«Ya van dos semanas sin poder
darles nada»
La Revisa
Palabra habla en su último número del rumbo incierto de la educación escolar en
Venezuela. Con ocho millones de escolares, y una relación 77 % pública, 23 %
privada, los directivos denuncian que los estudiantes pasan hambre, pero
alientan a no desmayar en el esfuerzo.
(Marcos
Pantin/Palabra) Recorremos las
instalaciones de un representativo liceo público de Maracaibo, capital
del estado Zulia, segunda ciudad de Venezuela. Voy con el director del centro.
Nos salen al paso estudiantes avispados, ocurrentes, de contagiosa alegría: así
son los marabinos.
El edificio es sólido y de
buen diseño, construido al comienzo de los años 60. Da cabida a medio millar de estudiantes que cursan bachillerato en
Ciencias. Cuenta con una plantilla de 42 profesores a tiempo completo.
El horario es vespertino, de 1:00 a 5:40 horas. A media tarde se sirve el
almuerzo en el comedor escolar.
El edificio no ha recibido
mantenimiento por años. Grandes filtraciones manchan los techos. Se han robado los cables y cuadros eléctricos
y los desmembrados pupitres no alcanzan para todos los alumnos. Un
cálculo somero descubre que hay pocos estudiantes y apenas se ven profesores.
DECLIVE DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA
El Estado ha sido el gran educador en Venezuela. Desde hace 70 años, cerca
del 80 % del estudiantado recibe educación pública, y el 20 % privada. Cifras
oficiales de 2016 aseguran que la población escolar total es de 8.040.628 alumnos, repartidos en un 77 % en
la educación pública y 23 % en la privada.
Hace 50 años no faltaban
excelentes liceos públicos en las principales ciudades del país. «En los años 80 comenzó el declive. Los
cambios curriculares y el relevo de los maestros normalistas, entorpecieron el
aprendizaje de habilidades básicas como la lectura, escritura y razonamiento
matemático», señala Leonardo Carvajal, director del doctorado en
Ciencias Pedagógicas en la Universidad Católica de Caracas. Carvajal añade que
en los años 70 las escuelas pasaron de jornada completa a medio turno,
perdiendo horas de trabajo académico.
Entre los mejores profesores
de los liceos públicos había profesionales universitarios sin estudios de
docencia. «En los años 80, por presiones del
gremio docente, se les prohibió enseñar en los colegios y decayó el nivel
humano y científico de esos centros», sostiene Fernando
Vizcaya, decano de Facultad de Educación de la Universidad Monteávila, en
Caracas. Con todo, los colegios
públicos no han estado al margen de la suerte del país: sectarismo político,
improvisación, crisis económica y social.
EN EL ÚLTIMO DECENIO
La matrícula total de la educación pública va en descenso desde 2007,
mientras que la privada ha mantenido su ritmo de crecimiento: «Es una recesión, que por
prolongada y contractiva, es ya una depresión generalizada del sistema
escolar», afirma Luis Bravo Jáuregui, investigador de la Escuela de
Educación de la Universidad Central de Venezuela. Bravo Jáuregui recuerda que la crisis económica y social ha agudizado las
carencias usuales del sistema educativo.
«Este gobierno hizo el arte de magia de
desaparecer mil millones de dólares en 18 años. Una cosa increíble», afirma Fernando Spiritto.
Director de posgrados de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad
Católica de Caracas, Spiritto recuerda que el dinero se ha ido en
importaciones, corrupción o actividades no productivas.
COSTE DE LA VIDA E INFLACIÓN
Aunque no existen cifras
oficiales, la inflación cerró el año
pasado en un 2.600 % y se mantiene en un 85 % mensual. Un profesor de colegio gana como máximo 2
millones de bolívares al mes (9 dólares USA al cambio libre). Sin
embargo, paga 5 millones por alquiler de vivienda; 10 millones mensuales en
alimentos para tres personas; 2 millones en transporte público. Sin contar
gastos de salud, vestuario y educación de los hijos. Su vida es muy complicada.
Además, la increíble escasez
de dinero efectivo duplica los precios de todo lo que se paga al contado. En un día, un profesor puede pagar más en
transporte público de lo que gasta para comer y de lo que gana por jornada
laboral.
La gestión de un liceo
público: educar y vadear la crisis. Volvamos a los pasillos del liceo. Nos han
traído un café y el director va entrando en confianza: «Trabajamos con
las uñas. Nos falta lo indispensable para la operación ordinaria:
papelería, consumo de oficina, productos de limpieza, etc. Yo no paro de pedir.
Nos responden que debemos ‘autogestionarnos’». La situación
es grave, señala el director, porque escasean los alimentos en el colegio, y no
digamos en las casas. Así lo explica: «La gran
mayoría de los profesores trabajan dos turnos: 16 horas diarias, y solo hacen
una comida al día. Y no hablemos del hambre que pasan los muchachos. Seamos claros: los estudiantes vienen al
colegio por el plato de comida. Estamos recibiendo la mitad de los
alimentos asignados. Ya van dos semanas
sin poder darles nada. Por los pasillos me abordan: ‘Profe, ¿cuándo
llega la comida?’. En mi casa no hay comida».
Esta seria escasez causa «mucho dolor», añade el máximo responsable
del liceo. «Se difunde en el ambiente una tristeza, como una nostalgia que
afecta a profesores y alumnos. Cuando no hay comida la asistencia no pasa de un
tercio de los alumnos. Cada día se
desmayan cuatro o cinco estudiantes porque no han comido nada. Cuando
tenemos alimentos la asistencia llega al 90 %».
¿APROVECHAMIENTO ACADÉMICO?
La pregunta surge inevitable:
¿cómo pueden cumplir con la planificación de clases? «El sistema
evaluativo está diseñado para evitar que el alumno pierda el año. Es la
así llamada ‘batalla a la repitencia’».
Los muchachos terminan el bachillerato con enormes lagunas. Es el
populismo facilón que abulta las estadísticas del Ministerio. Los estudiantes pagan caro
por el fraude: «Si vienen de un bachillerato sin materias regulares porque
se las daban por aprobadas sin tener profesor, no tiene posibilidad de aprobar
el primer año de la universidad», explica Enrique Planchart, rector de la
Universidad Simón Bolívar de Caracas. «Me
preocupa enormemente la inasistencia», prosigue el director del
liceo. «Cuando logran venir, los muchachos
traen un bolso lleno de ilusiones. Quiero que vuelvan a casa con ilusiones
cumplidas, pero se van con muchas interrogantes: ¿por qué no vino el profesor?
¿por qué no hubo comida hoy? ¿qué vamos a hacer?»
El hambre es tan grave que «los
docentes y empleados pierden peso en forma alarmante. En sus casas
no hay comida y sus hijos van a la escuela en ayunas. La opción es irse del
país. Estoy a punto de perder seis profesores en áreas críticas. Pero tenemos
que perseverar. No podemos desmayar», concluye.
LA CRISIS EN LA ESCUELA PRIVADA
No muy lejos del liceo público
funciona un colegio privado. Con casi cincuenta años de actividad, la matrícula
llega al millar de estudiantes repartidos entre primaria y bachillerato. Opera
con unos doscientos profesores y empleados. Los edificios se han levantado
gradualmente a medida que aumentaban los alumnos.
El directivo del centro
reconoce que se ha producido «un cambio de mentalidad» en la
dirección del colegio. «Pero no estamos solos
en el empeño. Las familias apoyan
mucho. Pero esto exige tiempo y esfuerzo. A través de donaciones de las
familias y otras fuentes trabajamos en
aumentar los ingresos de los docentes; solucionar el problema del
transporte; facilitar el acceso a los alimentos, siempre por las vías
permitidas por el Ministerio de Educación».
AGENDA DEL DIRECTOR
El responsable de este centro
privado reconoce sin tapujos que «antes me ocupaba mayormente de los problemas de los muchachos y de la
atención a sus familias. Y no es poca cosa atender a las familias: están sufriendo la crisis del país en muchas formas.
Cada día atiendo cuatro o cinco de ellas. Pero ahora, junto a la tarea de conducir el colegio, no empleo menos de 4 o 5
horas diarias atendiendo a los profesores, escuchándolos personalmente o
buscando ayudas externas para subsidiar necesidades monetarias, de transporte,
alimentación o de salud. Para esto mudé la oficina del administrador del
colegio junto a la mía, porque invertimos mucho tiempo atendiendo estas
situaciones».
La conclusión de este experto
educativo es clara. Si continúa esta
crisis, «el modelo educativo en Venezuela
cambiaría necesariamente. Tendríamos que
reducir el horario de clases y eliminar las actividades extracadémicas que dan
el tono humano y familiar al trabajo escolar».
Sin embargo, el experto
considera que la dureza de este tiempo amainará y vendrán días mejores: «La crisis pasará y viviremos nuevos tiempos con el favor de Dios. Soy testigo del esfuerzo
diario de los profesores por hacer bien su trabajo. Es un estímulo
permanente. Me contagio del ánimo
natural de los niños en las aulas, sin olvidar que en las escuelas públicas
sufren mucho. Nuestro país tiene mucho futuro. Definitivamente, la clave
está en la formación de estos jóvenes que van a construir la nueva Venezuela».
Publicado
originalmente en Palabra
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