Las acusaciones saltan, una y otra vez, pero deberíamos tener valor para denunciar antes que nada ese mal que está en el propio corazón.
Por: P.Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Es fácil condenar y acusar a otros. A personajes famosos, por sus escándalos. A
políticos, por su inoperancia y su corrupción. A empresarios, por su avaricia.
A oficinistas, por su desidia. A jóvenes, por su desenfreno. A ancianos, por su
pesimismo. A adultos, por... bueno, algún motivo habrá.
Las acusaciones saltan, una y otra vez, hacia la derecha y la izquierda, hacia
los cercanos y los lejanos. Vemos y denunciamos tantos defectos, escándalos,
hipocresía, cinismo, que la crítica surge casi espontánea.
Pero deberíamos tener valor para denunciar antes que nada ese mal que está en
el propio corazón.
Tibieza, mediocridad, cobardía, apego a los bienes materiales, desenfreno en el
uso de Internet o en las redes sociales, búsqueda insaciable de gratificaciones,
envidias hacia el que va por delante, desprecios a quien es visto como un
fracasado... Dentro de cada uno, como recordaba Rubén Darío en "Los motivos del lobo", hay "mala levadura". Y muchas veces esa
levadura fermenta la masa y nos lleva a cometer mil pecados contra el prójimo.
Si del corazón salen las intenciones malas:
fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude,
libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez (Mc 7,21) y nos contaminan, lo urgente es
limpiar el propio corazón desde la bondad, la mansedumbre, la humildad, el
arrepentimiento sincero.
Sólo cuando dejamos de señalar obsesivamente al hermano con sus debilidades (¿quién no las tiene?), empezaremos a mirar el
propio interior, con sinceridad, con lealtad, sin miedos. Será el paso
necesario desde el cual podremos ponernos, humildemente, ante Dios y ante los
hermanos para pedir perdón.
Entonces se producirá el gran milagro de la misericordia. Quien ha recibido,
con una confesión bien hecha, el abrazo de Cristo, dejará de condenar a
otros. Sed compasivos, como vuestro Padre
es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis
condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena,
apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque
con la medida con que midáis se os medirá (Lc
6,36-38).
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