Por su
Pasión, Cristo ha vencido a todos sus enemigos, y ha dado a la iglesia el
participar de este poder dominador. La Iglesia tiene conciencia del poder y del
odio del adversario infernal. Ella conoce también su propio poder sobre el
demonio: “Las puertas del Infierno no
prevalecerán contra ella”, dijo Nuestro Señor (Mt 16,18). ¿No decía también a los setenta y dos discípulos: “Mirad,
os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, y nada os
podrá hacer daño”? (Lc 10,19)
Pero cada cristiano es miembro de Cristo y participa de este poder; como bautizado y confirmado, él tiene parte en el sacerdocio real de Cristo. En esta calidad y según la medida de su unión a Cristo por la Fe y por la Caridad, él no escapa de los influjos del maligno, al menos parcialmente, sino que está también habilitado a combatir, a hacer retroceder su imperio; él es mediador de su derrota.
El poder
predominante de Cristo sobre los demonios es sin límites e infalible, pero no
se puede decir que la Iglesia participa de él incondicionalmente y en plenitud.
En efecto, su poder, que es infalible en la administración del Sacramento de
Penitencia o de Reconciliación, no es un automático y mágico en las oraciones
del exorcismo. En este campo, la Iglesia influye en el demonio en virtud de un
poder moral que le viene de su vínculo místico con Cristo.
Como
miembro del Cuerpo místico de Cristo y de la Iglesia, todo creyente tiene poder
y la autoridad sobre los demonios por el Nombre de Jesús. Las condiciones
fundamentales es creer en las promesas de Cristo que ha dicho muy claramente: “A los que crean, les acompañarán estas señales:
expulsarán demonios en mi nombre” (Mc 16,17-18). Esta promesa de
Cristo no incluye ninguna ambigüedad; en la fe es preciso recibirla tal como
está presentada y ponerla en práctica.
(Mc
16,17-18): “17 Estas señales acompañarán a los
que crean: en mi Nombre echarán demonios y hablarán nuevas lenguas; 18 tomarán
con sus manos serpientes y, si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán
las manos sobre los enfermos y quedarán sanos.»”
La
imposición de manos es uno de los métodos de curación y sanación más antiguos,
conocidos y populares. La imposición de manos es la manera más común de recibir
el don divino de la sanación; también es parte fundamental de la denominada
sanación o curación espiritual. Fue, uno de los métodos para curar que Jesús y
posteriormente los apóstoles y sus discípulos, utilizaron.
Este
último pasaje del Nuevo Testamento, en el Evangelio de Marcos, es para nosotros
muy importante y significativo. En él se hace referencia, con toda claridad, “a los que creen”. En otras palabras, esto
significa que -todos los que son creyentes- pueden imponer las manos sobre
otros, siempre y cuando se haga con la intención de sanar y por tanto, de
ayudar al prójimo.
En Lucas
4,40 se nos informa de cómo Jesús usaba este método: “40
Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversos males se los
llevaban a Jesús y él los sanaba imponiéndoles las manos a cada uno. 41 También
salieron demonios de varias personas; ellos gritaban: «Tú eres el Hijo de
Dios», pero él los amenazaba y no les permitía decir que él era el Mesías,
porque lo sabían.”
También
Jesús nos dijo:
(Jn 14,12):”12 En verdad les digo: El que crea en mí, hará las
mismas obras que yo hago y, como ahora voy al Padre, las hará aún mayores.”
(Jn
14,15): “15 Si ustedes me aman, guardarán mis
mandamientos,”
(Jn 14,
21): “21 El que guarda mis mandamientos después de
recibirlos, ése es el que me ama. El que me ama a mí será amado por mi Padre, y
yo también lo amaré y me manifestaré a él.»”
(Jn
14,23): “23 Jesús le respondió: «Si alguien me
ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para
poner nuestra morada en él.”
Quien no
ama no cree en Dios. Dios es amor y no se le debe tener miedo. Ciertamente Dios
es amor infinito y nos creó para que amemos. Jesús
enseña sobre los Mandamientos de Dios:
“28 Entonces se adelantó un maestro de la Ley. Había escuchado la
discusión, y se quedaba admirado de cómo Jesús les había contestado. Entonces
le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?» 29 Jesús le contestó:
«El primer mandamiento es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es un único
Señor. 30 Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con
toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas. 31 Y después viene este otro:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante
que éstos.»” (Mc 12,28-31)
Los apóstoles aún con la autoridad impartida sobre ellos no pudieron expulsar un demonio fuera de un poseído, Jesús tuvo que hacer el exorcismo personalmente y luego les explicó a los apóstoles que algunos malos espíritus solo se pueden arrojar fuera a través de oración y ayuno.
(Mc
9,17-29): “17 Y uno del gentío le respondió:
«Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu mudo. 18 En cualquier momento
el espíritu se apodera de él, lo tira al suelo y el niño echa espuma por la
boca, rechina los dientes y se queda rígido. Les pedí a tus discípulos que
echaran ese espíritu, pero no pudieron.» 19 Les respondió: «¡Qué generación tan incrédula! ¿Hasta cuándo
tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganme
al muchacho.» 20 Y se lo llevaron. Apenas vio a Jesús, el espíritu sacudió
violentamente al muchacho; cayó al suelo y se revolcaba echando espuma por la
boca. 21 Entonces Jesús preguntó al padre: «¿Desde cuándo le pasa esto?» 22 Le
contestó: «Desde niño. Y muchas veces el espíritu lo lanza al fuego y al agua
para matarlo. Por eso, si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y
ayúdanos.» 23 Jesús le dijo: «¿Por qué dices "si puedes"? Todo es posible para el que cree.» 24
Al instante el padre gritó: «Creo, ¡pero ayuda mi poca fe!» 25 Cuando Jesús vio
que se amontonaba la gente, dijo al espíritu malo: «Espíritu sordo y mudo, yo
te lo ordeno: sal del muchacho y no vuelvas a entrar en él.» 26 El espíritu
malo gritó y sacudió violentamente al niño; después, dando un terrible
chillido, se fue. El muchacho quedó como muerto, tanto que muchos decían que
estaba muerto. 27 Pero Jesús lo tomó de la mano y le ayudó a levantarse, y el muchacho
se puso de pie. 28 Ya dentro de casa, sus discípulos le preguntaron en privado:
«¿Por qué no pudimos expulsar nosotros a ese espíritu?» 29 Y él les respondió:
«Esta clase de demonios no puede
echarse sino mediante la oración.»”
La incredulidad es la duda, es la
desconfianza, es la falta de fe en Dios.
Tener fe en Dios. (Mc 11,22-25): “22 Jesús
respondió: «Tengan fe en Dios. 23 Yo les aseguro que el que diga a este cerro:
¡Levántate de ahí y arrójate al mar!, si no duda en su corazón y cree que
sucederá como dice, se le concederá. 24 Por eso les digo: todo lo que pidan en
la oración, crean que ya lo han recibido y lo obtendrán. 25 Y cuando se pongan
de pie para orar, si tienen algo contra alguien, perdónenlo,” y en Hebreos 11, 1: “1 La fe es como
aferrarse a lo que se espera, es la certeza de cosas que no se pueden ver.”
En Hechos 19,13-17 algunos Judíos y los siete hijos de Esceva trataron de hacer exorcismos en el nombre de Jesús quien era predicado por Pablo el apóstol, pero para su desencanto, el hombre poseído se lanzó sobre ellos dándoles tal paliza que salieron corriendo desnudos y sangrando: “13 Incluso algunos judíos ambulantes que echaban demonios, trataron de invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: «Yo te ordeno en el nombre de ese Jesús a quien Pablo predica.» 14 Entre los que hacían esto estaban los hijos de un sacerdote judío, llamado Escevas. Un día entraron en una casa y se atrevieron a hacer eso, 15 pero el espíritu malo les contestó: «Conozco a Jesús y sé quién es Pablo; pero ustedes, ¿quiénes son?» 16 Y el hombre que tenía el espíritu malo se lanzó sobre ellos, los sujetó a ambos y los maltrató de tal manera que huyeron de la casa desnudos y malheridos. 17 La noticia llegó a todos los habitantes de Efeso, tanto judíos como griegos. Todos quedaron muy atemorizados, y el Nombre del Señor Jesús fue tenido en gran consideración.”
Primero
que todo vemos que exorcizar es un trabajo aun difícil para los mismos
apóstoles autorizados por Jesús personalmente. En cuanto a aquellos que no son
creyentes, tratar de darle órdenes a un espíritu maligno es un riesgo muy
grande que puede causar que el espíritu tome posesión de ellos o de los que
estén allí presentes, pues, Satanás no se somete a cualquier hombre como se
evidencia en el relato.
De otra
parte, la persona debe estar con Dios, lleno de Dios, es decir, estar fuera del
pecado mortal, porque esto lo aleja de Él: “30
El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama.”
(Mt 12,30)
Estar
fuera del pecado mortal implica renunciar
al mismo a través de la reconciliación: “9 Pero si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y
justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad.” (1 Jn 1,9), de lo contrario cavamos un
abismo de distancia: “2 Sino que sus
maldades de ustedes han cavado un abismo entre ustedes y su Dios. Sus pecados
han hecho que él vuelva su cara para no atenderlos.” (Isaías 59,2)
Estar
llenos de Dios, significa aceptar y recibir a Dios: (1 Co 6,19-20) “19 ¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu
Santo que han recibido de Dios y que está en ustedes? Ya no se pertenecen a sí
mismos. 20 Ustedes han sido comprados a un precio muy alto; procuren, pues, que
sus cuerpos sirvan a la gloria de Dios.”
«15 ¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo?» (1 Co 6,15)
Así,
pues, quién no está con Dios, está contra Dios y su cuerpo será templo de
Satanás. Si esta persona impone las manos trasmite el espíritu impuro y sus
consecuencias, pero si hace de su cuerpo templo del Espíritu Santo, trasmite e
invade al prójimo de Espíritu Santo, porque el Reino de Dios ha llegado a
nosotros, de ahí que Jesús dice: “impondrán las
manos sobre los enfermos y quedarán sanos.»” (Mc 16,17), pues es
Dios quien actúa a través de nuestras manos y cuerpo.
¿Si una
persona es templo de Satanás como podría expulsar demonios? Pues, no es
posible, recordemos que Jesús advirtió: “26 Si
Satanás expulsa a Satanás, está dividido; ¿cómo podrá mantenerse su reino? 27 Y
si Beelzebú me ayuda a echar los demonios, ¿quién ayuda a la gente de ustedes
cuando los echan? Ellos mismos les darán la respuesta. 28 Pero si el Espíritu
de Dios es el que me permite echar a los demonios, entiendan que el Reino de
Dios ha llegado a ustedes.” (Mt 12,26-28)
Si Dios
no quisiera respaldar las obras de la persona que cree en Él e impone las
manos, no actuaría a través de ella. Porque el que libera es Dios a través de
ese ser humano. Lo mismo vale para la sanación. Si un hombre, sea quien sea,
cura a los enfermos, eso es signo de que Dios está con Él. Esto no significa
que sea santo el instrumento humano, pero el hecho de que cure o libere implica
que Dios quiere usarlo como instrumento. Ya que es Dios quien usa a quien
quiere. Y en el momento en que quiera dejar de usarlo, no habrá más curaciones.
Ahora
bien, pueden ustedes ver a una persona en pecado mortal e imponiendo manos con
resultados asombrosos de aparente liberación y sanación, ese supuesto carisma
es una manipulación de Satanás para suplantar y engañar a los asistentes y al
mismo paciente: También San Pablo no dice: “12
Pero lo hago y lo seguiré haciendo, para quitar toda posibilidad a los que
buscan cómo competir conmigo y pasar por iguales a mí. 13 En realidad, son
falsos apóstoles, engañadores disfrazados de apóstoles de Cristo. 14 Y no hay
que maravillarse, pues si Satanás se disfraza de ángel de luz, 15 no es mucho
que sus servidores se disfracen también de servidores del bien. Pero su fin
será el que se merecen sus obras.” (2ª Co 11,12-15)
En
realidad no puede coexistir Dios y Satanás en el mismo cuerpo, pues, para
Satanás y sus demonios ya no hubo lugar en el Cielo: “7
Entonces se desató una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron
contra el dragón. Lucharon el dragón y sus ángeles, 8 pero no pudieron vencer,
y ya no hubo lugar para ellos en el cielo.” (Ap 12,7-8)
¿Entonces
quiénes no pueden imponer las manos?:
a) Los
idólatras no debe imponer manos, porque pueden contaminar.
b) Los
de manos débiles, estos representan a las personas que sus obras no son
agradables delante de Dios (Job 4,3).
c) Los
de manos atadas, los que aun hacen obras mundanas porque sus manos no han sido
desatadas.
d) Los
que tengan manos llenas de sangre, los que atacan al que no se puede defender,
este ataque puede ser, hablar mal de él con otros para destruirlo. (Is 1,15): “15 Cuando rezan con las manos extendidas, aparto mis
ojos para no verlos; aunque multipliquen sus plegarias, no las escucharé,
porque veo la sangre en sus manos.”
e) El
negligente para la Obra, el que no trabaja con diligencia en la Obra de Dios.
(Pr 6, 10-11): “10 Duermes un poco, después
sueñas un momento, luego estiras los brazos cruzados...11 y de pronto te
sorprende la pobreza como un vagabundo, la miseria cae sobre ti como un ladrón.”
f) El
de manos sucias y corazón corrompido, que ha puesto su alma en cosas vanas y ha
jurado con engaño.
g) El
que tenga pecado, el que no ha confesado algún pecado. (1 Juan 1,8-10): ”8 Si decimos que no tenemos pecado, nos estamos
engañando a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. 9 Pero si
confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará nuestros
pecados y nos limpiará de toda maldad. 10 Si dijéramos que no hemos pecado,
sería como decir que él miente, y su palabra no estaría en nosotros.”
h) El
de manos de ira y contienda, el que guarda ira contra un hermano y es
contencioso. (1 Ti 2,8): “8 Quiero, pues, que en
todo lugar donde los hombres estén orando levanten al cielo manos limpias de
todo enojo y discusión.”
Algunas
de estas personas pueden ser hermanos que andan mal con Dios o personas
enviadas por el enemigo para atar, maldecir y contaminar a los Hijos de Dios, y
que se introducen en las iglesias de forma encubierta. Por esta razón debemos
de tener cuidado de quien nos impone manos.
De otra
parte, San Pablo advierte a Timoteo a no imponer las manos con
ligereza (1ª Ti 5,22): “22 No impongas a
nadie las manos a la ligera, pues te harías cómplice de los pecados de otro;”;
se imponen las manos con ligereza cuando se hace apresuradamente y con
motivos bajos un rito hueco y vacío, desprovisto de la realidad espiritual; es
decir, en la mera presunción de la carne y sin la verdadera participación y
dirección de la Cabeza, Cristo Jesús. Cuando motivos humanos e intereses
particulares mueven a hacer ostentación ritual, pero sin haberse atendido a la
voz del Espíritu, se está obrando con ligereza. ¿Estará acaso Dios obligado a
respaldar lo que atrevidamente hacemos en la carne tomando con osadía y
presunción Su propio nombre? Sin embargo, la Iglesia sí tiene Su nombre a
disposición para obrar en el Espíritu con auténtica autoridad delegada, cuando
se habla en íntima sujeción a la Cabeza celestial. Esa es la razón por la cual
vemos a los apóstoles, también al presbiterio, orando antes de imponer las
manos (Hch 6,6; 8,15-17; 13,3; 1 Ti 4,14). Durante la oración opera una
relación íntima con la Cabeza celestial, por lo cual el Espíritu Santo puede
revelar e impulsar a una auténtica imposición de manos, señalando así una
auténtica transmisión espiritual efectuada, o una genuina ordenación efectuada
y nacida desde el seno del Cristo glorificado que constituye.
Cuando
Dios verdaderamente ordena o da, entonces entrega el carisma que es evidente de
por sí. No es que el título meramente haga al ministerio, sino que el servicio
prestado o ministerio, según el carisma provisto por Cristo directamente, tiene
su propio nombre o título, que entonces, bajo la evidencia del Espíritu y bajo
la dirección de la Cabeza celestial, es reconocido oficialmente en la
conciencia de la Iglesia, que acata la autoridad de Cristo manifiesta en el
carisma y con la cual se edifica –espiritualmente.
No sobra
mencionar el hecho de que este asunto de los laicos haciendo oración de
liberación aparece en el evangelio. Un hombre hacía exorcismos y los Apóstoles
se lo prohibieron. Y el Maestro les dijo: no
se lo prohíban.
(Mc
9,38-40): “38 Juan le dijo: «Maestro, hemos
visto a uno que hacía uso de tu nombre para expulsar demonios, y hemos tratado
de impedírselo porque no anda con nosotros.» 39 Jesús contestó: «No se lo
prohíban, ya que nadie puede hacer un milagro en mi nombre y luego hablar mal
de mí. 40 El que no está contra nosotros está con nosotros.»”
Sépalo,
pues, que Satanás trata de vengarse del exorcista y de los que han
ayudado en un exorcismo o en una liberación demoniaca, haciendo alguna cosa
para asustarlo y que no vuelva a prestar ese servicio. Pero del mismo modo que
esto es cierto, también es cierto que el que ayuda en un exorcismo o en una
liberación recibe un beneficio, pues todo el que ayuda al prójimo recibe una
gracia.
El
demonio ya trata de hacer todo el mal que puede. Si pudiera hacer más mal, lo
haría. Si el sacerdote exorcista o el laico se reconcilia con Dios
permanentemente, recibe a Cristo en la Santa Misa, hace oración todos los días
(Santo Rosario, coronillas, novenas, etc.) y le pide a Dios que lo proteja
contra toda asechanza del maligno, nada debe temer. El poder de Dios es
infinito, el del demonio no.
De todas
maneras San Pablo nos dice: “10 Por lo demás,
fortalézcanse en el Señor con su energía y su fuerza. 11 Lleven con ustedes todas
las armas de Dios, para que puedan resistir las maniobras del diablo. 12 Pues
no nos estamos enfrentando a fuerzas humanas, sino a los poderes y autoridades
que dirigen este mundo y sus fuerzas oscuras, los espíritus y fuerzas malas del
mundo de arriba.” (Ef 6,10-12)
Y Jesús
nos dijo: “17 Los setenta y dos discípulos
volvieron muy contentos, diciendo: «Señor, hasta los demonios nos obedecen al
invocar tu nombre.» 18 Jesús les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como
un rayo. 19 Miren que les he dado autoridad para pisotear serpientes y
escorpiones y poder sobre toda fuerza enemiga: no habrá arma que les haga daño
a ustedes. 20 Sin embargo, alégrense no porque los demonios se someten a
ustedes, sino más bien porque sus nombres están escritos en los cielos.»” (Lc
10,17-20)
Para un
cristiano temer al demonio está completamente injustificado, la fe en Dios
rechaza todo temor.
Jesús
dice en Mt 10,28: "28 No teman a los que
sólo pueden matar el cuerpo, pero no el alma; teman más bien al que puede
destruir alma y cuerpo en el infierno."
El temor
del mundo llevó al siervo perezoso a esconder sus talentos (Mt 25,25). El temor
de Dios mueve los discípulos a crecer en fe: "25
Después les dijo: «¿Dónde está su fe?» Los discípulos se habían asustado, pero
ahora estaban fuera de sí y se decían el uno al otro: «¿Quién es éste? Manda a
los vientos y a las olas, y le obedecen.»" (Lucas 8,25)
En
conclusión, los exorcismos o las liberaciones demoniacas se dan exitosamente si
el sanador tiene fe en Dios, está lleno de Dios, no tiene miedo de Satanás y su
actuación lo hace por amor a Dios y al prójimo. Si el poseso o influenciado por
el demonio cambia de una vida en pecado a una vida de relación con Dios,
recibirá la misericordia y será sanado.
· La imposición de
manos tiene como propósito glorificar a Dios.
· Es para todo
aquel que crea y se deje guiar por el Espíritu Santo.
· Imponer las manos
es parte de la ministración al pueblo de Dios donde pueden suceder milagros,
sanidades, liberaciones, etc.
· Son las personas
autorizadas por el Espíritu Santo y por nuestras autoridades las delegadas para
imponer las manos.
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