¡SOIS MI CUERPO!
Festividad del
Corpus Christi: si Dios baja, hasta la mesa del altar, es para que
nosotros luego descendamos – junto con El y por El - a los innumerables altares
del mundo donde se sacrifican ilusiones y esperanzas, sueños e inquietudes.
1.
El Cuerpo y la Sangre del Señor, no pueden quedarse en
la invisibilidad de las cosas y de los acontecimientos. Sus amigos (y esos
amigos somos nosotros) tendremos que dar el “cuerpo” y ofrecer la “sangre” a un
evangelio que siendo conocido por muchos no es vivido por tantos como pensamos
ni creemos. Tampoco, en toda su perfección, por nosotros mismos.
¿Quién no
recuerda aquella famosa historia del Cristo sin brazos?
No podemos olvidarnos de las personas que no tienen
rostro porque les ha sido arrebatado su honra o de aquellos otros que no tienen
brazos porque los han dejado mutilados sin derecho a réplica ni defensa. El
Cristo sin brazos, en esta festividad
del Corpus, es un Cristo que, cuando lo comulgamos, se sumerge en
nuestras entrañas para que formemos parte se su cuerpo. Es entonces, cuando
automáticamente, nos convertimos en nuevos cristos para un viejo mundo que
necesita, aunque no se de cuenta, de un alimento que lo aleje de la extenuación
física y psíquica a la que está sometido.
¿Somos de
verdad el cuerpo del Señor allá donde estamos?
¿Dicen de
nosotros, por nuestros modos y maneras, actitudes y palabras, éste se nota que
es cuerpo de Jesús?
¿Preferimos el
anonimato y el camino fácil, el aplauso de los medios, la falsa discreción
antes que dar la cara en aquellas situaciones que requieren nuestro anuncio o
denuncia?
2.
La Solemnidad
del Corpus Christi nos trae a la memoria la comunión con Jesús y la
comunión con los hermanos. No podemos contentarnos exclusivamente con unas
carantoñas y besos, miradas perdidas o halagos ante un Cristo bonito. No
podemos caer en la tentación, en este día del Corpus, de reverenciar al Señor
que sale a la calle en histórica custodia o acariciarle con una lluvia de
pétalos. A continuación, y después de eso (que está muy bien) hemos de dar el
siguiente paso de rescatar y recuperar el cuerpo de su mensaje y de su acción
evangelizadora: que todos los hombres, especialmente los más pobres, descubran
la presencia de un Dios que ama con locura. Y los pobres, sobre todo en la
situación que nos preocupa, son ciudadanos que viven como si Dios no existiera,
cristianos que han sido bautizados y viven como si no lo estuvieran, creyentes
que formaron parte de la gran familia de la Iglesia y que se han vuelto en su
contra, representantes que, en su torpeza e intolerante progresismo, se mofan
injustamente a los pies del Santo Sepulcro de Jerusalén de los símbolos de la
Pasión de Jesús. Éstos ¿acaso no son pobres?
Solemnidad del
Cuerpo Christi. Es el día de los que formamos esa gran familia de los
hijos de Dios. Estamos llamados a manifestar públicamente (la procesión del
Corpus es una manifestación de fe, pero manifestación) la gran riqueza que
muchos se pierden todos los domingos, el gran memorial que Jesús nos dejó en
Jueves Santo, el gran milagro que –todos los días- tiene lugar en miles de
altares, la gran fuerza que expulsa toda debilidad, el gran misterio que nos va
abriendo puertas para un entrar cara a cara y hablar de tú a tú con el Dios que
nos salva.
3.
Fiesta del
Corpus Christi. Con este pan, hoy sobre todo, nos crecemos, nos
hacemos los valientes, para no cejar en nuestro empeño evangelizador. En este
día, mirando a Jesús Sacramentado, desaparece el egoísmo (que es la ausencia de
Dios) y reaparece la caridad (que es el latir del corazón de Dios a favor del
hombre).
Si "no comprometerse" ha sido siempre algo
inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito
permanecer ocioso (Juan Pablo II, Christifideles Laici 3).
No es que Cristo esté oculto en el mundo. Es más bien
al contrario: muchos cristianos permanecen tan ocultos en la política y en la
familia, en la empresa, en la cultura, en los organismos donde se toman ciertas
decisiones etc., que, es entonces, cuando Cristo enmudece, se paraliza y se
hace invisible, no por El, sino por aquellos que somos su cuerpo y nos
resistimos a movernos y presentarnos en su nombre.
La custodia labrada en oro o de plata, volverá al
museo sumida en un letargo que durará todo un año. Los cristianos, por el
contrario, como “custodias de carne y hueso”, lejos de dormir, seguiremos
llevando a Cristo y pregonándolo a los cuatro vientos todos y cada uno de los
días del año. Aunque que no nos echen pétalos.
Javier Leoz
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