El nadie conoce a nadie humanamente es un hecho que nos sobrepasa.
Hay una plaga social extendida por todo el planeta que viene deshumanizando, de manera nada democrática, los caminos de la poesía y, en consecuencia, multitud de ciudadanos han perdido la orientación de la esencialidad de los valores humanos.
El nadie conoce a nadie humanamente es un hecho que nos sobrepasa, en un mundo en el que todavía muchos pueblos no pueden expresarse libremente. Los hechos son los que son. Que cuánto más fuerte es la deshumanización más débil es la gobernanza democrática. Que cuánto más enérgica es la deshumanización más frágil es el ser humano. Que cuánto más poderosa es la deshumanización mayores son los obstáculos para la convivencia. Frente a estas realidades inhumanas debemos reaccionar más pronto que tarde. Desde luego, difícilmente podemos promover valor democrático alguno, fortalecer el imperio del derecho y el respeto de todos los derechos humanos, si posteriormente nuestras actuaciones son más frías que las piedras y más crueles que un baño de víboras sobre el cuerpo humano.
Cuidado con deshumanizarse, con avivar este riesgo continuo de alejarse del ser humano, despojándose de sus cualidades humanas. Hoy las culturas de todo el planeta vuelven sus ojos a las Naciones Unidas para que no cesen en fomentar el respeto a los derechos humanos y al estado de derecho, pero esas mismas culturas mundializadas han de saber que estos ambientes de deshumanización los hemos generado cada uno de nosotros al tomar el abecedario del poder y de la dominación como lenguaje de uso permanente. En poesía todos los versos son necesarios e imprescindibles para que el poema sea una unidad de belleza y una unión de sentimientos, que forma algo así como una mística humana. Sin duda alguna, los sistemas autoritarios de poder, algunos por cierto increíblemente bautizados como democráticos, son auténticos fuegos de deshumanización de las personas que, para seguir viviendo, tienen que encogerse de hombros y dejarse ser dominadas.
El ciudadano del mundo ve que se restringe excesivamente, y en muchos casos lo sufre, su valor como persona humana, su valía de pensar por sí mismo, de obrar por propia iniciativa, de ejercer sus responsabilidades, de reafirmar su voz y su palabra. Gran parte de la sociedad política ha despojado al ser humano del hábito de pensar. La misma sociedad tecnológica, que sobrellevamos como podemos, porque nos aporta tan poca felicidad, es una fuente de vida deshumanizada, donde el corazón humano apenas vale unas migajas. Por desgracia, para todos nosotros, todo lo humano se encuentra en peligro. Debemos actuar contra el drama de la deshumanización. No podemos, ni debemos, rendirnos ante una cultura que falsifica la verdad del ser humano, que no cuenta con el ser humano, que le roba su dignidad de persona y lo trata como una máquina más de un sistema improductivo y nefasto, que ha generado una crisis financiera global temible y tremenda, puesto que ha conducido al más alto nivel de desempleo que se haya reportado en la historia del planeta.
Un planeta que, evidentemente, necesita brotes humanos, yemas humanas con la fuerza moral suficiente para que pueda espigar un orden justo. Se precisa más humanidad para acoger a los miles de desplazados por el mundo. Hace falta mayor sensibilidad para dar respuesta a la riada de desastres, más donantes de corazón que de foto. Lo que esta sucediendo en muchas naciones sería considerado como una crisis inmensa si tuviésemos ojos más humanos. El aluvión de contiendas y catástrofes causadas por las guerras, o las ruinas naturales, ambas generan un grandioso sufrimiento humano que no siempre capturan la atención del mundo. Sin embargo, son realidades que debieran ponernos en movimiento, y cuando menos debieran hacernos pensar. El orbe no puede convivir por más tiempo con el enorme y creciente vacío de humanidad. Hay que hacer algo por detener la deshumanización.
Con urgencia, pues, debemos humanizar lo deshumanizado. Que es mucho y diverso. Tenemos que volcar nuestra humanidad hacia los martirizados de hoy en día. Para empezar, ningún ser humano se merece la extinción. A renglón seguido, hemos de parar las ideologías extremistas que deshumanizan a las víctimas. Sin pasar página, vemos también a personas luchando por mantener su dignidad y su cultura en un mundo con más injertos de venganza que de clemencia. Es tan real como la vida misma: cantidad de ciudadanos aún no son considerados seres humanos. Resulta inconcebible la persistencia de la sangre impasible de los humanos. Quiero recordar a esas personas humildes, fuertemente golpeadas por la vida, que lejos de recibir apoyo y consuelo, son maltratadas y sirven de comercio como antaño. Por todo ello, el mundo tiene que rehumanizarse para ahuyentar todas las crisis y que vuelva lo armónico. No puede descuidarse la dimensión humanizadora. Aquí emerge el papel singular de los centros de enseñanza, que no sólo deben transmitir conocimientos, por muy importantes que sean, pero no son suficientes, hace falta desempeñar un atento papel educativo, recurriendo y recorriendo el patrimonio de ideales y valores que, por si mismos, marcan la vida y remarcan los nobles sentimientos humanos.
Autor: Víctor Corcoba Herrero
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