Los
milagros por intercesión de San José, el esposo de María y padre adoptivo de
Jesús son incontables porque este “justo” Santo está mas cerca de Jesús que
ningún otro, aparte de María su madre.
Acá
trascribimos unos pocos de los milagros más notorios como una muestra de su
poder de intercesión, tomados del libro del P. Ángel Peña “San José el
más Santo de los Santos”.
EN
SHANGAI
Sucedió en Shangai (China) en 1934. El abogado Lo Pa Hong, cristiano fervoroso y
padre de nueve hijos, vuelve a su casa al anochecer y ve a un hombre echado en
el suelo. Llama a un coolí para trasladarlo al hospital más próximo, pero no lo
quieren recibir.
Entonces, el buen samaritano lo carga
sobre sus hombros y lo lleva a su casa para cuidarlo.Pero, a partir de ese día, piensa en construir un
hospital para enfermos pobres.
Conoce un cementerio abandonado, que sirve para depurar aguas
residuales. Allí, a la caída de la noche, van
algunas mujeres para dejar abandonados a sus bebés que, después, serán
despedazados y devorados por los perros. Compra el terreno y comienza la
construcción; pero, pronto, debe detener la construcción por falta de fondos.
Se
encomienda a san José y coloca su imagen en medio del terreno, pidiéndole que
le ayude. Después se pone a pedir ayuda por todas partes y recibe tanto dinero
que, no sólo puede terminar la construcción del hospital, sino que sigue
construyendo más hospitales, un orfelinato para niños abandonados, un hogar para mujeres
perdidas, un centro para ciegos, otro para inválidos, una escuela profesional
para jovencitas, una escuela de artes y oficios, y treinta y tres capillas por
toda aquella región.
Además, como catequista, prepara y
bautiza a 200 personas, entre ellos
algunos condenados a muerte, bautizados, antes de la ejecución.
Lo Pa Hong parecía incansable y siguió trabajando hasta el 30 de
diciembre de 1937. A los 64 años de
edad murió mártir de la caridad, pues dos hombres a sueldo lo
asesinaron. ¡Un santo de nuestro tiempo! San José le permitió realizar una obra
de caridad sin igual en poco tiempo.
EN
SUDÁFRICA
Un obispo misionero irlandés, Monseñor
O. Hair, estuvo ejerciendo
el apostolado durante muchos años en Sudáfrica…
En una de sus caminatas se pierde.
No sabiendo qué hacer, invoca a su ángel de la guarda, a san José y a
Nuestra Señora del Buen Consejo, y sigue su camino completamente desorientado. Al fin, llega a un grupo de casas.
Precisamente, un campesino está en ese momento trabajando cerca de su casa, y
le dice:
– Llega usted en
buen momento, pues en la casa vecina hay un hombre que se está muriendo.
El obispo se presenta en casa del moribundo y, a su vista, éste se pone
a llorar de alegría, exclamando:
– Yo
soy irlandés. Cuando era niño, mi madre me enseñó a rezar a san José,
pidiéndole la gracia de una santa muerte. He rezado esta plegaria todos los
días de mi vida. A los 21 años, después de haber participado en la guerra, me
quedé en África. Cuando caí enfermo, le recé a san José con más fervor aún, y
ahora me manda un sacerdote de forma inesperada.
Al día siguiente, el enfermo murió en la paz del Señor,
habiendo tenido una buena muerte.
EN
FRANCIA
A finales del siglo XIX, el padre Juan
abad de la abadía de Fontfroide (Francia) fue
testigo de un favor especial de san José.
Él mismo cuenta:
Durante mi estancia en la abadía de Senanque,una tarde el portero me dijo:
Durante mi estancia en la abadía de Senanque,una tarde el portero me dijo:
– Un señor pregunta
por usted.
Voy a su encuentro. Era
un hombre apuesto, bien vestido, de modales distinguidos, pero parecía
turbado. A pocos pasos de él, pastaba un soberbio caballo negro. Y me dice:
– Yo
no lo conozco a usted. Lo he visto de lejos y lo he hecho llamar. Mi caballo me llevó por las rocas y se ha
detenido delante de su puerta. ¿Qué casa es ésta?
– Es
un monasterio.
– Yo soy el director del circo imperial
de Lyon. Mis negocios van de maravilla. Tengo a mis órdenes un
personal numeroso, pero estoy atormentado por la idea de suicidarme. Yo nunca
conocí a mi padre. A los 7 años perdí a mi madre. Después de la muerte de mi
madre, cogí el poco dinero que encontré y me fui al circo vecino. Estaba
completamente solo, no tenía parientes ni amigos. El director del circo me
trató como a un hijo suyo y, al morir, me dejó su circo. He estado por todas
partes, he ganado mucho dinero. Pero, desde hace un tiempo, no sé qué me pasa,
me siento desgraciado y me quiero ahogar.
Mi madre me enseñó
una oración que me hacía recitar todos los días:
“Dios
te Salve José, lleno de gracia divina, bendito seas entre todos los hombres y
bendito es Jesús, el fruto de tu virginal esposa. San José, destinado a ser
padre del Hijo de Dios, ruega por nosotros en nuestras necesidades familiares,
de salud y trabajo, y dígnate socorrernos en la hora de nuestra muerte. Amén”.
Recito esta oración
todos los días antes de dormir.
Hoy llevé mi caballo a orillas del Ródano; pero saltó hacia atrás y escapó. Por
primera vez en mi vida, no he sido dueño de mi animal.
Yo lo abracé y él se sintió conmovido. Le dije:
– Usted cenará con nosotros esta noche, dormirá
en el duro suelo y mañana pasará el día aquí.
Se
quedó tres días con nosotros. Lo instruí en las verdades fundamentales de la
fe. Se confesó y comulgó. Después regresó a Avignon totalmente transformado,
ordenó sus negocios, vendió su circo, distribuyó el dinero a los pobres y se
hizo religioso.
Algunos años más tarde, se sintió
aquejado de fiebres altas y murió como un santo, joven aún y desconocido. Vean lo que vale la protección de san José.
Él fue fiel a la oración, aun sin comprender lo que decía y sin saber a quién
se dirigía, y recibió su recompensa.
OTRO
MÁS
En la noche del 2 de enero de 1885, un
anciano se presentó en casa de un sacerdote para pedirle que fuera a ver a una
mujer agonizante.El sacerdote siguió
al desconocido. La noche era muy fría, pero el anciano parecía no darse cuenta
de ello. Iba adelante y decía al sacerdote para tranquilizarlo, pues la zona
era de mala fama:
– Yo
lo esperaré a la puerta.
La puerta donde se detuvo era una de
las más miserables del barrio… Al llegar junto a
la moribunda, la moribunda estaba diciendo entre gemidos:
– ¡Un sacerdote!
¡Un sacerdote! ¡Me voy a morir sin sacerdote!
–
Hija mía, yo soy sacerdote. Un anciano me llamó para que viniera.
La enferma le confesó los pecados de su larga vida de pecadora y el sacerdote
le preguntó si había observado alguna práctica de devoción en su vida.
–
Ninguna, respondió, salvo una
oración que recitaba todos los días a san José para obtener la buena muerte.
El sacerdote, después de confesarla, le dio la comunión y la unción de los enfermos, y
ella quedó muy reconfortada.
Cuando
el sacerdote llegó a la puerta, no encontró a nadie. Pero, reflexionando sobre
el acontecimiento de esa noche y sobre el misterio consolador que había
ejercido, sintió nacer en su corazón la convicción de que el caritativo anciano
no era otro que el glorioso y misericordioso san José, patrono de la buena muerte.
AUXILIADORAS
DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO
El 2 de noviembre de 1853, una
joven, inspirada por Dios, concibió la idea de fundar una Congregación para
auxiliar a las almas del purgatorio. Consultó con el santo cura de Ars,
quien le dio consejos y le ayudó en esta Obra.
La fundadora, muy devota de san José,
le prometió, que si la Obra se llevaba a cabo, la primera casa fundada sería en
su honor. Y la Obra se
realizó con el nombre de Auxiliadoras de las almas del purgatorio.
Al
día siguiente de adquirir una casa en París para comenzar la Obra, un
desconocido, que no sabía nada, les hizo regalo de una estatua de san José,
como si el mismo san José hubiera querido hacerse presente y declararse
protector de la Obra.
EN
GÉNOVA
María Repetto había nacido en 1807 en
Voltaggio, al norte de Génova. A los 22 años entra en el convento de las Hijas
de Nuestra Señora del Refugio en Bisagno. Siendo de salud precaria, la emplean en la costura; luego pasa a la
enfermería, y, finalmente, a la portería.
Como portera, manifiesta una gran
devoción a san José. A los visitantes les aconseja acudir al esposo de María. Si alguien viene a pedir consejo o ayuda, le
dice que espere un momento y va a rezar delante de la imagen de san José en el
corredor inmediato. Después de un momento, regresa y da la respuesta adecuada.
En
una ocasión, una esposa le pide oraciones porque su marido se había quedado
ciego. La religiosa le aconseja rezar a san José y luego va a rezar ante la
imagen del santo. Al día siguiente, vuelve la mujer y le dice que su esposo
había recobrado la vista.
La hermana María, gran devota de san
José, fue beatificada por el Papa
Juan Pablo II en 1998.
EN
SAN LUIS
En la ciudad de San Luis en Estados
Unidos, el año 1866, hubo una
epidemia de cólera que mató durante dos meses a unas 280 personas cada día.
En la parroquia de San José, el párroco y superior de la Comunidad de
jesuitas, el padre Joseph Weber, les
invitó a hacer un compromiso con Dios para construir un monumento a san José,
el patrono de la parroquia, si cesaban las muertes.
A
partir del día en que hicieron la solemne promesa a Dios por medio de san José,
se acabaron las muertes en la parroquia, que anteriormente eran alrededor de 25
diarias, sólo en la parroquia.
Ninguna persona de las familias que
hicieron el compromiso murió. Esto fue considerado como un milagro. Y cumplieron su promesa. Construyeron un
magnífico altar en el presbiterio de la iglesia, el altar principal, que
todavía puede verse y que, desde entonces, se llama el altar de las respuestas
(a las oraciones). Este milagro fue registrado como un hecho auténtico en los
documentos de la parroquia del año 1866, para gloria de san José.
EN
LA COSTA ORIENTAL DE ÁFRICA
En la Costa oriental de África
florecía, en el siglo XIX, una misión en
Mandera. El padre Hacquard refiere la
fundación de la misión:
Corría el año 1880 y necesitábamos una misión intermedia entre Bagamoyo
y Mhomda. Acompañado del padre Machón, emprendí
el viaje para buscar un sitio conveniente para establecer un pueblo cristiano,
encomendándonos a san José. El día 19 de marzo, fiesta de san José, emprendimos
la marcha y nos dirigimos a Udoé, un lugar jamás visitado por ningún europeo.
Los indígenas de aquella comarca eran
antropófagos y por ninguna
parte nos concedían la autorización de establecernos. Yo me dirigí a san José,
encomendándole el éxito de nuestro viaje.
De Udoé pasamos a Uriguá, caminando sin
guía ni norte, a la aventura,
pero en ningún sitio nos permitían establecer la misión hasta que llegamos a la
casa del cacique Kingarú, llamado cara de serpiente.
Al instante que nos vio, se detuvo admirado y, mirándonos fijamente,
prorrumpió en expresiones:
–
Sí, ellos son. ¡Los mismos! Escuchadme. Esta noche, no sé si despierto o
dormido, he visto ante mí a un venerable anciano que, tocándome como para
despertarme, me ha dicho: “Kingarú, sepas que vienen a tu casa con una pequeña
caravana dos blancos, recíbelos bien y dales cuanto te pidan”. Y esos sois
vosotros, los mismos que yo vi.
Entonces, llamó a las gentes del pueblo y les dijo:
– Mirad a estos dos blancos, a quienes vi esta
noche juntos con un anciano y de quienes os he hablado esta mañana. Ellos son.
Permanecimos allí ocho días y todos se
esforzaron en atendernos bien. Una vez
elegido el lugar de nuestra vivienda, dispusimos de nuevo la partida; para la
cual, el mismo Kingarú quiso acompañarnos y servirnos de guía y de escolta.
Al cabo de quince días, vino a
visitarnos a Bagamoyo y, llegado el
momento de comenzar la obra proyectada, volvió de nuevo con gran tropa de
hombres para conducir a los misioneros y llevar todo el equipaje y enseres
necesarios. Él es uno de los más asiduos y
constantes asistentes a los ejercicios de la Misión. Esto y mucho
más ha obrado san José por el pueblo de Mandera, por lo cual le debemos honor y
gloria y reconocimiento eternos.
EN
MONTREAL
Quizás el caso más espectacular, en cuanto a milagros obrados por intercesión de
san José, lo encontramos en Montreal, donde vivía el ahora beato André
(1845-1937).
El hermano Andrés, de la Congregación
de la Santa Cruz, no era sacerdote,
durante 40 años fue portero del convento y, por más de 60 años, realizó
milagros extraordinarios por intercesión de san José. Su devoción a san José le
vino de su madre, muerta cuando era todavía un niño.
A todos los que le pedían oraciones, les decía que no separaran su amor
a José del de María y de Jesús, presente en la Eucaristía. Él era un hombre de
profunda oración ante Jesús sacramentado y amaba entrañablemente a María, pues andaba rezando el rosario a todas horas;
pero, cuando le pedían favores, se los pedía a san José. Él se llamaba a sí
mismo el perrito de san José, pero fue el gran apóstol de san José del
siglo XX.
Los
milagros realizados los hacía con toda sencillez. A veces, les decía a los
enfermos que debían hacer una novena a san José y confesar y comulgar; y,
después de la novena, quedaban curados. En ocasiones, les decía que no se
preocuparan, que él rezaría a san José personalmente por su caso. Pero lo
normal era darles medallas de san José y pedirles que se frotasen en la parte
enferma de su cuerpo; o les daba aceite de la lámpara que ardía frente a la
imagen de san José, para que se ungieran con él. De este modo se producían
milagros espectaculares por cientos. Y esto ocurrió durante 60 años de su vida,
pues murió a los 91.
A los que quedaban curados, les decía que fueran a agradecérselo a san José.
Algunos se sentían defraudados y decían que eso de frotarse con una medalla o
con aceite de san José era pura superstición, y no se curaban. Por eso, decía:
Muchos enfermos no se sanan debido a su falta de fe. Es preciso tener fe para
frotarse con la medalla o el aceite de san José.
En el año 1926, fueron reportados por
la prensa 1.611 personas que decían haber sido curadas de graves enfermedades,
y otras 7.334 decían haber obtenido favores extraordinarios de orden material o
espiritual. ¡Algo realmente
maravilloso! El hermano André fue beatificado por el Papa Juan Pablo II el 23
de mayo de 1982.
EN SAN JOSE DEL PASO
La venerable María Angélica Álvarez
Icaza (1887-1986) cuenta en sus Memorias: En la capilla había un altar con una imagen del señor san José, que
llamábamos “San José del Paso” por encontrarse precisamente en un lugar de
mucho paso.
Como
yo lo estaba viendo casi continuamente por la vecindad con la capilla, le
empecé a cobrar mucha devoción a san José y más que él me empezó a mimar mucho, porque todo cuanto deseaba (y eran muchas cosas) las dibujaba en
un papel y se las ponía en las manos del santo bendito y, con una eficacia
asombrosa, en seguida me concedía mis súplicas: Ya fuera un santo Cristo
para el cuarto de la Madre (y a los pocos días nos lo regalaron), ya fuera
candeleros para el altar de Nuestra Señora (y a no tardar allí estaban los
candeleros), en fin, un libro que deseara, una lámpara, floreros, cuanto hay,
lo mismo era pedírselo que obtenerlo.
Esto cundió, no sólo entre las Hermanas que con frecuencia
le hacían de esta manera sus peticiones, sino también entre las niñas del
Pensionado, y el bondadoso santo siempre nos escuchaba.
LA
MADRE TERESA DE CALCUTA
Decía la Madre Teresa de Calcuta:
Confiamos en el poder del nombre de Jesús y también en el poder intercesor de
san José.
En los comienzos de nuestra Congregación, había momentos en los que no
teníamos nada. Un día, en uno de
esos momentos de gran necesidad, tomamos un cuadro de san José y lo pusimos
boca abajo. Esto nos recordaba que debíamos pedir su intercesión. Cuando
recibíamos alguna ayuda, lo volvíamos a poner en la posición correcta.
Un
día, un sacerdote quería imprimir unas imágenes para estimular y acrecentar la
devoción a san José. Vino a verme para pedirme dinero, pero yo tenía solamente
una rupia en toda la casa. Dudé un momento en dársela o no, pero finalmente se
la di. Esa misma noche, volvió y me entregó un sobre lleno de dinero: cien
rupias. Alguien lo había parado en la calle y le había dado ese dinero para la
Madre Teresa.
EN
REPÚBLICA DOMINICANA
Monseñor Amancio Escapa, obispo
auxiliar de la arquidiócesis de Santo Domingo en la República Dominicana,
cuenta el milagro, ocurrido el año
2001, a su hermano gemelo.
Dice: Mi hermano llega al
hospital de Valladolid con respiración asistida a tope, más muerto que vivo. El
primer diagnóstico fue neumonía doble producida por legionella. Esto le provoca
hemorragia interna. Después de varios estudios, se deciden a operarlo de
estómago.
A los tres días, le someten a
hemodiálisis, porque el riñón comenzaba a dar señales de fallo. Le practican la
traqueotomía. Durante los
cuarenta y ocho días que permaneció en la UVI (Cuidados intensivos), en dos
ocasiones, hay infección de virus hospitalario. Permaneció en el hospital
durante setenta y un días.
Pedí oraciones a cuantos conocía. Puedo decir que mi vida en esos momentos era
una oración continua. El centro de la misma siempre fue el sagrario. Le pedía a
Jesús con toda mi alma conformidad con su voluntad. Había puesto a mi hermano en las manos
de Dios. Y, como es natural, consciente de mi pobreza, busqué mis intercesores
ante Jesús. Estos fueron la Virgen María y san José.
A la
Virgen le rezaba dos rosarios diarios. A san José comencé con mis primas a
bombardearle con sendas y continuadas novenas. No
habíamos terminado una, cuando a mi hermano se le presentaban nuevas
complicaciones. A cada complicación, una nueva novena; cinco
en total. En todas las peticiones dirigidas a san José, la
situación difícil se superaba.
Creo que mi hermano es fruto de un
milagro de Dios y dispongo de los testimonios de los mismos médicos que lo
atendieron. ¿Quiénes
fueron los autores del milagro? Para mí, Jesús Eucaristía, el jefe, como les
decía a mis primas, y que era el centro. María, mi abogada. Y san José, mi
intercesor. Por eso, mi corazón está lleno de gratitud, primero a Dios, después
a mis grandes intercesores, la Virgen María y san José, y a todos los que se
unieron a mí y me apoyaron con su oración. A todos gracias.
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