Es una fuente de bienes espirituales, pero su uso se ha desvirtuado al grado de rayar en la superstición o la magia.
Por: Alejandro Feregrino | Fuente: Desde la Fe
Todavía es común ver en la entrada de las iglesias o a la salida de las
sacristías, sobre todo en los templos antiguos, una pila de agua bendita en
donde los fieles mojan un dedo y trazan con él una cruz sobre la frente. Al
hacerlo, hasta hace algunos años, las personas solían decir: “Que esta agua bendita sea para mí salud y vida”.
Sin embargo, actualmente es muy
fácil desviar una devoción legítima y convertirla en un acto de superstición o
magia que, por supuesto, ofende a Dios. Y es que algunos fieles acuden a las
iglesias en busca de agua bendita en grandes cantidades, porque creen que es
necesario literalmente bañarse en ella para sentirse bendecidos o purificados,
o exigen al sacerdote que les “eche bien agua
bendita” al final de la Misa por considerar que no les cayó la
suficiente.
También hay “brujos” que suelen pedir “agua
bendita de siete iglesias de santos varones” y tiene que ser
precisamente de templos dedicados a la memoria de algún santo hombre, y no de
alguna santa o de la Virgen María. Esto es brujería pura y sería digno de risa
si no fuera trágico por la gente que se lo cree.
El Catecismo de la Iglesia
Católica enseña que cuando el sacerdote bendice el agua, la convierte en un “sacramental”, o sea “en
un signo sagrado creado por la Iglesia imitando de alguna manera a los
Sacramentos para expresar efectos sobre todo espirituales, obtenidos por la
intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el
efecto principal de los Sacramentos y se santifican las diversas circunstancias
de la vida” *C.E.C. #1667).
Por ejemplo, el uso del agua
bendita en la bendición de algún objeto de piedad nos hace descubrir que lo
estamos destinando para acrecentar nuestra devoción cristiana; la aspersión del
agua bendita en algún lugar se acompaña con la oración a favor de quienes allí
habitan o trabajan; la aspersión de otros objetos, como los instrumentos de
trabajo, es también una súplica a Dios para que se puedan desempeñar
correctamente las actividades personales.
Al hablar de “agua bendita”, debemos también explicar que la
fuente y origen de toda bendición es Dios mismo, quien hizo bien todas las
cosas para colmarlas de sus bendiciones y seguirlas bendiciendo como un signo
de su misericordia.
Dios nos concede el que podamos
bendecir su nombre en la alabanza y, en su mismo nombre, podamos colmar de
bendiciones divinas las realidades de nuestra vida. Con el rito de la bendición
manifestamos la intención de querer utilizar las cosas creadas para alabar a
Dios y poder servir mejor a nuestros semejantes. El uso correcto del agua
bendita es, pues, responsabilidad de todo el pueblo de Dios.
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