Poner toda nuestra
vida en las manos de Dios, totalmente, sin condiciones ni reservas.
Por: Daniel Alberto Robles Macías | Fuente: ConMasGracia.org
Charles Blondin fue un famoso equilibrista de
cuerda floja y acróbata francés. Uno de sus actos más reconocidos fue cuando
cruzó las cataratas del Niágara sobre una cuerda suspendida a una altura de 48
metros sobre el agua y una longitud de 335 metros. Acto que realizó por primera vez en 1859.
Después de aquella primera vez, continúo haciéndolo varias veces más, pero cada vez iba aumentando el grado de dificultad con
actos variados.
Primero, con los ojos vendados, luego, dentro de una bolsa y finalmente lo
cruzó en zancos. Incluso, en una ocasión, se sentó a la mitad de la cuerda para
cocinar y comer su almuerzo.
En una de esas ocasiones, miembros de la familia real de
Inglaterra decidieron acudir a ver su acto. Era un duque junto con
sus dos hijos. Esa mañana, cruzaría la cuerda arrastrando una
carretilla. De
inicio, lo hizo sin nada sobre ella; para luego, colocar una bolsa de papas,
fue todo un éxito. Los aplausos de la gente no dejaban de sonar.
Luego, Blondin bajó hasta donde se encontraba la familia real y le
preguntó al duque: Señor, ¿cree usted que yo podría
cruzar a un hombre sobre esta carretilla hasta el otro lado del río?– ¡Sin duda alguna, claro que sí! Le dijo el duque. Pues lo invito a subir a
usted, ¿Qué dice? Le dijo Blondin.
De inmediato se escuchó al unísono una expresión de sorpresa de toda la
audiencia. Nadie podría creer lo que acababa de pasar. El duque, por su parte,
se quedó frío y se puso muy nervioso, después de un momento, negó aquella
invitación.
Entonces Blondin, luego de escuchar la negativa del duque, se volvió a
la gente que estaba allí y dijo: ¿Hay alguien entre
ustedes que crea que pueda hacerlo? El silencio inundó el lugar, todos se miraban
entre sí pero nadie se ofrecía a ser parte de ese acto.
Después de un momento, se escuchó una voz: ¡Yo
sí creo! Y de entre toda la multitud salió una mujer muy anciana. Subió
entonces a la carretilla y fue llevada por el equilibrista hasta el otro
lado y luego de regreso. Esa mujer era la madre de Blodin, la única
dispuesta a poner su vida en las manos de aquel hombre.
Con esta historia podemos ejemplificar el significado de la fe. Es poner toda nuestra vida en las manos de Dios, totalmente, sin
condiciones ni reservas. Ya nos dice San Pablo: “La fe es como aferrarse a lo que se espera, es la
certeza de cosas que no se pueden ver.” (Hebreos, 11, 1) y como esa
mujer, hay que atrevernos a ponemos toda nuestra confianza en aquel que con
seguridad nos llevará del otro lado del camino.
“Quien tiene fe tiene la vida eterna, tiene la
vida. Pero la fe es un don, es el Padre que nos la da” nos dice el Papa Francisco. Y
si, la fe es el único camino para llegar a Dios, para alcanzar la vida eterna. Es tener la certeza de que no vamos solos, sino que Él camina con
nosotros. ¿Te atreves a dejar tu vida en sus manos?
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