Deben ser acogidos
con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo
de discriminación injusta (Catecismo de la Iglesia Católica 2358).
Por: Daniel Prieto | Fuente: Catholic-link.com
Por: Daniel Prieto | Fuente: Catholic-link.com
El video de hoy habla por sí mismo, y lo hace
además de manera clara y contundente. Repetir lo ya dicho me parece una burda
redundancia. Sin embargo, como decía un sabio maestro que tuve: «repetir es también el ritmo y el color de la fidelidad;
y la fidelidad con su dulce constancia es como un dardo que acaba por atravesar
y conquistar cualquier corazón». Por eso los monjes repetían una sola
frase (una fervorosa oración) durante horas, o días, o incluso meses, pues esta
“jaculatoria” (del latín iaculum = dardo,
saeta) como la llamaban, acababa por propagarse desde adentro –desde lo
más íntimo del corazón- hacia afuera,
contagiando todas las dimensiones y esferas de su vida. Entonces voy a repetir
como ellos y, por qué no, también trataré
de profundizar un poco las verdades que este video nos comparte. Todo con el
fin de amplificar más este gran golpe afectivo (este dardo) que ha significado,
al menos para mí, el escuchar estos valientes testimonios. De hecho algunas de
las profundas ideas que nos presentan estas personas, me han hecho recordar –
del latín “re” (de nuevo, desde el inicio) y
“cordare” (de “cor/cordis”= corazón)-, es
decir, me han hecho volver a poner en el centro de mi corazón, lo esencial
sobre lo que significa ser cristiano, y que tantas veces lamentablemente
olvidamos o damos por descontado, a saber, que el cristianismo es amor… amor que reconcilia. ¡Cuán importante es
recordar para no olvidar! Y yo personalmente he recordado que Cristo es Amor;
amor incondicional de Dios por los hombres, especialmente los más pecadores; y
que la Iglesia es la prolongación de ese amor, de ese Cristo, en la historia; y
que nosotros, por todo ello, estamos llamados a “ser”, a “convertirnos”, en
amor incondicional para los demás, sea quien sea la persona en cuestión, más
aún cuando se trata de alguien que sufre por encontrarse lejos de este amor.
Es en este contexto donde se nos plantea la
tercera vía, la vía del amor. Un amor que vence los juicios, la violencia y el
odio; en este caso especificamente en relación a los homosexuales. Y hay
que decirlo, esto no es una novedad. Acaso no fue Jesús mismo quien dijo
«Porque Dios -escribe san Juan-, no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar
al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn. 3,17) o «Porque tanto amó Dios al
mundo, que dio a su Hijo, para que todo el que cree en él no se pierda, sino
que tenga vida eterna» (Jn3,16) o en Lc5,29-32 cuando «los fariseos y
los escribas criticaban por eso a los discípulos, diciéndoles: ¿Por qué comen y
beben con publicanos y pecadores? Jesús les respondió: No son los sanos los que
necesitan al médico sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino
a los pecadores, para que se conviertan» (y esto nos incluye a
todos). Esta es la verdad desde la que debe brotar y entenderse la frase
del catecismo nº 2358, cuando dice que: «Deben ser acogidos [los
homosexuales] con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a
ellos, todo signo de discriminación injusta». Solo así viviremos auténticamente
este llamado que nos hace la Iglesia. Algo tan obvio… tan claro… como el agua,
pero que fácilmente escurre y se olvida. Sí, vale la pena recordar para volver
a la esencia del cristianismo. Porque como decía el Papa Francisco, «sin amor,
la verdad se vuelve fría, impersonal, opresiva para la vida concreta de la
persona». Sin este amor, incluso cuando tratemos de defender la verdad,
falseamos y escondemos el verdadero rostro de la Iglesia.
Sin embargo, también vale la pena repetir y
recordar, que el amor de Dios por ser misericordia incondicional no se
convierte en un “entonces todo esta permitido”, o
“todo es relativo” o “el pecado no importa”. No. Muy por el contrario, queda claro
que el Amor ama al pecador, pero rechaza furibundamente el pecado. La Iglesia
como también nos recuerda el video, distingue
siempre entre la inclinación homosexual (que no es pecado en sí misma) y la
actividad homosexual (que sí es pecado). En esta línea el verdadero
amor, el de la tercera vía que se nos proponen hoy, es un amor exigente; pues
exige renuncias; exige sacrificios (a todos sin excepción). Porque en el fondo
el amor auténtico no es un sentimentalismo romántico, que todo tolera como
bueno (esta sería una caricatura del amor), sino heroica entrega por un bien mayor. Sí, el amor auténtico consiste en
una constante renuncia a uno mismo (a mis gustos, a mis caprichos, a mis
egoísmos…a mi “yo”) por el bien de los demás
(por el bien de ese “tú” que amo y que lo
vale todo). Quien está profunda y verdaderamente enamorado es capaz de
renunciar a todo, incluso a la propia vida si es necesario, por el bien
del amado. Y esto también lo dijo Jesús: «Nadie
tiene mayor amor, que el que da la vida por sus amigos”» (Jn15,13).
Este es el verdadero amor. Uno donde la
última palabra no la tienen mis sentimientos, sino la verdad de un “proyecto más grande”, que ha pensado Dios para el
mundo. Un orden cósmico más importante. Un proyecto de amor que pone al
prójimo siempre en primer lugar. Por eso vale la pena luchar y renunciar a
cualquier placer efímero que lo obstaculice. Porque descubrimos en el
fondo que se trata de una armonía fascinante en el cual
queremos participar y contribuir a toda costa. Solo bajo esta concepción
del amor se entiende la Cruz de Cristo, que es a su vez amor total e
incondicional hacia el pecador y a al mismo tiempo juicio severo hacia el
pecado. Porque la Cruz viene a reordenar el cosmos a través de un amor que
triunfa sobre el pecado, en cuanto que amando perdona al pecador y lo
libra de su pecado (llamándolo a la perseverancia en el amor). La Cruz
de Cristo es el símbolo más elocuente de la belleza y dramaticidad de lo que la
auténtica misericordia implica. Por eso sabiamente el Papa
Benedicto enseñaba que: «Así pues, si infinito es
el amor misericordioso de Dios, que ha llegado al punto de dar a su Hijo único
como rescate de nuestra vida, grande es también nuestra responsabilidad: cada
uno, por tanto, debe reconocer que está enfermo para poder ser sanado; cada uno
debe confesar su propio pecado, para que el perdón de Dios, ya dado en la Cruz,
pueda tener efecto en su corazón y en su vida» (Angelus, domingo 18
marzo 2012)
Sí, que quede claro, «el amor no se puede reducir a un sentimiento que va y
viene» –como decía el Papa Francisco en la Lumen Fidei- «Si el amor no tiene que ver con la verdad, está sujeto al
vaivén de los sentimientos y no supera la prueba del tiempo. El amor verdadero,
en cambio, unifica todos los elementos de la persona y se convierte en una luz
nueva hacia una vida grande y plena. Sin verdad, el amor no puede ofrecer un
vínculo sólido, no consigue llevar al « yo » más allá de su aislamiento, ni
librarlo de la fugacidad del instante para edificar la vida y dar fruto» (Cfr.
Lumen Fidei n 27). Solo desde esta perspectiva es que se entiende de modo
correcto la otra frase del catecismo nº 2359, cuando afirma que: «Las personas homosexuales están llamadas a
la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la
libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de
la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y
resueltamente a la perfección cristiana».
De hecho, quien por el contario no logra
descubrir este amor que es donación
sacrificada por los demás, no podrá jamás entender el potente camino de
libertad que ofrece esta tercera vía. Quien no logra ingresar en esta dinámica
de amor que es misericordia exigente, acabará tarde o temprano por volver a la
violencia (sea de uno o de otra
bando, o en contra de sí mismo). Si no se tiene claro este concepto de amor, la
propuesta que nos hace la Iglesia es simplemente ridícula. En cambio, si nos
dejamos tocar por esta experiencia de amor incondicional, nos
veremos llevados desde lo hondo de nuestro corazón (como aquellos monjes)
a una reconciliación que se propaga por sí misma, como el fuego, y que ardiendo
nos llevará a amar y a perdonar (incluso a nuestros enemigos), aceptando con
coherencia todas las consecuencias prácticas
y morales que este amor conlleva. Entonces no nos importará lo que pidan… por
más exigentes que sea, porque quien descubre el poder de la misericordia de la
Cruz sabe que el Amor todo lo puede, todo lo vence (abate cualquier muro de
división). Esta es la verdadera vía, la
tercera…la del amor auténtico. Lo demás es sentimentalismo permisivo o
fariseísmo, que son de las peores desfiguraciones de la Iglesia.
En este link puede encontrar otro video muy bueno sobre las
enseñanzas de la Iglesia sobre las personas con tendencias homosexuales.
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