Hay
una tendencia que ha ganado espacio en la Iglesia. La idea de que Jesús vino a
traer sólo paz, dulzura y bendiciones a los hombres. Cuando en realidad vino a
purificarnos para llevarnos al paraíso con Él.
Muchos que se dicen católicos rechazan que vaya a venir o ya haya una
purificación general.
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E incluso llegan a decir que estas cosas apocalípticas no son de Jesús y parten de una interpretación fundamentalista de la Biblia.
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E incluso llegan a decir que estas cosas apocalípticas no son de Jesús y parten de una interpretación fundamentalista de la Biblia.
Es así que
se horrorizan cuando Jesús dice en los
evangelios que ha venido a traer la espada y el fuego.
Esto no quiere decir que vino a traer violencia, sino firmeza y no
abdicación ante el mal.
En los
momentos de purificación los malos se
volverán más malos. Y los dos bandos se delinean más nítidamente. Los que pretenden estar en el medio, como los cristianos tibios,
deberán optar entre la connivencia con la maldad o la purificación. Y si no lo hacen terminarán de
pertenecer a los elegidos para la gloria eterna.
Claramente
los evangelios dicen que Jesús vino a
purificarnos, a separar los que cumplen sus enseñanzas de los que no
la cumplen, para llevarse consigo a los elegidos. Y no tiene otro remedios que usar la espada y
el fuego, o sea la firmeza, porque somos duros de cerviz y no nos
convertimos a Él. Seguimos creyendo que
hay un tercera vía y relativizar lo que es el mal.
SOMOS
DUROS DE CERVIZ
Una de las observaciones que Dios hace de nosotros una y
otra vez es que somos duros de cerviz (Ex 32: 9, 33: 3; Deut 9: 3,
10:16; 2 Crónicas 30: 8; 2 Reyes 17: 14; Jer 07:26; y muchos, muchos otros
textos).
Veamos
esto
“La
palabra de Yahvé se dirigió a mí en estos términos:
‘Hijo
de hombre, tú vives en medio de la casa
rebelde: tienen ojos para ver y no ven, oídos para oír y no oyen, porque
son una casa rebelde’”. (Ezequiel 12: 1-2).
Dios repite que tendemos a ser tercos, orgullosos, y difíciles de
corregir.
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Y cuando somos reprendidos a menudo endurecemos nuestros corazones y nos resentimos.
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Y cuando somos reprendidos a menudo endurecemos nuestros corazones y nos resentimos.
Dios nos
observa en otros lugares con amor, “Porque sabía
lo terco que eres: un barrote de hierro
tienes por cerviz, y tu cara es de bronce” (Is 48: 4).
Esta es otra forma de decir, ‘Yo sé que ustedes son tercos. Tu cabeza
es dura como si estuviera hecha de hierro. Nada se consigue con tu dura cabeza;
como si estuviera hecha de bronce’. Sin duda somos difíciles.
Dios nos llama ovejas, pero en algunos aspectos somos más parecidos a
gatos. Nuestro
pastor Jesús tiene la difícil tarea de la cría de gatos. Pero el insiste en que
Él quiere purificarnos y cada vez se
ven más indicadores de que esto se está acelerando hoy.
ALGUNOS
CAMBIAN Y OTRO NO
Para algunos de nosotros, esta tendencia a ser duros de cerviz se
ablanda gradualmente por el poder de la gracia, la medicina de los sacramentos,
la instrucción a través de la Palabra de Dios, y la humildad que puede venir de
éstos.
Para otros, sin embargo, la dureza no se abate, se hace cada vez más fuerte. Con el aumento del orgullo, la dureza
de corazón se establece rígidamente.
Cuanto más profundo es el descenso, más desagradable se convierte la
verdad para nosotros.
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La probabilidad de conversión disminuye y la resistencia a la verdad se convierte en hostilidad hacia ella.
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La probabilidad de conversión disminuye y la resistencia a la verdad se convierte en hostilidad hacia ella.
Esta es sin
duda la explicación de la persecución
de la doctrina cristiana que sucede hoy en occidente.
Dios le dice a Ezequiel que nosotros (colectivamente hablando) somos
rebeldes. La palabra
“rebelde” viene del latín re (de
nuevo) + bellare (hacer la guerra). En otras palabras, Dios dice que una y otra vez recurre a la lucha contra ello.
EL
DESPRECIO POR LA LEY DE DIOS
Dios nos
está hablando a todos nosotros para purificarnos de la maldad. Pero aunque no
todos tenemos esta tendencia a la maldad en la misma medida a flor de piel, todos la tenemos en algún grado.
San Pablo
describe esta tendencia mediante la frase “el misterio de la iniquidad” (2 Tesalonicenses 2: 7). La palabra griega
traducida aquí como “maldad” que quiere
decir anomia y literalmente significa “sin ley”.
Por lo tanto, esta descripción habla de una actitud de vivir en la
ilegalidad, de tener un profundo desprecio por la ley de Dios.
Si bien es
claro que tiene sus raíces en el pecado original, queda un aspecto misterioso de esta rebeldía de dura cerviz.
¿Por qué algunas personas son más de esta manera que otros?
¿Por qué algunos endurecen su corazón cada vez más mientras que otros
encuentran el camino de la humildad?
Ser
testarudo, terco, no arrepentirse, y de
corazón duro es mortal.
El no arrepentimiento es un camino recto a la destrucción, al infierno.
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Uno debe someterse a Dios con el fin de ser salvado.
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Uno debe someterse a Dios con el fin de ser salvado.
Recordemos
este breve texto de Proverbios que ilustra el problema:
“El hombre que se obstina ante la corrección, será
destruido pronto y sin remedio”. (Prov 29: 1).
JESÚS
VINO A PURIFICAR POR EL FUEGO
Es por esto
que Jesús menciona en el Evangelio su propia gran misión como el gran pastor de las ovejas y el Señor de los ejércitos
(Dominus Deus Sabaoth).
Jesús habla de purificar y dice: “He
venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya hubiera
prendido!” (Lucas 12:49)
El fuego es poderoso y transformador. El fuego da calor y hace que los alimentos sean sabrosos, pero también
consume y destruye. Nada pasa por el
fuego y queda sin cambios. El
Señor ha venido a purificarnos, por el poder de fuego de su amor, su gracia y su Palabra. Él tiene
pasión por arreglar las cosas. Pero la purificación rara vez es fácil o sin dolor, de ahí la imagen del fuego.
En esta gran batalla cósmica, el fuego debe ser echado sobre la tierra,
no sólo para purificar sino para distinguir.
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Hay cosas que se harán puras, pero si no se purifican serán reducidas a cenizas.
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Hay cosas que se harán puras, pero si no se purifican serán reducidas a cenizas.
Esta imagen
del fuego es importante, ya que muchas
personas hoy en día han reducen la fe a la búsqueda de enriquecimiento y
bendiciones. La fe exige que tomemos
nuestra cruz y sigamos a Cristo sin compromiso.
Muchos, si no la mayoría, de los enriquecimientos y bendiciones vienen
sólo a través de la purificación ardiente de la gracia de Dios.
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Que quema el pecado y nos purifica de nuestra relación adúltera con este mundo.
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Que quema el pecado y nos purifica de nuestra relación adúltera con este mundo.
El fuego
incita, demanda, y causa el cambio; y el
cambio nunca es fácil.
Por lo tanto, Jesús
anuncia el fuego por el cual
juzgará y purificará a esta tierra y todo en ella, como rescate del
poder del maligno. Esta no es una hoguera alrededor de la cual nos sentamos a cantar canciones.
JESÚS LO DESCRIBE COMO UNA LLAMARADA QUE SE DEBE ESTABLECER
TODO EL MUNDO
Juan Bautista
prometió, “Él os
bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Mateo
3:11).
Y, en efecto, el Señor
envió su Espíritu a la Iglesia primitiva como lenguas de fuego (Hch 2:
3). Con el fin de llevarnos hasta la temperatura de la gloria y para prepararnos para la venida del juicio al
mundo por el fuego.
La batalla está clara y hay que elegir el lado.
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Si piensas que puedes permanecer neutral o pararte en algún “punto medio”, la noticia es que no hay ninguna tercera vía.
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Si piensas que puedes permanecer neutral o pararte en algún “punto medio”, la noticia es que no hay ninguna tercera vía.
O estás en el Arca o no lo
estás.
O dejas que el fuego te purifique o serás reducido a cenizas.
O estás prendido fuego por la gracia de Dios (y por lo tanto
listo para el próximo juicio del mundo por el fuego) o no lo estás.
La decisión es tuya.
ES UN CAMINO DOLOROSO
El Señor no se limita a venir a sacarnos de problemas, sino a meterse en problemas con nosotros.
Aunque sin pecado, Jesús toma sobre sí todo el peso del pecado humano que lo
lleva a la cruz. Acepta un “bautismo” con su propia sangre en nuestro nombre.
En palabras que son nada
menos que sorprendentes, el Señor dice:
“¿Creéis que estoy aquí
para poner paz en la tierra?
No, os lo aseguro, sino
división.
Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán
divididos; tres contra dos, y dos contra tres.
Estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el
padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la
nuera y la nuera contra la suegra”.
Las palabras chocantes parecen ser una verdad
que ponen a un lado las nociones mundanas de compromiso y la convivencia con el
mal.
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Para que haya verdadera paz, santidad, y victoria sobre satanás, debe haber distinción.
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Para que haya verdadera paz, santidad, y victoria sobre satanás, debe haber distinción.
El fuego y el agua no se mezclan; se
puede escuchar el conflicto cuando se juntan: el silbar, el estallido abrasador
y humeante. Uno debe ganar y el otro debe perder. El compromiso y la convivencia no son posibles. El Señor reafirma
(en Mateo 10:34) que Él no vino para
traer la paz, sino la espada.
En esto hay una especie de analogía con el
bisturí de un cirujano.
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El cirujano debe manejar esta “espada” para separar la carne sana de la que está enferma.
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La coexistencia no es posible; la carne enferma tiene que irse.
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Y si no se extrae del todo, la nueva carne que crecerá al lado se contagiará.
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El cirujano debe manejar esta “espada” para separar la carne sana de la que está enferma.
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La coexistencia no es posible; la carne enferma tiene que irse.
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Y si no se extrae del todo, la nueva carne que crecerá al lado se contagiará.
Dese el momento que se habla de “coexistencia”
con el cáncer, la enfermedad gana. Cuando hay cáncer, la batalla debe ser activa.
NO HAY TERCERA VÍA
Y por lo tanto en esta gran batalla cósmica, el Señor no puede tolerar una falsa paz
basada en el compromiso o la connivencia. Manejar una espada para dividir a muchos modernos no les gusta, pero la Escritura es clara.
Deben separarse el trigo y la cizaña, las ovejas
y las cabras, los de la derecha del Señor y los de la izquierda.
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El justo del malo, los pequeños de los orgullosos, el estrecho camino a la salvación del amplio camino de la condenación.
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El justo del malo, los pequeños de los orgullosos, el estrecho camino a la salvación del amplio camino de la condenación.
Y estas distinciones, estas divisiones, se extienden sobre nuestras propias familias,
en nuestras relaciones más íntimas.
Esta es la batalla. Hay dos ejércitos,
dos campos. No se da ninguna
tercera vía.
Jesús dice en otra parte, El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama (Mateo
12:30). Por esto hay que ser sobrios y debemos
trabajar por nuestra salvación y la salvación de todos. Mientras que
puede que haya una temporada de misericordia y paciencia ahora, el tiempo es corto para todos nosotros. La distinción entre
el bien y el mal, la justicia y el pecado, será definitiva y la espada debe ser
usada. Y así el Señor nos habla de
una batalla cósmica en el valle de la
decisión (Joel 3). Jesús ha ganado, y es el momento de elegir el lado.
E incluso si miembros de la familia nos
rechazan, hay que elegir al Señor.
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La batalla cósmica está planteada.
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La batalla cósmica está planteada.
El fuego se cuela.
El Señor ha venido a dividir a los buenos de los malos, las
ovejas de las cabras. El juicio
comienza ahora, con la casa de Dios.
La Escritura dice,
“Porque ha llegado el
tiempo de comenzar el juicio por la casa de Dios.
Pues si comienza por nosotros, ¿qué fin tendrán los que no
creen en el Evangelio de Dios?” (1
Pedro 4:17)
SER TESTIGOS
Si este es el caso, ¿cómo
elegimos el lado hablando en términos prácticos? Y habiendo tomado
partido, ¿cómo podemos luchar con el Señor en la batalla cósmica?
Se nos pide que seamos testigos.
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¿Qué hacen los testigos?
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Ellos dan testimonio de lo que es verdadero, de lo que han visto, oído y experimentado.
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¿Qué hacen los testigos?
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Ellos dan testimonio de lo que es verdadero, de lo que han visto, oído y experimentado.
Hemos de escuchar el
testimonio de los Testigos que nos presenta la Biblia en el Antiguo Testamento,
responder con valentía a la llamada a la batalla, y elegir el lado del Señor,
sabiendo que el Señor ya ha ganado la victoria.
A la larga lista de héroes del Antiguo Testamento se puede
añadir un innumerable número de santos
en nuestra experiencia católica que nos hablan de la victoria y que nos
convocan a la fe y al coraje inquebrantable.
Sí, existe la cruz, pero siempre le sigue la
resurrección.
Estos testigos nos dicen que hay que elegir al Señor porque ya ha ganado la guerra.
Vivir la vida de fe mediante la
adhesión a las Escrituras y las enseñanzas de la Iglesia, los Sacramentos para
fortalecernos, descansar en la oración, y caminar en comunión con otros creyentes
católicos en el ejército del Señor.
Todo lo que nos pesa y nos dificulta debe ser
anulado.
Cada vez más, nuestra vida debe centrarse en una cosa, un
objetivo.
Como dice San Pablo,
“Yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado todavía.
Pero una cosa hago: olvido
lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia
la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo
Jesús”. (Fil
3: 13-14).
No hay lugar en la vida cristiana para una
actitud desanimada, de abatimiento de derrota.
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Estamos marchando a Sión, ¡la bella Sión! Glorias incalculables nos esperan.
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Estamos marchando a Sión, ¡la bella Sión! Glorias incalculables nos esperan.
EL DIABLO QUIERE QUE TE DESANIMES
No es suficiente sólo responder a una llamada a ser
bautizado. Es necesario perseverar.
En esta batalla cósmica Jesús dice:
“[Al final] Muchos se
escandalizarán entonces y se traicionarán y odiarán mutuamente.
Surgirán muchos falsos profetas, que engañarán a muchos.
Y al crecer cada vez más la iniquidad, la caridad de muchos
se enfriará.
Pero el que persevere
hasta el fin, ése se salvará”. (Mateo 24: 10-13).
En una guerra la resistencia hasta el fin es
esencial.
Al final del día, habrá sólo dos grupos: los
vencedores y los vencidos.
Sabes el resultado por la fe, ¿por qué no elegir el equipo
ganador?
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