Cuando en el desarrollo de la vida espiritual de una persona llega a entregarse de pleno; son varias las cosas que le suceden. Pero la más destacada de ellas, es que el celo de la Casa del Señor la consume, la abrasa, la devora.
El profeta Elías después de haber vencido a los 200 sacerdotes del Baal, protegidos de la reina Jezabel, pasándolos todos ellos a cuchillo en las faldas del Monte Carmelo, tuvo que huir para librarse de las iras de Jezabel y bajando hacia el sur llegó a Berseba de Judá en inicio del desierto del Negev y dejó allí a su criado. Siguió caminando por el desierto siempre en dirección sur hacia el Monte Horeb en el Sinaí, y cayó desfallecido bajo una retama y deseó su muerte, pero un ángel le tocó y le dijo: Levántate y come. Miró y vio a su cabecera una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió y bebió y caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb. “9 Allí entró en la cueva, y pasó en ella la noche. Le fue dirigida la palabra de Yahveh, que le dijo: ¿Qué haces aquí Elías? 10 Él dijo: Ardo en celo por Yahveh, Dios Sebaot, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela”. (1R 19,9-10). Por segunda vez Elías fue interrogado por el Señor y él le respondió una vez más: “Ardo en celo por Yahveh, Dios Sebaot”. El término “Sebaot”, en hebreo venía a significar “Dios de los ejércitos”.
El profeta Eliseo, estaba completamente entregado a la voluntad de Dios, por ello su vida era un continuo desasosiego por el ardor que le invadía todo su ser. Ardía en celo por el amor al Señor. Pocas son las personas, que hoy en día se encuentren abrasadas, consumidas por ese amor, que emana de un Dios que él mismo se confiese celoso y absorbente. (Ex 20,5). El amor de Dios es incomprensible para nosotros pues Él nos ama con desesperación, su drama consiste en que Él no puede derramar en nosotros y en especial en cada uno de nosotros todo el amor que el desearía entregarnos.
El amor de Dios como cualquier manifestación de su esencia y naturaleza es ilimitado eso le permite a Él, algo que nosotros no podemos hacer. Él nos ama a todos, no importa que seamos millones y millones de criaturas humanas, pero además de amarnos en conjunto, cosa que nosotros si podríamos hacer, aunque solo sea mentalmente, Él nos ama uno a uno individualmente, como si cada uno de nosotros, tu lector o yo que escribo esta glosa, fuésemos la única criatura existente no ya en el mundo sino en el universo. Y a ese amor individualizado que nos tiene, no somos capaces de responderle en nada y si acaso con unas pobres miajas. Por ello es San Agustín el que nos dice: “No es, sin embargo igual, la permanencia de Cristo en ti, que la de ti en Cristo; pero ambas son de provecho para ti y no para El”.
Por ello, su entusiasmo, el entusiasmo del Señor, es inenarrable cuando llega a encontrar un alma que le dice: “si, adelante soy totalmente tuyo”, haz de mí lo que desees. Esta alma es la que de verdad se niega a sí misma y se entrega a la voluntad del Señor. Es el alma que se toma en serio las palabras del Señor: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. 35 Pues quién quiera salvar su vida, la perderá, y quién pierda la vida por mí y el Evangelio, ése la salvará. 36 ¿Y que aprovecha al hombre ganar todo el mundo y perder su alma? 37 ¿Pues qué dará el hombre a cambio de su alma? 38 Porque si alguien se avergonzare de mí y de mis palabras ante esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles”. (Mc 8,34-38).
La primera condición para poder abandonarse o entregarse a Dios, es la de negarse uno a sí mismo. Negarse a sí mismo, es buscar en este mundo, el camino descendente. No ir a la búsqueda del camino ascendente; que es el camino del dinero, del honor, de la fama, del triunfo, del brillo; buscar a los que triunfan y tomarlos de ejemplo; dejarse llevar por lo que a uno le pide el cuerpo y la sociedad en que vive; querer satisfacer su ego y montarse en el pedestal de vanidad que este le proporciona. Por el contrario, el camino descendente; es el camino del fracaso, del sacrificio, de la oscuridad; es buscar a los más pequeños, a los insignificantes, a los oprimidos; no aceptar las tendencias y los deseos de nuestro ser. Solo nos salvaremos, nadando a contracorriente y solo podremos nadar a contracorriente, con la ayuda del que “Todo lo puede”, porque sin Él nada podemos.
Cuando uno o una decide entregarse al Señor abandonarse a su voluntad, cederle a Él el timón de nuestras vidas, a partir del día de esa entrega, al que se entrega, nada le preocupará, nada le turbará su paz. No pide nada, ni nada rechaza en orden a su salud o enfermedad, vida larga o corta, consuelos arideces, nada pide ni nada ambiciona, solo glorificar a Dios con todas sus fuerzas, y que los demás reconozcan su divina filiación adoptiva. Nada desear, nada necesitar, este debe de ser el lema, que ha de tener el que se quiera negarse a sí mismo. La persona humana, es un manojo de deseos y cuando alguno de sus deseos llega a materializarse, este deseo satisfecho, le crea a la persona una nueva necesidad, porque el ser humano es el eterno insatisfecho, esta creado para gozar de una felicidad que aquí abajo nunca llega a encontrar, porque aquí en este mundo no se encuentra. Como consecuencia de lo anterior, solo prescindiendo de deseos y necesidades, en este mundo puede uno llegar a negarse a sí mismo y seguir a Cristo.
Pero para negarnos a nosotros mismos, como primer paso para una perfecta entrega al Señor, no solo hemos de renunciar a deseos y necesidades, y desposeernos de todo, sino también, a lo que a muchos les resulta muy doloroso, renunciar a nuestros propias planes. Casi todos nosotros tenemos nuestros propios planes, para encontrar nuestra felicidad, y miramos a Dios, simplemente como alguien que nos puede ayudar a realizarlos. Cuando resulta que el problema es inverso, es Dios el que tiene sus propios planes para nuestra felicidad, y está esperando que le ayudemos a realizarlos. Y no podemos dudar de que los planes de Dios sobre nosotros, nosotros no los podemos mejorar. En pura lógica, si resulta que le entregamos al Señor el timón de nuestra vida, tenemos que decirle: Señor tus planes, que los ignoro son mis planes.
De la misma forma que la fe y la confianza son conceptos interdependientes, ya que nadie confía en quien no tiene fe. La confianza y la entrega a Dios, también son valore interdependientes. Sin fe y confianza en el Señor, es imposible entregarse a Él, pero es que para que la entrega sea perfecta, se necesita tener siempre una fe y una confianza a prueba de bombas.
Para no alargarnos, otro día hablaremos de los frutos de felicidad que obtiene el alma que se niega a si mima y se entrega incondicionalmente en los brazos del Señor, que amorosamente están siempre esperándonos.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
No hay comentarios:
Publicar un comentario