Sábado tercera semana Cuaresma. ¿Qué esfuerzo he hecho para que Cristo sea el centro de mi vida?
Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
La experiencia de buscar convertir nuestro corazón a Dios, que es a lo que nos
invita constantemente la Cuaresma, nace necesariamente de la experiencia que
nosotros tengamos de Dios nuestro Señor. La experiencia del retorno a Dios, la
experiencia de un corazón que se vuelve otra vez a nuestro Señor nace de un
corazón que experimenta auténticamente a Dios. No puede nacer de un corazón que
simplemente contempla sus pecados, ni del que simplemente ve el mal que ha
hecho; tiene que nacer de un corazón que descubre la presencia misteriosa de
Dios en la propia vida.
Durante la Cuaresma muchas veces escuchamos: “tienes
que hacer sacrificios”. Pero la pregunta fundamental sería si estás
experimentando más a Dios nuestro Señor, si te estás acercando más a Él.
En la tradición de la Iglesia, la práctica del Vía Crucis —que la Iglesia
recomienda diariamente durante la Cuaresma y que no es otra cosa sino el
recorrer mentalmente las catorce estaciones que recuerdan los pasos de nuestro
Señor desde que es condenado por Pilatos, hasta el sepulcro—, necesariamente
tiene que llevarnos hacia el interior de nosotros mismos, hacia la experiencia
que nosotros tengamos de Jesucristo nuestro Señor.
Tenemos que ir al fondo de nuestra alma para ahí ver la profundidad que tiene
Dios en nosotros, para ver si ya ha conseguido enraizar, enlazarse con
nosotros, porque solamente así llegamos a la auténtica conversión del corazón.
Al ver lo que Cristo pasó por mí, en su camino a la cruz, tengo que
preguntarme: ¿Qué he hecho yo para convertir mi
corazón a Cristo? ¿Qué esfuerzo he hecho para que mi corazón lo ponga a Él como
el centro de mi vida?
Frecuentemente oímos: “es que la vida espiritual es
muy costosa”; “es que seguir a Cristo es muy costoso”; “es que ser un auténtico
cristiano es muy costoso”. Yo me pregunto,
¿qué vale más, lo que a mí me cuesta o lo que yo gano convirtiéndome a Cristo? Merece
la pena todo el esfuerzo interior por reordenar mi espíritu, por poner mis
valores en su lugar, por ser capaz de cambiar algunos de mis comportamientos,
incluso el uso de mi tiempo, la eficacia de mi testimonio cristiano,
convirtiéndome a Cristo, porque con eso gano.
A la persona humana le bastan pequeños detalles para entrar en penitencia, para
entrar en conversión, para entrar dentro de sí misma, pero podría ser que ante
la dificultad, ante los problemas, ante las luchas interiores o exteriores
nosotros no lográramos encontrarnos con Cristo.
Nosotros, que tenemos a Jesucristo todos los días si queremos en la Eucaristía;
nosotros, que tenemos a Jesucristo si queremos en su Palabra en el Evangelio;
nosotros, que tenemos a Jesucristo todos los días en la oración, podemos
dejarlo pasar y poner otros valores por encima de Cristo. ¡Qué serio es esto, y
cómo tiene que hacer que nuestro corazón descubra al auténtico Jesucristo!
Dirá Jesucristo: “¿De qué te sirve ganar todo el
mundo, si pierdes tu alma? ¿Qué podrás dar tú a cambio de tu alma?” Es
cuestión de ver hacia dónde estamos orientando nuestra alma; es cuestión de ver
hacia dónde estamos poniendo nuestra intención y nuestra vida para luego
aplicarlo a nuestras realidades cotidianas: aplicarlo a nuestra vida conyugal,
a nuestra vida familiar, a nuestra vida social; aplicarlo a mi esfuerzo por el
crecimiento interior en la oración, aplicarlo a mi esfuerzo por enraizar en mi
vida las virtudes.
Cuando en esta Cuaresma escuchemos en nuestros oídos la voz de Cristo que nos
llama a la conversión del espíritu, pidámosle que sea Él quien nos ayude a
convertir el corazón, a transformar nuestra vida, a reordenar nuestra persona a
una auténtica conversión del corazón, a una auténtica vuelta a Dios, a una
auténtica experiencia de nuestro Señor.
P. Cipriano Sánchez LC
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