domingo, 19 de septiembre de 2010

¿CÓMO PERDONA DIOS?


Miren como perdona Dios. Por cierto que no lo hace como los hombres.

Perdonado el hombre, causa vergüenza: el temor de la vergüenza impide al niño pedir perdón. En cambio, Dios perdona con bondad y su perdón es gracia que rehabilita, purifica, santifica y embellece.

Ser perdonado y ser santo es un mismo acto, pues en un instante devuelve el perdón la vestidura de hijos, la túnica blanca, y de suerte, aunque se rebaje uno, es para que al punto sea levantado por la misericordia.

Los hombres se cansan de perdonar, son más severos con los reincidentes y ponen más condiciones, mientras que Dios parece tanto más misericordioso cuanto más perdona. Los grandes pecadores que a Él vuelven son sus mayores amigos. Vino por los enfermos y por un pecador deja a los ángeles. Con tal que pongamos confianza y humildad en la confesión, seguros estamos de que seremos bien acogidos.

-Perdona por completo y para siempre. Dice la Escritura que echa nuestros pecados por detrás y los sumerge en el mar. En el baño de su misericordia el rojo de los crímenes se cambia en hermosa blancura de la inocencia. Nunca más aparecerán para acusarnos, pues me place el parecer de muchos teólogos, según los cuales no serán descubiertos hasta el último juicio, por haber dicho el Señor: Los perdonaré y nunca más me acordaré de ellos (Jeremías 31, 34)

Más hay que alcanzar perdón perfecto y tener cuidado de no guardar el sabor desagradable del pecado. Tratándose de los hombres se paga el perdón con un castigo, cuando menos con la pérdida de la posición, y del honor civil, mientras que Jesucristo nos devuelve todos los honores y nos restablece en todos nuestros derechos, como antes del pecado, según se vio en san Pedro, a quien confirmó después de su caída en el cargo de Pastor Supremo.

-Perdonando ennoblece. Convierte a Magdalena pecadora en heroína del amor sobrenatural y le dirige públicamente el elogio más hermoso que Dios pueda dirigir: me ha amado mucho”. Humillase a Sí mismo para que la pecadora no quede corrida; no le hace pregunta alguna sobre su crimen, pero sí acusa a sus acusadores: “¿Dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado? La pone sobre todos: Vete y no peques más (Juan 8, 10-11)

De pecadores hace príncipes de su misericordia y de su amor, como puede verse en san Mateo y san Pablo, entre muchos otros. ¿Cómo es posible desesperarse viendo todo esto? Sepan bien que para Nuestro Señor es una necesidad perdonar. Su corazón sentiría muchísimo si tuviera que condenarnos; llora por nosotros, y la misericordia le dilata y le alivia cuando nos perdona. Si Nuestro señor pudiera sufrir, sufriría por ver que desesperamos de su misericordia y que no imploramos perdón.

Pero la misericordia resplandece sobre todo con los sacerdotes y religiosos. Por nuestros pecados merecemos ser degradados de nuestra dignidad: es lo que se hace en el mundo con los magistrados y los empleados del Estado. Pero en este caso no habría sacerdotes para perdonar a los pecadores. Nuestro Señor es mejor con nosotros, más abundante en sus misericordias y más henchido de bondad su perdón. Y es porque necesitamos más perdón que los demás.

Lo cual debe hacernos misericordiosos para con los pecadores. ¿Cómo no vamos a perdonar, si nosotros mismos somos pecadores, repetidas veces hemos sido perdonados y necesitaremos también perdón en adelante? Tengamos, por tanto, fe en la misericordia de Dios, que no se cansará con tal que le imploremos con humildad y confianza. Harto corta será la eternidad para agradecer cual se merecen sus misericordias infinitas, que tantas veces nos han devuelto la vida y nos salvarán en el día de la Justicia del señor.
O.E. San Pedro Julián Eymard

Señor, que tu perdón devuelva la vida a mi alma. JMPC

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