros países del mundo renguea en lo que a cultura religiosa se refiere. Esto nos deja vulnerables frente a cualquier discurso o interpretación sobre temas religiosos descontextualizados, donde hoy proliferan cientos de libros y revistas, sectas, cursos y conferencias, sobre temas de los que no se sabe si se trata de religiosidad o ciencia ficción, y no siempre se tienen herramientas académicas para discernir adecuadamente.

Creemos que la enseñanza de la historia de las distintas religiones, tarde o temprano tendrán que incluirse en los programas curriculares de enseñanza, de lo contrario seguiremos siendo incapaces de discernir entre lo real y lo fantástico, incapaces de reconocer una tontería con halo de sabiduría de una verdad histórica.

BIBLIOGRAFÍA

AA.VV., Los hombres de Qumrán. Literatura, estructura social y concepciones religiosas, Trotta, Madrid, 2000.

CULDAUT, Francine, El nacimiento del Cristianismo y el gnosticismo. Propuestas, Akal, Madrid, 1996.

ELIADE, Mircea, La Búsqueda. Historia y sentido de las religiones, Kairós, Barcelona, 1998.

GARCÍA BAZÁN, Francisco, Aspectos inusuales de lo sagrado, Trotta, Madrid, 2000.

JOHNSON, Paul, Historia del Cristianismo, Ediciones B, Barcelona, 2004.

TREVIJANO, Ramón, La Biblia en el cristianismo antiguo. Prenicenos. Gnósticos. Apócrifos, Verbo Divino, Navarra, 2001.

Miguel A. Pastorino

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