El padre Arróniz narró lo siguiente:
Una
viejita a la que visitaba tenía una nieta a la cual quería mucho cuando estuvo
muy enferma y desahuciada, viendo llegar la muerte, clamaba por confesarse una
y otra vez. La palabra de consuelo y la lluvia agua bendita la mejoraba
temporalmente. La abuela había hecho jurar a la nieta, que fuese el padre
Arróniz quien le cerrara los ojos al morir.
Cada vez
que le daba la pataleta, miraba a la chica por la promesa. Esta corría a la
iglesia en busca del complaciente párroco, y nada, la vieja no moría. Una noche
estuvo de veras muy mal y el padre se quedó acompañándola, la nieta le pilló el
sueño y de madrugada el padre la despertó ante la mejoría que tuvo.
Otra
noche volvió nuevamente la nieta en busca del padre diciendo: -"Mi abuelita no puede morir… mi abuelita no puede
morir... ¿qué hago, padre?”.
-"Trónchale
pues el pescuezo a la vieja, exclamó”. Esto
corrió a la muchacha por un tiempo.
Un día,
la abuelita amaneció muerta con los ojos cerrados. La promesa se cumplió sola.
Para tranquilidad del padre Arróniz y de la nieta.
Por Alberto Bisso Sánchez (1995)
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