lunes, 4 de junio de 2012

TESTIMONIO - EL CÁNCER DE MI PADRE


Mi padre fue diagnosticado con CÁNCER A LA PRÓSTATA y enviado para sus análisis pre-operatorios. Necesitaba una operación urgente porque su cáncer estaba avanzando.

En esa época yo estaba recién haciendo mis primeros pininos en sanación en la Comunidad de Jesús. También era Ministro Extraordinario de la Comunión y llevaba la comunión a los enfermos que visitaba.

Mi padre siempre tuvo mucha confianza conmigo y era al único de su familia que le comunicaba sus cosas. Me contó lo que le sucedía y le sugerí ir a mi Comunidad para orar por él. Aceptó y unos días antes de sus exámenes finales, fuimos. Antes de ingresar, lo invité a mi padre a acercarse al Santísimo para que le pidiera lo sanara; de paso, yo también lo hice. Luego de orar por unos minutos entramos a la sanación. En plena sesión el sacerdote dijo que alguien se estaba sanando de la próstata…. que el Señor lo estaba tocando.

Automáticamente yo pensé en mi padre y le agradecí a Dios. Para esto, nadie en la Comunidad sabía que había llevado a mi padre con cáncer para que Dios lo sane. Esto sólo lo sabíamos él y yo, y por supuesto Dios. O sea que fue tratado como a cualquier extraño que iba por primera vez, sin ninguna atención especial.

Pasaron unos días y mi padre me llamó para que lo acompañe a recoger los resultados de los análisis. Fuimos a la Clínica y esperamos que salga el doctor con el veredicto. Éste salió y le dijo a mi padre que estaba limpio, que no tenía nada, que no se explicaba qué había pasado, pero por su edad (70 años), y ya que todo estaba preparado para la operación, era mejor que la aprovechara, porque tarde o temprano, por precaución debería ser operado.

No se imaginan la cara de mi padre y la mía… estábamos contentísimos y agradeciéndole al Señor. Pero acá no acaba la cosa. Dios no da puntada sin hilo.

Mi padre aceptó la operación sin tener por qué. Lo internaron, fue operado con éxito y me pidió que le llevara la comunión. Pedí la autorización al sacerdote para hacerlo y llevé en mi porta viático una hostia.

Mi padre, amiguero como siempre, les había contado a otros pacientes y familiares de estos, que su hijo le iba a llevar la comunión. Cuando llegué con una sola hostia para mi padre, me encontré con otros pacientes que también me la pedían. Conté las personas que iban a comulgar y partí la hostia en las partes necesarias. Al llegar al último cuarto, toqué la puerta y salió una enfermera que me preguntó qué hacía allí. Le respondí que traía la comunión al paciente de ese cuarto. Me dijo: “Tenga mucho cuidado que está con SIDA”, a lo que respondí: “No se preocupe que yo estoy con Dios”.

Entré y vi sentados a tres familiares muy alejados de la cama del paciente. El enfermo estaba con máscara de oxigeno con una respiración muy forzada, como los que están agonizando, pero consiente. Me acerqué y le pregunté si sabía cual era su mal. Me respondió con la cabeza que sí. Le pregunté si deseaba arrepentirse de sus pecados, comulgar y pedirle a Dios que lo perdone. Nuevamente con la cabeza me indicó que sí. Estiré su máscara y le dije: “Cuerpo de Cristo”, le di la hostia y volví a su lugar la máscara. Le prometí visitarlo otra vez.

Durante tres días hice lo mismo, pero esta vez llevando las hostias necesarias. Al cuarto día, luego de dar la comunión a mi padre y a los enfermos que me la habían solicitado, llegué al cuarto del moribundo… ¡ya no estaba!. ¡Dios mío… te lo llevaste! – me dije a mí mismo. En ese momento apareció la enfermera que antes me había me había prevenido y le pregunté por el paciente. Ella me respondió sonriendo “que no se lo explicaba, pero le habían dado de alta”. ¡Dios mío… gracias! – volví a repetir.

La verdad es que no sé nada de él… pero le dieron de alta. Seguramente Dios quiso darle una oportunidad y usó a mi padre como instrumento para llegar a él. Si mi padre no hubiese aceptado la operación – que ya no la necesitaba - no lo hubiera conocido. ¡Alabado sea el Señor y sus extraños caminos!

Nota: Mi padre ha cumplido el 1º de mayo del 2012, 90 años, y está muy bien, aparte de una artritis en la rodilla derecha, pero que no le molesta demasiado y la tiene controlada. Él se llama José Miguel Pajares Cademartori, y vive en la Punta- Callao. Lima-Perú.

José Miguel Pajares Clausen
Noviembre 2007

Recordando el Día del Padre

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