Del santo Evangelio según san Juan: 3, 14-21
Por: Mons. Salvador Martínez | Fuente: Desde la Fe
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así
tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él
tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo
único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo
se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya
está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.
La causa de la condenación
es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas
a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la
luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el
que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que
sus obras están hechas según Dios”.
CULTURA
BÍBLICA
Un tema que causó muchas discusiones durante la
segunda mitad del siglo pasado fue el de la cruz como signo de salvación. Muchas personas opinaban que el mejor signo del cristianismo no era la
cruz, sino la resurrección del Señor; sin embargo, la tradición de
la comunidad cristiana a lo largo de toda su historia le ha dado el lugar
central como signo de salvación a la crucifixión de Cristo.
El texto que leemos este
domingo nos muestra que la cruz no fue el primer signo difícil de comprender, pues
ya en el Antiguo Testamento, Dios le había pedido a Moisés que levantara una
serpiente sobre un palo y quien viera esta serpiente no moriría si era mordido
por una serpiente.
Así como la cruz fue usada por los romanos como
instrumento de castigo, las serpientes en el caminar de Israel por el desierto
fueron ocupadas por Dios para castigar la idolatría del pueblo (cfr. Nm
21,4-9).
En este pasaje de san Juan,
Jesús no pone el acento en el símbolo de tortura o castigo sino en el ser
levantado a lo alto. Para
poder apreciar esto es importante recordar que se trata de un diálogo entre
Jesús y Nicodemo. Al inicio de este diálogo Jesús pide a Nicodemo nacer de
nuevo, y lo explica diciéndole que es necesario nacer de lo alto, nacer del
agua y del espíritu.
La comunidad cristiana ha interpretado este
texto como un discurso referido al sacramento del Bautismo, donde el signo del
agua hace evidente que somos vivificados por el Espíritu Santo. A lo alto y al
cielo, que es el lugar de Dios, se opone este mundo, el cual no puede acceder
al Reino de Dios por sí solo.
Así pues, la cruz es un medio que tiene doble
significación; para este mundo es un castigo, una tortura, un abajamiento hasta
el último de los peldaños sociales. En cambio, para Jesucristo
es el camino de exaltación, la vía de glorificación para llegar hasta el Padre.
Así como nosotros en el presente, trataríamos de
evitar el ser crucificados, los cristianos de todos los
tiempos han visto la cruz como instrumento de dolor, pero también reconocen la
interpretación que Cristo le dio, a saber, elevarnos de este mundo para llegar
al Padre. San Pablo ya lo decía
(Col 2,12) “en el Bautismo hemos sido sepultados
con Cristo para resucitar con Cristo”.
O como el mismo Señor lo dice en el mismo
evangelio de San Juan: “si el grano de trigo no cae
en la tierra y muere, permanece solo, pero si muere dará mucho fruto” (Jn
12,24).
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