lunes, 11 de agosto de 2014

EL TEXTO Y EL CONTEXTO EN LA INTERPRETACIÓN BÍBLICA


Sabemos por lingüística que una frase adquiere su significado completo y verdadero según el contexto en el que se encuentre y que fuera de él puede, en muchas ocasiones, ser interpretada de forma incorrecta o contraria a lo que realmente quiere decir.

Así si alguien afirma “no me dejaban dormir en toda la noche, así que me levanté y los maté a todos” no sabemos si se trata de un psicópata asesino que ha matado a los vecinos que celebraban una fiesta o de un señor normal y corriente que ha echado insecticida para acabar con los mosquitos.

Célebre es el cuento de los hermanos Grimm, “El sastrecillo valiente” que inoportunamente proclama haber matado siete de un golpe cuando el reino buscaba alguien para acabar con un terrible gigante, siendo que él se refería a siete moscas.

Por la misma regla de tres un autor puede parecer afirmar una cosa y su contraria en momentos distintos cuando en realidad cada uno de ellos se refiere a unas circunstancias y contextos diferentes.

Si esto puede ser grave en el uso diario del lenguaje, cuánto más lo es cuando nos referimos a citas bíblicas. Por desgracia solemos encontrarnos, especialmente en los hermanos cristianos separados, con personas y congregaciones que hacen de una frase de la Biblia una norma de conducta, incluso casi un dogma, cuando se trata en realidad de interpretaciones erróneas fuera de contexto. Yo siempre digo que si alguien me da una frase bíblica puedo encontrar otra que afirme exactamente lo contrario (probablemente soy un exagerado, pero en muchas ocasiones así sería)

Interpretar las Sagradas Escrituras así se convierte en algo peor cuando desde esa misma perspectiva se acusa a los católicos de no cumplir lo que dice la Biblia tal como lo hacen otros. Esto es debido a que la Biblia debe ser interpretada en su conjunto, no en compartimentos estancos, y cada cita, tal como hemos dicho, en el contexto en que se produce.

Escuchamos con frecuencia cosas como “los protestantes no tienen imágenes en sus templos porque lo prohíbe la Biblia”, “los testigos de Jehová rechazan las transfusiones de sangre porque lo prohíbe la Biblia”, “los adventistas guardan el sábado y no el domingo porque es lo que ordena la Biblia”...

Y así mismo debemos entender muchas veces si la cita a la que nos referimos tiene un significado literal o metafórico. Muchos en el pasado llegaron a la amputación de sus propios miembros por interpretar de forma literal una cita como la de “si tu ojo te lleva al pecado, arráncatelo” (Mt 5, 29) cuando es una llamada a la conversión y a apartarse y desechar todo aquello que nos lleve al pecado por mucho que nos guste o doloroso que nos resulte el hacerlo.

Podemos ver, a modo de ejemplo, estas y algunas otras frases y como han sido malinterpretadas:

.-En Deuteronomio 5, 8 y en otras citas similares de la Biblia, leemos “No te harás imágenes: figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra” y esto ha llevado a muchos a concluir que Dios prohíbe todo tipo de imagen, por lo que no debemos tener ninguna en los templos y lo que hacemos los católicos es por tanto desobedecer la palabra de Dios.

Sin embargo vemos en otros pasajes de la Biblia como es Dios mismo el que ordena hacer imágenes, en Ex 25, 18-20 el Señor ordena a Moisés que decore el arca de la Alianza con dos querubines de oro y en Num 21, 8-9 le dice que construye una serpiente de bronce para sanar a su pueblo de las picaduras de las mismas, lo mismo ocurre en 1 Sam 6, 5 cuando el pueblo hace algo parecido con imágenes de tumores y ratas, las plagas que los han asolado. Salomón, cuando construye el templo de Jerusalén, el que Dios mismo toma como morada, coloca imágenes de ángeles (1 Re 6, 23) y de animales (1 Re 7, 29) en él...

¿Qué diremos pues, que Dios se contradice y cada vez dice una cosa distinta o que hemos interpretado mal las citas bíblicas por sacarlas de su contexto?. Evidentemente la segunda. En realidad Dios no prohíbe las imágenes en sí, lo que prohíbe es la idolatría, adorar dioses falsos y hacerse imágenes de ellos.

De hecho la frase que precede a la prohibición de imágenes en el Éxodo es “no tendrás otros dioses fuera de mí”, esto es, lo que prohíbe la biblia son los ídolos, las imágenes de ídolos. No hay ninguna prohibición en la Biblia que diga que no puedo llevar fotos de mis hijos en la billetera o hacerme una estatua de santa Rita si siento devoción por ella. (Curiosamente los que rechazan el uso de imágenes en el templo no se niegan a hacerse fotografías o llevar las de sus seres queridos cuando la cita en sí no hace ninguna distinción del tipo de imágenes)

.-En Gn 9, 4 y en algunas otras citas similares, leemos “Os abstendréis de comer la carne con su alma, es decir, con su sangre” y de ahí algunos concluyen que Dios prohíbe las transfusiones de sangre... En realidad, y si nos fijamos bien, la prohibición hace referencia a no comer la carne cruda o poco hecha o incluso “al punto” (tostada por fuera y sonrosada por dentro), lo que a todas luces es una norma de tipo higiénico-sanitaria, para evitar enfermedades o contagios.

Pero aún el caso de que supusiéramos que la cita prohíbe tomar sangre, ¿a qué se debería?. Podemos ver cómo se identifica el alma con la sangre. Hoy en día sería absurdo pensar que el alma está en la sangre, con los análisis y la observación al microscopio sabemos que contiene glóbulos rojos, blancos, plaquetas... pero nada que podamos reconocer como el alma inmortal.

Sin embargo, para los conocimientos “científicos” de la época, por simple observación podemos ver que cuando uno se desangra, muere. Por lo que fácilmente se podía deducir que el alma, como principio vital, se encontraba en la sangre, y por tanto no podríamos tomar la del otro puesto que cada alma es única e inmortal, cosa que hoy se comprueba como un sinsentido.

Además Jesús en el evangelio deja claro lo relativo a los preceptos sobre la sangre, así en la parábola de buen samaritano, Lucas 10, 25-37, rechaza la actitud del sacerdote y el levita que “se dirigen a Jerusalén” (se entiende que al templo a presentar ofrendas) y no socorren al hombre malherido para no quedar impuros al entrar en contacto con su sangre y no poder participar así de los rituales judíos, mientras que alaba la actitud del samaritano (que no sigue las prescripciones judías sobre la sangre) por que entiende claramente que por encima de una norma ritual está el deber de socorrer y salvar la vida de un hombre.

En la misma institución de la Eucaristía, Mt 26, 28; Lc 22, 20 y otras Jesús da a beber su propia sangre, cosa que según la interpretación errónea del precepto estaría totalmente prohibido, es decir, los que así piensan acusarían a Jesús de desobedecer la voluntad del Padre.

.- En el libro del Éxodo (16, 23: 20, 8) y otros paralelos se establece la obligación de respetar el sábado y guardarlo como día de descanso y consagrado a Dios y sobre esto se dan toda una serie de normas. Y el mismo libro, en 20, 11 explica el motivo, “porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra y el mar y lo que hay en ellos, y el séptimo descansó; por eso el Señor bendijo el sábado y lo santificó”

La tradición judía es muy respetuosa con este precepto y algunas congregaciones cristianas optan por mantener esta tradición como mandato específico de Dios y rechazan el paso al domingo.

Jesucristo cargó muchas veces, como en Mt 12, 1-12 y otros, contra la interpretación estricta de esta norma y contra la hipocresía de muchos fariseos que afirmaban respetarla, mientras que se declaraba así mismo como “Señor del sábado” (Mt 12, 8) es decir, superior a él. Pero el “paso” del sábado al domingo viene por el acontecimiento central del cristianismo, la resurrección, la victoria sobre la muerte, ocurrida “el primer día de la semana”, esto es, el domingo. Hay que recordar que el sábado viene de sabath, que significa séptimo. La semana por tanto en realidad no transcurre de lunes a domingo, si no de domingo a sábado (litúrgicamente es así).

Jesús mismo se aparece resucitado el mismo domingo a los discípulos de Emaús (Lc 24, 13) y “parte con ellos el pan”, tal como hizo en la última cena. La Iglesia naciente, con los apóstoles al frente, los que Jesús mismo había elegido para continuar su obra, empieza a reunirse “el primer día de la semana” (Hch 20, 7). Aunque seguían visitando la sinagoga los sábados y predicando en ella como judíos que eran, el hecho específicamente cristiano ya desde el primer día era celebrado el domingo.

Esta nueva costumbre se oficializó civilmente mucho tiempo después, pero tiene su origen, tal como hemos visto, en los hechos de los apóstoles, desde el primer momento de la Iglesia. Por tanto aquellos que consideran que lo correcto sería mantener la tradición judía se situarían por encima de la autoridad de San Pedro, Santiago, San Juan o el propio San Pablo y de lo que con ellos se estableció.

En el otro orden de cosas, sobre el autor que pueda parecer decir una cosa y la contraria dependiendo del contexto en que se expresa, le ocurre hasta el mismo Jesucristo.

Así el mismo que dice “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29) es el que látigo en mano echa a los mercaderes del templo (Jn 2, 15) u ordena que “el que no tenga espada, que venda su manto y compre una” (Lc 22, 36).

El mismo que dice “Si quieres entrar en la Vida eterna, cumple los Mandamientos, honra a tu padre y a tu madre” (Mt 19, 17.19) es el que afirma “Si alguno viene donde mí y no odia a su padre y a su madre, no puede ser discípulo mío” (Lucas 14, 26).

Aquel que afirma “La paz os dejo, os doy mi paz” (Jn 14, 27) o “Os he dicho esto para que gracias a mí tengáis paz” (Jn, 16, 33) es el que dice a sus apóstoles “No penséis que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa” (Mt 10. 34-36).

Si alguien se dedicase a interpretar y analizar las frases por separado y sin tener en cuenta su significado metafórico o el contexto en el que fueron dichas, llegaría a la conclusión de que Jesús es un inconstante, en el más leve de los juicios, o que simplemente estaría fuera de sus cabales y muy lejos de ser el Hijo de Dios.

Sin embargo desde una interpretación global del Evangelio vemos como Jesús es efectivamente manso y humilde, mucho más que cualquier otro pues él mismo “siendo Dios no ha retenido su condición si no que se ha hecho hombre” (Flp 2, 7) pero que la prioridad ante todo es cumplir la voluntad del Padre y la construcción del reino, por lo que no duda actuar con vehemencia cuando lo estima necesario o autoriza a sus apóstoles a defenderse de las persecuciones si así lo creen conveniente.

Él mismo viene a cumplir hasta el extremo la ley de Moisés, que incluye el honrar padre y madre, pero si estos o cualquier otro fuesen un impedimento a la hora de la conversión y de su seguimiento, debe anteponerse la voluntad de Dios, despreciando ya no a las personas en sí, si no a lo que digan o enseñen en sentido contrario. Como el hijo de los ateos que decide bautizarse, por ejemplo, aunque ello suponga romper las relaciones con sus padres.

La voluntad de Jesús es que todos se amen y que en todos reine la paz, pero bien sabe que muchos hombres, en su libertad, rechazarán su mensaje y que en ocasiones se sembrará la división entre creyentes y los que no lo son, hasta en el seno de una misma familia. Desde aspectos cotidianos, como los padres creyentes que coherentemente deciden hacer padrino de su hijo a un amigo creyente frente a un pariente agnóstico provocando una disputa familiar, hasta los cristianos perseguidos en países musulmanes hoy en día.

¿Más ejemplos?... habiendo superado las 2000 palabras, mejor en otra ocasión.

José Luis Rubio

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