Amar más y mejor.
Por: Paterpan | Fuente: Catholic.net
La muerte es algo habitual dentro de un
hospital. Podríamos decir que es una empleada más del centro que ejerce su
profesión con rigurosidad calculada.
Los que junto a ella trabajamos llegamos a habituarnos a sus entradas y
salidas, a sus exigencias y reclamaciones, a su compañía...a su rostro frío.
Sólo cuando se dirige a nosotros, cuando se fija en nosotros empieza a
preocuparnos su presencia y a provocar en nosotros algo nunca hasta entonces
sentido.
A pesar de todo, a pesar de su presencia y cercanía, en mi sigue suscitando una
serie de interrogantes que sólo encuentran su respuesta en Dios: ¿qué es la vida que hoy tengo y mañana no? ¿qué es el
hombre, capaz de tanto, sin el aliento de esa vida? ¿para qué tanto esfuerzo,
sacrificio, superación, dolor...? ¿para nada?... Repito, sólo en Dios
encuentro paz, certeza y esperanza.
Pero la muerte además de traernos interrogantes también nos trae certezas.
Seguro que todos hemos escuchado alguna frase: “llega
cuando menos lo esperamos” “alcanza a todos” “no pide permiso para entrar”
“desde ella la vida adquiere su verdadera dimensión”...
A mí personalmente tener a la muerte por
compañera de trabajo me ha ayudado a valorar más a los que tengo a mi lado: padres, hermanos, amigos...a los que hoy puedo amar en
directo, a los que puedo decirles gracias por lo mucho que me dan, a los que
puedo pedir perdón sin tener cuentas pendientes con ellos, a los que puedo
sencillamente dar un beso, tender mi mano o sonreír, porque hoy están a mi lado
y habrá un día que aunque quiera no podré, porque ya no estarán a mi lado aquí
en la tierra. Por eso a veces, desde mi hospital, me gusta mirar en
silencio a esos seres queridos que Dios ha
puesto a mi lado y saborear su presencia, sus cualidades, sus años con su
juventud o su ancianidad, y hasta sus defectos y “manías”
que también me recuerdan que están vivos.
Cuántos, al perder un ser querido, siente un remordimiento de conciencia por lo
que hicieron o dejaron de hacer con esa persona que acaba de partir de este
mundo; cuántos, si pudieran “rebobinar” la
vida compartida con los que ya no están, los amarían más intensamente.
Por eso al llegar el mes de noviembre, mes en que recordamos especialmente a
nuestros difuntos, con la gracia de Dios, pensemos también en los vivos que
tenemos a nuestro lado y entreguemos todo nuestro corazón mientras estén junto
a nosotros.
Que no tenga la muerte que arrebatarnos a los que queremos, para que caigamos
en la cuenta de que siempre podemos amar más y mejor, para darnos cuenta de lo
insustituible que es un padre, una madre, un esposo, una esposa, un hijo, una
hija, una amigo, una amiga...
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