miércoles, 11 de septiembre de 2019

CÓMO SERÍA EL MODO IDEAL DE ESTUDIAR LA TEOLOGÍA


El otro día, antes de acostarme se me ocurrió ofrecer algunas líneas acerca de cómo enfocar los estudios de teología. No son consejos para los estudiantes, sino para algún obispo que decidiera reformar la facultad de teología de su diócesis.

Para empezar, el edificio donde se contiene la ciencia teológica no debería ser como el resto de edificios civiles, como otras facultades de ciencias profanas. El continente debería mostrar la grandeza de esa ciencia divina. Su austeridad, su sencillez, sus espacios deberían constituir, por sí mismos, una predicación. La arquitectura como plasmación de la teología. Por supuesto, desterrando toda apariencia mundana. La belleza de su sobriedad debería mostrar al edificio como un arca de la ciencia de Dios.

Cada aula, la biblioteca, los pasillos, todos los elementos deberían fomentar ese trabajo del estudio como adoración. No digo que sea fácil conseguirlo, pero habría que esforzarse en crear una arquitectura docente para algo tan grandioso como enseñar el conocimiento acerca de Dios.

El primer año de estudios debería insistirse mucho en la formación espiritual de los que entran a ese nuevo estado personal que es el estado, trabajo y actitud del que inicia esos estudios sagrados. El primer año, por supuesto, se estudiarán algunas asignaturas, pero insistiendo en las más espirituales, en las más agradables de tipo general.

El primer año se atraviesa el atrio de esos estudios: se debe poner empeño en formar a los estudiantes acerca de cómo estudiar. Me refiero con ello no a enseñar técnicas de estudio, sino a que entiendan que la teología no es una ciencia profana; y que, por tanto, requiere de una actitud distinta, de una disposición del alma diversa de la que se requiere en otras carreras. No importa tanto conseguir conocimientos, como que esa ciencia divina transforme al alma. El estudiante debe emprender el estudio como un medio para adorar, para unirse más a Dios.

Se explicará cómo armonizar oración y estudio, presencia de Dios y clases. Se enseñará el respeto al día del Señor unido a una cierta práctica de la pastoral. Cada estudiante debería dedicar un día a la pastoral en una parroquia: visita de enfermos o de presos, ayuda a los necesitados, etc. No debería existir la figura del estudiante que estudia, estudia y solo estudia.

Hoy día existe la mentalidad del que dice: “Ahora estudio, ya me dedicaré a la pastoral al acabar los estudios”. Cuando eso se realiza durante muchos años, se produce una deformación. Desde el principio, es preferible realizar este proceso de aprendizaje de la teología en una saludable armonía de oración y pastoral.

Hasta ahora, las facultades se han preocupado en ofrecer magníficos, profundos y variados programas de estudios. Dejando la práctica de la oración, de la vida comunitaria, del descanso, de la pastoral, al buen entender de cada uno. Lo cierto es que también no pocos profesores viven esa distorsión entre teología y vida, centrándose muchos solo en la teología. Si un profesor está personalmente distorsionado (no digo corrompido), fácilmente comunica esa distorsión.

La facultad de teología, el seminario, el lugar de residencia de los estudiantes de licenciatura, el tiempo de oración y descanso, todo, debería conformar un conjunto unitario. No un conjunto opresivo, tiránico, sino una unidad armónica centrada en la persona, no en los conocimientos.

No estoy defendiendo que la facultad de teología se tenga que convertir en un monasterio. Pero sí que ahora existe una codicia por la teología. No estoy diciendo que ahora se hagan las cosas mal. Solo digo que se pueden hacer mejor. No estoy diciendo algo que se limita a unir estudios y oración, lo que propongo es algo más ambicioso. Es cambiar la mentalidad porque, en el fondo, estamos enseñando la teología de modo prácticamente igual a cómo enseñaríamos cualquier ciencia profana. 

Hemos perpetuado un modo de enseñar la teología que no era el modo en que la aprendían en la Escuela de Antioquía en el siglo IV, o el modo en que la aprendían los que se formaban con san Agustín en el siglo V. ¿Hemos mejorado en conocimientos? Sí. ¿Hemos perdido la sabia que llenaba esos estudios? Sin duda.

Nuestros estudios actuales derivan de un árido método escolástico que se forjó en una época en que la Iglesia no pasó por su mejor momento. Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Pero muchos malos usos se han perpetuado. Esos usos se han mejorado desde entonces, pero se puede avanzar mucho todavía en la espiritualización de las facultades.

P. FORTEA

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