"En aquel tiempo, el Espíritu
empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose
tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando
arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y
creed en el Evangelio."
El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Marcos no nos cuenta las tentaciones que sufre. Sólo nos dice que fue tentado. Y nos indica que tras esa estancia, se dirige a Galilea a anunciar el Reino y proclamar la Palabra.
En Cuaresma, también el Espíritu nos empuja al desierto. No a un lugar físico, sino al desierto de nuestro interior. Donde se libran las batallas con nuestras sombras...pero donde también tenemos la ayuda de esas personas que nos acercan a Dios. Un desierto que es la vida de cada día, mirada con otros ojos.
El Espíritu, como a Jesús, nos ayuda a descubrir el verdadero sentido del Reino. Y hace que resuenen en nuestro interior la llamada a la conversión y a luchar por conseguir ese Reino. Un Reino que tampoco es un lugar físico, sino una manera de vivir. Un Reino que es nuestra unión con Dios y con todos los hombres. Un Reino que es el Reino del Amor.
El Espíritu nos empuja y nos da fuerzas, para luchar por conseguirlo. Pero hemos de estar atentos a esa llamada. Debemos tener nuestro corazón abierto de par en par a esa llamada del Espíritu.
Enviat per Joan Josep Tamburini
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