Aquel hombre
explicaba que sentía una gran frustración cuando se veía limitado, cuando los
demás le imponían cosas y le impedían hacer alguna cosa.
Lo miró
pensativo el Anacoreta y dijo:
- Eso es la
tentación.
El hombre
respondió rápidamente:
- No me ha
entendido. No me refiero a nada moral, me refiero a los límites que me ponen
los demás, su sólo existencia.
Sonrió el anciano
y volvió a repetir:
- Eso es la
tentación.
Luego, tras
una breve pausa se explicó:
- La
verdadera tentación nos ataca cuando entramos en relación con los demás. En
nuestro interior hay tres elementos silenciosos que duermen en ocultos: eros,
el instinto de posesión y la afirmación de uno mismo. La relación con el otro
los despierta y entonces lo consideramos como objeto de placer, como un medio
para poseer o como un escalón para dominar y ser más que nadie.
Miró a los
ojos del hombre y prosiguió:
- Esas son
las verdaderas tentaciones. Y lo son tanto más, como que nos pasan
inadvertidas. Creemos ser felices utilizando al otro como un objeto, como una
forma de enriquecernos o como una tarima para alzarnos sobre los demás.
Confundimos felicidad con placer, posesión, dominio...,hasta el día en que nos
damos cuenta que todo es un engaño, que cada día necesito más placer, tener
más, dominar más...y que cada vez estoy más solo y soy más infeliz...
El hombre
bajó los ojos y preguntó:
- Entonces, ¿he
de alejarme de los otros?
Volvió a
sonreír el anacoreta y concluyó:
- No, de ninguna manera. De lo que
se trata es de amar al otro como un ser, no como un objeto. De lo que se trata
es de compartir, no de poseer. De lo que se trata es de ser solidarios, no
dominantes... Entonces verás que el otro no es un límite, sino un compañero de
viaje...
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