VATICANO, 16 Nov. 16 / 05:31 am (ACI).- El Papa Francisco ofreció
una nueva catequesis
sobre las obras de misericordia. Esta vez sobre soportar con paciencia a las
personas molestas.
"¿Qué debemos hacer con las personas
fastidiosas? También nosotros muchas veces somos incomodos a los demás. ¿Por
qué entre las obras de misericordia ha sido incluida también ésta? ¿Sufrir con
paciencia los defectos del prójimo?", preguntó
el Papa.
A continuación, la catequesis completa del
Pontífice:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Dedicamos la catequesis de hoy a una obra de misericordia que todos
conocemos muy bien, pero que tal vez no la ponemos en práctica como deberíamos:
sufrir con paciencia los defectos del prójimo. Todos somos muy buenos para
identificar la presencia de alguno que puede incomodar: sucede cuando
encontramos a alguien por la calle, o cuando recibimos una llamada telefónica…
Enseguida pensamos: “¿Por cuánto tiempo tendré que
escuchar las quejas, los comentarios, los pedidos o las vanaglorias de esta
persona?”. A veces, sucede también, que las personas fastidiosas son
aquellas que están más cercanas a nosotros: entre los familiares hay siempre
alguien; en el centro de trabajo no faltan; y ni siquiera en el tiempo libre no
estamos eximidos. ¿Qué cosa debemos hacer con las personas fastidiosas? También
nosotros muchas veces somos incomodos a los demás. ¿Por qué entre las obras de
misericordia ha sido incluida también ésta? ¿Sufrir con paciencia los defectos
del prójimo?
En la Biblia
vemos que Dios mismo debe usar misericordia para soportar las quejas de su
pueblo. Por ejemplo, en el libro del Éxodo el pueblo resulta ser verdaderamente
insoportable: primero llora porque es esclavizado en Egipto, y Dios lo libera;
luego, en el desierto, se queja porque no tiene que comer (Cfr. 16,3), y Dios
envía las codornices y el mana (Cfr. 16,13-16), pero no obstante esto las
quejas no cesan. Moisés hacía de mediador entre Dios y el pueblo, y también él alguna
vez habría sido incómodo para el Señor. Pero Dios ha tenido paciencia y así ha
enseñado a Moisés y al pueblo también esta dimensión esencial de la fe.
Entonces, surge espontáneamente una pregunta: ¿hacemos siempre el examen
de conciencia para ver si también nosotros, a veces, podemos resultar incomodos
para los demás? Es fácil apuntar el dedo contra los defectos y las faltas de
los demás, pero debemos aprender a ponernos en el lugar de los otros.
Miremos sobre todo a Jesús: ¡cuánta paciencia ha debido tener en los
tres años de su vida pública!
Una vez, mientras estaba de camino con sus discípulos, lo detuvo la madre de
Santiago y Juan, y ella le dijo: «Manda que mis dos
hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda» (Mt
20,21). La madre creaba las elites para sus hijos, pero era la mamá… También de
aquella situación Jesús coge la ocasión para dar una enseñanza fundamental: su
reino, no es un reino de poder, no es un reino de gloria como aquellos
terrenos, sino de servicio y donación a los demás. Jesús enseña a ir siempre a
lo esencial y a mirar más lejos para asumir con responsabilidad la propia
misión.
Podríamos ver aquí la evocación a otras dos obras de misericordia
espiritual: aquella de corregir al que se equivoca y enseñar al que no sabe.
Pensemos en el gran empeño que se puede poner cuando ayudamos a las personas a
crecer en la fe y en la vida. Pienso, por ejemplo, en los catequistas – entre
los cuales hay muchas mamas y tantas religiosas – que dedican tiempo para
enseñar a los jóvenes los elementos básicos de la fe. ¡Cuánto trabajo, sobre
todo cuando los jóvenes preferirían jugar en vez de escuchar el catecismo!
Acompañar en la búsqueda de lo esencial es bello e importante, porque
nos hace compartir la alegría de probar el sentido de la vida. Muchas veces nos
sucede que encontramos a personas que se detienen en cosas superficiales,
efímeras y banales; a veces porque no han encontrado a nadie que los estimulara
a buscar algo más, a apreciar los verdaderos tesoros. Enseñar a mirar lo
esencial es una ayuda determinante, especialmente en un tiempo como el nuestro
que parece haber perdido la orientación y busca satisfacciones inmediatas.
Enseñar a descubrir que cosa el Señor quiere de nosotros y cómo podemos
corresponderle significa ponerse en su camino para crecer en la propia
vocación, el camino de la verdadera alegría. Así las palabras de Jesús a la
madre de Santiago y de Juan, y luego a todo el grupo de los discípulos, indican
la vía para evitar caer en la envidia, en la ambición, en la adulación,
tentaciones que están siempre presentes también entre nosotros cristianos.
La exigencia de aconsejar, amonestar y enseñar no nos debe hacer sentir
superiores a los demás, sino nos obliga sobre todo a entrar en nosotros mismos
para verificar si somos coherentes con lo que pedimos a los demás. No olvidemos
las palabras de Jesús: «¿Por qué miras la paja que
hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?» (Lc
6,41). El Espíritu Santo nos ayude a ser pacientes para soportar y humildes y
sencillos para aconsejar.
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