Entrevista del Papa
Francisco con TV2000.
ROMA, 20 Nov. 16 / 09:27 am (ACI).- El Papa Francisco concedió
una nueva entrevista, esta vez a TV2000 y a InBluRadio, en ocasión de la clausura
del Año Santo de la Misericordia que concluye este domingo 20 de noviembre.
En la entrevista, entre otros temas, el Papa comenta cómo ha vivido este
tiempo especial, lo que más recuerda de los Viernes de la Misericordia, y su
experiencia en la pastoral con los presos, además de recordar su condena a la
idolatría del dinero.
A continuación, el texto completo de la entrevista.
La traducción es de Álvaro de Juana, corresponsal de ACI Prensa en Roma.
Santidad, ante todo
gracias por el tiempo que nos concede: lo consideramos un regalo a todos los
telespectadores de TV2000. Con usted queremos conversar del Jubileo que acaba
de concluir. El término “balance” tiene un sonido comercial, está bien para las
empresas. ¿Pero cuáles son sus impresiones? ¿Está contento de cómo se ha vivido
este Jubileo? ¿Cuán santo ha sido este Año Santo?
Papa Francisco: Alguno me pedía hacer una
entrevista sobre el balance, más o menos, y yo rápido he pensado en el censo
del Rey David, y he tenido miedo… Solo puedo dar las noticias que llegan de
todo el mundo. El hecho de que el Jubileo no se haya hecho solo en Roma, sino
en cada diócesis del mundo, en las diócesis, en las catedrales y en las
iglesias que el obispo haya indicado, ese hecho que ha universalizado un poco
el Jubileo. Y ha hecho mucho bien. Ha hecho mucho bien. Porque era toda la Iglesia que vivía este
Jubileo, había como una atmósfera de Jubileo.
Y las noticias que vienen de las diócesis hablan de acercamiento de la
gente a la Iglesia, de encuentro con Jesús, el encuentro… muchas cosas
hermosas… Yo diría: ha sido una bendición del Señor y también, no diré el punto
final, pero un paso grande adelante en el proceso que comenzó con el Beato
Pablo VI, y después con Juan Pablo II
que ha puesto el acento de una manera muy fuerte en la misericordia. Pensemos
en tres hechos grandes ¿no?: en la encíclica, el día de la Divina
Misericordia en la octava de Pascua
y la canonización de Sor Faustina. San Juan Pablo II ha dado un gran paso.
Y después esto. Está en una línea eclesial donde la misericordia es, no
digo descubierta, porque ya lo estaba, sino que es proclamada fuertemente: es
como una necesidad, una necesidad. Una necesidad para este mundo que creo tiene
la enfermedad del descarte, la enfermedad de cerrar el corazón, del egoísmo,
hace bien. Porque ha abierto el corazón y mucha gente se ha encontrado con
Jesús. No sé, esto es lo que pienso sobre el Jubileo.
Cada mes ha acudido un
viernes a realizar una obra de misericordia yendo a visitar un lugar de
sufrimiento y acogida. Me puedo imaginar cuántas caras, cuántas historias se
han cruzado en su vida
durante este año. ¿Hay algún caso que usted quiera recordar de manera especial
porque ha quedado en su interior y le acompaña en el corazón?
Papa Francisco: Pienso en dos que se me ocurren
de manera espontánea. La primera: cuando visité a las mujeres que están siendo
rescatadas del sufrimiento de la prostitución. Me acuerdo una de África: muy guapa,
muy joven…, y explotada. Estaba embarazada. No solo había sufrido la
explotación, sino que incluso la habían sometido a palizas y torturas: ‘Tienes
que ir a trabajar’… Y ella, cuando contaba su historia, había 15 niñas allí que
me contaron sus historias, me dijo: ‘Padre, he dado a luz en invierno en medio
del camino y sola. ¡Sola! Y ahora mi niña está muerta’. La hacían trabajar
hasta el final del día, porque si no llevaba suficientes ganancias la golpeaban
y la torturaban. Un día le cortaron una oreja porque no había ganado lo
suficiente. Esto es… Y yo pensaba no solo en los explotadores, sino también en
los que pagan a las niñas: ¿Es que acaso no saben que con ese dinero, para
buscar una satisfacción sexual, están contribuyendo a la explotación de esas
niñas?
La segunda: aquel día que fui a acompañar en los dos extremos de la
vida: el principio y el final. Fui al hospital cercano al Gemelli, un hospital
que tiene relación con el Gemelli, pero para enfermos terminales. El mismo día
fui al hospital San Giovanni, a la sala de maternidad, y había una mujer
llorando, llorando, llorando, delante de sus hijos gemelos…, pequeños pero muy
bellos. Su tercer hijo había muerto. Eran tres, pero uno había muerto. Ella
lloraba por su hijo muerto mientras acariciaba a los otros dos. El don de la
vida.
Y entonces pensé en esa costumbre de deshacerse de los niños antes de
que nazcan, ese horrendo crimen. Se deshacen de ellos porque les resulta mejor
así, porque es más cómodo. Es una responsabilidad muy grande, es un pecado
gravísimo, ¿no? Es una responsabilidad muy grande.
Esta madre, que había tenido tres hijos, lloraba por el que había
muerto, y no podía consolarse con los dos que estaban vivos. El amor de la vida
en cualquier situación… Me resulta tan grande… Dos cosas que he visto…
Usted a menudo repite
que desea una Iglesia pobre para los pobres: ¿Es de verdad posible? ¿Observa a
la Iglesia como institución o ve en realidad también a cada uno de nosotros?
Papa Francisco: La Iglesia como institución la
hacemos nosotros, cada uno de nosotros; la comunidad somos nosotros. El enemigo
más grande –¡más grande!– de Dios es el dinero. Recuerden que Jesús al dinero
le da el estatus de Señor, de jefe cuando dice: ‘Ninguno puede servir a dos señores:
a Dios o al dinero’. Dios y las riquezas. No dice Dios y –no sé– la enfermedad,
o Dios y cualquier otra cosa: el dinero. Porque el dinero es el ídolo. Lo vemos
ahora, ¿no? En este mundo donde el dinero parece que manda.
El dinero es un instrumento hecho para servir, y la pobreza está en el
corazón del Evangelio y Jesús habla de este desencuentro: dos señores, dos
jefes. O me alisto con este o con este. O me pongo de parte de este que es mi
Padre o de parte de este que me hace esclavo. Y después la verdad: el diablo
siempre entra por el bolsillo, siempre. Es su puerta de entrada. Se debe luchar
por hacer una Iglesia pobre para los pobres según el Evangelio, ¿no? Se debe
luchar.
Y cuando yo veo Mateo 25, que es el protocolo sobre el que nosotros
seremos juzgados, entiendo mejor qué significa ‘una Iglesia pobre para los
pobres’: las obras de misericordia, ¿no?, en Mateo 25. Es posible pero siempre
se debe luchar porque la tentación de la riqueza es muy grande. San Ignacio de
Loyola nos enseña en los ejercicios que hay tres escalones: el primero la
riqueza que comienza a corromper el alma, después la vanidad, las pompas de
jabón, una vida vanidosa, el aparentar, el figurar… y después, la soberbia, el
orgullo. Y de allí, todos los pecados. Pero el primer escalón es el dinero, la
falta de pobreza. Por eso no es fácil, y necesita continuamente reflexionar,
examinarse…
Una pregunta personal,
si es posible: hablando de sí mismo, usted a menudo se ha definido como un
pecador al cual el Señor ha mirado. Le quería preguntar: ¿cuáles son las
tentaciones de un Papa y cómo explicaría a quien no es creyente, a quien no
tiene el don de la fe, esta experiencia de ser mirado por el Señor? ¿Cómo la cuenta,
cómo la explica?
Papa Francisco: Las tentaciones del Papa son las tentaciones de cualquier persona, de
cualquier hombre. Según las debilidades de personalidad, que el diablo siempre
usa para entrar, que son la impaciencia, el egoísmo, después un poco de pereza…
puede suceder, pero entran todas, todas…
Y las tentaciones nos acompañan hasta el último momento, ¿no? Los santos
han sido tentados hasta el último momento, y Santa Teresa del Niño Jesús decía
que se debe rezar mucho por los moribundos porque el diablo desencadena una
tempestad de tentaciones, en ese momento, ¿no? Y también a ella. Ella ha sido
tentada en la desconfianza, de falta de fe, ¿no? Seca como una piedra. Pero
logró fiarse del Señor, sin sentir nada y sí venció la tentación.
Y decía por esto que es importante rezar por los moribundos. ‘La vida
del hombre es una milicia sobre la tierra’, dice el libro, uno de los
sapienciales. Es luchar para vencer las tentaciones. Siempre nos acompañarán.
Respecto a esa expresión, es una experiencia, esa que yo he tenido, ese 21 de
septiembre, que entré en la iglesia… yo era un joven practicante, pero al agua
de rosas. Y vi a un sacerdote que no conocía, me confesé y salí diferente y
cambié, Y desde ahí hasta hoy, el Señor continúa mirándome con misericordia y
salvándome. Así vivo mi experiencia.
Querría preguntarle una
cosa sobre los presos. Usted hace dos semanas recibió en Roma a los reclusos y
dijo que a menudo se pregunta –y quizás deberíamos hacerlo todos– ‘por qué no
yo, por qué ellos y no yo’. ¿Qué debemos decir y hacer para entender esto y qué
debemos hacer frente a las leyes?
Papa Francisco: La primera parte de la pregunta. El otro día llamé, el domingo pasado, a
uno que conocía, en la cárcel de Buenos Aires, y le he preguntado: ‘¿cómo
estás?’ ‘Bien…’. Busco, cuando tengo un poco de tiempo, poder llamar,
telefonear a los presos que he conocido cuando los visitaba porque tengo este
sentimiento: ¿por qué él y no yo? Si yo… pero el Señor tiene motivos
suficientes para mandarme a la cárcel, y él lo ha cubierto… Porque un preso no
es castigado al final, es castigado cuando empieza, puede ser castigado cuando
inicia y yo he tenido muchos inicios de cosas feas y he tenido en mi vida que
si el Señor hubiese quitado la mano de encima mío… esto es el ‘por qué ellos y
yo no’.
Y después hay un pensamiento entre nosotros que es una idea difundida:
ese que está en la cárcel es porque ha hecho alguna cosa fea. Que la pague. La
cárcel como castigo. Y esto no es bueno. La cárcel es como un ‘purgatorio’, pensemos, es
decir, para prepararse para la reinserción. No hay una verdadera pena sin
esperanza. Si una pena no tiene esperanza no es una pena cristiana, no es
humana. Por eso, la pena de muerte no está bien.
Sí, usted me podrá decir que en el 400, en el 500, ataban a los
criminales, la pena de muerte, con la esperanza de que fuesen al Paraíso, ahí
estaba el capellán que te mandaba al paraíso. Pienso en el gran don Cafasso,
allí, al lado de la horca. Pero era otra antropología, otra cultura. Hoy no se
puede pensar así. También los prisioneros de por vida, así frío, es una pena de
muerte un poco encubierta. ¿Pero en el caso de una persona que por sus
características psicológicas no de una garantía de reinserción? Hay forma de
reinsertarlo con el trabajo, con la cultura en el interior de un cierto régimen
de cárcel, pero en la que él se sienta útil en la sociedad, despierto, y el
alma es cambiada, no es aquello que ha hecho el reo, un criminal, sino uno que ha
cambiado su vida y ahora hace algo en la cárcel que lo reinserta y se siente
con otra dignidad. Esto es importante. Pero el muro sea de muerte, sea cadena
perpetua, así, como pena– no ayuda. No sé si me he explicado.
Y después, algo que me da mucha ternura cuando miro –o miraba en Buenos
Aires– la cola para entrar a la visita en la cárcel: las madres. Mujeres que no
tienen vergüenza de hacer la fila, delante de toda la ciudad, porque pasan los
buses, pasa la gente… ‘Es mi hijo: yo voy’. Cuánto amor ¿eh? Una madre...
También esposas que van allí y que sufren tantas humillaciones por entrar, pero
también la humillación de hacer la cola delante de todo el mundo. Esto a mí me
ha hecho mucho bien y me ha hecho preguntarme: ‘¿Yo doy la cara por mis fieles,
por mis cristianos? ¿O no?’. Para mí ha sido motivo de reflexión, me ha hecho
mucho bien ver a estas mujeres valientes.
Santidad, Usted ha
dicho que la actitud humana más cercana a la gracia divina es el humor: una
afirmación que puede parecer un poco extraña en boca de un Papa. ¿Por qué?
¿Quizás porque se necesita haber recibido una gran gracia, un gran don para ser
capaz de reírse de los propios defectos?
Papa Francisco: El sentido del humor es una gracia que yo pido todos los días, y rezo
esa hermosa oración de Santo Tomás Moro: ‘Dame, Señor, el sentido del humor’;
que yo sepa reír ante una broma. Es muy hermosa esa oración. Porque el sentido
del humor te lleva, te hace ver lo provisional de la vida y tomar las cosas un
espíritu de alma redimida. Es una actitud humana, pero la más cercana a la
gracia de Dios.
Conocí un sacerdote –un gran sacerdote, un gran pastor, por citar uno–
que tenía un sentido del humor grande, pero hacía mucho bien con él, porque
aligeraba las cosas: ‘Lo absoluto es Dios pero esto se organiza, si puedes…
estate tranquilo…’: pero sin decirlo así, sabía hacerlo sentir, con el sentido
del humor. Y de él se decía: ‘Pero este sabe reírse de los otros, de sí mismo,
también de su propia sombra’. Es esa capacidad de ser un niño ante Dios. Bendecir
al Señor con una sonrisa y también una broma bien hecha.
Una de las obras de misericordia
espirituales, señaladas por el Catecismo de la Iglesia
Católica, como usted mismo recordó en la audiencia general del miércoles, es
soportar pacientemente a las personas molestas, que no faltan nunca. ¿Qué le
resulta más difícil de soportar: los insultos de sus detractores o la fingida
admiración de sus aduladores?
¡Lo segundo! Tengo alergia de los aduladores. Alergia. Me ocurre de
manera natural, ¿eh?, no es una virtud. Porque adular a otro es usar a una
persona para un uso, de forma oculta o visible, pero para conseguir algo para
sí mismo. Es indigno. Nosotros, en Buenos Aires, en nuestro argot porteño, a los
aduladores les llamamos “chupamedias”, que es el que se pasa todo el día
chupando el calcetín del otro. Y es un poco feo que un hombre bien hecho se
ponga a mordisquear los calcetines de otro. Y a mí, cuando me alaban, incluso
por alguna cosa que ha salido bien, pronto uno se da cuenta si te alaban
alabando a Dios, “¡está bien, bravo, adelante, esto se debe hacer!”, y cuando
se hace para “darse aceite”.
En cuanto a los detractores…, los detractores hablan mal de mí porque me
lo merezco, porque soy un pecador: o al menos eso quiero pensar (risas).
Aquello que no me hace pensar, no me preocupa. ¡Pero usted no se merece esto!
No. Pero, por aquello que no sabe. Y así resuelvo el problema. Pero el adulador
es…, no sé cómo se dice en italiano, es como el aceite…
¿Qué les responde a
quienes, entre ellos muchos cristianos, piensan que la misericordia alarga las
mangas de la justicia y entonces es injusta; a quienes piensan que la
misericordia no puede ser la respuesta –por ejemplo– a quien nos persigue o
quizás también por un miedo justificado, construye muros para defenderse en
lugar de puentes?
Papa Francisco: Sí, al final existe el problema de la rigidez moral detrás de esto, ¿no?
El hijo mayor era un rígido moral: ‘Este ha gastado el dinero en una vida de
pecado, no merece ser recibido así’. La rigidez: siempre el puesto del juez.
Esa rigidez que no es la de Jesús. Jesús reprobará a los doctores de la
Iglesia: mucho, mucho contra la rigidez.
Un adjetivo les dice a ellos que no querría que me dijese a mí:
hipócrita. Cuántas veces Jesús dice este adjetivo a los doctores de la ley:
hipócritas. Basta leer el capítulo 23 de Mateo: ‘Hipócrita’. Y hacen teoría, la
misericordia sí… pero la justicia es importante. En Dios –y también en los
cristianos, porque está en Dios– la justicia es misericordiosa y la
misericordia es justa. No se puede separar: es una cosa sola. ¿Y como se
explica? Ve a un profesor de teología que te lo explique… Y después el Sermón
de la Montaña, en la versión de Lucas, viene el Sermón de la llanura. ¿Y cómo
termina? Sean misericordiosos como el Padre. No dice: sean justos como el
Padre. ¡Pero es lo mismo!
Justicia y misericordia en Dios son una sola cosa. La misericordia es
justa y la justicia es misericordia. Y no se pueden separar. Y cuando Jesús
perdona a Zaqueo y va a almorzar con los pecadores, perdona a la Magdalena,
perdona a la adúltera, perdona a la samaritana, ¿es un ‘manga-ancha’? No. Hace
la justicia de Dios, que es misericordia.
Y otra pregunta que le
quería hacer es: ¿La experiencia de la misericordia nos obliga a decir algo
también al mundo de las instituciones, de la política, de los estados?
Papa Francisco: Solo diré una palabra que he aprendido de un anciano sacerdote. Y me
viene decirle ‘anciano’ aunque tiene 4 años menos que yo, pero para mí es un
anciano, porque es un sabio. Es curioso: yo me siento pequeño, joven ante él
porque tiene esta sabiduría de la ancianidad.
Y él ha enseñado una palabra sobre la enfermedad de este mundo, de esta
época, de este tiempo: la cardioesclerosis. Creo que la misericordia es la
medicina contra esta enfermedad, la cardioesclerosis, que está en la base de
esta cultura del descarte: ‘Pero esto no sirve, este anciano a la residencia de
ancianos, este niño que viene, no, no, no: enviémoslo al remitente’ y se
descartan. ‘No, tenemos que tomar esta ciudad en la guerra; ¿qué otra? Pero
arrojamos las bombas. Donde caen: en los hospitales, en las escuelas… Son gente
que se descarta.
Y en la base de esta cultura del descarte está la cardioesclerosis, que
creo es una de las enfermedades más graves de este momento. La incapacidad de
sentir ternura, de acercarse… el corazón duro… ‘Yo debo ir sobre este tema y no
me interesa lo demás’. Y no pienso en tantas cosas feas que se hacen en el
camino para ir allí. No sé si le he respondido a la pregunta porque la he
escuchado y he ido por este camino.
Siempre sobre la misericordia,
hay una doble vía para pensar en un doble pensamiento: respetar al otro,
respetar a uno mismo… En cualquier caso, ¿cuánto se puede respetar la relación
entre miembros? ¿Cómo se puede construir un mundo más compasivo?
Papa Francisco: Pensemos en esta tercera guerra mundial que estamos viviendo, porque
estamos en la tercera guerra mundial, aunque a trozos, ¿no? Aquí, aquí, aquí…,
pero estamos en guerra. Se venden armas y las venden los fabricantes y
traficantes de armas. Y se las venden a los dos bandos en guerra, porque se
gana dinero, ¿no?, con el tráfico de armas… Hay una gran dureza de corazón, no
hay ternura. El mundo de hoy necesita una revolución de la ternura. ‘Pero,
Dios…’, dejémoslo ahí. Dios se hizo tierno, Dios se ha acercado a nosotros.
Pablo dice a los filipenses: ‘Jesús se despojó a sí mismo para acercarse a
nosotros, se hizo hombre como nosotros’. Cuando hablamos de Cristo, no
olvidamos la ‘carne’ de Cristo. Y este mundo tiene necesidad de esa ternura que
sugiere a la carne acercarse a la carne sufriente de Cristo, no hacerle sufrir
más. Creo que los Estados que están en guerra deben pensar bien que una vida
vale mucho, y no decir: “Pero una vida no importa, me importa el territorio, me
importa esto…”. ¡Una vida vale más que un territorio! Y para los fabricantes de
armas, para los fabricantes de armas la cosa que menos vale es una vida. Esta
es una palabra que me decía un alemán: “Hoy, la cosa que menos vale es la
vida”.
La última pregunta
Santidad: dentro de un mes cumplirá 80 años...
Papa Francisco: ¿Quién? ¿Yo? (risas)
Usted. Sus días, lo
vemos, están siempre llenas de compromisos, los pensamientos seguramente no le
faltan. A veces le vemos cansado y ni siquiera le vemos estresado alguna vez
como lo estamos muchos de nosotros, que vivimos en una sociedad donde el estrés
y también la depresión son enfermedades sociales. ¿Cómo lo hace? ¿Tiene algún
secreto que quiera compartir?
Papa Francisco: ¿Hay un té especial? No sé cómo lo hago, pero… yo rezo: eso me ayuda
mucho. Oro. La oración es una ayuda para mí, es estar con el Señor. Celebro la Misa, rezo el breviario,
hablo con el Señor, rezo el Rosario…
Para mí la oración ayuda mucho.
Después, duermo bien: es una gracia del Señor esta. Duermo como un
tronco. El día de las réplicas del terremoto no he sentido nada. Todos lo han
sentido, la cama que parecía bailar… No, de verdad, duermo seis horas, pero
como un tronco. Quizás esto ayuda a la salud… Tengo mis cosas, ¿no? El problema
de la columna que está bien de momento, y hago aquello
que puedo, no más. En ese sentido, me mido un poco. Pero no sé qué decirle. Es una gracia del Señor… no sé.
que puedo, no más. En ese sentido, me mido un poco. Pero no sé qué decirle. Es una gracia del Señor… no sé.
Gracias Santidad y
felicidades adelantadas…
Papa Francisco: Gracias a ustedes por lo que hacen con la comunicación y la proclamación
de la Palabra del Señor, los testimonios cristianos, de la vida de la Iglesia,
de la vida de la gente, de la vida de los pobres, de la vida de esas personas
que tienen más necesidad de nuestra ayuda. Y no olviden que la enfermedad más
grande, hoy, es la cardioesclerosis y que requiere una revolución de la
ternura.
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