"¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela" (Antonio Machado). Vivimos en una era donde más y más decisiones parecen moverse por el sentimiento visceral, por el prejuicio y por las etiquetas que por la reflexión. Mi intención no es añadir más ruido del que existe, sino tratar de entender lo que subyace detrás de un mundo cada vez más polarizado y dividido.
No creo que las clasificaciones
de derechas versus izquierdas, de progres versus conservadores, de
subdesarrollo y desarrollo o incluso, democracia versus totalitarismo sean capaces de capturar el problema de fondo.
UNA
CRISIS DE LA CIVILIZACIÓN
Esta tendencia de imposibilidad
de la verdad se expresa hoy abrumadoramente en todo resquicio de la opinión
pública y la podemos simplificar como la consideración, según la cual, fuera de nuestra cabeza no existe ninguna verdad que nos comprometa y nos
ate. Este
paradigma ha venido dominando todas las expresiones de la sociedad hasta
convertirse en la legalización del relativismo, incluso en la Corte Suprema de
Justicia de los Estados Unidos.
De manera asombrosa, en la
Sentencia Planned Parenthood vs. Casey (1992, 505 U.S. 833), el magistrado
Anthony Kennedy establece que en el corazón de
la libertad está el derecho de definir, cada quien, con sus propios
conceptos, la noción de existencia, de significado, de universo y del misterio
de la vida humana.
Como vemos nos enfrentamos
simplificadamente a dos opciones, blanco o negro: o existe una verdad para
descubrir fuera de nuestra cabeza, distinta de nuestros gustos y sentimientos,
como se ha defendido desde Platón o, por el contrario, la
verdad es algo que cada quien define incluso para otorgarle sentido al mundo y
a la vida humana como sentenció el magistrado Kennedy.
¿CÓMO
LLEGAMOS HASTA ACÁ?
Con la llegada de la modernidad
científica, con Descartes y compañía, se acotó la noción de verdad a la noción
de certeza. La verdad es lo que es cierto y comprobable
matemáticamente a través,
por ejemplo, de la física: la aceleración de la
gravedad siempre será 9,8 metros por segundo recorrido, o de la química: el
agua siempre será dos átomos de hidrogeno y uno de oxígeno. Lo certero y
matemático es la verdad, lo que esté fuera de la certidumbre matemática es
palabrería.
Adoptar la posición, según la
cual, la verdad es exclusivamente certidumbre científica y que todo lo demás
quede al gusto soberano de cada quien, lleva a amputar y reducir nuestro valor
como seres humanos. Veamos: cuando C. S. Lewis expresa que la
verdad es lo que está más allá y más adentro de
nosotros mismos expresa el mismo sentido de San Agustín cuando le pide a Dios
déjame conocerme a mí mismo y a ti.
Este conocerme a mí mismo, que
viene del mismo hilo del conócete a ti mismo de Sócrates, no significa que
Sócrates, Agustín o Lewis nos están invitando a considerar que hay dos tipos de
verdades: 1) la verdad que yo descubro silvestre y soberanamente
dentro de mí que
habla el magistrado Kennedy y 2) la verdad
matemática de las ciencias.
Se trata de una dinámica
distinta: en la misma medida en que soy capaz de
leer en la realidad, adicional al orden matemático de la ciencia, que existe un
orden en el universo que yo no fabrico, sino que debo descubrir y descifrar, en
esa misma medida soy capaz de descubrirme a mí mismo como parte
de ese orden, como persona digna, es decir, como persona única e irrepetible,
dueña de su libertad, pero al mismo tiempo dueño de una naturaleza y una
finalidad más allá de mí y muy en lo profundo de mí.
Tal y como nos recuerda C. S.
Lewis, la búsqueda de la verdad consiste en lograr ir más allá de la verdad
como adecuación y alcanzar la comprensión integral de la realidad. Esto implica
tratar de ver la realidad desde diferentes puntos de vista. La verdad es mucho más grande que el simple aquí
y ahora que nos rodea en este instante.
Para Lewis la verdad como
adecuación es acerca de la realidad, refleja la realidad, pero no es la
realidad en sí misma. Sustituyamos la palabra verdad y usemos la palabra
ciencia para entenderlo mejor: la
ciencia es acerca de la realidad, refleja la realidad, pero no es la realidad en
sí misma, hay algo más allá y mayor al dato de la ciencia. Para alcanzar un
sentido integral de la realidad se necesita no solo la verdad como adecuación y
la ciencia, sino también otros caminos como la imaginación, la fe y el mito.
VERDAD
Y RAZÓN
Parte importante del problema
acerca de la verdad reside en cómo valoramos a la razón para poder llegar a
comprender la realidad. ¿La razón nos lleva a la
verdad? Los pensadores modernos y postmodernos han cuestionado de manera
radical la capacidad humana para entender de manera profunda la realidad. El pensamiento moderno redujo la razón a una simple calculadora científica de medios para obtener fines
y en el caso de la postmodernidad, frustrados por la visión cientificista
moderna, ha reducido más a la razón.
Si antes se pensaba que la razón
es una calculadora, los postmodernos la ven como una pequeña vela parpadeante
que solo puede iluminar débilmente el aquí y ahora fugaz de un sujeto en su
cultura, sin capacidad de pensar universalmente. Por eso podemos resumir lo que
venimos discurriendo en lo siguiente: la crisis de la
verdad es en gran parte una crisis sobre cómo entendemos a la razón. Para los modernos somos exclusivamente
una calculadora, para los postmodernos unos miopes en la oscuridad; ambas son
visiones que reducen la potencia de la razón.
No somos una simple calculadora
de medios para llegar a fines como pensaba el pensamiento moderno; tampoco
somos una pequeña vela en medio de la noche que descifra sombras como piensa la
postmodernidad. Necesitamos, tal y como expresa una y otra vez Ratzinger, una razón ancha, es decir, una razón abierta a la trascendencia y que sea capaz de captar y valorar verdades
de la existencia que nunca podrán aislarse en un tubo de ensayo o una lámina de
microscopio, ni tampoco fabricarse de la nada dentro de nuestra cabeza.
Nos referimos a verdades
palmarias de la vida como la justicia, la dignidad de cada ser humano, la
belleza, el amor o el sentido de la existencia. Esa
parte ancha de la razón es lo que los medievales llamaban Intellectus, es decir, los ojos de la mente, lo que permite
ver verdades evidentes por sí mismas. Para los medievales la razón tiene dos
partes, el Intellectus que lograr captar intuitivamente estos grandes
principios y luego, subordinado al Intellectus, la Ratio que es la capacidad de
calcular los medios para unos fines prácticos.
¿TIENEN
RAZÓN VATTIMO Y EL MAGISTRADO KENNEDY?
Seguramente, en este punto,
muchos de ustedes dirán: ¡eso que piensa Vattimo y el magistrado Kennedy es lo
cierto, la libertad subjetiva es la verdad. ¡Cada quien es
libre de sentir e interpretar lo que es verdadero y lo que es falso!
Sin embargo, debo decirles que
tengan cuidado antes de precipitarse en esta escogencia. Consideremos lo que
implica esta forma de ver la existencia llevada a la vida social y a la
política.
La visión postmoderna de la
verdad de Vattimo expresa de forma clara su herencia nietzscheana y representa
no un fortalecimiento de la libertad de la persona sino su reducción. Nietzsche inaugura una era de pluralidad de interpretaciones en un panorama relativista en el que nada es
cierto o incierto. No existen hechos, solo interpretaciones.
La verdad para Nietzsche y
Vattimo son solo interpretaciones (hermenéutica) y es el único modo de acceder
a una verdad que se construye desde el individuo, y que no se descubre fuera
del sujeto. Verdad es la interpretación subjetiva, no es la
adecuación de la mente a un dato objetivo de la realidad, sino una respuesta efímera y cambiante ante
cualquier hecho de la vida; un remontarse de signo en signo sin acceder a la
cosa en sí.
Esto es, en definitiva, el
nihilismo que acoge Vattimo (2002): el final de la creencia en una realidad
objetiva en sus estructuras y alcanzable por el pensamiento. Es como diría
críticamente Ratzinger, el sujeto encerrado en un
cuarto lleno de espejos.
Así, verdad e interpretación
quedan necesariamente vinculadas a raíz de estas consideraciones postmodernas
de una forma muy peculiar. La verdad es lo que se interpreta útil para la vida,
aquello que la potencia y resuelve del modo más conveniente. Vattimo afirma en
pro de esta visión que: quien no consigue llegar a ser un intérprete autónomo
en este sentido, perece: no vive ya como una persona,
sino como un número solamente,
unidad estadística del sistema de producción-consumo (2002).
Sin embargo, yo lo entiendo al
contrario. Veamos bien: este retrato lúgubre sobre el que Vattimo alerta podría
ser el resultado no buscado de sus propias ideas postmodernas. Desde el mismo
momento en que el nihilismo conduce a negar toda posibilidad de conocimiento o
valor objetivo, ese vacío puede ser ocupado por
el utilitarismo a través de la ley del más fuerte.
A partir de la imposibilidad del
conocimiento de algo verdadero o de un valor vinculante que nos obligue, el
único rasero es la elección de
lo más útil para fines arbitrarios de quien tenga más poder: el superhombre, la raza superior, el Estado o el
partido único, la imposición del lobby.
En este punto crucial, Ratzinger
le argumentaría a Vattimo y a la postmodernidad que, si la verdad no es un
valor en sí misma, si la verdad no se persigue como algo bueno por sí, la única
medida para el conocimiento será el cálculo y el beneficio, por lo tanto, la verdad no vale por sí misma, sino vale en función de
la agenda de alguien: Si el hombre no
puede conocer propiamente la verdad, sino sólo la utilidad de las cosas,
entonces el consumo será el único parámetro de todo hacer y pensar, el mundo se
reduciría a material para la construcción (Ratzinger, 1993)
En pocas palabras, la persona
deja de ser un sujeto con dignidad y se convierte en materia maleable bajo la voluntad de control y dominio de cualquier tirano, tecnócrata o
influencer. Eso es nihilismo, lo
que sucede justo después que digo no hay una verdad que nos comprometa y
obligue a todos. Si la libertad es hacer lo que me da la gana, sin tener raíces
en ninguna verdad, entonces Hitler o Maduro tienen argumentos para hacer lo que
quieran.
Para volver a sintetizar: al tratar de separar verdad y libertad, la dignidad
humana queda a merced de lo que sea útil a cualquier tirano sea político,
tecnológico o comunicacional que busca realizar cualquier capricho. La
crisis de la verdad, además de ser una crisis por malentender la razón, es también una crisis por malentender la
libertad.
LO
QUE ES VERDAD EN LOS SERES HUMANOS
La libertad no es hacer lo que me
da la gana, la libertad es la responsabilidad de llegar a ser lo más plenamente
humano que pueda. La libertad del hombre, explica Berdiaeff siguiendo a
Dostoievski, se convierte en esclavitud cuando alguien se rebela y pretende
ignorar lo que está por encima de él. Y si es que no hay nada por encima, el
ser humano desaparece. Si la libertad pierde su
contenido, también se pierde el hombre; porque si todo está
permitido, entonces la libertad se convierte en esclavitud.
El pasaje del evangelio de Juan
(8, 31), la verdad es lo que nos hace libres, indica que solo porque existe la
verdad, el ser humano puede aspirar a la libertad una vez
haya logrado descubrir la verdad que
está más allá de lo aparente y más adentro en nuestra propia conciencia.
Vattimo (2009), por el contrario, ironiza: la
verdad que nos hace libres es verdadera porque nos hace libres.
Si no nos hace libres, debe ser
descartada. Es claro que para Vattimo la libertad pura implica el rechazo de
toda atadura a algún referente por encima de nuestros deseos. Esta equivalencia
de libertad como eliminación de ataduras se acerca peligrosamente a las
concepciones de la libertad como el simple quiebre
revolucionario con toda autoridad instituida,
en su expresión marxistas de la libertad como anarquía, de nuevo la ley del más
fuerte.
NO
HAY PERSONAS, HAY MASA PARA MOLDEAR Y USAR
Afortunadamente, los grandes
pensadores de la humanidad, Platón y Aristóteles, Agustín y Tomás de Aquino y
autores más recientes como Lewis o Chesterton nos enseñan que la mejor
filosofía es la de la vida y la del sentido común. Cuando hablamos
de verdad no nos referimos ni a imposición, ni dogma, ni fundamentalismo. Nos referimos a que hay una
pequeña isla de verdades en un mar de opiniones y visiones relativas que hace
posible anclar la verdad sobre una razón y una libertad que no es mero
subjetivismo opresivo sino capacidad para lo trascendente y lo universal.
San Agustín explica esta realidad
de la verdad de modo sencillo e insuperable: Si los dos vemos que es verdad lo
que dices, y asimismo vemos los dos que es verdad lo que yo digo ¿en dónde, pregunto, lo vemos? No ciertamente tú en mí ni yo
en ti, sino ambos en la misma inconmutable verdad que
está sobre nuestras mentes.
Ahora bien, para llegar a ese
lugar que está por encima de nuestras mentes donde habita la verdad, es posible
recorrer caminos diferentes y no excluyentes: la
ciencia es un camino, la fe es otro, la razón es otro, la intuición es otro, la
hermenéutica es otro, el mito es otro y así vamos abriendo distintos caminos al
mismo lugar. El problema reside cuando se quiere afirmar solo un camino excluyendo
de plano todos los demás. En ese momento deja de ser un camino a la verdad y se
transforma en ideología.
FINALMENTE,
EL ELEFANTE
Para terminar, ¿cómo podemos comenzar a resolver esta crisis de la verdad? Inicialmente
es importante comprender que estos distintos caminos a la verdad son
complementarios y no significan una relativización a la verdad, sino que la verdad se puede mirar y alcanzar desde diferentes
ángulos y perspectivas
sin que eso implique una postura relativista. Quizá el drama humano no es
ausencia de verdad sino sobre abundancia de verdad.
Adicionalmente, la tarea
pendiente es hacer más amplia y más ancha la razón humana. Rescatar la
capacidad de la razón para ver los principios que no necesitan ojos, sino que
son evidentes por sí mismos y que sirven de base
para demostrar la verdad humana rescatando lo bello, lo bueno,
lo verdadero, lo digno, lo libre en una época llena de desencanto y vaciada de
significados y sentido. La vida ha dejado de ser una aventura y se ha vuelto una
vida plana, por ello la evasión de la cotidianeidad es la regla y no la
excepción.
Rescatar el sentido de la
existencia y la verdad parece una tarea titánica y abstracta pero no lo es para
nada. Se trata por el contrario de una simple decisión de vida y de cómo vivir
la cotidianeidad con asombro, pasión y trascendencia por la verdad en las
pequeñas cosas más que en los grandes tratados o libros. Rescatar la vida es rescatar la verdad y rescatar la verdad es rescatar
la vida. La verdad libera no
oprime. La responsabilidad libera no oprime. La verdad más allá de las ciencias
engrandece, no empequeñece la existencia.
Hay una historia que Ratzinger
refirió en una conferencia en la Sorbona y que refleja la situación del ser
humano actual: un día, un rey del norte de la India reunió en un mismo lugar a
todos los habitantes ciegos de la ciudad. Después hizo pasar ante los
asistentes a un elefante. Permitió que unos tocaran la cabeza, diciéndoles: esto es un elefante.
Otros tocaron la oreja o el
colmillo, la trompa, la pata, el trasero, los pelos de la cola. Luego, el rey
preguntó a cada quien: ¿cómo es un elefante? y según la parte que habían tocado
contestaron: es como un cesto de mimbre, es como un
recipiente, es como la barra de un arado, es como un depósito, como un pilar,
como un mortero, una escoba... Entonces —continúa la parábola—,
empezaron a pelear y a gritar "el elefante es así, ¡¡¡no!! ¡no! y ¡no! es así" hasta que se abalanzaron unos
contra otros a puñetazos, para gran diversión del rey.
Nuestro mundo actual,
como el rey que se divierte, nos quiere ciegos, incapaces de poder pensar la totalidad del elefante sino disminuidos y
peleando por pequeñas partes que creemos representan el todo. Solo la
posibilidad de la verdad, de conocer el elefante en todos sus ángulos nos dará
un sentido pleno de nosotros mismos, de nuestra vida, de su significado, de
nuestra responsabilidad y de lo que nos trasciende como seres humanos.
**Julio Borges es
un político y abogado venezolano, ex presidente de la Asamblea Nacional de
Venezuela.
Por: Julio Borges
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