miércoles, 11 de febrero de 2015

TRIDUO DE LA VIRGINIDAD EN EL ANTIGUO TESTAMENTO (1): HOY, VIRGINIDAD Y SOLTERÍA


Triduo de la virginidad en el Antiguo Testamento (1): virginidad y soltería


Después de conocer hace pocos días lo que sobre la masturbación se puede leer en el Antiguo Testamento (pinche aquí si le interesa el tema, y también aquí), continuamos hoy conociendo los distintos preceptos que en materia de conducta sexual impone el Antiguo Testamento.

La virginidad (en la mujer) es un valor al que los libros del Antiguo Testamento dedican no pocas referencias y que aparece en él altamente estimado, bien que no en el modo en que luego lo será en el ambiente cristiano sino de manera algo diferente. Pero no adelantemos acontecimientos y vayamos por partes.

Para empezar, la virginidad es condición que se espera de toda joven judía no casada. Así lo dice con toda claridad el Deuteronomio, que establece el terrible castigo de la mujer que no se casa virgen:

“Si no aparecen en la joven las pruebas de la virginidad, sacarán a la joven a la puerta de la casa de su padre, y los hombres de su ciudad la apedrearán hasta que muera, porque ha cometido una infamia en Israel prostituyéndose en casa de su padre. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti” (Dt. 22, 20-21)

Prevé también la pena que corresponde al hombre que acusa a su esposa de no ser virgen siendo así que sí lo era:

“Si un hombre se casa con una mujer y se llega a ella, pero luego le cobra aversión, le atribuye acciones torpes y la difama públicamente diciendo: «Me he casado con esta mujer y me he llegado a ella, pero no la he encontrado virgen,» el padre de la joven y su madre tomarán las pruebas de su virginidad y las descubrirán ante los ancianos de la ciudad, a la puerta. El padre de la joven dirá a los ancianos: «Yo di mi hija por esposa a este hombre; después él le ha cobrado aversión, y ahora le achaca acciones torpes diciendo: No he encontrado virgen a tu hija. Sin embargo, aquí tenéis las señales de la virginidad de mi hija», y extenderán el paño ante los ancianos de la ciudad. Los ancianos de aquella ciudad tomarán a ese hombre y lo castigarán, y le pondrán una multa de cien monedas de plata, que entregarán al padre de la joven, por haber difamado públicamente a una virgen de Israel. Él la recibirá por mujer y no podrá repudiarla en toda su vida”. (Dt. 22, 13-19)

Prevé igualmente la pena que corresponde a la mujer que estando prometida a un hombre yace con otro:

“Si una joven virgen está prometida a un hombre y otro hombre la encuentra en la ciudad y se acuesta con ella, los sacaréis a los dos a la puerta de esa ciudad y los apedrearéis hasta que mueran: a la joven por no haber pedido socorro en la ciudad, y al hombre por haber violado a la mujer de su prójimo” (Dt. 22, 23-24)

Terrorífica pena –que por cierto, es la que habría correspondido a la Virgen María si San José llega a denunciarla por estar embarazada sin que fuera él el padre (pinche aquí si le interesa el tema)- a la que, sin embargo, se añade una excepción sobre la base de la presunción de que la mujer se resistió y no pudo ser auxiliada:

“Pero si ha sido en el campo donde el hombre ha encontrado a la joven prometida, y la ha forzado y se ha acostado con ella, sólo morirá el hombre que se acostó con ella; no harás nada a la joven: no hay en ella pecado que merezca la muerte” (Dt. 22, 25-26)

La situación es más benévola si la mujer no se halla prometida, y entonces se proveen soluciones menos dramáticas:

“Si un hombre encuentra a una joven virgen no prometida, la agarra y se acuesta con ella, y son sorprendidos, el hombre que se acostó con ella dará al padre de la joven cincuenta monedas de plata y ella será su mujer, porque la ha violado, y no podrá repudiarla en toda su vida”. (Dt. 22, 28-29)

A la solución del Deuteronomio, el Exodo añade aún la solución para el caso de que el padre no desee entregar la hija:

“Si uno seduce a una virgen, no desposada, y se acuesta con ella, le pagará la dote, y la tomará por mujer. Si el padre de ella no quiere dársela, el seductor pagará el dinero de la dote de las vírgenes”. (Ex. 22, 15-16)

Una eventualidad que no debía producirse en muchas ocasiones, pues lo cierto es que una hija no virgen era después muy difícil de “colocar en el mercado”. A no ser el padre que tiene garantizada la descendencia por tener hijos varones, y aprovecha la ocasión para separar una de sus hijas hembras para su propio cuidado personal durante la ancianidad.

Todo un temazo éste de la virginidad en el Antiguo Testamento, al que dedicaremos algunas entradas más en el próximo futuro. Si bien por hoy lo dejamos aquí y me despido de Vds., no sin desearles, una vez más, que hagan Vds. mucho bien y no reciban menos.

Luis Antequera

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