Orar con santa Teresa: «Será alabada para siempre vuestra misericordia
cuando se sepa mi maldad»
La
oración teresiana para esta semana es la última parte de la Exclamación
«Redentor Misericordioso y Juez Justo», en la que la Santa vuelve a alabar la
bondad de Dios frente a los pecados, y recuerda que en el día de nuestra
muerte, la mayor pena será haber desechado durante años la felicidad que da el
vivir en gracia
La exclamación teresiana
«Redentor Misericordioso y Juez Justo» muestra a las claras cómo santa Teresa
de Jesús pensaba que sería el encuentro cara a cara con Cristo el día de
nuestra muerte. Si en las dos primeras partes de esta oración (que ya hemos
publicado y que puede encontrar aquí y aquí), la
Mística Doctora incidía en el dolor que causa el pecado propio y el ajeno, y en
cómo la misericordia divina anima al cambio de vida, en esta última parte
condensa ambas enseñanzas para recordar que, el día en que estemos ante Dios,
«será alabada para siempre vuestra misericordia cuando se sepa mi maldad».
Porque, para santa Teresa, no
puede haber dolor mayor al final de la vida que comprobar que uno ha estado
lejos de Dios sólo «por ganar un muy breve contento» siguiendo los criterios
del mundo, cuando en realidad, el vivir en gracia, es decir, el vivir con Él,
es «la mejor vida» que se puede tener. Sobre todo, porque para lograr vivir en
gracia no hacen falta grandes esfuerzos y sacrificios, sino más bien estar
«determinado a contentaros siempre», pues es Dios quien más ayuda: «No faltáis,
Bien mío de mi alma, a los que os quieren, ni dejáis de responder a quien os
llama».
O dicho de otra manera: qué pena
daría llegar al Cielo y comprobar cómo hemos dejado de ir anticipándolo ya en
la tierra. Y aun así, llegados a ese punto, tan espectacular es la bondad de
Dios «que con veros a Vos se quitarán todas las miserias de esta mortalidad».
Esta semana, nuestra oración teresiana para el Año Jubilar es un canto de
esperanza que espolea el corazón para amar más a Dios.
+ En el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo:
Al que Vos habéis levantado y él
ha conocido cuán míseramente se perdió por ganar un muy breve contento, y está
determinado a contentaros siempre, y ayudándole vuestro favor (pues no faltáis,
Bien mío de mi alma, a los que os quieren, ni dejáis de responder a quien os
llama), ¿qué remedio [encontrará], Señor, para poder después vivir, que nos sea
muriendo, con la memoria de haber perdido tanto bien como tuviera estando en la
inocencia que quedó del bautismo? La mejor vida que puede tener es morir
siempre con este sentimiento; mas el alma que tiernamente os ama ¿cómo lo ha de
poder sufrir?
Mas qué desatino os pregunto,
¡Señor mío! Parece que tengo olvidadas vuestras grandezas y misericordias, y
cómo venistes al mundo por los pecadores y nos comprastes por tan gran precio y
pagastes nuestros falsos contentos con sufrir tan crueles tormentos y azotes.
Remediaste mi ceguedad con que atapasen vuestros divinos ojos, y mi vanidad con
tal cruel corona de espinas. ¡Oh Señor, Señor! Todo esto lastima más a quien os
ama; sólo consuela que será alabada para siempre vuestra misericordia cuando se
sepa mi maldad, y con todo, no sé si quitarán esta fatiga, hasta que con veros
a Vos se quiten todas las miserias de esta mortalidad.
Amén.José Antonio Méndez
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