lunes, 11 de agosto de 2014

DAR SERVICIO A LOS DEMÁS


En relación a este tema…, hemos de tener en cuenta, que: “El que no vive para servir, no sirve para vivir y el que no sirve para vivir es porque no ama”. El Señor nos marca claramente, que para llegar a tener una gran gloria en el cielo, hemos de convertirnos en servidores de los demás. Una vez más el Señor respalda la importancia del nuevo mandamiento. “34 Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, así que también amaos mutuamente. 35 En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos a otros”, (Jn 13,34-35). En la Constitución “lumen Gentium” del Vaticano II, podemos leer: “Servir es reinar”.

San Agustín escribía: “Nada podemos dar a Dios que sea nuestro; pero si podemos dar al prójimo. Dando al menesteroso grajearás para ti la abundancia” Para los que somos creyentes, sabemos la importancia que tiene el dar servicio a los demás, ella deriva de ese segundo mandamiento que es un casi primer mandamiento que nos dejó el Señor y que precisamente es San Juan el evangelista del amor el que lo recoge de lo expresado por el Señor escribiendo; “34 Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, así que también amaos mutuamente. 35* En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos a otros”, (Jn 13,34-35).

No es concebible para un cristiano amar al prójimo y no servirle, es más, la influencia cristiana que ha tenido en los demás, el servicio que los cristianos damos al prójimo, esto le llamó en su día la atención, a un hindú no cristiano, como era, Rabindranath Tagore, que en su libro “Cristo” escribió: “La idea de que el servicio al Padre del Universo consiste en servir a los hijos del hombre ha penetrado tan profundamente en los países cristianos desde hace tanto tiempo, que este mensaje corre incluso por las venas de los que se declaran ateos. Ellos también piensan que es justo sufrir por los demás. ¿De qué planta es este fruto? ¿Quién produce esta savia? Respondiendo a esta pregunta no puedo dejar de admitir que es el cristianismo”. La planta que genera el fruto de servir a los demás, se llama Dios, y la savia es el amor. Porque es amor lo que damos a los demás cuando les servimos y damos con ello ejemplo y testimonio de amor a Dios.

Nos dice el Señor:"13 Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque de verdad lo soy. 14 Si yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros. 15 Porque yo os he dado el ejemplo, para que vosotros hagáis también como yo he hecho”. (Jn 13, 13-15). Servir al prójimo, fue la principal actividad de la Madre Teresa de Calcuta, que nos recomendaba a sus hijas, el servicio a los demás diciéndoles: “Dios os bendiga (les dijo), orad, trabajad por los más pobres; la oración limpia el corazón y un corazón limpio puede ver a Dios en cada persona que nos rodea; y si queremos ver a Dios en nuestro prójimo, lo amaremos y querremos servirle”. Eso es lo que nos pide el Señor y debemos de hacer: Verle a Él en cada persona que se cruce en nuestra vida y en la medida de nuestras posibilidades atenderle. De dos formas podemos atender las necesidades del prójimo, de una forma material y de una forma espiritual, es decir con la donación de bienes materiales o de bienes espirituales, porque todos tenemos cuerpo y alma.

Pero existe una tendencia en nosotros a expresar nuestro celo fraternal en las obras corporales de misericordia y esta es la antigua tradición cristiana. Debemos recordar que nuestro deber principal para nuestro prójimo es de orden espiritual. Cada uno debe de dar lo que posee, unos poseen más bienes espirituales que materiales y otros al poseen más bienes materiales que espirituales. Unos y otros todo lo han recibido gratis, porque como dice San Agustín: ¿Qué tenéis vosotros que no hayáis recibido antes? Y el Señor, bien que nos dejó dicho: “Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”. (Mt 10,5-9).

Más de uno pensará en su bienes materiales y se dirá me lo he ganado yo a pulso, nadie me ha regalado nada. Al que así piense hay que recordarle que lo que tiene lo tiene por voluntad divina antes que por su esfuerzo. Tú solo te limitaste a sacarle jugo a los talentos que Dios te dio, para que los administraras. Otros muchos han trabajado más que tú y a su vejez no tienen ni para alimentar a los suyos. Por otro lado, hay que decirte que no seas insensato tú solo eres administrador de lo que con tanto empeño defiendes y no te creas que en tu entierro, detrás de ti, irán unos camiones de mudanza con los bienes que tu crées que son tuyos, tal como dijo en una homilía, el papa Francisco. Evidentemente el desapego humano a los bienes de este mundo ha de ser total, y aunque se tenga mucho es igual que si se tiene poco. Fulton Sheen decía a este respecto, que son muchos los cabellos que se tienen en la cabeza, pero uno solo que nos arranquen nos produce dolor. Queremos conservarlos todos.

En este tema de servir a los demás, hay que considerar que en el amor, es fundamental la humildad. Humildad es lo que nos pide el Señor y de él deberíamos de aprender de su humildad en pedir. Cuando alguien nos pide, no somos nosotros lo que le hacemos un favor a él, sino que es él, el que nos hace el favor de poder servir al Señor, sirviéndole a él. El que nos pide a nosotros, nos está haciendo dos favores muy grandes a los ojos del Señor. El primero es la lección de humildad que nos da al humillarse pidiéndonos y el segundo es la oportunidad de servir al Señor sirviéndole a él.

Fijada en cada celda para huéspedes, en el Real Monasterio de Santa María del Púrral en Segovia, había y supongo que seguirá habiendo, en la parten trasera de la puerta una nota del Prior que dice: “El Señor te recompense la oportunidad que nos das de servir en ti a Cristo.” La frase la leí hace años y sigo todavía impactado con ella. Agradezcamos pues, al necesitado que en nuestras vidas, pasa a nuestro lado, dándonos la ocasión de servir a Dios sirviéndole a él.

Con frecuencia recibir es más difícil que dar. Dar es muy importante: dar comprensión, esperanza, valor, consejo, apoyo, dinero pero sobre todo darnos nosotros mismos, sin dar no hay hermandad. Pero recibir es del mismo modo importante, porque recibiendo les hacemos saber a los que nos dan que tienen dones para ofrecer. La alegría de quienes siguen a su Señor por el camino del auto despojo y la humillación, muestran que lo que ellos buscan no es la miseria y el dolor, sino al Dios cuya compasión han sentido en sus propias vidas.

Sus ojos no están fijos en la pobreza y en la miseria, sino en la faz del Dios que ama. Si meditamos y seguimos profundizando en este tema, nos daremos cuenta que, nuestra santificación como sabemos, se encuentra en imitar a Cristo, y su entrega a los demás fue absoluta. Por ello si tratamos de imitar a Cristo, nos daremos cuenta de que nuestra vida no nos pertenece, le pertenece a los que nos rodean, les pertenece a los demás como a nosotros mismos.

Es triste ver que en nuestro mundo, tan enormemente competitivo y codicioso, que hemos perdido la alegría de dar. A menudo vivimos como si nuestra felicidad dependiera de tener. Pero no conozco a nadie que sea realmente feliz por lo que tiene. El verdadero gozo, la felicidad y la paz interior, procede de darnos a los demás. Una vida feliz es una vida entregada a los demás. Estamos tan atareados, con nuestras propias preocupaciones y problemas que no se nos ocurre pensar, que los demás, puedan tener todavía mayores problemas y preocupaciones que las nuestras, Así somos incapaces de aliviar la carga de nuestro prójimo.

Pero en la medida en que crecemos en la semejanza con Cristo por la caridad, vamos siendo más capaces como él, de tomar sobre nosotros las penas del prójimo, sin autosatisfacción ni paternalismo, sino con una fortaleza que quite de hecho la carga de sus hombros y les ayude a llevarla. El servir a los demás es siempre propio de los humildes.

Nuestra Señora nos dio un claro ejemplo de esto, cuando se fue a servir a Isabel durante tres meses, según nos comenta San Bernardo: Se admiró Isabel de que llegara María a visitarla, pero mucho más se admiraría al ver que no llegó para ser servida, sino para servirla.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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