Discurso
del Papa ante las autoridades filipinas y el cuerpo diplomático
El Papa
denunció la corrupción y las desigualdades sociales en su discurso ante las
autoridades filipinas. Su visita –explicó– «quiere de manera particular»
expresar su cercanía a los familiares de las víctimas de los tifones de 2013 y
2014
«De manera particular, esta
visita quiere expresar mi cercanía a nuestros hermanos y hermanas que tuvieron
que soportar el sufrimiento, la pérdida de seres queridos y la devastación
causada por el tifón Yolanda», dijo el Papa al comienzo de su discurso ante las
autoridades y el cuerpo diplomático en el Palacio presidencial de Manila.
El Pontífice alabó «la fuerza
heroica, la fe y la resistencia demostrada por muchos filipinos frente a éste y
otros desastres naturales», y el «ejemplo de solidaridad» de «un gran número de
personas acudieron en ayuda de sus vecinos necesitados».
Pero además, Francisco resaltó
que Filipinas «se enfrenta al reto de construir sobre bases sólidas una
sociedad moderna, una sociedad respetuosa de los auténticos valores humanos».
De forma diplomática, pero firme y clara, aludió a la corrupción, «que sustrae
recursos de los pobres», y al problema de las desigualdades sociales (más de
uno de cada cuatro filipinos vive por debajo del umbral de la pobreza). «Es
esencial el imperativo moral de garantizar la justicia social y el respeto por
la dignidad humana», dijo Francisco. «La gran tradición bíblica prescribe a
todos los pueblos el deber de escuchar la voz de los pobres y de romper las
cadenas de la injusticia y la opresión que dan lugar a flagrantes e incluso
escandalosas desigualdades sociales».
Para esa necesaria «reforma de
las estructuras sociales que perpetúan la pobreza y la exclusión de los
pobres», se necesita, «en primer lugar, la conversión de la mente y el
corazón». La familia y los jóvenes, esto es, el laicado, «desempeñan un papel
fundamental en la renovación de la sociedad. Un momento destacado de mi visita
–resaltó– será el encuentro con las familias y los jóvenes, aquí en Manila».
En su primer discurso en
Filipinas, Francisco aludió también al diálogo con las guerrillas musulmanas,
activas sobre todo en la isla de Mindanao. «Confío en que el progreso que ha
supuesto la consecución de la paz en el sur del País promueva soluciones justas
que respeten los principios fundantes de la nación y los derechos inalienables
de todos, incluidas las poblaciones indígenas y las minorías religiosas», dijo.
El Papa resaltó también la
«inmensa influencia en la cultura filipina» del cristianismo, y pidió que, «a
la luz de la rica herencia cultural y religiosa, que enorgullece a su país»,
los católicos contribuyan a «que los valores espirituales más profundos del
pueblo filipino sigan manifestándose en sus esfuerzos por proporcionar a sus
conciudadanos un desarrollo humano integral».
R.B.
Discurso del Papa en el encuentro
con las Autoridades y el Cuerpo Diplomático. Palacio de Malacañang, Manila
Señoras y Señores:
Gracias, señor Presidente, por su
amable acogida y por sus palabras de saludo en nombre de las autoridades y el
pueblo de Filipinas, y de los distinguidos miembros del Cuerpo diplomático. Le
agradezco de corazón su invitación a visitar Filipinas. Mi visita es sobre todo
pastoral. Tiene lugar cuando la Iglesia en este país se prepara para celebrar
el quinto centenario del primer anuncio del Evangelio de Jesucristo en estas
costas.
El mensaje cristiano ha tenido
una inmensa influencia en la cultura filipina. Espero que este importante
aniversario resalte su constante fecundidad y su capacidad para seguir
plasmando una sociedad que responda a la bondad, la dignidad y las aspiraciones
del pueblo filipino. De manera particular, esta visita quiere expresar mi cercanía
a nuestros hermanos y hermanas que tuvieron que soportar el sufrimiento, la
pérdida de seres queridos y la devastación causada por el tifón Yolanda. Al
igual que tantas personas en todo el mundo, he admirado la fuerza heroica, la
fe y la resistencia demostrada por muchos filipinos frente a éste y otros
desastres naturales. Esas virtudes, enraizadas en la esperanza y la solidaridad
inculcadas por la fe cristiana, dieron lugar a una manifestación de bondad y
generosidad, sobre todo por parte de muchos jóvenes. En esos momentos de crisis
nacional, un gran número de personas acudieron en ayuda de sus vecinos
necesitados. Con gran sacrificio, dieron su tiempo y recursos, creando redes de
ayuda mutua y trabajando por el bien común. Este ejemplo de solidaridad en el
trabajo de reconstrucción nos enseña una lección importante. Al igual que una
familia, toda sociedad echa mano de sus recursos más profundos para hacer
frente a los nuevos desafíos.
En la actualidad, Filipinas,
junto con muchos otros países de Asia, se enfrenta al reto de construir sobre
bases sólidas una sociedad moderna, una sociedad respetuosa de los auténticos
valores humanos, que tutele nuestra dignidad y los derechos humanos dados por
Dios, y lista para enfrentar las nuevas y complejas cuestiones políticas y
éticas. Como muchas voces en vuestro país han señalado, es más necesario ahora
que nunca que los líderes políticos se distingan por su honestidad, integridad
y compromiso con el bien común. De esta manera ayudarán a preservar los
abundantes recursos naturales y humanos con que Dios ha bendecido este país. Y
así serán capaces de gestionar los recursos morales necesarios para hacer
frente a las exigencias del presente, y transmitir a las generaciones venideras
una sociedad de auténtica justicia, solidaridad y paz. Para el logro de estos
objetivos nacionales es esencial el imperativo moral de garantizar la justicia
social y el respeto por la dignidad humana. La gran tradición bíblica prescribe
a todos los pueblos el deber de escuchar la voz de los pobres y de romper las
cadenas de la injusticia y la opresión que dan lugar a flagrantes e incluso escandalosas
desigualdades sociales.
La reforma de las estructuras
sociales que perpetúan la pobreza y la exclusión de los pobres requiere en
primer lugar la conversión de la mente y el corazón. Los Obispos de Filipinas
han pedido que este año sea proclamado el «Año de los Pobres». Espero que esta
profética convocatoria haga que en todos los ámbitos de la sociedad se rechace
cualquier forma de corrupción que sustrae recursos de los pobres, y se realice
un esfuerzo concertado para garantizar la inclusión de todo hombre, mujer y
niño en la vida de la comunidad. La familia, y sobre todo los jóvenes,
desempeñan un papel fundamental en la renovación de la sociedad. Un momento
destacado de mi visita será el encuentro con las familias y los jóvenes, aquí
en Manila.
Las familias tienen una misión
indispensable en la sociedad. Es en la familia donde los niños aprenden valores
sólidos, altos ideales y sincera preocupación por los demás. Pero al igual que
todos los dones de Dios, la familia también puede ser desfigurada y destruida.
Necesita nuestro apoyo. Sabemos lo difícil que es hoy para nuestras democracias
preservar y defender valores humanos básicos como el respeto a la dignidad
inviolable de toda persona humana, el respeto de los derechos de conciencia y
de libertad religiosa, así como el derecho inalienable a la vida, desde la de
los no nacidos hasta la de los ancianos y enfermos. Por esta razón, hay que
ayudar y alentar a las familias y las comunidades locales en su tarea de
transmitir a nuestros jóvenes los valores y la visión que permita lograr una
cultura de la integridad: aquella que promueve la bondad, la veracidad, la
fidelidad y la solidaridad como base firme y aglutinante moral para mantener
unida a la sociedad. Señor Presidente, distinguidas autoridades, queridos
amigos:
Al comenzar mi visita a este
país, no puedo dejar de mencionar el papel importante de Filipinas para
fomentar el entendimiento y la cooperación entre los países de Asia, así como
la contribución eficaz, y a menudo no reconocida, de los filipinos de la
diáspora a la vida y el bienestar de las sociedades en las que viven. A la luz
de la rica herencia cultural y religiosa, que enorgullece a su país, les dejo
un desafío y una palabra de aliento. Que los valores espirituales más profundos
del pueblo filipino sigan manifestándose en sus esfuerzos por proporcionar a
sus conciudadanos un desarrollo humano integral. De esta forma, toda persona
será capaz de realizar sus potencialidades, y así contribuir de manera sabia y
eficaz al futuro de este país. Espero que las meritorias iniciativas para
promover el diálogo y la cooperación entre los fieles de distintas religiones
consigan su noble objetivo.
De modo particular, confío en que
el progreso que ha supuesto la consecución de la paz en el sur del País
promueva soluciones justas que respeten los principios fundantes de la nación y
los derechos inalienables de todos, incluidas las poblaciones indígenas y las
minorías religiosas. Invoco sobre ustedes, y todos los hombres, mujeres y niños
de esta amada nación, abundantes bendiciones de Dios.
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