AL NO PODER ESTAR PRESENTE POR EL COVID LE ENVIÓ SU TESTIMONIO EN UNA MISIVA
Branislav Borovský,
conocido como Brano, fue ordenado el pasado mes de noviembre como diácono del Opus Dei junto a otros 26 jóvenes. Este es ya el último
paso antes de ser sacerdote de un joven que ha estudiado en Pamplona durante
estos años gracias a una beca del CARF (Centro Académico Romano
Fundación).
Este
joven eslovaco no pudo estar acompañado por su familia en este momento tan importante debido a las
restricciones provocadas por la pandemia de coronavirus. Sin embargo, su padre
quiso enviarle una emotiva carta de cara a su ordenación, que ahora su hijo ha
querido hacer pública.
Brano Borovski, padre
del nuevo diácono, fue un activista católico en la Checoslovaquia comunista
durante la década de 1980. Fue detenido
junto a varios compañeros en Polonia y acusado de contrabando de literatura
religiosa. Las palizas, torturas y el tiempo en prisión
le hicieron profundizar más en su fe (puede conocer aquí su historia
contada por ReL).
Ahora
casado y padre de ocho hijos, entre ellos este futuro sacerdote, se alegra de la historia que Dios ha hecho con él, y para ayudar a Branislav en este momento clave
de su vida quiso escribirle esta carta que reproducimos a continuación:
CARTA
DE UN PADRE A SU HIJO
Mi querido hijo Branislav:
El día 12
de diciembre de 2020 se cumplen 37
años de cuando me encarcelaron en la ciudad polaca Nowy Sacz. En ese momento yo era un joven
universitario de 20 años. Me encarcelaron por contrabando de literatura
religiosa junto con otros dos amigos. Hacíamos contrabando desde Polonia a
Checoslovaquia. Eran los años del régimen comunista cuando estaba prohibido
comprar este tipo de literatura en las librerías.
Mi
encarcelamiento en Polonia coincidió con la época de la ley marcial. Por tanto,
a mis compañeros y a mí nos amenazaron con una pena de prisión que oscilaba
entre 15 y 20 años. En las pesquisas, los investigadores militares
nos golpeaban, amenazaban y humillaban de muchas maneras. Pasé tres
meses solo en una celda de 2 por 3 metros cuadrados.
Durante
el día y la noche tenía una luz siempre encendida en la celda. No me dejaban dormir ni descansar. No podía hablar en voz
alta. Tenía que guardar silencio en todo momento. En la celda la temperatura era a veces
extremadamente fría y en otros momentos hacía un calor inaguantable. En una
ocasión, durante la noche, un soldado completamente borracho me apuntó con su
pistola: era el guardián de la prisión y pretendía
matarme. Quería vengarse de mí, porque aseguraba que por tener que
vigilarme no podía irse de vacaciones.
Cuando
fueron encarcelados, una foto de ellos circulaba de un modo clandestino por las
iglesias en Checoslovaquia. Los cristianos rezaban por la liberación de los
tres.
Tras unos
meses me deportaron a la prisión más grande en Polonia, que se encontraba en la
ciudad Tarnov. Las humillaciones y las palizas continuaron. Estaba en la cárcel
con un prisionero psíquicamente trastornado, un luchador de profesión, que
colaboraba con los policías comunistas: a los prisioneros nos atacaba
sin razón, nos golpeaba y aterrorizaba.
Yo estaba
psíquicamente destrozado hasta el punto de que empecé a darle vueltas a la
cabeza, pensando si mi vida tenía sentido. Llegué a
considerar que, si se diera la oportunidad, terminaría con mi vida….
ENTENDER
LOS PLANES DE DIOS
Fue como
si una cuerda gruesa, formada por muchos hilos finos, poco a poco empezase a
deshilacharse hasta que no quedar más que un último hilo sosteniendo mi vida. Ese último hilo era la fe en Dios. Ya había perdido la
esperanza de que mi situación cambiara. Y, sin embargo, sabía que Dios lo tenía
todos en sus manos. Aunque esta
realidad –que Dios está en todos esos sucesos– la entendí sólo después de
muchos años… En aquel entonces lo que sentía era un abandono
muy grande, pensaba que Dios se había escondido en algún sitio. Pero, una vez
más, después de muchos años entendí que en ese momento ocurría justamente lo
contrario: nunca he estado tan cerca de Dios como
en aquel entonces.
Antes de
mi encarcelamiento yo había pensado seriamente sobre la posibilidad de tener
vocación sacerdotal. Sin embargo, los comunistas arrancaron de
cuajo esta vocación de mi corazón. Pensé
que el sacerdocio también había llegado a su fin en mi vida. Pero –con el paso
de los años– lo veo con otra mirada.
Estaba en
los planes de Dios que yo viviera la caída del régimen
comunista y la recuperación de
las libertades civiles y religiosas.
En los
planes de Dios estaba que me casase con tu madre y que Dios nos
bendijera con ocho hijos.
En los planes de Dios estaba también tu vocación. Este sábado recibirás el diaconado junto con
otros de tus amigos en tu camino hacia el sacerdocio.
A pesar
de que la situación de la pandemia causada por el coronavirus no nos permite
participar juntos físicamente de este momento tan importante para ti y toda
nuestra familia, me doy cuenta de que Dios en su providencia tiene
todo firmemente en sus manos.
Quiero
asegurarte que el día en que recibes la gracia del diaconado todos te encomendamos más especialmente aún y damos gracias a Dios por tu
vocación.
Termino
con mi frase preferida en latín: Gutta cavat
lapidem non vi sed seape cadendo. La gota hace el
agujero en la roca no por su fuerza, sino por su constancia.
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