Respondió de
una manera cercana, sencilla y... ¡sin papeles! Respondió a flor de piel, con
lo que lleva en el corazón, con lo que ha meditado tanto y, sobre todo, con
humildad.
Cinco familias de diferentes continentes interpelaron al Papa durante el festival de las familias dentro del Encuentro Mundial de las Familias de Milán 2012. Para quienes seguimos en vivo la transmisión televisiva fue un momento muy de hogar: miles reunidos en torno al Papa para compartirle sus inquietudes y escucharlo.
Algunas preguntas no eran sencillas: pienso en la familia griega que pasa por momento de crisis económica y teme por el futuro de sus hijos; pienso en el matrimonio brasileño que preguntó sobre los divorciados vueltos a "casar" y su lugar dentro de la Iglesia. Pero también son de una gran actualidad lo que preguntaron los jóvenes novios de Madagascar y la estupenda respuesta que les dio el Papa (lección de historia del matrimonio en Occidente incluida, a mi gusto lo mejor de lo mejor)...
Pongo más
abajo las preguntas y respuestas completas. De verdad vale la pena leerlas,
meditarlas, agradecerlas y, en la medida de lo posible ¡ponerlas en práctica!
1. CAT TIEN (niña de Vietnam): Hola, Papa. Soy Cat
Tien, vengo de Vietnam. Tengo siete años y te quiero
presentar a mi familia. Él es mi papá, Dan, y mi mamá se llama Tao, y este es
mi hermanito Binh. Me gustaría mucho saber algo de tu familia y de cuando eras
pequeño como yo...
SANTO PADRE: Gracias a
ti, querida, y a los padres: gracias de corazón. Así que has preguntado cómo
son los recuerdos de mi familia: ¡serían tantos! Quisiera decir sólo alguna
cosa. Para nosotros, el punto esencial para la familia era siempre el domingo,
pero el domingo comenzaba ya el sábado por la tarde. El padre nos contaba las
lecturas, las lecturas del domingo, tomadas de un libro muy difundido en aquel
tiempo en Alemania, en el que también se explicaban los textos. Así comenzaba
el domingo: entrábamos ya en la liturgia, en una atmósfera de alegría.
Al día
siguiente íbamos a Misa. Mi casa está cerca de Salzburgo y, por tanto, teníamos
mucha música – Mozart, Schubert, Haydn – y, cuando empezaba el Kyrie,
era como si se abriera el cielo. Y, naturalmente, luego, en casa, era muy
importante una buena comida todos juntos. Además, cantábamos mucho: mi hermano
es un gran músico, ya de chico hacía composiciones para todos nosotros y, así,
toda la familia cantaba. El papá tocaba la cítara y cantaba; son momentos
inolvidables. Naturalmente, luego hemos hecho viajes juntos, paseos; estábamos
cerca de un bosque, así que caminar por los bosques era algo muy bonito:
aventuras, juegos, etc. En una palabra, éramos un solo corazón y un alma sola,
con tantas experiencias comunes, incluso en tiempos muy difíciles, porque eran
los años de la guerra, antes de la dictadura, y después de la pobreza. Pero
este amor recíproco que había entre nosotros, esta alegría aun por cosas
simples era grande y así se podían superar y soportar también las dificultades.
Me parece
que esto es muy importante: que también las pequeñas cosas hayan dado alegría,
porque así se expresaba el corazón del otro. De este modo, hemos crecido en la
certeza de que es bueno ser hombre, porque veíamos que la bondad de Dios se
reflejaba en los padres y en los hermanos. Y, a decir verdad, cuando trato de
imaginar un poco cómo será en el Paraíso, se me parece siempre al tiempo de mi
juventud, de mi infancia. Así, en este contexto de confianza, de alegría y de
amor, éramos felices, y pienso que en el Paraíso debería ser similar a como era
en mi juventud. En este sentido, espero ir «a casa», yendo hacia la «otra parte
del mund
2. SERGE RAZAFINBONY Y FARA ANDRIANOMBONANA, (Pareja
de novios de Madagascar)
SERGE:
Santidad, somos Fara y Serge, y venimos de Madagascar. Nos hemos conocido en
Florencia, donde estamos estudiando, yo ingeniería y ella economía. Somos
novios desde hace cuatro años y soñamos volver a nuestro país en cuanto
terminemos los estudios para dar una mano a nuestra gente, también mediante
nuestra profesión.
FARA: Los modelos
familiares que predominan en Occidente no nos convencen, pero somos conscientes
de que también muchos tradicionalismos de nuestra África deban ser de algún
modo superados. Nos sentimos hechos el uno para el otro; por eso queremos
casarnos y construir un futuro juntos. También queremos que cada aspecto de
nuestra vida esté orientado por los valores del Evangelio.
Pero
hablando de matrimonio, Santidad, hay
una palabra que, más que ninguna otra, nos atrae y al mismo tiempo nos asusta:
el «para siempre»...
SANTO PADRE: Queridos
amigos, gracias por este testimonio. Mi oración os acompaña en este camino de
noviazgo y espero que podáis crear, con los valores del Evangelio, una familia
«para siempre». Usted ha aludido a diversos tipos de matrimonio: conocemos el
«mariage coutumier» de África y el matrimonio occidental. A decir verdad,
también en Europa había otro modelo de matrimonio dominante hasta el s. XIX,
como ahora: a menudo, el matrimonio era en realidad un contrato entre clanes,
con el cual se traba de conservar el clan, de abrir el futuro, de defender las
propiedades, etc. Se buscaba a uno para el otro por parte del clan, esperando
que fueran idóneos uno para otro. Así sucedía en parte también en nuestros
países.
Yo me
acuerdo que, en un pequeño pueblo en el que iba al colegio, en buena parte se
hacía todavía así. Pero luego, desde el s. XIX, viene la emancipación del
individuo, de la persona, y el matrimonio no se basa en la voluntad de otros,
sino en la propia elección; comienza con el enamoramiento, se convierte luego
en noviazgo y finalmente en matrimonio. En aquel tiempo, todos estábamos
convencidos de que ese era el único modelo justo y de que el amor garantizaba
de por sí el «siempre», puesto que el amor es absoluto y quiere todo, también
la totalidad del tiempo: es «para siempre». Desafortunadamente, la realidad no
era así: se ve que el enamoramiento es bello, pero quizás no siempre perpetuo,
como lo es también el sentimiento: no permanece por siempre. Por tanto, se ve
que el paso del enamoramiento al noviazgo y luego al matrimonio exige
diferentes decisiones, experiencias interiores. Como he dicho, es bello este
sentimiento de amor, pero debe ser purificado, ha de seguir un camino de
discernimiento, es decir, tiene que entrar también la razón y la voluntad; han
de unirse razón, sentimiento y voluntad. En el rito del matrimonio, la Iglesia
no dice: «¿Estás enamorado?», sino «¿quieres?», «¿estás decidido?». Es decir,
el enamoramiento debe hacerse verdadero amor, implicando la voluntad y la razón
en un camino de purificación, de mayor hondura, que es el noviazgo, de modo que
todo el hombre, con todas sus capacidades, con el discernimiento de la razón y
la fuerza de voluntad, dice realmente: «Sí, esta es mi vida».
Yo pienso con frecuencia en la boda de Caná. El primer
vino es muy bueno: es el enamoramiento. Pero no dura hasta el final: debe venir
un segundo vino, es decir, tiene que fermentar y crecer, madurar. Un amor
definitivo que llega a ser realmente «segundo vino» es más bueno, mejor que el
primero. Y esto es lo que hemos de buscar. Y aquí es
importante también que el yo no esté aislado, el yo y el tú, sino que se vea
implicada también la comunidad de la parroquia, la Iglesia, los amigos. Es muy
importante esto, toda la personalización justa, la comunión de vida con otros,
con familias que se apoyan una a otra; y sólo así, en esta implicación de la
comunidad, de los amigos, de la Iglesia, de la fe, de Dios mismo, crece un vino
que vale para siempre. ¡Os felicito!
3. FAMILIA PALEOLOGOS (Familia griega)
NIKOS:
¡Kalispera! Somos la familia Paleologos. Venimos de Atenas. Me llamo Nikos y
ella es mi mujer Pania. Y estos son nuestros dos hijos, Pavlos y Lydia. Hace
años, con otros dos socios, invirtiendo todo lo que teníamos, hemos creado una
pequeña sociedad de informática.
Al llegar la
durísima crisis económica actual, los clientes han disminuido drásticamente, y
los que han quedado aplazan cada vez más los pagos. A duras penas logramos
pagar los sueldos de los dos dependientes, y a nosotros, los socios, nos queda
muy poco: así que, cada día que pasa, nos queda cada vez menos para mantener a
nuestras familias. Nuestra situación es una como tantas, una entre millones de
otras. En la ciudad, la gente va agachando la cabeza; ya nadie confía en nadie,
falta la esperanza.
PANIA:
También a nosotros, aunque seguimos creyendo en la providencia, se nos hace
difícil pensar en un futuro para nuestros hijos. Hay días y noches, Santo
Padre, en los cuáles nos surge la pregunta sobre cómo hacer para no perder la esperanza.
¿Qué puede decir la Iglesia a toda esta gente, a estas personas y familias a
las que ya no queda perspectivas?
SANTO PADRE: Queridos
amigos, gracias por este testimonio que me ha llegado al corazón y al corazón
de todos nosotros. ¿Qué podemos responder? Las palabras son insuficientes.
Deberíamos hacer algo concreto y todos sufrimos por el hecho de que somos
incapaces de hacer algo concreto.
Hablemos
primero de la política: me parece que debería crecer el sentido de
responsabilidad en todos los partidos, que no prometan cosas que no pueden
realizar, que no busquen sólo votos para ellos, sino que sean responsables del
bien de todos y que se entienda que la política es siempre también
responsabilidad humana, moral ante Dios y los hombres. Después, también las
personas sufren y tienen que aceptar, naturalmente, la situación tal como es, a
menudo sin posibilidad de defenderse. Sin embargo, también podemos aquí decir:
tratemos de que cada uno haga todo lo que esté en sus manos, que piense en sí
mismo, en la familia y en los otros con gran sentido de responsabilidad,
sabiendo que los sacrificios son necesarios para seguir adelante. Tercer punto:
¿qué podemos hacer nosotros? Esta es mi pregunta en este momento.
Pienso que
quizás podrían ayudar los hermanamientos entre ciudades, entre familias, entre
parroquias. Nosotros tenemos ahora en Europa una red de hermanamientos, pero se
trata de intercambios culturales, ciertamente muy buenos y útiles, pero quizás
se requieran hermanamientos en otro sentido: que realmente una familia de
Occidente, de Italia, Alemania o Francia,... se tome la responsabilidad de
ayudar a otra familia. Y también así las parroquias, las ciudades: que asuman
verdaderamente una responsabilidad, que ayuden de forma concreta. Y estad seguros:
yo y tantos otros rogamos por vosotros, y esta plegaria no es sólo pronunciar
palabras, sino que abre el corazón a Dios, y así suscita también creatividad
para encontrar soluciones. Esperamos que el Señor nos ayude, que el Señor os
ayude siempre. Gracias.
4. FAMILIA RERRIE (Familia estadounidense)
JAY: Vivimos
cerca de Nueva York. Me llamo Jay, soy de origen jamaicano y trabajo de
contable. Ella es mi mujer, Anna, y es maestra de apoyo. Y estos son nuestros
seis hijos, que tienen de 2 a 12 años. Así que se puede imaginar, Santidad, que
nuestra vida está hecha de continuas carreras contra el tiempo, de afanes, de
ajustes muy complicados... También para nosotros, en los Estados Unidos, una de
las prioridades absolutas es conservar el puesto de trabajo y, para ello, no
hay que atenerse a los horarios y, con frecuencia, lo que se resiente son
precisamente las relaciones familiares.
ANNA: En
verdad no siempre es fácil… La impresión, Santidad, es que las instituciones y
las empresas no facilitan compaginar el tiempo del trabajo con el tiempo para
la familia. Santidad, imaginamos que para usted tampoco es fácil conciliar sus
infinitos compromisos con el descanso.
¿Tiene algún
consejo para ayudarnos a rencontrar esta armonía necesaria? En el torbellino de
tantos estímulos impuestos por la sociedad contemporánea, ¿cómo ayudar a la
familia a vivir la fiesta según el corazón de Dios?
SANTO PADRE: Es una gran
cuestión, y creo entender este dilema entre las dos prioridades: la prioridad
del puesto de trabajo es fundamental, como lo es la prioridad de la familia. Y
cómo armonizar las dos prioridades. Puedo tratar únicamente de dar algún
consejo.
El primer
punto: hay empresas que permiten un cierto extra para las familias – el día del
cumpleaños, etc. – y comprueban que conceder un poco de libertad, al final hace
bien también a la empresa, porque refuerza el amor por el trabajo, por el
puesto de trabajo. Por tanto, quisiera aquí invitar a quienes dan trabajo a
pensar en la familia, a pensar también en dar su aportación para que las dos
prioridades puedan conciliar.
Segundo
punto: me parece que naturalmente se deba buscar una cierta creatividad, y esto
no siempre es fácil. Pero llevar cada día a la familia al menos algún motivo de
alegría, de atención, alguna renuncia a la propia voluntad para estar juntos en
familia, y de aceptar y superar las noches, las oscuridades de las que antes ya
he hablado, pensando en este gran bien que es la familia y encontrar así una
conciliación de las dos prioridades, también en la solicitud por llevar cada
día algo bueno. Y finalmente, está el domingo, la fiesta; espero que en America
se observe el domingo. Y por tanto, este día, me parece muy importante, porque
el domingo, precisamente en cuanto día del Señor es también «día del hombre»,
porque estamos libres. En el relato de la creación, esta era la intención
original del Creador: que todos seamos libres un día. En esta libertad de uno
para el otro, para sí mismos, se es libre para Dios. Pienso que así defendemos
la libertad del hombre, defendiendo el domingo y las fiestas como días de Dios
y así días del hombre. Os felicito. Gracias.
5. FAMILIA ARAUJO (familia brasileña de Porto Alegre)
MARIA MARTA:
Santidad, como en el resto del mundo, también en Brasil los fracasos
matrimoniales van aumentando. Me llamo María Marta, él es Manoel Angelo.
Estamos casamos desde hace 34 años y somos ya abuelos. En cuanto medico y
psicoterapeuta familiar encontramos tantas familias, observando en los
conflictos de pareja una dificultad mayor de perdonar y de aceptar el perdón,
pero en diversos casos hemos visto el deseo y la voluntad de construir una
nueva unión algo de duradero, también para los hijos que nacen de la nueva
unión.
MANOEL
ANGELO: Algunas de estas parejas que se vuelven a casar desearían acercarse
nuevamente a la Iglesia, pero cuando ven que se les niega los sacramentos su
desilusión es grande. Se sienten excluidos, marcados por un juicio inapelable.
Estos
grandes sufrimientos hieren en lo profundo a quien está implicado; heridas que
se convierten también parte del mundo, y son heridas también nuestras, de toda
la humanidad. Santo Padre, sabemos que esta situación y estas personas es una
gran preocupación para la Iglesia: ¿Qué palabras y signos de esperanza podemos
darles?
SANTO PADRE: Queridos
amigos, gracias por vuestro trabajo tan necesario de psicoterapeutas para la
familia. Gracias por todo lo que hacéis por ayudar a estas personas que sufren.
En realidad, este problema de los divorciados y vueltos a casar es una de las
grandes penas de la Iglesia de hoy. Y no tenemos recetas sencillas. El
sufrimiento es grande y podemos sólo animar a las parroquias, a cada uno
individualmente, a que ayuden a estas personas a soportar el dolor de este
divorcio. Diría que, naturalmente, sería muy importante la prevención, es
decir, que se profundizara desde el inicio del enamoramiento hasta llegar a una
decisión profunda, madura; y también el acompañamiento durante el matrimonio,
para que las familias nunca estén solas sino que estén realmente acompañadas en
su camino. Y luego, por lo que se refiere a estas personas, debemos decir –
como usted ha hecho notar – que la Iglesia les ama, y ellos deben ver y sentir
este amor.
Me parece
una gran tarea de una parroquia, de una comunidad católica, el hacer realmente
lo posible para que sientan que son amados, aceptados, que no están «fuera»
aunque no puedan recibir la absolución y la Eucaristía: deben ver que aun así
viven plenamente en la Iglesia. A lo mejor, si no es posible la absolución en
la Confesión, es muy importante sin embargo un contacto permanente con un
sacerdote, con un director espiritual, para que puedan ver que son acompañados,
guiados. Además, es muy valioso que sientan que la Eucaristía es verdadera y
participada si realmente entran en comunión con el Cuerpo de Cristo. Aun sin la
recepción «corporal» del sacramento, podemos estar espiritualmente unidos a
Cristo en su Cuerpo. Y hacer entender que esto es importante. Que encuentren
realmente la posibilidad de vivir una vida de fe, con la Palabra de Dios, con
la comunión de la Iglesia y puedan ver que su sufrimiento es un don para la
Iglesia, porque sirve así a todos para defender también la estabilidad del
amor, del matrimonio; y que este sufrimiento no es sólo un tormento físico y
psicológico, sino que también es un sufrir en la comunidad de la Iglesia por
los grandes valores de nuestra fe. Pienso que su sufrimiento, si se acepta de
verdad interiormente, es un don para la Iglesia. Deben saber que precisamente
de esa manera sirven a la Iglesia, están en el corazón de la Iglesia. Gracias
por vuestro compromiso.
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