Es fácil
hablar y hablar pero lo más hermoso, es actuar y vivir según el Evangelio.
El discurso
estuvo perfecto. Las palabras fluían naturalmente. Las ideas estaban trabadas
con armonía y precisión. Las imágenes fueron adecuadas, escogidas
cuidadosamente por el orador. El tono, insuperable, se adaptaba a cada frase de
la mejor manera posible.
Al final, el público se levantó entusiasmado y mostró su asentimiento con un aplauso sonoro.
Puede ser más o menos fácil explicar una virtud, exaltar el bien, defender la justicia, promover valores auténticamente humanos y cristianos. Pero en ocasiones las palabras parecen huecas: les falta algo de alma, de fuego, de garra. Les falta el apoyo insuperable de una vida íntegra, de un comportamiento ejemplar.
A veces podemos incurrir en el absurdo de predicar sobre un tema que luego no vivimos. El discurso puede parecer magnífico, pero carece de algo profundo que se llama autenticidad.
Al revés, una persona quizá no es capaz de expresarse con propiedad, no conoce los recursos de la oratoria, tiene una voz poco favorecida. Pero si vive de modo íntegro y coherente según las virtudes más elevadas, su misma presencia se convierte en un discurso sin palabras que arrastra, que convence, que llega a los corazones.
Escucho en lo interior de mi conciencia un susurro respetuoso y atrevido: "¿y tú?". Es fácil hablar, hablar, hablar. Lo más hermoso, lo más incisivo, lo más completo, es actuar y vivir según el Evangelio.
Quizá, entonces, llega el momento de escribir o de hablar un poco menos y de empezar esa maravillosa comunicación que consiste, simplemente, en predicar con el ejemplo...
Al final, el público se levantó entusiasmado y mostró su asentimiento con un aplauso sonoro.
Puede ser más o menos fácil explicar una virtud, exaltar el bien, defender la justicia, promover valores auténticamente humanos y cristianos. Pero en ocasiones las palabras parecen huecas: les falta algo de alma, de fuego, de garra. Les falta el apoyo insuperable de una vida íntegra, de un comportamiento ejemplar.
A veces podemos incurrir en el absurdo de predicar sobre un tema que luego no vivimos. El discurso puede parecer magnífico, pero carece de algo profundo que se llama autenticidad.
Al revés, una persona quizá no es capaz de expresarse con propiedad, no conoce los recursos de la oratoria, tiene una voz poco favorecida. Pero si vive de modo íntegro y coherente según las virtudes más elevadas, su misma presencia se convierte en un discurso sin palabras que arrastra, que convence, que llega a los corazones.
Escucho en lo interior de mi conciencia un susurro respetuoso y atrevido: "¿y tú?". Es fácil hablar, hablar, hablar. Lo más hermoso, lo más incisivo, lo más completo, es actuar y vivir según el Evangelio.
Quizá, entonces, llega el momento de escribir o de hablar un poco menos y de empezar esa maravillosa comunicación que consiste, simplemente, en predicar con el ejemplo...
Autor: P.
Fernando Pascual LC
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