Sabemos por lingüística que una
frase adquiere su significado completo y verdadero según el contexto en el que
se encuentre y que fuera de él puede, en muchas ocasiones, ser interpretada de
forma incorrecta o contraria a lo que realmente quiere decir.
Así si alguien afirma “no me
dejaban dormir en toda la noche, así que me levanté y los maté a todos” no
sabemos si se trata de un psicópata asesino que ha matado a los vecinos que
celebraban una fiesta o de un señor normal y corriente que ha echado
insecticida para acabar con los mosquitos.
Célebre es el cuento de los
hermanos Grimm, “El sastrecillo valiente” que inoportunamente proclama haber
matado siete de un golpe cuando el reino buscaba alguien para acabar con un
terrible gigante, siendo que él se refería a siete moscas.
Por la misma regla de tres un
autor puede parecer afirmar una cosa y su contraria en momentos distintos
cuando en realidad cada uno de ellos se refiere a unas circunstancias y
contextos diferentes.
Si esto puede ser grave en el uso
diario del lenguaje, cuánto más lo es cuando nos referimos a citas bíblicas.
Por desgracia solemos encontrarnos, especialmente en los hermanos cristianos
separados, con personas y congregaciones que hacen de una frase de la Biblia
una norma de conducta, incluso casi un dogma, cuando se trata en realidad de
interpretaciones erróneas fuera de contexto. Yo siempre digo que si alguien me
da una frase bíblica puedo encontrar otra que afirme exactamente lo contrario
(probablemente soy un exagerado, pero en muchas ocasiones así sería)
Interpretar las Sagradas
Escrituras así se convierte en algo peor cuando desde esa misma perspectiva se
acusa a los católicos de no cumplir lo que dice la Biblia tal como lo hacen
otros. Esto es debido a que la Biblia debe ser interpretada en su conjunto, no
en compartimentos estancos, y cada cita, tal como hemos dicho, en el contexto en
que se produce.
Escuchamos con frecuencia cosas
como “los protestantes no tienen imágenes en sus templos porque lo prohíbe la
Biblia”, “los testigos de Jehová rechazan las transfusiones de sangre porque lo
prohíbe la Biblia”, “los adventistas guardan el sábado y no el domingo porque
es lo que ordena la Biblia”...
Y así mismo debemos entender
muchas veces si la cita a la que nos referimos tiene un significado literal o
metafórico. Muchos en el pasado llegaron a la amputación de sus propios
miembros por interpretar de forma literal una cita como la de “si tu ojo te
lleva al pecado, arráncatelo” (Mt 5, 29) cuando es una llamada a la conversión
y a apartarse y desechar todo aquello que nos lleve al pecado por mucho que nos
guste o doloroso que nos resulte el hacerlo.
Podemos ver, a modo de ejemplo,
estas y algunas otras frases y como han sido malinterpretadas:
.-En Deuteronomio 5, 8 y en otras
citas similares de la Biblia, leemos “No te harás imágenes: figura alguna de lo
que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la
tierra” y esto ha llevado a muchos a concluir que Dios prohíbe todo tipo de
imagen, por lo que no debemos tener ninguna en los templos y lo que hacemos los
católicos es por tanto desobedecer la palabra de Dios.
Sin embargo vemos en otros
pasajes de la Biblia como es Dios mismo el que ordena hacer imágenes, en Ex 25,
18-20 el Señor ordena a Moisés que decore el arca de la Alianza con dos
querubines de oro y en Num 21, 8-9 le dice que construye una serpiente de
bronce para sanar a su pueblo de las picaduras de las mismas, lo mismo ocurre
en 1 Sam 6, 5 cuando el pueblo hace algo parecido con imágenes de tumores y
ratas, las plagas que los han asolado. Salomón, cuando construye el templo de
Jerusalén, el que Dios mismo toma como morada, coloca imágenes de ángeles (1 Re
6, 23) y de animales (1 Re 7, 29) en él...
¿Qué diremos pues, que Dios se
contradice y cada vez dice una cosa distinta o que hemos interpretado mal las
citas bíblicas por sacarlas de su contexto?. Evidentemente la segunda. En
realidad Dios no prohíbe las imágenes en sí, lo que prohíbe es la idolatría,
adorar dioses falsos y hacerse imágenes de ellos.
De hecho la frase que precede a
la prohibición de imágenes en el Éxodo es “no tendrás otros dioses fuera de
mí”, esto es, lo que prohíbe la biblia son los ídolos, las imágenes de ídolos.
No hay ninguna prohibición en la Biblia que diga que no puedo llevar fotos de
mis hijos en la billetera o hacerme una estatua de santa Rita si siento devoción
por ella. (Curiosamente los que rechazan el uso de imágenes en el templo no se
niegan a hacerse fotografías o llevar las de sus seres queridos cuando la cita
en sí no hace ninguna distinción del tipo de imágenes)
.-En Gn 9, 4 y en algunas otras
citas similares, leemos “Os abstendréis de comer la carne con su alma, es
decir, con su sangre” y de ahí algunos concluyen que Dios prohíbe las
transfusiones de sangre... En realidad, y si nos fijamos bien, la prohibición
hace referencia a no comer la carne cruda o poco hecha o incluso “al punto”
(tostada por fuera y sonrosada por dentro), lo que a todas luces es una norma
de tipo higiénico-sanitaria, para evitar enfermedades o contagios.
Pero aún el caso de que
supusiéramos que la cita prohíbe tomar sangre, ¿a qué se debería?. Podemos ver
cómo se identifica el alma con la sangre. Hoy en día sería absurdo pensar que
el alma está en la sangre, con los análisis y la observación al microscopio
sabemos que contiene glóbulos rojos, blancos, plaquetas... pero nada que podamos
reconocer como el alma inmortal.
Sin embargo, para los
conocimientos “científicos” de la época, por simple observación podemos ver que
cuando uno se desangra, muere. Por lo que fácilmente se podía deducir que el
alma, como principio vital, se encontraba en la sangre, y por tanto no
podríamos tomar la del otro puesto que cada alma es única e inmortal, cosa que
hoy se comprueba como un sinsentido.
Además Jesús en el evangelio deja
claro lo relativo a los preceptos sobre la sangre, así en la parábola de buen
samaritano, Lucas 10, 25-37, rechaza la actitud del sacerdote y el levita que
“se dirigen a Jerusalén” (se entiende que al templo a presentar ofrendas) y no
socorren al hombre malherido para no quedar impuros al entrar en contacto con
su sangre y no poder participar así de los rituales judíos, mientras que alaba
la actitud del samaritano (que no sigue las prescripciones judías sobre la
sangre) por que entiende claramente que por encima de una norma ritual está el
deber de socorrer y salvar la vida de un hombre.
En la misma institución de la
Eucaristía, Mt 26, 28; Lc 22, 20 y otras Jesús da a beber su propia sangre,
cosa que según la interpretación errónea del precepto estaría totalmente
prohibido, es decir, los que así piensan acusarían a Jesús de desobedecer la
voluntad del Padre.
.- En el libro del Éxodo (16, 23:
20, 8) y otros paralelos se establece la obligación de respetar el sábado y
guardarlo como día de descanso y consagrado a Dios y sobre esto se dan toda una
serie de normas. Y el mismo libro, en 20, 11 explica el motivo, “porque en seis
días hizo el Señor el cielo, la tierra y el mar y lo que hay en ellos, y el
séptimo descansó; por eso el Señor bendijo el sábado y lo santificó”
La tradición judía es muy
respetuosa con este precepto y algunas congregaciones cristianas optan por
mantener esta tradición como mandato específico de Dios y rechazan el paso al
domingo.
Jesucristo cargó muchas veces,
como en Mt 12, 1-12 y otros, contra la interpretación estricta de esta norma y
contra la hipocresía de muchos fariseos que afirmaban respetarla, mientras que
se declaraba así mismo como “Señor del sábado” (Mt 12, 8) es decir, superior a
él. Pero el “paso” del sábado al domingo viene por el acontecimiento central
del cristianismo, la resurrección, la victoria sobre la muerte, ocurrida “el
primer día de la semana”, esto es, el domingo. Hay que recordar que el sábado
viene de sabath, que significa séptimo. La semana por tanto en realidad no
transcurre de lunes a domingo, si no de domingo a sábado (litúrgicamente es
así).
Jesús mismo se aparece resucitado
el mismo domingo a los discípulos de Emaús (Lc 24, 13) y “parte con ellos el
pan”, tal como hizo en la última cena. La Iglesia naciente, con los apóstoles
al frente, los que Jesús mismo había elegido para continuar su obra, empieza a
reunirse “el primer día de la semana” (Hch 20, 7). Aunque seguían visitando la
sinagoga los sábados y predicando en ella como judíos que eran, el hecho
específicamente cristiano ya desde el primer día era celebrado el domingo.
Esta nueva costumbre se
oficializó civilmente mucho tiempo después, pero tiene su origen, tal como
hemos visto, en los hechos de los apóstoles, desde el primer momento de la
Iglesia. Por tanto aquellos que consideran que lo correcto sería mantener la
tradición judía se situarían por encima de la autoridad de San Pedro, Santiago,
San Juan o el propio San Pablo y de lo que con ellos se estableció.
En el otro orden de cosas, sobre
el autor que pueda parecer decir una cosa y la contraria dependiendo del
contexto en que se expresa, le ocurre hasta el mismo Jesucristo.
Así el mismo que dice “aprended
de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29) es el que látigo en mano
echa a los mercaderes del templo (Jn 2, 15) u ordena que “el que no tenga
espada, que venda su manto y compre una” (Lc 22, 36).
El mismo que dice “Si quieres
entrar en la Vida eterna, cumple los Mandamientos, honra a tu padre y a tu
madre” (Mt 19, 17.19) es el que afirma “Si alguno viene donde mí y no odia a su
padre y a su madre, no puede ser discípulo mío” (Lucas 14, 26).
Aquel que afirma “La paz os dejo,
os doy mi paz” (Jn 14, 27) o “Os he dicho esto para que gracias a mí tengáis
paz” (Jn, 16, 33) es el que dice a sus apóstoles “No penséis que he venido a
traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he
venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera
con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa”
(Mt 10. 34-36).
Si alguien se dedicase a
interpretar y analizar las frases por separado y sin tener en cuenta su
significado metafórico o el contexto en el que fueron dichas, llegaría a la
conclusión de que Jesús es un inconstante, en el más leve de los juicios, o que
simplemente estaría fuera de sus cabales y muy lejos de ser el Hijo de Dios.
Sin embargo desde una
interpretación global del Evangelio vemos como Jesús es efectivamente manso y
humilde, mucho más que cualquier otro pues él mismo “siendo Dios no ha retenido
su condición si no que se ha hecho hombre” (Flp 2, 7) pero que la prioridad
ante todo es cumplir la voluntad del Padre y la construcción del reino, por lo
que no duda actuar con vehemencia cuando lo estima necesario o autoriza a sus
apóstoles a defenderse de las persecuciones si así lo creen conveniente.
Él mismo viene a cumplir hasta el
extremo la ley de Moisés, que incluye el honrar padre y madre, pero si estos o
cualquier otro fuesen un impedimento a la hora de la conversión y de su
seguimiento, debe anteponerse la voluntad de Dios, despreciando ya no a las
personas en sí, si no a lo que digan o enseñen en sentido contrario. Como el
hijo de los ateos que decide bautizarse, por ejemplo, aunque ello suponga
romper las relaciones con sus padres.
La voluntad de Jesús es que todos
se amen y que en todos reine la paz, pero bien sabe que muchos hombres, en su
libertad, rechazarán su mensaje y que en ocasiones se sembrará la división
entre creyentes y los que no lo son, hasta en el seno de una misma familia.
Desde aspectos cotidianos, como los padres creyentes que coherentemente deciden
hacer padrino de su hijo a un amigo creyente frente a un pariente agnóstico
provocando una disputa familiar, hasta los cristianos perseguidos en países
musulmanes hoy en día.
¿Más
ejemplos?... habiendo superado las 2000 palabras, mejor en otra ocasión.
José Luis Rubio
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