El Arzobispo de Piura y Tumbes (Perú), Mons. José Antonio Eguren Anselmi, cuestionó la “triste coyuntura política” del país y alentó a la unidad para enfrentar juntos la crisis del coronavirus que afecta a más de 471 mil personas y ha cobrado la vida, según cifras oficiales, de casi 21 mil personas.
En la Misa que presidió esta mañana en la capilla privada del
Arzobispado de Piura, Mons. Eguren hizo “una
reflexión sobre la triste coyuntura política actual. Con dolor vemos en estos
tiempos a nuestra Patria no solo marcada por el sufrimiento de la pandemia y
por la pobreza generada por esta, sino golpeada además por una crisis política
caracterizada por el enfrentamiento y los desencuentros”.
“Es algo intolerable, que en medio de una crisis
sanitaria y económica sin precedentes en la historia del Perú, nuestra clase
política esté encontrada y desunida”,
destacó.
“En estos momentos de pandemia, en que miles de
hermanos peruanos se está enfermando y muriendo diariamente por falta de
hospitales, médicos, oxígeno y medicinas, lo que se necesita es unidad”, subrayó el Arzobispo.
“Hay que dejar de lado los insultos y
recriminaciones, los intereses personales y de grupo, para así poder superar
juntos los problemas que nos afligen, y entre ellos el más urgente que es hoy
en día la vida y la salud de los peruanos”, dijo el
Prelado peruano.
La crisis política en Perú se acentuó cuando el ahora exprimer ministro,
Pedro Cateriano, no recibió el voto de confianza de parte del Congreso el
pasado 4 de agosto.
Cateriano sucedió en el cargo a Vicente Zeballos, quien dejó de ser
primer ministro el 15 de julio, pocos días antes de la celebración de fiestas
patrias, ocasión en la que suelen darse cambios en el gabinete ministerial.
El voto de confianza, un mecanismo en el que el Poder Ejecutivo le
consulta al Poder Legislativo si cuenta con su respaldo, requería de al menos
66 votos a favor, la mitad más uno del número legal de congresistas. En esta
ocasión solo 37 parlamentarios votaron así.
Con la negación del voto de confianza, el presidente Martín Vizcarra se
vio obligado a nombrar un nuevo primer ministro, Walter Martos, que reemplazó a
Cateriano que estuvo en el cargo menos de un mes.
Ahora, Walter Martos irá al Congreso el martes 11 de agosto con el nuevo
gabinete y solicitará el voto de confianza.
No es la primera vez que un gabinete del presidente Vizcarra no recibe
el voto de confianza. En septiembre de 2019 ya ocurrió y, aunque el Congreso lo
otorgó fuera del plazo que puso el presidente, este consideró que los
parlamentarios lo rechazaron “de manera fáctica”, por
lo que disolvió el Congreso en una polémica decisión aplaudida por unos y
criticada por otros por “inconstitucional”.
Para disolver el Congreso, Vizcarra se valió de lo establecido por el
artículo 134 de la Constitución: “El Presidente de
la República está facultado para disolver el Congreso si éste ha censurado o
negado su confianza a dos Consejos de Ministros”.
Las elecciones para los nuevos congresistas se realizaron el 26 de enero
de 2020. Algunos analistas afirman que este nuevo congreso “es populista”, “vela por sus intereses” y habría
negado la cuestión de confianza a Cateriano por oponerse a la reforma
universitaria, un argumento que varios congresistas rechazan.
En su homilía, Mons. Eguren dijo que “de una
vez por todas, tenemos que aprender a caminar y a trabajar unidos, porque del
coronavirus nadie se salva solo. Ya es hora también de sacudirnos de tanta
incompetencia, indolencia y soberbia”.
“¿Cuántos hermanos más tienen que morir para que
reaccionemos? ¿Cuándo por fin nos daremos cuenta de que todos estamos en la
misma barca, todos frágiles y desorientados, pero al mismo tiempo todos
importantes y necesarios?”, cuestionó.
“Los enfermos junto con sus familias, los pobres y
los más vulnerables, no tienen por qué pagar las consecuencias de una clase
política que parece ser incapaz de dialogar y lograr entendimientos, y sobre
todo comprender que somos peruanos y no enemigos”, resaltó el Arzobispo.
En las actuales circunstancias “hay que
actuar con la verdad, con transparencia, con mucha humildad, y decisión, pero
además con mucha fe en Cristo quien nos dice: ¡No teman, soy Yo!”.
“Nunca hay que olvidar que nuestra fe cristiana y
católica sella nuestra identidad nacional. En ella encontraremos siempre la
fuente para vivir la comunión y la solidaridad que tanto escasea hoy en día en
la política, como el oxígeno medicinal en nuestros hospitales”, destacó el Prelado peruano.
“Gracias a Dios esa fe sobreabunda en nuestro
pueblo fiel y sencillo y la estamos viendo manifestada durante estos días de
reapertura de nuestras iglesias en Piura y Tumbes”, concluyó.
HOMILIA COMPLETA
“NO
TEMAN, SOY YO”
Arzobispo hace fuerte llamado a la Unidad
09 de agosto
de 2020 (Oficina de Prensa).- La mañana de hoy, nuestro Arzobispo Metropolitano
Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., presidió la Santa Misa de forma
privada desde la Capilla Arzobispal «Nuestra Señora
de las Mercedes», en el XIX Domingo del Tiempo Ordinario.
Durante su
homilía, nuestro Pastor reflexionó sobre la triste coyuntura política actual,
destacando que es algo intolerable, que en medio de una crisis sanitaria y
económica sin precedentes en la historia del Perú, nuestra clase política esté
encontrada y desunida. Por ellos hizo un fuerte llamado a la unidad de todos
los peruanos, porque en estas circunstancias hay que actuar con la verdad, con
transparencia, con mucha humildad, y decisión, pero además con mucha fe en
Cristo.
A
continuación compartimos la Homilía completa pronunciada hoy por nuestro
Arzobispo:
Muy
queridos hermanos y hermanas:
El pasaje de
la vida del Señor Jesús que nos relata el Evangelio de hoy Domingo (ver Mt 14,
22-33), es sin lugar a dudas una “teofanía”, es
decir una manifestación de Dios (teofanía: del
griego antiguo Θεοφάνεια theos –“Dios”- y fainó –“manifestación”).
Después de haber alimentado a la multitud con el milagro de la multiplicación
de los panes y de los peces, el Señor ordena “a
los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de Él a la otra orilla,
mientras Él despedía a la gente” (Mt 14, 22). Después, como era su
costumbre, Jesús “subió al monte a solas para
orar; al atardecer estaba solo allí” (Mt 14, 23). En la vida del
Señor, son frecuentes los momentos donde Él sube a la montaña a orar a solas.
La montaña es el lugar donde Dios se revela. Jesús sube a ella para encontrarse
con su Padre Celestial y así unirse más íntimamente a su voluntad.
Mientras
tanto los discípulos están en la barca, en pleno Mar de Tiberíades, remando
contra el viento y las olas encrespadas. Mateo es claro en decirnos que ya era
de noche cuando de pronto Jesús viene a ellos caminando sobre las aguas. “Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se
turbaron y decían: «Es un fantasma», y se pusieron a gritar de temor” (Mt
14, 26). En la Sagrada Escritura, el temor es la primera reacción del
hombre ante cualquier manifestación de Dios. Es una reacción de su condición de
criatura frente al Creador, de su limitación ante el poder de Dios, de su
pequeñez ante la grandeza Divina, de su pecado ante la santidad del Señor. La
respuesta de Jesús a sus discípulos en la barca confirma lo dicho: “¡Animo!, que Soy Yo; no teman” (Mt 14, 27). La
expresión, “No teman”, es la señal más clara y elocuente que estamos
ante una manifestación de Dios, es decir ante una teofanía.
Asimismo,
Jesús caminando sobre las aguas, es decir dominando a los elementos de la
naturaleza, se revela una vez más como el Hijo de Dios presente en medio de
nosotros. Sólo Dios tiene el control absoluto sobre la naturaleza que Él ha
creado. De otro lado, la expresión “Yo
Soy”, nos recuerda el nombre con
el cual Dios mismo se reveló a Moisés cuando éste vio en la montaña el fenómeno
misterioso de la zarza ardiendo que no se consumía, y desde la cual Dios lo
llamó (ver Ex 3, 14-16). Por tanto, la expresión “Yo
Soy”, en los labios de Jesús
tiene dos significados: “Yo soy Jesús”, pero también “Yo
soy Dios”. Es decir, cuando Jesús dice “Yo
Soy”, alude a su persona, pero en este caso se trata de su Persona
Divina, de Hijo de Dios, es decir de la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Es lo que afirma la conclusión del
pasaje evangélico de este domingo: “Subieron a la barca y amainó el viento.
Y los que estaban en la barca se postraron ante Él diciendo: Verdaderamente
eres Hijo de Dios” (Mt 14, 32-33). No hay que olvidar que la
adoración se reserva sólo a Dios, y en esto Israel había mantenido, a pesar de
todo, su fe profundamente monoteísta: “Yo
Yahveh, soy tu Dios…No te postrarás ante otros dioses ni les darás culto,
porque yo Yahveh, tu Dios soy un Dios celoso” (Ex 20, 2.5).
Pero en el
relato evangélico de hoy también resalta la reacción de Simón Pedro, quien
siempre aparece en los Evangelios como el que toma la palabra y la iniciativa
en nombre de los demás Apóstoles. Pedro era de carácter arrojado, impetuoso y
vehemente, carácter que algunas veces lo llevará por el buen camino y otras
veces a prometer lo que después no podrá cumplir. Recordemos sino su profesión
de fe en la divinidad de Cristo en el camino de Cesarea de Filipo (ver Mt 16,
16) pero también sus tres negaciones durante la Pasión de su Maestro (ver Mt
26, 69-75). Pero volviendo al relato de nuestro Evangelio, la reacción de Pedro
indica su inicial confianza en Jesús: “Señor, si
eres Tú, mándame ir donde Ti sobre las aguas” (Mt 14, 28). Y ante la
palabra del Señor “Ven”, Pedro camina sobre las aguas hacia su Maestro.
Pero cuando la violencia del viento lo hace dudar comienza a hundirse. Este
pasaje del Evangelio describe de una manera muy clara lo que es el acto de fe:
Cuando uno se abandona a la Palabra de Jesús, el agua se vuelve sólida bajo
nuestros pies y estamos firmes. Pero cuando aparecen las dudas y comenzamos a
abandonar nuestra confianza en el Señor, inmediatamente comenzamos a hundirnos.
Jesús que ha
alabado la fe de muchos a lo largo del Evangelio, como por ejemplo la fe de la
mujer cananea (Ver Mt 15, 28) o la del centurión (ver Mt 8, 10), en este caso
se ve desilusionado. Ante el grito de Pedro: ¡Señor sálvame!, Jesús le tiende
la mano y sujetándolo con firmeza le dice: “Hombre
de poca fe, ¿por qué dudaste?” (Mt 14, 29-31).
El Evangelio
de Jesús caminando sobe las aguas, nos ofrece varias ricas enseñanzas y
reflexiones para nuestra vida cristiana en estos tiempos difíciles de pandemia.
Veamos.
En primer
lugar, nos demuestra algo que Jesús había enseñado durante su ministerio
público: Todo es posible para el que cree. Cuando alguien se acercaba a Él para
pedirle un milagro, especialmente de curación, el Señor solía responder: “Que te suceda como has creído” (Mt 8, 13). Y
esto es lo que nos ocurre cada vez que le pedimos algo al Señor: Nos sucede
como hemos creído. A menudo creemos poco, pues somos “hombres
de poca fe”, y por eso obtenemos poco. Debemos entonces tener la
humildad de pedir todos los días en nuestra oración al Señor el don de la fe
tal como se lo pidieron los Apóstoles: “Señor,
auméntanos la fe” (Lc 17, 5). El ser humano puede obtenerlo todo del
Señor, porque Dios es omnipotente. Pero el poder de Dios queda bloqueado ante
nuestra falta de fe. Eso fue lo que le pasó a Jesús en su pueblo natal de
Nazaret: “Y no hizo muchos milagros allí a causa
de la incredulidad de ellos” (Mt 13, 58). A Dios no se acude como
una cláusula de salvaguarda, como “por si acaso” o como una especie de “Plan B”. A Él siempre debemos recurrir en primer
lugar, y sobre todo confiar en su Palabra, así como lo hizo el paralítico,
cuando Jesús le dice: “Levántate, toma tu
camilla y vete a tu casa” (Mc 2, 11). Se requería una gran dosis de
fe para confiar en la Palabra del Señor, creer y obedecer. Y el paralítico
creyó que Jesús podía sanarlo y por eso “se
levantó y se fue a su casa” (Mt 9, 2ss).
Sería bueno
preguntarnos: En estos tiempos de pandemia, ¿cómo
ha estado mi vida de fe? ¿he mantenido mi confianza en el Señor? A pesar
de todo, ¿he sabido confiar en su Palabra y sus
promesas? O más bien, ¿me han asechado las
dudas y los miedos?, o ¿he sido
autosuficiente? Que el Señor no nos reproche como a Pedro: ¿Por qué has dudado?”.
De otro lado
encontramos dos enseñanzas muy confortadoras y consoladoras para nosotros que
solemos tener poca fe. La primera es la palabra de Jesús a sus discípulos: “No teman. Soy Yo”. Una palabra que es toda
una invitación del Señor a tener la certeza de que aún en los momentos más
difíciles de la vida, como es sin lugar a dudas la pandemia que estamos
sufriendo, Él está cerca, Él viene a nuestro encuentro, Él nunca nos abandona. ¿Por qué? Porque simplemente nos ama, y en la Cruz
nos ha dejado la prueba suprema de su Amor, la señal más absoluta y cierta de
su cercanía siempre amorosa en nuestras vidas, y que por tanto aún en la
tormenta más terrible, cuando parece que todo se hunde, nunca debemos de
desesperar, sino confiar y esperar en Él, como lo hizo Santa María a lo largo
de toda su vida, pero especialmente al pie de la Cruz.
En segundo
lugar, está la enseñanza de que la oración de súplica, de ruego, de apelación,
nunca es desoída por el Señor, como sucede en el caso de Pedro: “Señor, sálvame que me hundo”. Jesús no dejó a
su Apóstol ahogarse como fruto de su poca fe y de sus dudas, sino que le
extendió de inmediato su mano y lo sujetó con firmeza. Igual hace hoy con
nosotros. Cuando nos falte la fe, cuando sintamos que todo se derrumba a
nuestro alrededor, cuando en nuestra vida estemos ahogándonos en problemas,
gritemos, clamemos con fuerte voz al Señor: ¡Jesús,
sálvame!, con la confianza que
esta oración no será desoída, y que sentiremos de alguna forma la mano poderosa
del Señor que nos sujeta y nos levanta, que nos auxilia y saca de nuestra
angustia. Valemos mucho para Jesús como para que Él no atienda nuestro ruego.
Tengamos la seguridad que Cristo siempre acudirá en nuestro auxilio.
Escuchemos
también esta hermosa reflexión del Papa Francisco sobre el Evangelio: “Pedro comienza a hundirse en el momento en que aparta la
mirada de Jesús y se deja arrollar por las adversidades que lo rodean. Pero el
Señor está siempre allí, y cuando Pedro lo invoca, Jesús lo salva del peligro.
En el personaje de Pedro, con sus impulsos y sus debilidades, se describe
nuestra fe: siempre frágil y pobre, inquieta y con todo victoriosa, la fe del
cristiano camina hacia el encuentro del Señor resucitado, en medio de las
tempestades y peligros del mundo. Es muy importante también la escena final.
«En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron
ante Él diciendo: «¡Realmente eres Hijo de Dios»!» (vv. 32-33).
Sobre la barca estaban todos los discípulos, unidos
por la experiencia de la debilidad, de la duda, del miedo, de la «poca fe».
Pero cuando a esa barca vuelve a subir Jesús, el clima cambia inmediatamente:
todos se sienten unidos en la fe en Él. Todos, pequeños y asustados, se
convierten en grandes en el momento en que se postran de rodillas y reconocen
en su maestro al Hijo de Dios. ¡Cuántas veces también a nosotros nos sucede lo
mismo! Sin Jesús, lejos de Jesús, nos sentimos asustados e inadecuados hasta el
punto de pensar que ya no podemos seguir. ¡Falta la fe! Pero Jesús siempre está
con nosotros, tal vez oculto, pero presente y dispuesto a sostenernos”. [1]
Llamado a la Unidad
Finalmente,
no puedo concluir sin hacer una reflexión sobre la triste coyuntura política
actual. Con dolor vemos en estos tiempos a nuestra Patria no sólo marcada por
el sufrimiento de la pandemia y por la pobreza generada por ésta, sino golpeada
además por una crisis política caracterizada por el enfrentamiento y los desencuentros.
Es algo intolerable, que en medio de una crisis sanitaria y económica sin
precedentes en la historia del Perú, nuestra clase política esté encontrada y
desunida. En estos momentos de pandemia, en que miles de hermanos peruanos se
está enfermando y muriendo diariamente por falta de hospitales, médicos,
oxígeno y medicinas, lo que se necesita es UNIDAD.
Hay que
dejar de lado los insultos y recriminaciones, los intereses personales y de
grupo, para así poder superar juntos los problemas que nos afligen, y entre
ellos el más urgente que es hoy en día la vida y la salud de los peruanos. De
una vez por todas, tenemos que aprender a caminar y a trabajar unidos, porque
del coronavirus nadie se salva solo. Ya es hora también de sacudirnos de tanta
incompetencia, indolencia y soberbia. ¿Cuántos
hermanos más tienen que morir para que reaccionemos? ¿Cuándo por fin nos
daremos cuenta de que todos estamos en la misma barca, todos frágiles y
desorientados, pero al mismo tiempo todos importantes y necesarios?
Los enfermos
junto con sus familias, los pobres y los más vulnerables, no tienen por qué
pagar las consecuencias de una clase política que parece ser incapaz de
dialogar y lograr entendimientos, y sobre todo comprender que somos peruanos y
no enemigos.
En las
actuales circunstancias hay actuar con la verdad, con transparencia, con mucha
humildad, y decisión, pero además con mucha fe en Cristo quien nos dice: ¡No
teman. Soy Yo! Nunca hay que olvidar que nuestra fe cristiana y católica sella
nuestra identidad nacional. En ella encontraremos siempre la fuente para vivir
la comunión y la solidaridad que tanto escasea hoy en día en la política, como
el oxígeno medicinal en nuestros hospitales. Gracias a Dios esa fe sobreabunda
en nuestro pueblo fiel y sencillo y la estamos viendo manifestada durante estos
días de reapertura de nuestras iglesias en Piura y Tumbes.
San Miguel de Piura, 09 de
agosto de 2020
XIX Domingo del Tiempo Ordinario
Jose Antonio Eguren Anselmi, S.C.V.
Arzobispo
Metropolitano de Piura
Redacción ACI Prensa
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